Dos salidas a hombros inmerecidas

Es preciso que los buenos aficionados pamploneses inicien una campa?a informativa sobre la concesi¨®n de orejas. Les dir¨¢n que cuanto m¨¢s f¨¢cil sea regalar orejas, tanto menos dar¨¢n esos diestros de aquello que llevan dentro. A poca exigencia, menos esfuerzo. Y a m¨¢s exigencia, m¨¢s saldr¨¢n ganando los se?ores que pagan por ver torear.

Ayer, el p¨²blico regal¨® las cuatro orejas cortadas. Dos a Padilla y dos a Rafaelillo, una por cada toro. Padilla despleg¨® todo el repertorio populista que "atesora". Estuvo aceptable en banderillas mas con la franela, en su primero, no mand¨® absolutamente nada. Ni el toro humillaba ni el torero mandaba. En su segundo, que ten¨ªa un muy buen pit¨®n derecho, ni se enter¨®. Se super¨® a s¨ª mismo en el cat¨¢logo de vulgaridades. La vulgaridad como emblema de caducidad. En su haber, acertado con la espada.

De Rafaelillo se puede decir otro tanto de lo mismo. Instrument¨® un toreo sin mando. Con buen derroche de voluntad y poco m¨¢s. Mat¨® bien, en especial a su primer toro. Nunca debieron otorgarle oreja alguna. Pero as¨ª est¨¢ el p¨²blico de generoso y por dem¨¢s, manirroto.

Lo m¨¢s torero de la tarde hay que atribuirselo a El Fundi. Le tocaron en suerte los dos peores astados. En su primero, hizo una faena a la antigua usanza, es decir, a la manera del toreo campero. Mat¨® rematadamente mal, ¨¦l que es un as con los aceros. Tan as con los aceros que en su segundo, un marrajo perdido, puso de relieve la hora de la verdad que ¨¦ste s¨ª que atesora con verdadera profundidad. Sali¨® a relucir un torero con raza. Despu¨¦s de ver que a sus compa?eros se les regalaba el oro y el moro, sac¨® de dentro lo que todo torero verdadero lleva en el hond¨®n de su interior. Se tir¨® a matar como un jabato. A cambio, recibi¨® un puntazo. Ese gesto fue lo m¨¢s denso y grande, a nuestro juicio, de la corrida. Quiz¨¢ fue el instante fugaz que quedar¨¢ en la memoria de los buenos aficionados. Lo hab¨ªa dicho Te¨®filo Gautier: "El dram¨¢tico momento de la verdad, el momento de matar, es el final esperado tambi¨¦n de las obras de Shakespeare". Y curiosamente ese p¨²blico facil¨®n para premiar lo vulgar, ese p¨²blico, digo, supo comprender que El Fundi exhibi¨® un gesto de torero responsable. Porque El Fundi, en ese relampagueante gesto se fue al toro arrebatado como la armadura de Don Quijote.

Los toros de Miura repiten en Pamplona todos los a?os y todos los a?os dejan muy poco para el recuerdo como toros bravos. Queda todav¨ªa el respeto que infunden en los toreros, que se revuelven en un palmo de terreno y buscan las verdes ingles lorquianas de los toreros. Lamentablemente recibieron un duro castigo en varas. La fama de los miuras est¨¢ siempre presente en los antebrazos de los picadores, de ah¨ª que las varas de picar lleven veneno dentro para ver si los matan antes de tiempo. Lamentable.