COMUNICACI?N
laudia consult¨® su ejemplar de Viajes por el Scriptorium. No recordaba el nombre del protagonista. Eso era, Mr. Blank. De pronto, una nota manuscrita se desprendi¨® del libro.
"No me olvides. Siempre te querr¨¦. Mario".
Claudia se estremeci¨®. Hac¨ªa cuatro meses desde el fatal dictamen m¨¦dico.
"Nada de quimioterapia. Es desnudar a un santo para vestir a otro", dijo Mario.
Claudia le perdon¨® sus recurrentes infidelidades. Las discusiones provocadas por el asfixiante y posesivo car¨¢cter de su marido se esfumaron. El diagn¨®stico dio paso a semanas de indescriptible ternura.
"Se?ora Basco, s¨®lo la quimioterapia puede salvar a su marido".
Mario no cedi¨® y la tierra se lo trag¨®. Y as¨ª, de pronto, Claudia se liber¨® de sus adulterios. ?l cataba de cualquier mujer y en cambio, ella, al regreso de una breve ausencia, deb¨ªa pormenorizar d¨®nde hab¨ªa ido, con qui¨¦n hab¨ªa estado, con qui¨¦n hab¨ªa hablado. Claudia debi¨® acostumbrarse a vivir sin aquella estrecha vigilancia. No le result¨® f¨¢cil. Pero a medida que el tiempo transcurr¨ªa, sus pupilas adquir¨ªan un mayor brillo.
No pod¨ªa creerlo. Sus propios ojos hab¨ªan certificado el viaje a dos metros bajo tierra. ?Qui¨¦n enviaba ese correo?
"MARIO, d¨¦jame en paz, te lo suplico. Sufr¨ª tus infidelidades y tu asfixiante prevenci¨®n de las m¨ªas. Te quise, te odi¨¦ y s¨®lo aspiro a olvidarte"
Y, de pronto, a principios de julio, aquel mensaje.
Un respingo. Claudia se percat¨® de que tal vez aqu¨¦lla no era la ¨²nica misiva que Mario escribi¨®. Lo conoc¨ªa bien. Era tenaz, incansable, asediante. Escane¨® la biblioteca con la mirada. La cabeza le dio vueltas. Extrajo varios libros y aire¨® sus hojas. La segunda nota brot¨® de Travesuras de la ni?a mala y aterriz¨® sobre la moqueta.
"?Has entregado a alguien tu coraz¨®n? ?Con tanta rapidez olvidas cuanto te di? Desde el infinito a¨²n te ama, Mario".
Presa de la histeria, vaci¨® todos los vol¨²menes.
Una hora despu¨¦s, yac¨ªan desdobladas sobre el suelo cuarenta y una maquiav¨¦licas notas programadas para los siguientes a?os y que hab¨ªan llegado a su destino en una sola tarde. Claudia las quem¨® y se duch¨®. Agua templada al principio; luego, gradualmente, m¨¢s fr¨ªa; al final, casi helada. Pas¨® la noche en el sof¨¢, junto a la terraza abierta, la can¨ªcula era insoportable.
Por fortuna, Claudia recobr¨® el ¨¢nimo en pocos d¨ªas. La segunda semana de julio conoci¨® a C¨¦sar. Todav¨ªa no estaba segura, pero algo le dec¨ªa que deb¨ªa concederle una oportunidad. No pod¨ªa juzgarlo por el mismo rasero que a Mario.
Y entonces, lo insospechado. Una ma?ana, su correo electr¨®nico dio paso a seis mensajes nuevos. En la bandeja de entrada, en negrita, bajo la barra que indica el emisor, constaba, para su perplejidad, el nombre de Mario Basco. Asunto: "?C¨®mo est¨¢s?".
No pod¨ªa creerlo. Sus propios ojos hab¨ªan certificado el viaje a dos metros bajo tierra. ?Qui¨¦n enviaba ese correo? Temblorosa, hizo doble clic sobre el mensaje.
"Querida Claudia: Como debes de suponer, escrib¨ª este correo tiempo atr¨¢s. Imagino que te habr¨¢s deshecho de todas las notas que escond¨ª y que ahora luchas por esfumarme de tus recuerdos. Cuidaste bien de m¨ª los ¨²ltimos meses. Pero fue porque ten¨ªa fecha de caducidad. Durante mi agon¨ªa confundiste el amor con la compasi¨®n. Es posible que a estas alturas alguien se haya enamorado de ti. S¨®lo quiero que sepas que, est¨¦ donde est¨¦, no te olvido.
Mario".
Claudia hundi¨® la cara entre las manos. No se hab¨ªa repuesto a¨²n de la impresi¨®n que produce ver entrar un mensaje en tiempo real de un ser ya fallecido. Era absurdo, pero necesitaba desahogarse. Presion¨® sobre el icono de responder: "Te lo ruego, Mario. Te di mi amor y mi sufrimiento. Dame t¨² ahora la libertad".
El mensaje lleg¨® a alg¨²n lejano servidor desde el cual Mario program¨® aquel primer correo y todos los que le sucedieron, a raz¨®n de tres por d¨ªa. Claudia respondi¨® algunos; otros, los borr¨® sin abrirlos.
Esta vez, le llev¨® m¨¢s tiempo superar la brutal embestida digital. Cualquier correo electr¨®nico de origen desconocido, un papel con un recado escrito por ella misma y olvidado, o cualquier carta sin remitente la desarmaba. Incluso la propaganda comercial, arrugada en el buz¨®n, se convirti¨® en amenaza.
Claudia decidi¨® cancelar su direcci¨®n de correo electr¨®nico y le pidi¨® a C¨¦sar interrumpir sus citas durante un tiempo.
El 22 de julio, d¨ªa de su cumplea?os, recibi¨® un ramo de flores, pagado y programado con anterioridad, tarjeta incluida ("Por muchos a?os", dec¨ªa). Baj¨® a tirar las flores a un contenedor y deambul¨® por la ciudad. Se sent¨® en una terraza de verano. Algo vibr¨® en su bolsillo. El m¨®vil sonaba. Lo sac¨® y consult¨® la pantalla: "mario.m¨®vil". Claudia profiri¨® un grito ahogado. No pens¨® en eliminar su n¨²mero de la agenda del Nokia. El timbre insist¨ªa. "?C¨®mo puede llamarme desde el infierno?" Cay¨® en la cuenta de su paranoia. Deb¨ªa de ser Julia, la madre de Mario. Habr¨ªa conservado la l¨ªnea de su hijo.
"S¨ª, claro, es su madre. Tranquila, Claudia, responde".
Trag¨® saliva para fingir normalidad:
-?Diga?
-Hola, Claudia. Ahora mi voz refrescar¨¢ tus recuerdos. ?C¨®mo est¨¢s? Supongo que habr¨¢s cancelado tu direcci¨®n de correo electr¨®nico. Te conozco bien y s¨¦ que me habr¨¢s respondido m¨¢s de un mail. En fin, espero que las flores te gustasen. Tulipanes blancos, como siempre. Esta primera llamada ser¨¢ breve. Debemos ir despacio. Quiero que sepas que mi buz¨®n de voz est¨¢ activado para los pr¨®ximos treinta a?os. Ll¨¢mame. Estoy seguro de que desde lo desconocido podr¨¦ escucharte.
Claudia colg¨®. Respiraba de forma entrecortada. "Es una grabaci¨®n, s¨ª, seguro que es una grabaci¨®n". Devolvi¨® la llamada y escuch¨®:
"?ste es el buz¨®n de voz de Mario Basco. Fallec¨ª en la primavera de 2008. La ciencia no ha negado que pueda o¨ªr tu mensaje. Si deseas intentarlo, habla tras la se?al".
Le solloz¨® al buz¨®n:
-Mario, d¨¦jame en paz, te lo suplico. Sufr¨ª tus infidelidades y tu asfixiante prevenci¨®n de las m¨ªas, en que jam¨¢s incurr¨ª. Te quise, te odi¨¦ y ahora s¨®lo aspiro a olvidarte. ?D¨¦jame vivir, hijo de puta!
Se sinti¨® mejor, a pesar del absurdo mensaje.
Con la l¨®gica que la calma procura, llam¨® al Servicio de Atenci¨®n al Cliente.
-Hola se?orita, quisiera saber si es posible dejar mensajes grabados con sistema de llamada autom¨¢tica programada a fecha futura.
-S¨ª -respondi¨® la operadora-, este servicio es para recordar citas, aniversarios o recados a uno mismo o a terceros. ?Desea activarlo?
-No. S¨®lo cancelarlos.
-Por supuesto. ?Est¨¢n bajo su n¨²mero?
-No. Corresponden a otro abonado.
-En tal caso, no estoy autorizada.
Claudia medit¨® unos segundos.
-Se lo ruego. S¨®lo deseo saber cu¨¢ntos mensajes me ser¨¢n enviados desde el n¨²mero de mi marido. Falleci¨®.
La operadora dud¨®, pero la voz al otro lado era demasiado angustiosa.
-Le dar¨¦ el total, pero s¨®lo eso porque esta operaci¨®n no est¨¢ permitida. (...) D¨ªgame el tel¨¦fono de su marido (...) Un momento (...) S¨ª, hay mil ciento treinta llamadas y cuatrocientos doce SMS programados (...) ?Oiga? ?Oiga? (...)
Claudia se encerr¨® en casa durante el resto del verano y dio de baja su l¨ªnea de m¨®vil. Tambi¨¦n la del tel¨¦fono fijo, por donde recibi¨® aquel agosto cuarenta llamadas desde ultratumba. No abri¨® las cincuenta cartas selladas de Mario, cuya sola presencia sobre la mesa del vest¨ªbulo la colapsaban desde primera hora de la ma?ana. No permiti¨® el paso a nadie. Ni siquiera a C¨¦sar, quien le pasaba alimentos a trav¨¦s del espacio que la cadenita de seguridad de su puerta dejaba. "Abre la cadena, Claudia, por favor". El psiquiatra le recomend¨® a C¨¦sar que no insistiese y que, desde el rellano, le hablase para, poco a poco, ablandar su ostracismo.
"Comunicaci¨®n. Mucha comunicaci¨®n. La comunicaci¨®n es lo ¨²nico que puede salvarla", le asegur¨®.
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