La ciencia ya no es ficci¨®n
La ciencia puede iluminar nuestro entendimiento, pero la literatura nos ofrece algo que la mayor¨ªa de las personas valoran m¨¢s, porque les resulta m¨¢s pr¨®ximo: entretener sus d¨ªas, divirti¨¦ndoles una veces, conmovi¨¦ndoles otras. La ciencia-ficci¨®n re¨²ne a ambas, en una combinaci¨®n que, cierto es, no siempre es rigurosa desde el punto de vista cient¨ªfico, pero ?importa esto, si de lo que se trata es de entretener, de desplegar imaginaci¨®n?
Est¨¢ claro, por ejemplo, que cuando en los Viajes de Gulliver (1726) Jonathan Swift describ¨ªa una Isla Volante, Laputa, que se manten¨ªa en el aire mediante un im¨¢n de tama?o descomunal que controlaban unos astr¨®nomos, estaba haciendo ciencia-ficci¨®n, todo lo primitiva que se quiera, pero ciencia-ficci¨®n (como, por cierto, tambi¨¦n lo fue un libro, Somnium, que escribi¨® Kepler, publicado p¨®stumamente en 1634, en el que explicaba y defend¨ªa el sistema helioc¨¦ntrico describiendo las observaciones que realizaba un hombre que hab¨ªa sido transportado a la Luna por demonios). Ahora bien, si valoramos los Viajes de Gulliver, si la consideramos una novela inmortal, es porque en ella Swift despleg¨® una tan ¨¢cida como maravillosamente imaginativa cr¨ªtica. En los cap¨ªtulos en que hablaba de los laputanos ("gentes tan sumidas en profundas especulaciones que no son capaces de hablar y de prestar atenci¨®n a lo que otros dicen"), en realidad de lo que trataba era de los cient¨ªficos; ¨¦stos eran su objetivo, desde el rey hasta los criados que "cortaban el pan en conos, cilindros, paralelogramos y otras figuras geom¨¦tricas". Nos importa menos, y desde luego no ha dejado huella en la ciencia, el que incluyese entre los grandes temores de los laputanos el de si la Tierra, al acercarse continuamente al Sol, acabar¨ªa por ser atra¨ªda y tragada por ¨¦l, o que la superficie solar quedara cubierta gradualmente por una costra producida por sus emanaciones que impidiera iluminar y calentar a la Tierra.
Verne fue una mezcla de novelista y divulgador cient¨ªfico, aunque esa faceta de su obra haya quedado difuminada con el paso del tiempo
Agujeros de gusano y negros o universos paralelos son elementos que la ciencia relativista ha puesto a disposici¨®n de los autores y no al rev¨¦s
Y ya que nos ha aparecido la cuesti¨®n de la posible viabilidad futura de lo que autores de ciencia-ficci¨®n han imaginado, ?ha sido frecuente que acertasen?
No es posible olvidar en este sentido la que muchos consideran como la primera obra de ciencia-ficci¨®n en sentido estricto: el Frankenstein (1818) de Mary Shelley. En una era como la presente, dominada en ciencia por disciplinas como la biolog¨ªa molecular, la ingenier¨ªa gen¨¦tica y la biotecnolog¨ªa, y por logros como clonaciones, c¨¦lulas madre o animales y plantas transg¨¦nicas, el monstruo creado por el cient¨ªfico protagonista de la novela de Shelley nos resulta familiar y acaso posible. M¨¢s a¨²n, el trasfondo ¨¦tico-moral que subyace detr¨¢s de la novela es hoy m¨¢s actual que nunca.
?Y qu¨¦ decir de Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, con embriones producidos en masa; esto es, la reproducci¨®n humana convertida en un proceso industrial selectivo (adem¨¢s, los embriones eran tratados de manera que condujeran a diferentes tipos, de acuerdo con sus destinos futuros)! Shelley y Huxley vieron, con claridad o intuy¨¦ndolo, posibilidades que la era del ADN recombinante est¨¢ alumbrando.
Cuando se habla de ¨¦xito en las predicciones de autores de obras de ciencia-ficci¨®n, es inevitable mencionar el nombre de Julio Verne. Cierto, en sus novelas aparecen, por ejemplo, submarinos movidos con energ¨ªa el¨¦ctrica (el Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino, 1869-1870) o tel¨¦grafos "fotogr¨¢ficos" (Par¨ªs en el siglo XX, obra p¨®stuma) que pod¨ªan enviar a distancia facs¨ªmiles de documentos. Ahora bien, lo que pocas veces se dice es que Verne no fue el primero que imagin¨® artilugios semejantes. En 1880, el ingeniero norteamericano Robert Fulton present¨® a Napole¨®n un submarino que hab¨ªa construido, proponi¨¦ndole que lo utilizase contra los ingleses. El nombre que le puso fue ?Nautilus! Y en 1859, Narcis Monturiol construy¨® el Ict¨ªneo, que lleg¨® a sumergirse en el puerto de Barcelona. En cuanto al tel¨¦grafo fotogr¨¢fico que presagiaba el fax, como en la propia novela se reconoce fue un invento de un italiano, Giovanni Caselli (1815-1891): lo llamaba "pantetel¨¦grafo". La imaginaci¨®n de Verne estaba bien nutrida por conocimientos cient¨ªficos. En realidad fue una mezcla de novelista y divulgador cient¨ªfico, aunque esa faceta de su obra haya quedado difuminada con el paso del tiempo.
H. G. Wells es otro de los hitos cl¨¢sicos en la literatura de ciencia-ficci¨®n. Combinaba el horror g¨®tico de Shelley con los viajes de Verne y la s¨¢tira de Swift, y vislumbr¨® algo de lo que la ciencia har¨ªa en el futuro si no posible s¨ª imaginable. Recordemos en este sentido La m¨¢quina del tiempo (1895) y La guerra de los mundos (1898), en la que predec¨ªa la posibilidad de bombas at¨®micas. Por cierto, el f¨ªsico Leo Szilard ley¨® esta novela cuando en la d¨¦cada de 1930 estaba desarrollando la idea de una reacci¨®n nuclear en cadena. Tal vez aquella experiencia le sirviese cuando el propio Szilard prob¨® suerte en el g¨¦nero con el prop¨®sito de utilizar la ciencia-ficci¨®n para defender sus llamamientos a favor de la paz mundial. Voice of the dolphins (1961) es su principal obra en este campo.
Como Szilard y Kepler, otros distinguidos cient¨ªficos tambi¨¦n han practicado esta dif¨ªcil empresa literaria. Dos astrof¨ªsicos, Fred Hoyle, autor de, entre otras, La nube negra (1957), y Carl Sagan (Contacto) son mis favoritos en este apartado. El ejemplo de Contacto viene bien para recordar un elemento que ha figurado en legiones de novelas de ciencia-ficci¨®n, los viajes por el espacio en general, y en el tiempo en particular. Es verdad que tales periplos hab¨ªan sido imaginados antes (no es dif¨ªcil), pero s¨®lo adquirieron un tinte de seriedad tras el advenimiento de la teor¨ªa de la relatividad general de Einstein y de la cosmolog¨ªa relativista. Agujeros de gusano y negros o universos paralelos son elementos que la ciencia relativista ha puesto a disposici¨®n de los autores de ciencia-ficci¨®n y no al rev¨¦s.
Y es que es muy dif¨ªcil predecir el futuro. Recordemos el caso del f¨ªsico estadounidense Albert Michelson, premio Nobel de F¨ªsica en 1907, quien en 1894 pronunci¨® las siguientes palabras: "Parece probable que la mayor¨ªa de los grandes principios b¨¢sicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios... Las futuras verdades de la Ciencia F¨ªsica se deber¨¢n buscar en la sexta cifra de los decimales". Un a?o despu¨¦s de que Michelson pronunciase estas rotundas, y equivocadas, palabras, en 1895, R?ntgen descubr¨ªa los rayos X y el a?o siguiente Becquerel la radiactividad. La historia de la ciencia no se puede leer desde el punto de vista de la ciencia-ficci¨®n. De hecho, no es infrecuente, especialmente a partir del ¨²ltimo siglo y medio, que los descubrimientos cient¨ªficos nos parezcan m¨¢s ficci¨®n que realidad; la f¨ªsica cu¨¢ntica, con sus ondas probabilistas en las que conviven ondas y part¨ªculas, constituye un buen ejemplo. El autor de ciencia-ficci¨®n puede, acaso, imaginar el futuro, pero algunos cient¨ªficos lo vislumbrar¨¢n con mayor seguridad. Mi ejemplo preferido en este sentido es el de William Ayrton, un hoy olvidado catedr¨¢tico de F¨ªsica aplicada de ingenier¨ªa el¨¦ctrica de Londres. En una conferencia que pronunci¨® en 1897, Ayrton pronunci¨® estas prof¨¦ticas palabras: "No hay duda de que llegar¨¢ el d¨ªa en el que probablemente tanto yo como ustedes habremos sido olvidados, en el que los cables de cobre, el hierro y la gutapercha que los recubre ser¨¢n relegados al museo de antig¨¹edades. Entonces, cuando una persona quiera telegrafiar a un amigo, incluso sin saber d¨®nde pueda estar, llamar¨¢ con una voz electromagn¨¦tica que ser¨¢ escuchada por aquel que tenga el o¨ªdo electromagn¨¦tico, pero que permanecer¨¢ silenciosa para todos los dem¨¢s. Dir¨¢ '?d¨®nde est¨¢s?' y la respuesta llegar¨¢ audible a la persona con el o¨ªdo electromagn¨¦tico: 'Estoy en el fondo de una mina de carb¨®n, o cruzando los Andes, o en el medio del Pac¨ªfico".
En la era de los tel¨¦fonos m¨®viles, las anteriores palabras suenan familiares, ?no? -
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