Vida de un h¨¦roe
En la perezosa ma?ana del s¨¢bado leo el peri¨®dico. Antes de comenzar, desplumo el tocho de suplementos y publicidad y voy echando a una bolsa todo aquello que antes de su uso ya est¨¢ destinado al reciclaje. Maldigo el gasto absurdo de papel, de pl¨¢stico; maldigo a este pa¨ªs que compatibiliza su obsesi¨®n por el reciclado (mi edificio ha sido multado por no reciclar apropiadamente) con el gasto innecesario de bolsas y de papel. Como si fuera una condena que tengo que cumplir, asumo que se me ir¨¢n dos horas leyendo una serie de reportajes que me llevo al sof¨¢, como el perro se lleva el hueso al rinc¨®n. Entre esas lecturas encuentro de pronto un nombre que me resulta familiar, el de Mar¨ªa Dur¨¢n. Mar¨ªa es dominicana y vive, rodeada de sus hermanas, en Corona, un ¨¢rea hispana de Queens. Mar¨ªa es noticia porque los restos de su hijo, el soldado Alex Ram¨®n Jim¨¦nez Dur¨¢n, que llevaba meses desaparecido en Irak, han sido encontrados. No es la primera vez que Mar¨ªa aparece en el peri¨®dico: hace unos meses, The New York Times la entrevistaba en un art¨ªculo en el que informaba de que casi la mitad de los neoyorquinos muertos en esa guerra son hispanos. El nombre de Mar¨ªa estaba en mi cabeza porque me la cont¨® alguien que la conoce mucho. Pero ¨¦sa es otra historia que comienza hace tres a?os, en el and¨¦n del metro, cuando escuch¨¦ a alguien pronunciar mi nombre. Era un chico de 23 a?os, sonrisa franca y una mirada azul muy intensa, anhelante. Ven¨ªa de un pueblo de Lleida, le hab¨ªan concedido una beca para estudiar un m¨¢ster en una universidad prestigiosa; era su primer d¨ªa en Nueva York y me hab¨ªa reconocido. Estaba fascinado por la casualidad y a punto de interpretarlo como una se?al. Fuimos charlando los veinte minutos del recorrido. Era tan receptivo a las cuatro cosas que yo le iba contando, que vi claro que esta experiencia le cambiar¨ªa, que tendr¨ªa la suficiente flexibilidad para dejar que este tiempo le cambiara, algo menos com¨²n de lo que parece, porque hay gente tan fiel a s¨ª misma que mejor ser¨ªa que no saliera de su pueblo. Pero este muchacho, que se despidi¨® con dos besos, llevaba escrito en la cara que iba a dejar que le ocurrieran cosas. Le vi alejarse con la mochila al hombro, como intern¨¢ndose ya en el futuro, y como su naturaleza bondadosa era tan transparente sent¨ª una especie de temor a que alguien le hiciera da?o, como cuando dejaba a mi hijo a las puertas de la escuela. Esa noche recib¨ª un correo suyo: le hab¨ªan robado la cartera. As¨ª comenz¨® una amistad, y hasta hoy. Lo m¨¢s emocionante es c¨®mo ha adquirido maneras de chico cosmopolita sin dejar de tener presente a sus padres, gente del campo que dej¨® de trabajar dos d¨ªas para ver c¨®mo el chico se graduaba ?en un Nueva York! El primero de la familia que va a la universidad y lo remata con un m¨¢ster en la New School. Eso genera envidias, maledicencias. Esta historia es vieja, uno de los grandes temas de la literatura. La escritora canadiense Alice Munro, que ha contado como nadie la necesidad de salir del mundo al que parec¨ªa destinada, dice: "Ser ambiciosa [en mi pueblo] era cortejar el fracaso y arriesgarse a hacer el rid¨ªculo". Pero la mejor manera de combatir la envidia es perseguir tu deseo: todo este tiempo, el muchacho estudi¨® y trabaj¨® en una cadena de televisi¨®n hispana, Telemundo. All¨ª aprendi¨® a hacer titulares impactantes para emocionar a la melodram¨¢tica audiencia hispana. En vez de "una ni?a ha resultado gravemente herida en la monta?a rusa de Coney Island", escribir¨ªa: "Noticia de impacto: mutilada result¨® una ni?a...". Fue en sus d¨ªas de Telemundo cuando supo de la cantidad de madres hispanas que estaban perdiendo a sus hijos en la guerra de Bush, y se lanz¨® a Queens a conocerlas, se gan¨® su confianza y comenz¨® un documental sobre estas familias humildes que emigraron para darles a sus hijos un futuro mejor y han acabado perdi¨¦ndolos en esa guerra insensata. Cuando el s¨¢bado le¨ª que el cad¨¢ver del hijo de Mar¨ªa hab¨ªa sido encontrado, sab¨ªa que Xavi Men¨®s estar¨ªa entre ellas, en esa casita de Corona que tiene todas las butacas plastificadas para que no se estropeen. ?l, entre ellas, respetuoso, escuch¨¢ndolas rezar el rosario de la Coronilla, empachado de comer guisos con puerco, esa contundente comida dominicana con la que pretenden hacer engordar a ese muchacho angelical que ha entrado a formar parte de sus vidas. Xavi les hizo un p¨®ster con las fotos del soldado: La vida de un h¨¦roe, lo titul¨®, porque sabe que la manera para esas mujeres de enfrentar la p¨¦rdida es convertir al hijo perdido en alguien m¨ªtico. H¨¦roe, le llaman; reviven su infancia, reconstruyen el momento en que le vieron por ¨²ltima vez, cuando volvi¨® unos d¨ªas de Irak y ya no parec¨ªa el mismo, era alguien mucho m¨¢s sombr¨ªo. Xavi me cuenta que el momento m¨¢s desgarrador fue cuando, sentados frente al televisor, vieron al locutor de Telemundo anunciar lo que ya sab¨ªan, la muerte de Alex. Fue como si la tele diera car¨¢cter de realidad a un hecho que no quer¨ªan creer. La madre empez¨® a gritar.
Los hispanos emigraron para dar a sus hijos un futuro mejor y han acabado perdi¨¦ndolos en una guerra insensata
La forma que tienen esas mujeres de enfrentar la p¨¦rdida es convertir al hijo perdido en alguien m¨ªtico. H¨¦roe, le llaman
Yo lo he presenciado todo a trav¨¦s de los ojos del muchacho del metro, al que a su vez he visto hacerse un hombre sin haber perdido la inocencia, y perdiendo ese miedo pueblerino, paralizante, a hacer el rid¨ªculo.
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