Los genes no lo son todo
Descubrir que no tenemos muchos m¨¢s genes que un gusano o que una mosca fue un duro golpe para el orgullo sapiens y quiz¨¢ tambi¨¦n para los cient¨ªficos que pensaban que el ADN brindar¨ªa todas las respuestas sobre la condici¨®n humana. Aquello de "es gen¨¦tico" o "tiene el gen de?" dej¨® de tener demasiado sentido ya a principios del milenio con la secuenciaci¨®n del genoma humano. Y cada vez est¨¢ m¨¢s claro que lo que cuenta no es el ADN y su configuraci¨®n, sino lo que lo rodea. La realidad es que no somos lo que est¨¢ escrito en nuestros genes, sino lo que hacemos con ellos. La realidad es que podemos introducir cambios en nuestro genoma, y, lo que es a¨²n m¨¢s impactante, las modificaciones que introduzcamos pasar¨¢n a los hijos y a los nietos.
Lo realmente importante para la vida no es la composici¨®n de la doble h¨¦lice, si tenemos tal o cual gen, sino qu¨¦ genes est¨¢n encendidos y cu¨¢les apagados. Una de las pruebas m¨¢s palpables y sobre todo visibles de este hecho la obtuvieron Randy Jirtle, un investigador de la Universidad Duke (Estados Unidos), y su equipo. Sus ratones fueron concebidos, nacieron y crecieron en el laboratorio de Jirtle, y aunque parezca incre¨ªble son gen¨¦ticamente id¨¦nticos, la composici¨®n de su ADN es exactamente la misma. La ¨²nica y fundamental diferencia entre el rechoncho y amarillo roedor y su marr¨®n y estilizado hermanito se encuentra en las condiciones en las que discurri¨® su gestaci¨®n.
"?Los genes no son el destino! Las influencias medioambientales, entre las que se incluyen la nutrici¨®n, el estr¨¦s y las emociones, pueden modificar esos genes sin alterar su configuraci¨®n b¨¢sica", escribe, en La biolog¨ªa de la creencia, Bruce Lipton, un bi¨®logo molecular estadounidense que en su libro defiende la capacidad que tiene el ser humano para intervenir y modificar su biolog¨ªa. La consecuencia ¨²ltima de la visible diferencia va m¨¢s all¨¢ de la est¨¦tica, porque el animal amarillo desarrollar¨¢ obesidad m¨®rbida, diabetes y muy probablemente morir¨¢ de c¨¢ncer, mientras que su hermano marr¨®n tiene todos los elementos para vivir una vida sana y tranquila.
El experimento de Jirtle ha puesto en juego elementos que intervienen en la vida cotidiana de los humanos, y aunque los investigadores son prudentes a la hora de trasladar las conclusiones de una especie a otra, admiten que cada vez hay m¨¢s datos que indican que lo que se ha observado con los ratones amarillo y marr¨®n podr¨ªa extrapolarse a los humanos. En una primera parte del experimento, el equipo de la Universidad Duke expuso a hembras de rat¨®n en gestaci¨®n a un agente qu¨ªmico, el BPA, que forma parte del pl¨¢stico que se encuentra en todas las casas (envases, recipientes, biberones, etc¨¦tera). Todos los v¨¢stagos que nacieron eran amarillos, o, lo que es lo mismo, con predisposici¨®n a sufrir las enfermedades mencionadas.
En la segunda parte del estudio nacieron los ratones mencionados. Los dos de la misma madre y con la misma carga gen¨¦tica. Durante la gestaci¨®n del roedor amarillo, la madre recibi¨® el BPA y una dieta normal. Sin embargo, durante la gestaci¨®n del marr¨®n, la progenitora, que tambi¨¦n recibi¨® el compuesto del pl¨¢stico, sigui¨® una dieta especial enriquecida con ¨¢cido f¨®lico y geneste¨ªna, un folato presente en la soja.
El resultado exterior est¨¢ a la vista, pero vayamos al interior de las c¨¦lulas para ver lo que ha provocado esa diferencia entre hermanos gen¨¦ticamente id¨¦nticos. Lo ocurrido es tan simple como el mecanismo de un interruptor de la luz. En este caso, la bombilla ser¨ªa un gen asociado con la obesidad, la diabetes y el c¨¢ncer. El interruptor de encendido, el BPA; el de apagado, la dieta. Es decir, que aunque el componente pl¨¢stico tiene un efecto t¨®xico que enciende el gen patol¨®gico, con la dieta se ha logrado eliminar. Todo ello se produce a trav¨¦s de una serie de marcas qu¨ªmicas que cuando est¨¢n presentes en la estructura del gen lo inactivan.
En lo que se refiere a los humanos, recientemente se ha publicado un nuevo estudio en Proceedings of the National Academy of Science, de Estados Unidos, en el que se ha visto c¨®mo pacientes con tumores de pr¨®stata lograron apagar dos familias de genes que favorecen la enfermedad. El apagado se produjo tras tres meses de un estilo de vida diferente: llevaron una dieta baja en grasas, con alimentos no procesados y verduras; practicaron t¨¦cnicas de control del estr¨¦s y ejercicio f¨ªsico, y, por ¨²ltimo, tambi¨¦n se ocuparon de su mente, asistieron a grupos de apoyo psicosocial -se sabe que el estr¨¦s psicol¨®gico provoca el encendido y apagado de genes-. Las conclusiones del trabajo son preliminares, pero est¨¢n en consonancia con las de otros similares, de modo que el camino parece ser el adecuado.
"Hay que luchar contra el determinismo gen¨¦tico. El genoma nos da una tendencia a ser de cierta manera, pero es c¨®mo vivimos lo que hace que seamos de una forma determinada", explica Manel Esteller, director de epigen¨¦tica del Centro Nacional de Investigaciones Oncol¨®gicas (Madrid) y del Instituto Catal¨¢n de Oncolog¨ªa (Barcelona). Esteller es un reconocido experto en epigen¨¦tica. Esta disciplina, con poco m¨¢s de una d¨¦cada de existencia, es una aut¨¦ntica revoluci¨®n en la biolog¨ªa; algunos la llaman el segundo genoma o el interlocutor entre genoma y ambiente. La epigen¨¦tica ha podido dar respuestas donde la gen¨¦tica ya no ten¨ªa ninguna: por qu¨¦ los ratones id¨¦nticos gen¨¦ticamente son tan diferentes, por ejemplo. "La diferencia entre gen¨¦tica y epigen¨¦tica probablemente puede compararse con la diferencia que existe entre escribir y leer un libro. Una vez que el libro ha sido escrito, el texto (los genes) ser¨¢ el mismo en todas las copias. Sin embargo, cada lector podr¨ªa interpretar la historia del libro de una forma ligeramente distinta, con sus diferentes emociones y proyecciones, que pueden ir cambiando a medida que se desarrollan los cap¨ªtulos", comenta Thomas Jenuwein, investigador austriaco.
No tan espectaculares a la vista como los ratones americanos, pero tanto o m¨¢s significativos, son los resultados del grupo de Manel Esteller. Sus investigaciones con personas gen¨¦ticamente id¨¦nticas son conocidas en todo el mundo por su importancia y trascendencia. El investigador espa?ol ha estudiado a decenas de parejas de gemelos de distintas edades, y ha podido observar c¨®mo la forma de vida va dejando sus huellas en el ADN en forma de genes que se encienden y se apagan. Un solo dato ilustra bastante bien los hallazgos de Esteller: las diferencias en las marcas qu¨ªmicas presentes en los genes -cambios epigen¨¦ticos- de gemelos de 50 a?os son cuatro veces mayores que las que se pueden encontrar en gemelos de s¨®lo tres a?os. Adem¨¢s, la disparidad aumenta a medida que aumentan las diferencias en el estilo de vida.
Obviamente, la influencia de la epigen¨¦tica en nuestras vidas no se limita a las patolog¨ªas como el c¨¢ncer, que es el principal objetivo de Manel Esteller, sino que condiciona el proceso de envejecimiento, el comportamiento y, por supuesto, la salud emocional y mental. "Estamos estudiando la enfermedad de Alzheimer, y hemos encontrado que el patr¨®n epigen¨¦tico [las marcas qu¨ªmicas en el ADN] de un cerebro con esta patolog¨ªa es diferente del de uno sano", explica Esteller. Tambi¨¦n en las cada vez m¨¢s frecuentes enfermedades autoinmunes se han observado cambios epigen¨¦ticos que hacen que algunos genes se expresen, y que, por tanto, se produzca una respuesta inmune contra el propio organismo. Tampoco los trastornos cardiovasculares escapan a esta sutil marca.
Sin embargo, lo m¨¢s importante y trascendente es que todos los cambios epigen¨¦ticos se transmiten a las generaciones futuras. Son ya famosos los experimentos con ratas de Michael Meaney de la McGill University de Montreal (Canad¨¢), en los que se vio que cuando las hijas de madres descuidadas y poco amorosas eran criadas por ratas cari?osas y afectivas, la herencia gen¨¦tica quedaba de lado, y cuando esas hijas se convert¨ªan a su vez en progenitoras, se comportaban como sus madres adoptivas y no como las biol¨®gicas. Dicho de otro modo, la herencia no es ni mucho menos una fatalidad porque es posible cambiarla.
En el caso de los humanos, algunos estudios de poblaciones han encontrado que el tipo de alimentaci¨®n de los abuelos tiene un efecto sobre el riesgo que tienen los nietos de desarrollar diabetes o enfermedades cardiovasculares. De modo que no s¨®lo somos lo que comemos nosotros, sino lo que comieron, lo que respiraron, lo que sintieron?nuestros ancestros. Hasta ahora estas tendencias no ten¨ªan una confirmaci¨®n biol¨®gica, pero "cada vez hay m¨¢s datos que sugieren que la epigen¨¦tica sana se transmite a las generaciones futuras, y la alterada, tambi¨¦n", asegura Esteller. O sea, que aquello de "mi cuerpo es m¨ªo y hago lo que quiero" est¨¢ muy bien, pero hay que tener en cuenta que los descendientes tambi¨¦n van a sufrir los excesos o a beneficiarse de los cuidados. Como ha dicho un conocido genetista del University College London, "todos somos guardianes de nuestro genoma".
De hecho, la epigen¨¦tica, adem¨¢s de su impacto directo en nuestras vidas, remueve los cimientos de la mism¨ªsima teor¨ªa de la evoluci¨®n. Parece que Charles Darwin no ten¨ªa toda la raz¨®n. Por su parte, el despreciado Jean-Baptiste Lamarck, un naturalista franc¨¦s ligeramente anterior a Darwin, que de alguna manera ya hab¨ªa descrito la epigen¨¦tica en el siglo XIX, deber¨ªa obtener finalmente su lugar en el olimpo cient¨ªfico. Para Darwin, los cambios en el ADN que se dan en el proceso evolutivo son fruto del azar, mientras que Lamarck sosten¨ªa que se producen debido a la interacci¨®n con el medio ambiente y a la adaptaci¨®n a ¨¦l. Los seguidores de Darwin despreciaron y casi borraron de la historia de la ciencia la teor¨ªa lamarckiana, hasta que las investigaciones epigen¨¦ticas aparecieron en escena y comenzaron a dar pruebas objetivas de su validez. "Lamarck no deber¨ªa haber sido tan denostado", opina Esteller.
Continuando con la idea de modificar la biolog¨ªa, Bruce Lipton, en el libro mencionado anteriormente, va un paso m¨¢s all¨¢ en las implicaciones de la epigen¨¦tica y la pone en relaci¨®n con el cerebro y el poder de la mente para producir cambios biol¨®gicos. El denominado efecto placebo es el m¨¢s claro de ellos: un alto porcentaje de pacientes se curan porque creen que est¨¢n recibiendo un medicamento cuando lo que est¨¢n tomando es un simple caramelo. El cient¨ªfico estadounidense menciona el caso de una mujer que participaba en un ensayo cl¨ªnico con un antidepresivo y que mejor¨® espectacularmente de una depresi¨®n de a?os. La participante no recib¨ªa el antidepresivo, sino placebo, pero lo destacado del asunto es que las pruebas de imagen mostraban que la actividad de su cerebro hab¨ªa cambiado. La biolog¨ªa respondi¨® a algo tan inmaterial como la sugesti¨®n o el pensamiento. Y para ilustrar que lo contrario tambi¨¦n se cumple, el caso de un hombre que, tras ser diagnosticado de c¨¢ncer de es¨®fago y haber recibido los tratamientos pertinentes, muere tal y como sus m¨¦dicos le hab¨ªan asegurado y vaticinado. Lo curioso del caso es que cuando le practicaron la autopsia no encontraron suficientes signos de c¨¢ncer como para haberle causado la muerte. Uno de los terapeutas que le atendieron dijo en un programa de Discovery Health Channel: "Muri¨® con c¨¢ncer, pero no de c¨¢ncer".
"Uno de los privilegios de ser un humano es que podemos hacer real nuestro pensamiento", explicaba Joe Dispenza, bioqu¨ªmico estadounidense especializado en el funcionamiento de la mente, en una entrevista realizada durante la presentaci¨®n en Espa?a de su libro Desarrolla tu cerebro. La ciencia de cambiar tu mente. "De igual modo, el cerebro cambia como resultado del pensamiento", a?ad¨ªa.
Lo que propone Dispenza para utilizar la mente en nuestro beneficio, tanto f¨ªsico como ps¨ªquico, tiene mucho que ver con lo que hicieron los individuos con tumores de pr¨®stata: cambiar el estilo de vida. "Si pensamos siempre de la misma manera y nos comportamos de la misma manera, el cerebro no cambia. Lo que tenemos que hacer es forzar al cerebro a activarse de forma diferente". La idea biol¨®gica que subyace a esta afirmaci¨®n es que es necesario romper los h¨¢bitos, proponerse actuar, pensar e incluso sentir de una manera distinta a la habitual. De este modo se estimula la creaci¨®n de nuevas conexiones neuronales a la vez que se debilitan las que nos mantienen en el mismo c¨ªrculo de repeticiones. En una ocasi¨®n, un neurocient¨ªfico de la Universidad de California en San Francisco, Michael Merzenich, explic¨® que en cada momento elegimos c¨®mo va a funcionar nuestra hiperflexible mente y as¨ª elegimos qui¨¦n seremos en el momento siguiente. Efectivamente, la clave de esta posibilidad para modelar el cerebro est¨¢ en su enorme elasticidad. La misma que nos permite aprender sin cesar y que tambi¨¦n reorganiza todo cuando una de las ¨¢reas no funciona para que otras asuman al menos una parte de su trabajo.
Existe un cada vez m¨¢s nutrido grupo de investigadores que estudian los aspectos m¨¢s misteriosos del cerebro, como la conciencia, los l¨ªmites de la mente y esa capacidad para cambiarse a s¨ª mismo que tiene efectos sobre la biolog¨ªa. Ah¨ª entran los numerosos experimentos que se han realizado en torno a la meditaci¨®n, las terapias conductistas y la visualizaci¨®n, entre otras. Sin embargo, siguen siendo cuestiones controvertidas, y muchos neurocient¨ªficos prefieren no entrar en ellas por considerar que no son materia de ciencia. Se ha dicho muchas veces que ¨¦ste es el siglo del cerebro, de modo que es de esperar que, al igual que la epigen¨¦tica ha aparecido para cubrir las lagunas que dejaba la gen¨¦tica, surja una epineurolog¨ªa (epi, prefijo griego que significa sobre o por encima).
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