?El fin del neoliberalismo?
El mundo no ha sido amable con el neoliberalismo, esa caja de sorpresas de las ideas que se basa en la noci¨®n fundamentalista de que los mercados se corrigen a s¨ª mismos, asignan los recursos con eficiencia y sirven bien al inter¨¦s p¨²blico. Este fundamentalismo del mercado estuvo detr¨¢s del thatcherismo, la reaganom¨ªa y el denominado "consenso de Washington", todos ellos a favor de la privatizaci¨®n, de la liberalizaci¨®n y de los bancos centrales independientes y preocupados exclusivamente por la inflaci¨®n.
Durante un cuarto de siglo, los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo han estado en pugna, y est¨¢ claro qui¨¦nes son los perdedores: aquellos que siguieron pol¨ªticas neoliberales no s¨®lo han perdido la loter¨ªa del crecimiento, sino que cuando esos pa¨ªses crec¨ªan, los beneficios iban a parar desproporcionadamente a las clases m¨¢s altas.
El fundamentalismo del mercado sirve a ciertos intereses y la teor¨ªa econ¨®mica no lo respalda
Aunque los neoliberales no quieren admitirlo, su ideolog¨ªa tambi¨¦n ha fracasado en otra prueba. Nadie puede afirmar que los mercados financieros hicieran un trabajo estelar en la asignaci¨®n de recursos a finales de la d¨¦cada de 1990, cuando un 97% de las inversiones en fibra ¨®ptica necesitaron a?os para ver la luz. Pero al menos ese error tuvo una ventaja inesperada: con la bajada de los costes de la comunicaci¨®n, India y China se integraron m¨¢s en la econom¨ªa mundial.
Pero es dif¨ªcil ver muchas ventajas en la enorme e inadecuada asignaci¨®n de recursos al sector de la vivienda. Las casas construidas recientemente para familias que no pod¨ªan pagarlas se est¨¢n deteriorando a medida que millones de estas familias se ven obligadas a dejar su hogar y s¨®lo quedan en pie las fachadas. En algunas comunidades el Gobierno ha tomado por fin cartas en el asunto y est¨¢ retirando los restos. En otras, la destrucci¨®n se extiende. De modo que incluso aquellos que han sido ciudadanos modelo, endeud¨¢ndose con prudencia y manteniendo sus casas, descubren ahora que los mercados han hecho que disminuya el valor de su vivienda m¨¢s all¨¢ de las peores pesadillas.
Ciertamente, este exceso de inversi¨®n en el sector inmobiliario tuvo sus beneficios a corto plazo: algunos estadounidenses disfrutaron, aunque s¨®lo fuera durante unos meses, de los placeres de ser propietarios y de vivir en una casa m¨¢s grande de lo que pod¨ªan permitirse. ?Pero a qu¨¦ precio para s¨ª mismos y para la econom¨ªa mundial! Millones perder¨¢n los ahorros de su vida con la casa. Y las ejecuciones de hipotecas de viviendas han precipitado una recesi¨®n mundial. Cada vez se coincide m¨¢s en el pron¨®stico: esta crisis ser¨¢ prolongada y extensa.
Y los mercados tampoco nos prepararon bien para el encarecimiento del petr¨®leo y los alimentos. Por supuesto, ninguno de los sectores es un ejemplo de econom¨ªa de libre mercado, pero ¨¦se es en parte el argumento: la ret¨®rica del libre mercado se usa selectivamente; se asume cuando sirve a intereses especiales y se descarta cuando no es as¨ª.
Quiz¨¢ una de las pocas virtudes del Gobierno de George W. Bush es que el desfase entre ret¨®rica y realidad es menor que con Ronald Reagan. A pesar de toda su ret¨®rica de libre mercado, Reagan impuso restricciones comerciales a mansalva, incluidas las famosas restricciones de exportaci¨®n "voluntarias" a los autom¨®viles.
Las pol¨ªticas de Bush han sido peores, pero el grado en que ha servido abiertamente al complejo industrial y militar estadounidense ha sido m¨¢s meridiano. La ¨²nica vez que el Gobierno de Bush se volvi¨® ecol¨®gico fue cuando empez¨® a subvencionar el etanol, cuyas ventajas para el medio ambiente son dudosas. Las distorsiones del mercado de la energ¨ªa (en especial a trav¨¦s del sistema tributario) contin¨²an, y si Bush hubiera podido salirse con la suya, las cosas estar¨ªan peor.
Esta mezcla de ret¨®rica de libre mercado e intervenci¨®n estatal ha funcionado especialmente mal para los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. Se les dijo que dejasen de intervenir en la agricultura, con lo cual sus agricultores quedaron expuestos a una devastadora competencia por parte de Estados Unidos y Europa. Sus agricultores habr¨ªan podido competir con los estadounidenses y los europeos, pero no con las subvenciones estadounidenses y europeas. No es de extra?ar que las inversiones en agricultura en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo desaparecieran y que el desfase alimentario se agravara.
Los que prodigaron este mal consejo no tienen que preocuparse de mantener un seguro contra demandas por negligencia. Los costes los soportar¨¢n los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo, en especial los pobres. Este a?o veremos un gran aumento de la pobreza, sobre todo si la medimos correctamente.
Dicho de manera m¨¢s sencilla, en un mundo de abundancia, millones de personas en los pa¨ªses en desarrollo siguen sin poder pagar las necesidades nutricionales b¨¢sicas. En muchos pa¨ªses, la subida de precios de los alimentos y la energ¨ªa tendr¨¢ consecuencias especialmente devastadoras para los pobres, porque estos art¨ªculos constituyen una parte m¨¢s elevada de sus gastos.
El enfado en todo el mundo es palpable. Los especuladores son blanco de buena parte de esa ira, lo cual no es sorprendente. Los especuladores sostienen que no son la causa del problema, sino que simplemente se dedican al "descubrimiento de precios", o en otras palabras, est¨¢n descubriendo -un poco tarde para hacer mucho respecto al problema este a?o- que hay escasez.
Pero ¨¦sa es una respuesta poco honrada. Las expectativas de subida y volatilidad de los precios animan a cientos de millones de agricultores a tomar precauciones. Puede que ganen m¨¢s dinero si guardan un poco de su grano hoy para venderlo m¨¢s tarde; y si no lo hacen, no podr¨¢n pagarlo si la cosecha del a?o siguiente es menor de lo esperado. Un poco de grano sacado del mercado por cientos de millones de agricultores de todo el mundo se convierte en mucho.
Los defensores del fundamentalismo del mercado quieren achacar la culpa no a los fallos del mercado sino a los fallos del Gobierno. Cuentan que un alto cargo chino dec¨ªa que el problema era que el Gobierno estadounidense deber¨ªa haber hecho m¨¢s por ayudar a los estadounidenses de rentas bajas con sus viviendas. Estoy de acuerdo. Pero eso no cambia los hechos: los bancos estadounidenses gestionaron mal el riesgo en una escala monumental, y esto tuvo repercusiones mundiales, mientras que los que dirigen estas instituciones se han ido con miles de millones de d¨®lares como compensaci¨®n.
Actualmente percibimos un desajuste entre los beneficios sociales y los privados. Pero a menos que est¨¦n escrupulosamente alineados, el sistema de mercado no podr¨¢ funcionar bien.
El fundamentalismo de mercado neoliberal siempre ha sido una doctrina pol¨ªtica que sirve a determinados intereses. Nunca ha estado respaldado por la teor¨ªa econ¨®mica. Y, como deber¨ªa haber quedado claro, tampoco est¨¢ respaldado por la experiencia hist¨®rica. Aprender esta lecci¨®n tal vez sea un rayo de luz en medio de la nube que ahora se cierne sobre la econom¨ªa mundial.
Joseph E. Stiglitz es catedr¨¢tico de la Universidad de Columbia y recibi¨® el Premio Nobel de Econom¨ªa en 2001. Su ¨²ltimo libro, escrito con Linda Bilmes, es La guerra de los tres billones de d¨®lares. Project Syndicate, 2008.
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