Un tumulto de ahogados
entro de poco el sol aplanar¨ªa el perfil de las rocas en la cala, pero por ahora la peque?a media luna de arena a¨²n estaba en sombra. ?ste era el momento preferido de Tom¨¢s, le encantaba llegar a la playa temprano, bajar los primeros por los escalones tallados en la pared de piedra, disfrutar de la soledad y del frescor h¨²medo y oscuro; pero para eso ten¨ªa que conseguir que Elena se levantara a tiempo, ten¨ªa que convencerla y movilizarla y llevarla a remolque con toda su renuencia y su mal humor. Aqu¨ª estaba ahora, a su lado, con la boquita picuda y apretada. Tener que pasar las veinticuatro horas del d¨ªa viendo el r¨ªspido paisaje de esos morros amargos era un aut¨¦ntico fastidio. En la vida normal, con sus entradas y salidas y el trabajo de ambos, las cosas funcionaban mejor; pero en las vacaciones siempre terminaban discutiendo. Llevaban siete a?os casados y Tom¨¢s segu¨ªa dispuesto a acompa?ar a su mujer en la pobreza y en la enfermedad, pero lo que ya no soportaba era tener que acompa?arla en el veraneo. Y todav¨ªa les quedaba por delante toda una semana de ese aburrimiento. Tom¨¢s resopl¨® y termin¨® de extender la toalla. Elena ya estaba sentada en la suya, en bikini, frot¨¢ndose los brazos ostentosamente.
LA MUJER SEGU?A ARENG?NDOLES, SEGU?A IMPLORANDO MIENTRAS NADABA. A?N PEOR SI ERA CIERTO. SER?A PEOR ENCONTRAR A DOS HOMBRES QUE SE ESTABAN MATANDO A CUCHILLADAS
-Hace fr¨ªo. No s¨¦ por qu¨¦ hay que venir tan pronto.
Tom¨¢s mir¨® el mar, luminoso y pl¨¢cido.
-No seas tan gru?ona, Elena, por Dios. El sol nos alcanzar¨¢ enseguida y luego nos coceremos. Y mira, hay gente que incluso viene antes.
Por la derecha de la cala hab¨ªa aparecido la cabeza oscura de un nadador. Estaba bordeando el saliente rocoso que les separaba de la playa contigua. La costa era una sucesi¨®n de peque?as y primorosas ensenadas, pero la ¨²nica que dispon¨ªa de un acceso practicable era ¨¦sta en la que estaban. Para llegar a las otras caletas hab¨ªa que tener barco, o bien ir a nado: al parecer hab¨ªa poca distancia y era f¨¢cil hacerlo. La cabeza negra se segu¨ªa acercando. Sub¨ªa y bajaba, mecida por el poderoso lomo del agua. Tom¨¢s se quit¨® la camisa y los vaqueros y sinti¨® que la brisa h¨²meda le erizaba la piel con un escalofr¨ªo delicioso. El mar era un estallido de luz, un chisporroteo deslumbrante; la ma?ana estaba tan hermosa que incluso se le pod¨ªa perdonar la intrusi¨®n al intempestivo nadador. Que en realidad era una nadadora, ahora lo ve¨ªa. Una mujer que empezaba a hacer pie y chapoteaba y daba saltitos. Y que saludaba. Levantaba la mano y gritaba algo que el bufido de las olas se com¨ªa. Qu¨¦ raro, pens¨® Tom¨¢s mientras colocaba con milim¨¦trica man¨ªa su camisa bien doblada, las zapatillas, el reloj, los vaqueros. La nadadora sal¨ªa a trompicones del agua y corr¨ªa hacia ellos. Parec¨ªa tener mucha prisa. A Tom¨¢s se le apret¨® el est¨®mago. Un instante despu¨¦s entendi¨® lo que la mujer estaba gritando:
-?Socorro! ?Por favor, ayuda!
-?Jo...der! ?Qu¨¦ pasa? -farfull¨® Elena.
Se levantaron de un salto y la intrusa casi choc¨® con ellos. Ten¨ªa unos cuarenta a?os y el rostro retorcido por la angustia.
-?Por favor, por favor, ten¨¦is que ayudarme, mi marido y su hermano se est¨¢n matando a cuchilladas, por favor ayudadme, se van a matar, por favor!
Chillaba y lloraba y jadeaba, sin aliento, y daba media vuelta como para regresar al mar y luego cambiaba de idea y segu¨ªa gritando:
-?Por favor, ten¨¦is que venir conmigo, hay que separarlos, ayudadme!
Estoy desnudo y descalzo, pens¨® Tom¨¢s de modo incongruente. Mir¨® alrededor y la cala sombr¨ªa y desierta le pareci¨® un pozo, una trampa fatal de elevadas paredes. Mir¨® alrededor y el aire oscuro se cuaj¨® como una melaza irrespirable. La mujer hab¨ªa hecho trizas la realidad con sus chillidos y lo impregnaba todo de caos y de violencia. Sinti¨® en la nuca el golpe fr¨ªo del miedo. Pero ¨¦l era un hombre y ella una mujer necesitada de ayuda, ¨¦l ten¨ªa un papel que cumplir, deb¨ªa estar a la altura.
-S¨ª, bueno, vamos -balbuci¨®, aunque sin moverse, mientras la adrenalina rug¨ªa en sus venas.
-Espera, no, mejor buscamos a alguien -dijo Elena.
-?Por favor! Llegaremos tarde, por lo que m¨¢s quer¨¢is, ten¨¦is que ayudarme...
La mujer los agarraba del brazo, de la mano, los empujaba hacia el mar. Llevaba un bonito traje de ba?o negro y en circunstancias normales deb¨ªa de ser guapa. Pero no hab¨ªa nada normal en esa situaci¨®n de pesadilla. Tom¨¢s achin¨® los ojos, deslumbrado por el resol, y not¨® en los pies el cosquilleo de una ola.
-?Vamos, vamos, por favor, deprisa! -gimi¨® la desconocida meti¨¦ndose en el agua.
Aturdido, entr¨® detr¨¢s de ella. Advirti¨® que Elena tambi¨¦n les segu¨ªa y eso le produjo un extra?o alivio. Pero a medida que el fr¨ªo abrazo del agua le iba subiendo por los muslos y luego por el est¨®mago y despu¨¦s por el pecho, la inquietud de Tom¨¢s fue en aumento. ?Y si era una trampa? ?Y si quer¨ªan atraerlos a una ensenada a¨²n m¨¢s apartada para hacerles algo malo?
-?Vamos! ?Por favor!
La mujer segu¨ªa areng¨¢ndoles, segu¨ªa implorando mientras nadaba. Y a¨²n peor si era cierto. A¨²n ser¨ªa peor encontrar a dos hombres que se estaban matando a cuchilladas. Tom¨¢s sinti¨® que el miedo volv¨ªa a apretarle la nuca. Ya llevaba un buen trecho sin hacer pie, y el pellizco de angustia desequilibr¨® su brazada y le hizo tragar agua. Se detuvo y flot¨® mientras tos¨ªa. La sal escoc¨ªa sobre sus labios y el sol se le met¨ªa en los ojos. La distancia con la mujer aumentaba; de cuando en cuando la desconocida se volv¨ªa y les hac¨ªa fren¨¦ticos gestos con la mano para que avanzaran. Con la l¨ªnea del agua bailando en su barbilla, Tom¨¢s mir¨® alrededor buscando a Elena. Su mujer hab¨ªa dado media vuelta y regresaba nadando hacia la playa. Vamos a abandonarla, comprendi¨® Tom¨¢s con cierto malestar. Lejos, justo a la altura del saliente rocoso que les separaba de la playa contigua, la cabeza de la mujer sub¨ªa y bajaba con los latidos del mar. Todav¨ªa levant¨® una vez m¨¢s la mano y la agit¨® en el aire para llamarles. Un vaiv¨¦n desolado. Instantes despu¨¦s desapareci¨® detr¨¢s de las pe?as.
Tom¨¢s nad¨® todo lo deprisa que pudo hacia la cala: de pronto el mar le parec¨ªa una enormidad ca¨®tica y hostil, un tumulto de ahogados. Lleg¨® a la orilla sin aliento y se dej¨® caer al lado de Elena. Permanecieron alg¨²n tiempo as¨ª, tumbados boca arriba, sin hablar. Entonces oyeron unas voces y Tom¨¢s se incorpor¨® sobre los codos: por la senda tallada en la pared rocosa bajaba la familia del parasol a rayas, la m¨¢s insoportable de todas cuantas frecuentaban esa playa, con sus tres ni?os chillones repugnantes, su radio atronadora, sus grasientos comistrajos que ensuciaban la arena. El sol iluminaba ya la caleta y el agua era una l¨¢mina quieta azul brillante. Tom¨¢s estir¨® bien los picos de su toalla y reorden¨® con fastidiosa precisi¨®n sus pertenencias: las zapatillas alineadas con la bolsa, la camiseta y el vaquero encima, el reloj a la derecha, equidistante. Todav¨ªa una tediosa semana m¨¢s hasta marcharnos, pens¨®, suspirando.
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