Karadzic, ?un criminal diferente?
Reconozc¨¢moslo, Radovan Karadzic es diferente. Para empezar, tiene un aspecto distinto a todos ellos, los fornidos y grasientos pol¨ªticos de los Balcanes, los generales rechonchos y sin afeitar, los delincuentes comunes de ojos astutos, los taxistas convertidos en polic¨ªas secretos. Karadzic es un hombre alto y robusto, de barbilla en¨¦rgica y ojos grandes. Su cabello canoso, largo y alborotado, le hace parecer m¨¢s una estrella de rock que un pol¨ªtico. Es f¨¢cil imaginarlo en el escenario con un micr¨®fono en la mano, cosa que hac¨ªa con frecuencia, aunque no como estrella de rock. Posee carisma y un estilo personal.
La historia de su vida -un individuo nacido en una peque?a aldea de Montenegro que lleg¨® a Sarajevo, a la universidad, a la fama como poeta y, por ¨²ltimo, a la presidencia de la Rep¨²blica Serbia, por no hablar de su fama mundial como uno de los criminales de guerra m¨¢s buscados- es seguramente material para una pel¨ªcula. Una combinaci¨®n del personaje tradicional del hajduk (ladr¨®n) y el guslar, el poeta que recita poes¨ªa ¨¦pica mientras se acompa?a con un instrumento de cuerda: ?existe alguna otra figura tan interesante como ¨¦l entre las que solemos ver a diario en nuestros televisores? Karadzic es una especie de Doctor Poeta y M¨ªster Criminal. Porque no hay duda de que es un criminal de guerra, y lleg¨® a serlo por pura vanidad. Todos sus logros no le bastaban, quer¨ªa el poder. La vanidad en s¨ª no es un crimen, siempre que no le empuje a uno a una posici¨®n en la que pueda ordenar -y lo haga- el exterminio de casi 8.000 hombres musulmanes en Srebrenica en 1995, por no mencionar m¨¢s que una cosa.
Su juicio por genocidio contribuir¨¢ a saber la verdad sobre la guerra
Su captura obligar¨¢ a los serbios a reconocer lo que ocurri¨® en la guerra
Todos estos a?os, cada vez que pensaba en Radovan Karadzic, no pod¨ªa quitarme una imagen de la cabeza. Pertenece a un documental rodado durante el sitio de Sarajevo: estamos en Pale, una colina sobre Sarajevo desde la que el Ej¨¦rcito de la Rep¨²blica Serbia bombardeaba la ciudad. Karadzic llega con un invitado, el poeta ruso Edvard Limonov. La Sarajevo sitiada se extiende a sus pies, en el valle, y se puede ver con claridad cada edificio, cada calle, cada ¨¢rbol. Una posici¨®n ideal para disparar, podr¨ªa decirse. Vestido con un abrigo negro, con un echarpe sobre el cuello porque es invierno, ofrece a su invitado y colega poeta, cort¨¦smente y con una sonrisa, un "regalo especial" digno de un rey, de alguien que manda sobre la vida y la muerte. Ofrece a Limonov que intente disparar con una ametralladora dirigida contra la ciudad. Porque s¨ª, como diversi¨®n. Prueba, le dice con chuler¨ªa, como si estuviera ret¨¢ndole. Como en las pel¨ªculas, cuando un rey ofrece su arma a su invitado para que dispare contra los animales salvajes. Salvo que en una ciudad sitiada viven personas, no animales.
Limonov acepta el reto, se arrodilla detr¨¢s de una ametralladora y dispara. Todo el mundo est¨¢ encantado, este hombre es uno de ellos, exactamente co
mo ellos. A pesar de ser poeta, no es un blandengue. Como su propio poeta serbio, ha demostrado que es un hombre de verdad. Como si en los Balcanes ser poeta, o ser psiquiatra, o intelectual, no contase para nada. Despu¨¦s, los dos beben sljivovica con los soldados y comen cerdo asado, sin preguntarse ni por un instante si Limonov ha alcanzado a alguien o no.
Pero yo, despu¨¦s de ver el documental, s¨ª me pregunt¨¦ si Limonov hab¨ªa matado o herido a alguien. ?C¨®mo era posible que intelectuales y poetas y psiquiatras como Karadzic hicieran algo as¨ª? Me cost¨® tiempo comprender que ¨¦sa es una pregunta equivocada. Es una pregunta equivocada porque da por sentado que unos individuos que se supone que son m¨¢s listos -los m¨¢s cultos, los sofisticados, artistas, ?por Dios!- tienen unos criterios morales m¨¢s elevados que los dem¨¢s, la gente corriente. Y, sin embargo, vemos todo el tiempo que, en cuesti¨®n de ¨¦tica y moral, no son diferentes que nosotros.
Lo he visto cuando trabajaba en mis libros sobre criminales de guerra sometidos a juicio en La Haya. "No har¨ªan da?o ni a una mosca". Los criminales de guerra proceden de todos los estratos sociales. Son profesores, escritores o mec¨¢nicos, camareros, empleados de banca o campesinos.
Existe la tentaci¨®n de llamar a los criminales de guerra como Radovan Karadzic, Ratko Mladic y Slobodan Milosevic "monstruos" porque es la forma m¨¢s f¨¢cil de no tener presente la terrible idea de que tambi¨¦n nosotros ser¨ªamos capaces de cometer u ordenar atrocidades. Pero no hay monstruos. Nosotros, la gente corriente, nos hacemos esas cosas unos a otros, seamos poetas o carteros. Los seres humanos tienen la capacidad de hacer tanto el bien como el mal. Ahora bien, tambi¨¦n tienen la facultad de elegir. Radovan Karadzic escogi¨® el poder y tener poder en tiempo de guerra pod¨ªa costarle un precio muy alto, que ahora tendr¨¢ que pagar.
En los fragmentos de v¨ªdeo que emiti¨® la BBC para acompa?ar la noticia de la detenci¨®n de Karadzic volv¨ª a ver los rostros de Franjo Tudjman, Alia Izetbegovic, Slobodan Milosevic, Zeljko Raznatovic-Arkan... Hoy todos est¨¢n muertos, y parece que fue ayer cuando decid¨ªan nuestro destino. La generaci¨®n joven en Serbia, los chicos nacidos, por ejemplo, a partir de 1990, quiz¨¢ ni saben qui¨¦nes eran esos se?ores de la guerra. Con la detenci¨®n de Karadzic, tienen la oportunidad de aprender esa parte de su historia. Uno de los aspectos m¨¢s problem¨¢ticos de los 13 a?os transcurridos desde los acuerdos de Dayton es que Serbia (junto con Croacia, Bosnia y Kosovo) fue el pa¨ªs que menos afront¨® su papel en las guerras de los Balcanes. Los serbios viven sin reconocer lo que pas¨®. Aseguran que no fueron m¨¢s que v¨ªctimas. Es verdad que fueron v¨ªctimas de la pol¨ªtica de nacionalismo y guerra de Milosevic y del bombardeo de Estados Unidos en 1999. Pero eso no les absuelve de haber elegido tres veces al propio Milosevic, ni de haber vitoreado a los carros de combate serbios, ni de haber apoyado al partido fascista de Seselj, ni de haber dado la espalda a Europa y el mundo.
La captura de Karadzic es para ellos una oportunidad de comenzar una nueva p¨¢gina (aunque no en blanco). Habr¨¢ euforia en el extranjero y llamar¨¢n valiente al nuevo Gobierno de Serbia, pero los ciudadanos serbios deben ver que se trata tambi¨¦n de una oportunidad para ellos. Los pol¨ªticos importantes murieron hace mucho, hay varios criminales de guerra detenidos, y ahora son las personas las que deben examinar su propia vida y su aportaci¨®n a la pol¨ªtica de los ¨²ltimos 20 a?os.
Tal vez la principal consecuencia de esta detenci¨®n tard¨ªa sea otra: el juicio de Karadzic contribuir¨¢ a saber la verdad sobre las guerras. Independientemente de las controversias pol¨ªticas sobre el Tribunal Penal Internacional de La Haya, en cada juicio sale a la luz parte de la verdad. Y lo que m¨¢s necesita la gente de Belgrado, Zagreb, Sarajevo y Pr¨ªstina es la verdad. Sabemos que sin verdad no hay justicia. Pero, en el caso de estas guerras, sin la justicia no hay verdad.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Slavenka Drakulic es escritora croata y autora de No matar¨ªan ni una mosca.
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