Carlos Sastre, el hombre de la tercera semana
El ciclista acaba en los diez primeros kil¨®metros de la contrarreloj con las esperanzas de Cadel Evans y se asegura llegar hoy a Par¨ªs vestido de amarillo
"Nadie es lo que parece", suelta El Potro, que se siente fil¨®sofo cuando est¨¢ de lig¨®n. "Por ejemplo, si escarbas debajo de mi capa superficial de dureza, descubrir¨¢s una persona sensible". Y Juan Antonio Flecha, que comparte esa noche el ¨¢nimo introspectivo, apoya a su masajista e ilustra su discurso contando lo bromista que es Carlos Sastre. "Ah¨ª le tienes, cont¨¢ndome que se va a comprar un Aston Martin amarillo para celebrar el Tour y que, en un gui?o a Bahamontes, lo va a decorar con un ¨¢guila con las alas extendidas y que lo va a reproducir en su maillot amarillo", se r¨ªe Flecha, sorprendido por la capacidad humor¨ªstica del chico m¨¢s serio de El Barraco, que ironiza con Ricc¨°, mito fugaz ca¨ªdo en desgracia que hab¨ªa prometido comprarse un Ferrari rosa si ganaba el Giro.
Evans se atranca con su desarrollo, un 55 inamovible en los repechos
Doce minutos m¨¢s tarde parte Sastre. Ligero de pedalada. Seguro. Libre
Habr¨¢ que estar de acuerdo, pues, con el bruto del Potro. Cada persona es un mundo y no conocemos nada hasta que lo tenemos en nuestras narices. Pero no s¨®lo porque Sastre sea, contra pron¨®stico, un humorista, sino porque, como mostr¨® ayer para ganar el Tour, escarbando debajo de ese cuerpecillo de escalador, de ese aire de pajarillo desvalido y desplumado de los corredores cuando se bajan de la bici, se puede descubrir una capacidad de rodar deprisa y durante mucho tiempo, m¨¢s de una hora, en un terreno, una cinta de asfalto recta en ligera pendiente, toboganes y cuestas, que, si a Indurain le provocar¨ªa orgasmos, para gente de 60 kilos y piernas ¨¢giles s¨®lo puede ser el camino de la pesadilla. Pero ayer quien corri¨® fue Sastre, el escalador que gan¨® el Tour al octavo intento, y quien descendi¨® a los infiernos, una vez m¨¢s, fue Cadel Evans, capaz de dormir todo el a?o con una cabra y quedarse luego clavado en la primera cuesta, v¨ªctima de su ansiedad, esa angustia que quer¨ªa transmitir a quien sali¨® el ¨²ltimo, armado de un maillot amarillo, de un plato ovalado -un secreto con el que trabaja desde octubre, un objeto con el que mueve las ruedas con dos desarrollos a la vez, una especie de 51 y 57 combinados en un aparejo de 54 dientes- y de una confianza tan infinita como la tristeza de sus ojos.
Un cr¨ªtico de cine hablar¨ªa de un western crepuscular, de un duelo a muerte entre dos viejos vaqueros que hab¨ªan luchado toda su vida para encontrarse en ese momento, en ese lugar, en esas circunstancias. Una rampa clavada en el centro de Francia, rodeada de bosques de robles bajo un cielo gris plomizo, 53 kil¨®metros, un cron¨®metro. Sastre, 33 a?os, octavo Tour, 94 segundos a su favor, pocos seg¨²n los que conocen s¨®lo su superficie, los que olvidan que es el hombre de la tercera semana; que, mientras el estr¨¦s, la dureza, el paso agotador de los d¨ªas, minan sin compasi¨®n a los dem¨¢s, a ¨¦l le respetan, pasan a su lado sin tocarle y hasta parece que cada d¨ªa aumenta su fuerza, su dureza. Evans, 31 a?os, cuarto Tour, s¨®lo 94 segundos en contra, pocos seg¨²n los que conocen s¨®lo su superficie, las gentes de su equipo, que han trabajado todo el Tour para limitar las p¨¦rdidas en la monta?a, todas concentradas en los 13,8 kil¨®metros de Alpe d'Huez; pocos seg¨²n medio mundo, seg¨²n los expertos que subrayaban c¨®mo no hab¨ªa gastado un gramo de m¨¢s, que hab¨ªa viajado c¨®modamente tumbado en un sill¨®n arrastrado por las m¨¢quinas del CSC, que olvidaban que Evans tiene motor, pero que no sabe transmitir todos sus caballos a los pedales, que su postura de contrarrelojista es antiaerodin¨¢mica, que la m¨¢s m¨ªnima presi¨®n le convierte en un manojo de nervios.
Repanchingado en el asiento trasero del coche guiado por Riis, a las 12, tras haber conocido un recorrido que a otros les quitar¨ªa el hipo, Sastre saluda tranquilo y sonriente a los que reconoce en su camino. La calma del que se sabe tranquilo, la frialdad del ejecutor minutos antes de su faena. A Evans no se le ve. Su equipo ha alquilado una casa cerca de la salida y all¨ª se recluye, all¨ª calienta sobre los rodillos, protegido de nadie por un guardaespaldas de mirada dura. Y, cuando parte, Evans, los movimientos bien estudiados, medidas las grandes bocanadas de aire para dar ritmo a la respiraci¨®n, contados los segundos con los cuernos de la cabra entre las manos antes de lanzarse en plongeon sobre el manillar de triatleta, s¨²bitamente se queda clavado, se atranca con su tremendo desarrollo, un 55 inamovible en los repechos. Doce minutos m¨¢s tarde parte Sastre. Ligero de pedalada. Seguro. Libre. A los 10 kil¨®metros le dicen que no pierde ni 5 segundos. Ya sabe que ha ganado el Tour salvo terremoto. A los 18 sabe que s¨®lo pierde 8; a los 36, pasado el ecuador de la prueba, s¨®lo 23 y tres menos 12 m¨¢s tarde. El Tour est¨¢ sellado, tan confirmado que decide levantar el pie en el ¨²ltimo kil¨®metro y alargarlo lo m¨¢ximo para disfrutar del momento ¨²nico deseando que no termine nunca. Y, cuando termina, cuando s¨®lo quedan unos metros, Sastre, el hombre de la tercera semana, suelta la mano derecha, se santigua y se?ala con el dedo al cielo. Va por ti, Chava.
A los 33 a?os, tres meses y cuatro d¨ªas, Sastre es el espa?ol m¨¢s viejo de los siete que han ganado el Tour -Bahamontes, Oca?a, Delgado, Indurain, Pereiro y Contador antes que ¨¦l- y el cuarto m¨¢s viejo ganador de la posguerra, tras Bartali, Armstrong y Zoetemelk.
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