Un asturiano reina en la Gran Muralla
Samuel S¨¢nchez consigue la primera medalla de oro para Espa?a al rematar espectacularmente un gran trabajo de equipo
Y all¨ª, al pie de la Gran Muralla, de sus milenarios escalones de piedra tallada, en la calima, entre el ruido de abrazos, suspiros, l¨¢grimas, estruendosas, verbeneras y taurinas, alegres, las notas inconfundibles del Espa?a ca?¨ª atronaron el ambiente. Las docenas de espectadores chinos que llenaban el tablado, un pa?uelo de tela en la mano contra la mejilla envolviendo cubitos de hielo para combatir el calor, agobiante, y la humedad (90%), asfixiante, miraban atolondrados sin saber qu¨¦ pensar, sin saber qu¨¦ pasaba. Y en el centro de la escena, en la cinta de asfalto que serpentea entre monta?as y piedras, un ciclista at¨®nito. Las manos en la cabeza, Samuel S¨¢nchez mira al mundo alucinado, como pregunt¨¢ndose ?qu¨¦ he hecho?
"S¨®lo cuando vi la medalla de oro colgando de mi cuello empec¨¦ a darme cuenta", contar¨ªa luego el ciclista asturiano, uno m¨¢s para el santoral del ciclismo espa?ol. Pero ni siquiera entonces era muy consciente de lo que significaba ser el primer deportista espa?ol campe¨®n ol¨ªmpico en los Juegos que deben ser los Juegos de oro, el primer ciclista espa?ol campe¨®n ol¨ªmpico de fondo en carretera, el rematador a gol del trabajo y el sacrificio de cuatro campeones m¨¢s -de dos ganadores de Tour, Carlos Sastre y Alberto Contador; de un triple campe¨®n del mundo, ?scar Freire; de Alejandro Valverde, a quien llaman el imbatido- dirigidos desde el coche por Paco Antequera. Lo que significaba hallar la redenci¨®n despu¨¦s de dos Mundiales, el de Salzburgo, en que acab¨® cuarto, y el de Stuttgart, en los que tambi¨¦n estuvo ah¨ª en los momentos decisivos, en los que dud¨®: "S¨ª, ya, s¨¦. Me ha dicho Sastre que tardar¨¦ en aterrizar".
Eso lo dijo despu¨¦s de las l¨¢grimas en el podio, acompasadas por el m¨¢s solemne himno nacional, la mirada furtiva al cielo, acord¨¢ndose de su madre muerta, de su abuela, que le cuid¨® despu¨¦s, el guaje de Oviedo que quer¨ªa ser ciclista y que se iba a Bilbao a intentarlo. Pero tambi¨¦n entonces lo que le ped¨ªa el cuerpo era seguir en su mundo, regresar a su momento, recordar los ¨²ltimos 250 metros, el esprint feroz y desesperado que cerr¨® una carrera de 245 kil¨®metros. El recuerdo de un orgasmo: "Baj¨¦ pi?ones, tracatracatraca, sin atascarme, cerr¨¦ los ojos, respir¨¦ hondo, a muerte y a por todas". Pegado a la valla, avanza y desborda. Rebellin, en el centro, cede; Cancellara, inmenso, no termina de remontar; los dem¨¢s, los otros tres que completaban la media docena de corredores que se jugaron la victoria, Kolobnev, Andy Schleck, Rogers, ya no exist¨ªan.
"Hemos jugado al despiste", resumi¨® Valverde, consciente de que, si Samuel no hubiera pedaleado al final con la fe de un carbonero, ¨¦l habr¨ªa sido el gran derrotado. Pero Valverde no estaba en la ¨²ltima selecci¨®n de una carrera que se corri¨® al ritmo marcado por Sastre, al contrabajo, al frente del quinteto de cuerda espa?ol. Los italianos, la pareja de baile, siempre entraron con el pie cambiado. Les fue mal el primer movimiento, el de la fuga en la autopista, cuando las monta?as eran s¨®lo una presencia adivinada tras la niebla del fondo. En la escapada de 24 entr¨® un italiano, Bruseghin, y un espa?ol tambi¨¦n, Sastre, quien se encargaba de reavivar la llama cuando aquello se pon¨ªa mortecino. Y como estaba el peligroso Kirchen, y como Sastre no dejaba que decayera una ventaja de cinco minutos, finalmente, Italia cedi¨®, entr¨® al juego, mand¨® tirar a los suyos desde el pelot¨®n. Terminada la fuga, el segundo movimiento fue un mon¨®logo. Los cuatro espa?oles -Freire, con problemas estomacales ya se hab¨ªa retirado-, encabezados por Sastre y Contador, espl¨¦ndidos en el papel de mulas laboriosas -Sastre parec¨ªa a la vez Voigt y Cancellara, aquellos dos colosos del CSC que tan bien le trabajaron en el Tour-, pusieron al pelot¨®n en fila en la pen¨²ltima vuelta. "Endurecimos un poco la cosa. Les hicimos sufrir", dijo el abulense. Y as¨ª, sufriendo, entraron en la ¨²ltima vuelta, el ¨²ltimo movimiento, enga?o y triunfo. Entraron con Bettini, el solista italiano, acelerando ya en la l¨ªnea; con Valverde, una mosca, pegado a su rueda, sin dejarle respirar. Era el juego de parejas: Bettini, el campe¨®n con los aros a¨²n grabados en su casco, con Valverde; Rebellin, quien 16 a?os despu¨¦s de Barcelona, el d¨ªa que cumpl¨ªa 37, disfrutaba de una segunda oportunidad ol¨ªmpica, con Samuel. Entre el peque?o de los Schleck y Cadel Evans, los derrotados del Tour, forzaron la ruptura. Valverde y Bettini, mutuamente anulados, no estaban; s¨ª Rebellin y Samuel. Se fueron con Schleck. "Y yo ya pensaba que ten¨ªa una chapa segura. Y era feliz. Ya cumpl¨ªa", dijo el asturiano, de 30 a?os. Y, aunque despu¨¦s les alcanzar¨ªa el prodigioso Cancellara, con otros dos a rueda, ni siquiera entonces dud¨® Samuel: "Sab¨ªa que llegar¨ªan muertos. Y que ya no me valdr¨ªa cualquier chapa, que quiz¨¢s el oro... Y a 250 metros baj¨¦ pi?ones...". "Oye", volvi¨® a recordarle Valverde, "que has ganado no una medalla, que has ganado el oro".
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