En este cortijo mataron a cinco... el asesino sigue suelto
Disparos por la espalda, golpes en la cabeza, cad¨¢veres quemados, regueros de sangre y un enorme fallo policial en el macabro crimen de 1975 en una localidad sevillana
Cinco personas fueron asesinadas el 22 de julio de 1975 en el cortijo Los Galindos de Paradas (Sevilla). Un asunto misterioso que sigue sin aclararse y que a¨²n marca al pueblo.
"No se olvidan de nosotros", dice sobre las dos de la tarde Joaqu¨ªn Torres. El juez de paz de Paradas, en la provincia de Sevilla, acaba de abandonar su puesto y se dispone a aliviar con una cerveza el calor y las preguntas. El due?o del bar Montero lo mira con resignaci¨®n y contesta: "Y nunca se olvidar¨¢n... ?Unas aceitunas?".
Eso de lo que nadie se olvida es, por supuesto, el crimen de Los Galindos, el suceso sobre el que han girado todas las preguntas dirigidas al juez y a los 7.000 habitantes del municipio en todo este tiempo. Nadie pag¨® por los cinco asesinatos cometidos en el cortijo aquella tarde del 22 de julio de 1975. Una investigaci¨®n torticera en las primeras horas y la sombra de intereses ocultos en los a?os sucesivos hicieron que el caso prescribiera en 1995 sin que se conocieran los nombres de los culpables. Pero en Paradas siguen queriendo saber lo que pas¨®. Cada cual tiene su teor¨ªa, levantada durante todos estos a?os sobre largas conversaciones, recortes de prensa y detalles del sumario.
Ninguna teor¨ªa pudo ser probada ni explica los numerosos cabos sueltos de un crimen cuyos autores siguen libres
El municipio de Paradas se halla a unos 53 kil¨®metros de Sevilla, en la campi?a que queda entre los r¨ªos Corbones y Guadaira, bajo un cielo despejado y un sol perverso. A tres kil¨®metros de all¨ª, por la carretera que lleva a Carmona, se encuentra el cortijo Los Galindos, propiedad de la esposa del marqu¨¦s de Gra?ina, Gonzalo Fern¨¢ndez de C¨®rdoba y Topete, descendiente directo del Gran Capit¨¢n. Para acceder al cortijo hay que atravesar un camino con pocas ganas de serlo que se abre paso entre un inmenso campo de girasoles. El resto de las 400 hect¨¢reas que conforman la hacienda son cosechas de trigo, cebada y aceituna. Los ladridos de un perro advierten a un jornalero.
¡ª ?Es este el cortijo de Los Galindos?
¡ª No. ?ste se llama Nuestra Se?ora de la Merced. ?No ve el nombre que hay escrito?
¡ª Es que me hab¨ªan dicho que era este.
¡ª Pues no.
¡ª ?Y no sabe d¨®nde puede estar Los Galindos, un cortijo donde mataron a cinco personas hace muchos a?os?
¡ª No. Yo no s¨¦ nada.
Poco despu¨¦s aparece un hombre vestido con tejanos, polo rojo, sombrero de paja y gafas de sol. Es el hijo del marqu¨¦s. El hombre disculpa al jornalero. Cuenta que le cambiaron el nombre al cortijo despu¨¦s de lo que pas¨® y que a veces han tenido problemas. "Enti¨¦ndalo. Ha venido gente de muy malos modos exigiendo explicaciones que no pod¨ªamos dar. Mi padre intent¨® protegernos de todo lo ocurrido. Yo era muy peque?o. Fue una desgracia. Ojal¨¢ se supiera qui¨¦n lo hizo", comenta antes de despedirse.
El lugar transmite esa inquietud de las tragedias que ocurren a plena luz del sol. M¨¢s a¨²n si se han visto algunas fotos de la matanza: el despacho del capataz, Manuel Zapata, asesinado a golpes; el reguero de sangre que dej¨® el cad¨¢ver de su mujer, Juana Mart¨ªn, tambi¨¦n golpeada hasta morir con la misma pieza de empacadora que mat¨® a su marido; el cobertizo donde aparecieron carbonizados los cad¨¢veres de Jos¨¦ Gonz¨¢lez y su mujer, Asunci¨®n Peralta; el tractor abandonado por Ram¨®n Parrilla, muerto a escopetazos al intentar escapar, y la imagen del muro que daba entrada a la propiedad de los marqueses donde alguien escribi¨® con letras grandes: "Aqu¨ª mataron a cinco".
Es martes, 22 de julio de 1975. El calor sevillano es inaguantable a las cuatro y media de la tarde. Termina su trabajo Antonio Fenet, que lleva un buen rato haciendo cuchillo (limpia de los pies de los olivos) en una loma que dista un kil¨®metro del cortijo. Fenet divisa una columna de humo que sale del cobertizo. Coge la moto y se dirige al caser¨ªo, pero las llamas le sugieren que lo mejor ser¨¢ pedir ayuda en el pueblo. Hacia el lugar se dirige un grupo nutrido de hombres (hay quien dice que unos cincuenta) comandados por el cabo de la Guardia Civil, Ra¨²l Fern¨¢ndez, y dispuestos a sofocar el fuego. Cuando lo apagan hallan los primeros cad¨¢veres, los cuerpos carbonizados del tractorista Jos¨¦ Gonz¨¢lez (27 a?os) y su mujer, Asunci¨®n Peralta (33). El cabo empieza una inspecci¨®n ocular que quedar¨¢ para los anales de la historia policial como ejemplo de c¨®mo cargarse la escena de un crimen en pocos minutos. El cabo lleva detr¨¢s al grupo de vecinos pis¨¢ndolo todo, toc¨¢ndolo todo y borrando sin querer pistas cruciales.
Juana Mart¨ªn, la mujer del capataz, aparece en una habitaci¨®n del fondo de su vivienda, tendida en el suelo entre dos camas y con la cara machacada por los golpes de uno de los dientes de la empacadora. El rastro de sangre recorre todo el pasillo hasta el comedor donde fue asesinada. Otro surco sangriento sale de la sala de m¨¢quinas, en el patio del cortijo, se dirige hasta la vivienda del capataz y desde all¨ª, a trav¨¦s de la puerta principal, hacia la carretera por el camino de albero. A unos 200 metros, bajo un ¨¢rbol, hallan tapado con paja el cad¨¢ver de Ram¨®n Parrilla, de 39 a?os, abatido de dos tiros con una escopeta de calibre 16. El ¨²ltimo disparo fue por la espalda.
La l¨®gica de la Guardia Civil del a?o 1975 no se anda con demasiadas contemplaciones: falta Zapata, ergo ha sido ¨¦l. Los vecinos de Paradas se encierran en sus casas. Tambi¨¦n lo hacen el marqu¨¦s y el administrador de la finca, Antonio Guti¨¦rrez Mart¨ªn. Segundo gran error del d¨ªa. Los dos hombres despachan a los agentes que a¨²n quedan en el cortijo sin que ninguno de ellos les chiste, y pasan all¨ª la noche. Dos d¨ªas m¨¢s tarde, en la ma?ana del 25, la perra del capataz encuentra el cuerpo de su amo bajo un ¨¢rbol, oculto entre la paja y con un golpe causado por la pieza de empacadora que mat¨® a su mujer. Sospechoso descartado. La autopsia dice poco despu¨¦s que fue el primero en morir.
No hay pruebas, as¨ª que empiezan las hip¨®tesis. Todas las que surgieron en los a?os siguientes fueron ocultando cada vez m¨¢s la realidad de lo que pas¨® aquella tarde. La primera de ellas sali¨® de la misma Guardia Civil, la sostuvo la polic¨ªa y fue mantenida durante a?os por muchos de los que investigaron el caso, como el exfiscal jefe de Sevilla, Alfredo Flores. El m¨®vil pasional era el que explicaba esta teor¨ªa. Jos¨¦ Gonz¨¢lez, el tractorista asesinado junto a su esposa, hab¨ªa pretendido a la hija del capataz tiempo atr¨¢s, pero este se hab¨ªa negado. La tensi¨®n entre los dos hombres, que viene de entonces, salta por una discusi¨®n, tal vez la rotura de la empacadora. Jos¨¦ se enfada mucho y golpea a Zapata. Luego mata a la esposa de este. Es sorprendido entonces por Ram¨®n Parrilla y lo mata de dos disparos. Regresa al pueblo en busca de su mujer. Algunos testigos le ven sobre las tres de la tarde con Asunci¨®n en su Seat 600 en direcci¨®n al cortijo. Dicen que iban contentos, pero la versi¨®n oficial de entonces establece que Gonz¨¢lez mata all¨ª a su mujer y luego se quema con ella. Vista hoy, la hip¨®tesis resulta absurda, pero es la que se mantuvo durante siete a?os, hasta que un juez encargado del caso y poco convencido de la versi¨®n policial orden¨® la exhumaci¨®n de los cad¨¢veres y una nueva autopsia.
Una mala investigaci¨®n en las primeras horas y la sombra de intereses ocultos ayudaron a que el caso no se resolviera
El forense Luis Frontela determin¨® entonces que Jos¨¦ Gonz¨¢lez muri¨® de un fuerte golpe en la cabeza con un objeto contundente y que luego fue amputado de brazos y piernas. "Aquella investigaci¨®n sirvi¨® para limpiar el honor de Gonz¨¢lez y de sus familiares", se?ala el juez de paz, Joaqu¨ªn Torres, en su despacho. "Y eso fue muy importante, porque se hab¨ªan dicho cosas muy duras que hicieron da?o a su familia. Jos¨¦ Gonz¨¢lez era un hombre discreto, igual que las dem¨¢s v¨ªctimas, gente sencilla y humilde, todos ellos muy educados, como la mujer de Zapata, que ten¨ªa una gran cultura".
Surgieron nuevas teor¨ªas. La m¨¢s conocida sali¨® de la pluma del escritor Alfonso Grosso. En su novela Los invitados (1978), que se convertir¨ªa en pel¨ªcula con Lola Flores en el papel de Juana, Grosso explica el m¨®vil del m¨²ltiple crimen como un asunto de drogas. Seg¨²n ¨¦l, en la finca se plantaba hach¨ªs. Esa plantaci¨®n estaba relacionada con una red internacional de traficantes que resultan ser los asesinos. Le sali¨® una buena novela, pero literatura al fin y al cabo. "Esa historia es falsa. Nos habr¨ªamos dado cuenta en el pueblo de que all¨ª se plantaba droga. No ten¨ªa ning¨²n sentido", a?ade Torres. Surgieron m¨¢s comentarios, m¨¢s hip¨®tesis: que si hab¨ªan sido unos legionarios, que si hab¨ªa algo muy gordo detr¨¢s de todo...
En 1983 aparece una carta de un an¨®nimo que se confiesa autor de los cr¨ªmenes y acusa a un allegado al cortijo de ser coautor e inductor de las muertes. La existencia de la carta, cuyo matasellos es de 1976, fue ocultada siete a?os al juez. Aunque ten¨ªa algunas inexactitudes, su autor coincid¨ªa en su versi¨®n de los hechos con muchas de las cuestiones apuntadas tras la exhumaci¨®n de los cad¨¢veres: el objetivo de la matanza era Manuel Zapata, y las dem¨¢s v¨ªctimas fueron testigos indiscretos o simplemente cad¨¢veres con los que dos o m¨¢s personas intentaron complicar el caso.
Eso s¨ª ten¨ªa sentido. Cobr¨® fuerza entonces la hip¨®tesis que hasta ahora parece m¨¢s probable. As¨ª la explicaba en 1983 el periodista de EL PA?S Ismael Fuentes, ya fallecido: "Como muchas veces ocurre, la realidad es m¨¢s sencilla. Fue esta. Desde hac¨ªa tiempo se ven¨ªa produciendo un fraude en la producci¨®n de la finca, esto es, se declaraba menos de lo que se recog¨ªa verdaderamente, y el excedente se desviaba a otro mercado distinto, sin que constase en los libros de cuentas. El capataz descubri¨® el asunto y as¨ª se levant¨® el hacha de la muerte sobre el cortijo, pues amenaz¨® con destaparlo todo. El resto es una combinaci¨®n de coincidencia y factores t¨ªpicos de esa Espa?a rural y negra".
Aun as¨ª, ninguna de estas teor¨ªas fue probada ni explica los cabos sueltos que todav¨ªa siguen dando vueltas en la cabeza de los parade?os: por qu¨¦ Jos¨¦ Gonz¨¢lez llev¨® ese d¨ªa a Asunci¨®n al cortijo si esta rara vez lo pisaba; por qu¨¦ el marqu¨¦s se qued¨® dos noches seguidas en la casa, la ¨²ltima de ellas con tan solo dos guardas en toda la hacienda; por qu¨¦ el administrador fue en la ma?ana de aquel martes al cortijo si sol¨ªa ir solo los viernes; por qu¨¦ los asesinos usaron distintas t¨¦cnicas para acabar con sus v¨ªctimas; por qu¨¦ la perra del capataz tard¨® tres d¨ªas en encontrar el cad¨¢ver de su amo y, sobre todo, por qu¨¦ la investigaci¨®n fue llevada en un primer momento por polic¨ªas inexpertos en ese tipo de casos. Hay quien lo resuelve en Paradas con un refr¨¢n inacabado: "Donde manda patr¨®n...".
Adem¨¢s de ser juez de paz, Joaqu¨ªn Torres es maestro de escuela. Un tipo amable y listo que sabe despachar y mediar con sus vecinos. Le gustar¨ªa que a su pueblo llegaran visitantes por las fiestas de San Eutropio, por el cuadro de El Greco que tienen en la Iglesia y "por la magn¨ªfica gente que tenemos aqu¨ª". Pero es inevitable que Paradas se asocie por muchos a?os con el crimen de Los Galindos, al menos mientras siga sin saberse lo que pas¨® aquel 22 de julio. "Los que lo hicieron se salieron con la suya y ya no se puede hacer nada para que paguen por ello. Pero la verdad...", dice el due?o del bar Montero mientras sirve a los clientes, "la verdad no prescribe nunca".
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