Diario de Terra Cha
Aprovechando el puente de mediados de agosto nos hemos echado a los caminos de Galicia, tomando esta vez como base el parador de Vilalba, que no est¨¢ masificado y funciona muy bien. Javier Solana encontr¨® un hueco en la crisis del C¨¢ucaso para cumplir con esta cita anual, muestra del afecto que profesa a esta tierra, vivi¨¦ndola como algo m¨¢s que un refugio de vacaciones. Con raz¨®n es el pol¨ªtico mejor valorado de la Uni¨®n Europea; se nota, no ya el grado de conocimiento en el medio urbano y en el rural, sino la simpat¨ªa con que la gente se dirige a ¨¦l. En este planeta global, contradictoriamente, la pol¨ªtica y los pol¨ªticos suelen ser cortoplacistas. Reconforta encontrar personas capaces de contextualizar y dar sentido a una mundializaci¨®n donde Europa, a pesar de sus problemas, sigue siendo el mejor proyecto y experiencia en cuestiones de solidaridad y paz.
Lo que rompe la hechura del paisaje en la Galicia costera y urbana es el destrozo de las villas
El paisaje de Terra Cha seduce por su variedad. La belleza del territorio rural depende de unos cuantos factores: la suave orograf¨ªa donde alternan los montes con la llanura cultivada que permite percibir un horizonte ilimitado; la red fluvial que nutre la rica vegetaci¨®n aut¨®ctona de especies frondosas -qu¨¦ bella debi¨® ser la Galicia costera antes de la reforestaci¨®n con pinos y eucaliptos-, la arquitectura tradicional que inserta con respeto las casas de piedra y pizarra entre las parcelas rodeadas por hileras de chantos. La armon¨ªa entra por los cinco sentidos: el silencio s¨®lo roto por el rumor de las hojas movidas por el viento, el olor de los prados segados, la vista sobre todo, descifrando la melanc¨®lica gama de matices del gris al azul.
Los gallegos amamos nuestra tierra id¨ªlicamente, pero la conocemos poco en su conjunto. La tradici¨®n caminera europea va perdiendo fuerza seg¨²n entra en la pen¨ªnsula; es intensa en el Pa¨ªs Vasco y Catalu?a, llega hasta Asturias y casi se desvanece entre nosotros. Las rutas se anuncian e incluso se cartograf¨ªan, pero sobre el terreno no suelen estar se?alizadas y, a veces, ni siquiera existen. En otras ocasiones el esfuerzo inversor llega al exceso: no es necesario enlosar los caminos, basta con mantenerlos reconocibles y transitables. Dicho esto, habr¨ªa que preguntar para qui¨¦n, pues es cierto que en estas etapas casi no hemos encontrado presencia humana, salvo los lugare?os. En el aparcamiento de la laguna de Cospeito hay coches, pero nadie se aventura m¨¢s all¨¢ del observatorio. Ni un caminante en el tramo de la ruta jacobea norte entre Vilalba y Ponte de Saa, ni en la subida al Monseiv¨¢n, en cuya cumbre rugen las aspas de los aerogeneradores solitarios que, seg¨²n los planes previstos, a¨²n van a seguir extendi¨¦ndose.
Lo que rompe la hechura del paisaje en la Galicia costera y urbana es el destrozo de las villas y el disperso an¨¢rquico que fragmenta la unidad del territorio. Pero todo tiene su explicaci¨®n. La proliferaci¨®n desordenada de viviendas en el campo obedeci¨® a la falta de alternativas sociales y econ¨®micas y al af¨¢n por romper con la at¨¢vica penuria ligada a las pautas ancestrales de habitar.
Las grandes infraestructuras viarias, tan importantes en t¨¦rminos econ¨®micos, comunican las ciudades entre s¨ª, con el litoral y la meseta, pero no tienen la voluntad de conectar las ¨¢reas interiores, los tejidos de asentamiento y las comunidades. La pol¨¦mica gira exclusivamente en torno al plazo de conclusi¨®n, y no a la posibilidad de aprovechar la oportunidad inversora para ordenar el territorio vincul¨¢ndolas al planeamiento de los ayuntamientos por los que pasan. Por el contrario, esas redes finalistas dispersan a¨²n m¨¢s la poblaci¨®n y rompen la trama tradicional, que no se repone.
Esa Gran Galicia interior que se despuebla poco a poco, aunque empiezan a percibirse leves indicios de la presencia de una nueva poblaci¨®n agr¨ªcola, se anima cada verano cuando las familias dispersas se re¨²nen en la casa parental, junto a la que se multiplican de repente los Mercedes y Audi de la emigraci¨®n. Esa afluencia peri¨®dica de los vecinos en la di¨¢spora es un signo de la fuerza de las ra¨ªces y de su conservaci¨®n, evidente en el avance en la rehabilitaci¨®n de la arquitectura rural, que a?os atr¨¢s sucumb¨ªa al abandono.
El factor humano es todav¨ªa m¨¢s importante. Ojal¨¢ no desaparezcan las salidas del paisano que se defiende con la lengua ante al forastero, incluso si ¨¦ste habla gallego; el que contesta que tal lugar "est¨¢ onde sempre estivo", o la que informa advirtiendo "ustedes p¨®denme crer ou non, pero eu d¨ªgolles a verdade". Lo mismo digo yo, aunque no les cuento nada nuevo. El pa¨ªs ha evolucionado enormemente en calidad de vida. Ahora toca conjugar la modernizaci¨®n con la conservaci¨®n, lo que somos con lo que queremos ser.
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