La ficci¨®n vuelve al curro
Secretarias, jefes y oficinas pueblan el universo creativo de guionistas y novelistas
Alienante, mon¨®tono y aburrido, el trabajo de oficina ha ocupado cientos de p¨¢ginas y fotogramas en el ¨²ltimo siglo. Las palabras de Bartleby parecen ser un recurrente eco en las vidas de millones de trabajadores que cada d¨ªa cumplen su jornada entre cuatro paredes, sentados ante una mesa con tel¨¦fono y ordenador. "Preferir¨ªa no hacerlo", repet¨ªa incansable el h¨¦roe de Melville.
Pero esta m¨ªtica frase ofrece s¨®lo una visi¨®n parcial del complejo universo oficinista. El humor se ha abierto paso entre los archivadores y las m¨¢quinas de fotocopias. La visi¨®n de la oficina como sin¨®nimo de una tragedia deshumanizadora ha quedado relegada al pasado, a las d¨¦cadas de los setenta, ochenta y noventa, al nacimiento, auge y ca¨ªda de los yuppies. Ahora, series televisivas como The office en su versi¨®n brit¨¢nica y americana, o la espa?ola Camera caf¨¦ y novelas como Entonces llegamos al final, de Joshua Ferris, defienden la idea de que en las miserias diarias de las labores administrativas se esconde la misma grandeza y ¨¦pica que en la propia vida. Una nueva perspectiva se impone sobre el escenario laboral: la oficina resurge como tema y descubre las mil y una caras del grupo y sus miembros, las angustias y alegr¨ªas que se esconden entre los cub¨ªculos y las m¨¢quinas de caf¨¦.
"La competici¨®n, las reuniones, el poder... Todo eso necesitaba ser explorado", dice Joshua Ferris
El escritor Ferris, cuya novela fue elegida como una de las cinco mejores de 2007 por The New York Times y que ha vendido cientos de miles de ejemplares desde su publicaci¨®n, tuvo claro desde el principio que el universo laboral escond¨ªa grandes posibilidades narrativas. "Las extra?as estructuras, los mensajes codificados, las reuniones a puerta cerrada, las estructuras de poder, la competici¨®n, las animosidades personales necesitaban una larga exploraci¨®n. Una novela es una buena forma de hacerlo", explica. El t¨ªtulo lo tom¨® prestado de una frase de la primera novela de Don DeLillo: "Entonces llegamos al final de otro aburrido d¨ªa", escribi¨® en Americana.
Para desarrollar su historia sobre una agencia de publicidad que tiene que hacer frente a la crisis de las puntocom en el Chicago de los noventa, Ferris se vali¨®, en parte, de su propia experiencia profesional. Tambi¨¦n le ayudaron las miles de historias hilarantes y miserables que le contaban sus amigos. A¨²n hoy recibe cientos de correos electr¨®nicos en los que sus lectores le agradecen el retrato realista de su vida laboral y le informan de sus propias realidades. "Intent¨¦ capturar el tono y las verdades elementales sobre la vida en la oficina. Junt¨¦ realidad y ficci¨®n", dice. Y en la voz coral del grupo encontr¨® la respuesta. Su novela est¨¢ escrita en primera persona del plural. El grupo manda. "La din¨¢mica de una oficina no es como la de una secta, en la que un l¨ªder dicta lo que la gente tiene que hacer", aclara, "pero los grupos tienen reglas no escritas que determinan c¨®mo la gente act¨²a y se comporta. El grupo trata de domesticarlo todo, de volver coherente y triturar todo lo que ocurre". Seg¨²n Ferris, cuando los miembros del grupo se alejan y miran desde fuera se sienten inc¨®modos. "Para ahuyentar esto lo convierten todo en una broma, y la verdadera fuerza de la narrativa est¨¢ en revelar la superficialidad ese estado mental", asegura.
La oficina que Ferris retrata muestra la otra cara del vecindario suburbial con cesped cortado al ras. "Estos dos espacios se rigen por la ilusi¨®n del confort y los mismo estereotipos", reflexiona el escritor. Entonces llegamos al final muestra los ¨²ltimos coletazos de un modelo de oficina y de vida laboral no exento de decadencia. Mad men, el nuevo fen¨®meno de la televisi¨®n estadounidense (que emite Canal +), muestra un momento de esplendor de esta cultura. El mismo mundo de los cuentos de John Cheever, enfocado, no en las id¨¦nticas piscinas sino en los despachos de una agencia de publicidad cuando todavia era leg¨ªtimo tomarse un martini en la oficina y casi obligado ligar con alguna secretaria.
Lo que no ha cambiado es la condici¨®n de la oficina como lugar abonado a conversaciones, cotilleos y camarillas. Un terreno f¨¦rtil tambi¨¦n para la crueldad y el infantilismo. "Nuestros peores instintos afloran en el colegio. Ese tipo de crueldad es primaria. Tanto la escuela como el trabajo lo sacan fuera de una forma natural. El pensamiento de grupo puede ser cruel y degradante, algo completamente aparte de nuestro pensamiento individual", reflexiona Ferris.
Humor, risas, penas y tristezas compartidas, las emociones a peque?a escala y sin grandes sobresaltos ganan fuerza en la vida colectiva de oficina. Ben Walters, cr¨ªtico cultural y autor de un estudio cr¨ªtico de la serie The office publicado por el British Film Institute, afirma que es aqu¨ª donde reside la clave del ¨¦xito de esta serie y sus secuelas. "La percepci¨®n general es que la gente cada vez pasa una proporci¨®n mayor de su vida en una oficina. Esto tiene su lado positivo y negativo, pero lo que est¨¢ claro es que ese ambiente con el que interact¨²as ocupa cada vez un espacio mayor en tu vida emocional". Los grandes dramas y tragedias, las situaciones delirantes y ca¨®ticas de, por ejemplo, Fawlty towers, han dejado paso en The office a asuntos como el atasco de la fotocopiadora, un problema muy real como bien saben todos los administrativos de este mundo. "En el contexto de la televisi¨®n brit¨¢nica, esta serie combinaba la f¨®rmula del sitcom con la telerrealidad; es lo que se ha dado en llamar el docuculebr¨®n. La perspectiva al principio resulta alienante, pero luego adquiere su propia dimensi¨®n emocional. The office imita un ambiente realista. De alguna manera te obliga a rebajar tus expectativas; tienes que reajustarte. Si esperas grandes emociones y drama te encuentras con que nada ocurre. Es aburrida y divertida en la misma manera que trabajar en una oficina lo es", reflexiona Walters.
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