'In memoriam'
El excelent¨ªsimo Ayuntamiento de Rota acord¨® colocar este cuadro el 1 de julio de 1955 en desagravio a la Sant¨ªsima Virgen.
Es posible que la memoria de la escritora haya alterado el orden de las palabras, quiz¨¢ falte una may¨²scula o algunas abreviaturas, pero esto es, en esencia, lo que dice la leyenda. Sobre ella, una docena de azulejos reproduce una imagen cl¨¢sica de la Inmaculada Concepci¨®n. ?Cu¨¢l fue el agravio? Han pasado casi quince a?os desde que ella empez¨® a hacer esta pregunta de verano en verano, y todav¨ªa no ha obtenido una respuesta. ?Qu¨¦ pas¨® aqu¨ª, qu¨¦ ocurri¨® en 1955, a lo sumo en 1954, para que esta placa se hiciera necesaria? Todos sus amigos, y son muchos, le han prometido averiguarlo, me voy a enterar, ya te lo dir¨¦, voy a pregunt¨¢rselo a mi abuela, a mi t¨ªo, a un amigo m¨ªo que sabe mucho de la historia del pueblo? Hasta el momento, lo ¨²nico que han podido contarle es que en alg¨²n momento de la vida de la Rep¨²blica, una peque?a multitud de jornaleros enfurecidos sac¨® las im¨¢genes de la iglesia de la Caridad y las tir¨® en la plaza, muy cerca del lugar donde, m¨¢s de veinte a?os despu¨¦s, un Ayuntamiento franquista juzg¨® necesario colocar esta placa.
Cincuenta y tres a?os m¨¢s tarde, en este mismo verano de 2008, otro Ayuntamiento, ahora ya democr¨¢tico, pluralista, ha tomado una decisi¨®n semejante. Aunque parezca mentira, y desde luego lo parece, la corporaci¨®n ha celebrado un pleno solemne para conceder, con un solo voto en contra -el del ¨²nico concejal de IU-, el fantasmag¨®rico t¨ªtulo feudal de "Se?or de Rota" a la imagen de Jes¨²s Nazareno, es decir, a una talla de madera que todos los a?os se saca en procesi¨®n la noche del Jueves Santo. Todos los concejales socialistas, menos uno, que sali¨® de la sala para no intervenir, han votado a favor, con el argumento de que la petici¨®n ven¨ªa avalada por las firmas de cuatro mil vecinos. Un amigo de la escritora, profesor de instituto, dice que ¨¦l va a recorrer todos los colegios, aula por aula, para reunir seis mil firmas a favor de que se nombre a Doraemon alcalde honorario de la localidad, a ver qu¨¦ pasa. Parece una iniciativa razonable en un pueblo donde, al parecer, la pol¨ªtica se ha reducido siempre a la gesti¨®n de las im¨¢genes, idolatr¨ªa frente a iconoclastia, primero; idolatr¨ªa en s¨ª y para s¨ª, despu¨¦s.
Pero eso no es verdad. Hace tres a?os, la escritora ley¨® la transcripci¨®n de un serm¨®n que el p¨¢rroco de Rota pronunci¨® un domingo de 1936, cuando el golpe de Estado ya hab¨ªa triunfado en la provincia de C¨¢diz. Quien lo recordaba era un impresor madrile?o afincado en Sevilla y llamado Antonio Bahamonde, al que los avatares de la guerra llevaron a trabajar en el aparato de propaganda rebelde. Este hombre, cat¨®lico sincero, comprendi¨® en qu¨¦ se hab¨ªa convertido su pa¨ªs cuando escuch¨® decir al cura de Rota que el antiguo maestro no hab¨ªa pagado con la muerte que hab¨ªa sufrido el delito de no ense?ar el catecismo a los angelitos de Dios. La escritora vuelve a citar de memoria, pero garantiza que, en lo esencial, su memoria sigue siendo fiable. Bahamonde, que aprovech¨® la primera oportunidad para marcharse de Espa?a y escribir en M¨¦xico el escalofriante testimonio titulado "Un a?o con Queipo de Llano. Memorias de un nacionalista", que se public¨® en la zona republicana en 1938 y la editorial Renacimiento rescat¨® en 2005, no cita el nombre del maestro, pero la escritora acaba de conocerlo, gracias al trabajo de un historiador local.
Jos¨¦ Tirado Franco, as¨ª se llamaba. En su partida de defunci¨®n consta que la causa de su muerte fue: "maestro de ideas avanzadas", y esta cita s¨ª es textual. No fue el ¨²nico. En Rota tambi¨¦n trabajaba un maestro rural, llamado Jos¨¦ Garrido Moreno, que iba en bicicleta de cortijo en cortijo, con su mandolina al hombro, para dar clase a los ni?os que no pod¨ªan acudir a la escuela todos los d¨ªas; un misionero de la educaci¨®n que los reun¨ªa de dos en dos, de tres en tres, para alfabetizarles a base de cuentos y canciones. Tambi¨¦n pag¨® con la vida esa osad¨ªa.
Jos¨¦ Tirado Franco, la escritora lo repite muchas veces, para que no se le olvide; Jos¨¦ Garrido Moreno, y lo dice otra vez, y otra, y otra m¨¢s. Ellos no eran tallas de madera, sino hombres de carne y hueso. Por eso murieron, y nunca se ha sabido cu¨¢ndo, d¨®nde, a manos de qui¨¦n ni a qu¨¦ cuneta fueron a parar sus cad¨¢veres. Jos¨¦ Tirado Franco, Jos¨¦ Garrido Moreno, maestros. La escritora se teme que ning¨²n Ayuntamiento celebrar¨¢ jam¨¢s un pleno para colocar una placa con sus nombres, pero desde el pueblo donde ense?aron, donde vivieron, donde murieron, quiere convertir esta p¨¢gina en un homenaje a su memoria.
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