El ruido: una plaga espa?ola
El desprecio al silencio deval¨²a la m¨²sica, da?a el debate, expresa nuestro desd¨¦n por el espacio compartido
Los espa?oles creemos ser m¨¢s cainitas, m¨¢s dejados y m¨¢s envidiosos, pero lo ¨²nico que nos diferencia de otros pa¨ªses es que somos m¨¢s ruidosos. El ruido es un romance nacional, como prueba el hecho de que tenemos tantas palabras para fiesta ¡ªjarana, parranda, juerga, cachondeo¡ª como los esquimales para la nieve. No niego que, a lo largo del tiempo, ha habido un silencio a la espa?ola. A veces, tan hermoso como el ¡°maravilloso silencio¡± del que habla el Quijote, la quietud de las clausuras o la hora sagrada de la siesta en el verano. Otros silencios son m¨¢s tristes: el de los pueblos que ya no tienen escuelas, por ejemplo. O el silencio que sigue a la tragedia: ¡°Pueblo viejo de Belchite, / ya no te rondan zagales, / ya no se oir¨¢n las jotas / que cantaban nuestros padres¡±. Incluso ese ¡°?a callar he dicho!¡±, de Bernarda Alba, que nos recuerda tantas ¨¦pocas en que callado uno estaba m¨¢s tranquilo. Pero no nos enga?emos: por cada procesi¨®n del silencio, tenemos mil masclet¨¢s, y el ¡°vag¨®n silencio¡± del AVE bien podr¨ªa llamarse ¡°vag¨®n utop¨ªa¡±. ?Quiere usted reconocer a un grupo de compatriotas desde lejos? Son esos que parecen estar peleando.
Hay m¨¢s pa¨ªses ruidosos: un pub en la City poco tiene que ver con la Inglaterra id¨ªlica, y a Fernando Vallejo se lo llevan los demonios con tanto vallenato all¨¢ en Colombia. Quiz¨¢ incluso la antropolog¨ªa haya dado con alg¨²n ritual guerrero que, en Laponia o en el delta del Okavango, llegue a la intensidad decib¨¦lica de un verm¨² de domingo entre espa?oles. S¨ª, hay m¨¢s pa¨ªses ruidosos, pero ninguno que lo sea de esta manera autosatisfecha y recalcitrante. El ruido encarna esa alegr¨ªa y ese jaleo que nos gustan y acompa?a a la simpat¨ªa, que es la mayor virtud reconocida en un pa¨ªs donde la expresi¨®n ¡°cachondo mental¡± es una alabanza.
El amor por el ruido, sin embargo, se ve ante todo en el desprecio activo al silencio, que por el contrario es sintom¨¢tico del pecado m¨¢s abominable a nuestros ojos: ese esnobismo que afrenta a nuestra llaneza y nuestro esp¨ªritu gregario. As¨ª, el silencio es para tiquismiquis y exquisitos, o quiz¨¢ para esos pa¨ªses que pensamos que son tristes solo porque no tienen el sol que a nosotros nos churrasca ocho meses al a?o. Hoy, adem¨¢s, el silencio es una vivencia de lujo individual, y como todo lujo y todo individualismo, es motivo de sospecha. La del silencio es una batalla perdida en un pa¨ªs donde el Ayuntamiento puede poner a Shakira un domingo a las ocho de la ma?ana por megafon¨ªa: el supremo deber de educarnos con un medio marat¨®n o con el D¨ªa contra la Alopecia androgen¨¦tica ha de imponerse al de dejarnos en paz.
Hace a?os, todav¨ªa se ve¨ªan carteles que, en las cl¨ªnicas o en las iglesias, lo ped¨ªan: ¡°Silencio¡±. Han desaparecido, sin duda por su inutilidad. Ahora el silencio nos pone nerviosos. Cuando muere alguien, se aplaude al ata¨²d. En los minutos de silencio suena El cant dels ocells. Ninguna autoridad har¨¢ nada contra esas motos que pasan petardeando, con un impl¨ªcito ¡°os jod¨¦is¡±, para despertar a todo el barrio. Incluso alg¨²n consultor que quer¨ªa pensar ¡°fuera de la caja¡± ha ido poniendo pianos en los aeropuertos para que, mientras comemos un bocadillo cobrado a precio de Patek Philippe, alguien nos recuerde por qu¨¦ le expulsaron de solfeo. Cada d¨ªa, en fin, tenemos ocasi¨®n de o¨ªr lo que rebosa de los cascos ajenos en trenes y autobuses, vivencia de la que se nos debiera privar aunque sonara, que no suele, Monteverdi. El desprecio al silencio deval¨²a la m¨²sica, da?a el debate, expresa nuestro desd¨¦n por el espacio compartido, es decir, por los dem¨¢s. Y contribuye al desprestigio de ese gesto supremo de sabidur¨ªa que es cerrar la boca.
Hay un ruido hermoso de la vida, y por eso hay que reservarlo para las ocasiones: los goles, el amor, el juego de los ni?os. Mientras, como dec¨ªa un cartel le¨ªdo hace poco en una iglesia italiana, hay que ¡°conservar¡± el silencio, porque el ruido nos acosa por s¨ª solo y ya sabemos que no hay ma?ana de s¨¢bado sin aspiradora, jard¨ªn id¨ªlico sin cortac¨¦spedes ni noche al fresco sin fiesta rociera del vecino. Alguna gente solo sabe que existe por el ruido que genera, pero resulta abusivo que quien hoy quiera silencio vaya a tener que pag¨¢rselo en alg¨²n resort. Baroja so?aba con un pa¨ªs ¡°sin moscas, sin frailes y sin carabineros¡±. Algunos somos m¨¢s modestos: empecemos por librer¨ªas sin hilo musical.
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