Los espa?oles que piden auxilio a Garz¨®n
Familiares de desaparecidos hace 70 a?os temen morir sin haberles encontrado
Crecieron en hogares rotos en los que nunca se habl¨® del que faltaba. Muchos s¨®lo guardan de aquel fantasma una fotograf¨ªa vieja del tama?o de un pulgar y el recuerdo de un par de caricias. Callaron y esperaron mucho tiempo -a que terminara la guerra, a que muriera Franco, a que llegase un Gobierno democr¨¢tico- para reclamar su cuerpo y su memoria. Han tardado 70 a?os en superar el miedo a hablar de sus desaparecidos y ahora necesitan encontrarlos. A la mayor¨ªa no les queda mucho tiempo. Tres de los nombres que hay detr¨¢s de las denuncias que Garz¨®n medita admitir a tr¨¢mite explican a qui¨¦n est¨¢n buscando y por qu¨¦. Insisten en que no desean revancha. No quieren sentar en el banquillo a los culpables. Le piden a la Justicia que asuma la investigaci¨®n y localizaci¨®n de m¨¢s de 30.000 desaparecidos. Lo que el juez Garz¨®n tiene sobre la mesa de su despacho es, explican los denunciantes, su ¨²nica y ¨²ltima oportunidad de devolver la dignidad a los que murieron de espaldas, y "cerrar la herida".
Enlace a la Asociaci¨®n para la Recuperaci¨®n de la Memoria Hist¨®rica |
MANUEL MU?OZ (Hijo y hermano de desaparecidos): "Lo que me quede de vida voy a gastarlo en encontrarle"
De su padre s¨®lo tiene una fotograf¨ªa y un recuerdo: "Cuando volv¨ªa de trabajar en el campo, yo le limpiaba el barro de las botas mientras ¨¦l me iba metiendo almendras en la boca, me acariciaba el pelo y me dec¨ªa: 'rubio, qu¨¦ malo eres", recuerda Manuel Mu?oz, de 77 a?os. No es mucho, pero es suficiente para no olvidar que Miguel Mu?oz existi¨®. Aunque su familia no sepa a¨²n donde est¨¢ su cuerpo. Aunque durante a?os los registros y las instituciones a las que pregunt¨® por ¨¦l le dijeran: "No nos consta". Aunque su madre no cobrara nunca una pensi¨®n de viuda.
Los falangistas fueron a buscar a Miguel Mu?oz una madrugada de marzo de 1937 en Comares (M¨¢laga). "Le ataron las manos con alambre y no le dejaron darle un beso a sus hijos", cuenta Manuel, que entonces ten¨ªa cinco a?os. A los tres meses, volvieron a por otro hombre con el mismo nombre. "Se llevaron a mi hermano para luchar con ellos en el frente. Un ni?o de 17 a?os, ?pegando tiros junto a los asesinos de su padre!". No aguant¨®. "Se escap¨® y le cogieron enseguida. Le dijeron que si se entregaba a la Guardia Civil no le pasar¨ªa nada, pero lo mataron de una paliza".
En aquella casa a¨²n recibir¨ªan una visita m¨¢s. "La encarcelaron por ser mujer y madre de ocho rojillos. Deshicieron mi hogar en s¨®lo 100 d¨ªas. Se acab¨® el colegio, las caricias, la familia...".
Hoy, Manuel ha conseguido reunir un dossier sobre su padre y su hermano "que pesa un kilo". Lo tiene listo para el juez Garz¨®n: "Voy a gastar lo que me quede de vida en devolver la dignidad a mi familia".
FILIBERTO G?MEZ (Hijo de desaparecido): "Es de mi sangre, me duele que est¨¦ tirado en cualquier parte"
"Cuando lo encuentre, va a ser como conocerle y despedirme a la vez", explica Filiberto G¨®mez Fern¨¢ndez, de 72 a?os. "Ten¨ªa dos a?os cuando lo mataron con otros siete obreros del pueblo. No me acuerdo de ¨¦l. Pero es mi sangre, y me duele que est¨¦ tirado en cualquier parte. Quiero enterrarle en el pueblo, con mi madre. ?Qui¨¦n no entiende eso?".
Filiberto trabaj¨® durante 20 a?os como enterrador en el cementerio de La Almudena (Madrid) y cuando llegue el momento, le gustar¨ªa poder rescatar a su padre con sus propias manos. "Espero ser capaz. He inhumado y exhumado cuerpos millones de veces, pero no son lo mismo tus muertos que los de los dem¨¢s", explica.
No habr¨ªa podido olvidarle aunque hubiese querido. "Empec¨¦ a trabajar en el cementerio en 1976 y los empleados m¨¢s viejos hablaban de c¨®mo por las ma?anas ten¨ªan que echar cubos y cubos de arena en la tapia para tapar la sangre de los fusilamientos. En el banco se habla de dinero, y en el cementerio, de muertos".
Fue al colegio por primera vez con 58 a?os, como conserje, tras dejar el cementerio. Su madre no pudo llevarle. Tambi¨¦n la condenaron a muerte, con su hermano reci¨¦n nacido en brazos, aunque luego conmutaron la pena. "Viv¨ªamos en un pajar, com¨ªamos bellotas del campo", recuerda.
"Me he preguntado muchas veces lo que pensar¨ªa mi padre mientras le apuntaban con el fusil sabiendo que dejaba cuatro hijos y otro en camino. Y si los que dispararon podr¨ªan mirar a sus hijos de la misma manera que antes. Pero no siento odio, ni pretendo vengarme".
JAVIER JIM?NEZ CORCHO (Nieto de desaparecido): "Sab¨ªa que iba a morir"
"Pendenciero, en constante persecuci¨®n de los elementos de derechas. Cooper¨® con el mayor entusiasmo por el triunfo marxista durante el dominio rojo. Se sabe que era comunista antes de la iniciaci¨®n del Movimiento Nacional", se lee en la sentencia de muerte de Pedro Corcho, jornalero. A su nieto, Javier Jim¨¦nez, le cost¨® nueve meses hacerse con el documento, pero en poco m¨¢s de un a?o ha conseguido reconstruir los ¨²ltimos d¨ªas en la vida de su abuelo, un hombre al que no conoci¨® y del que apenas oy¨® hablar en casa, excepto por la abrumadora amargura de su abuela, "una mujer que siempre tuvo la cara triste y el pelo blanco", incluso de joven.
"S¨¦ que estuvo en la c¨¢rcel de Yeser¨ªas y en Porlier, aqu¨ª en Madrid. Y tengo un documento del 18 de marzo de 1940 en el que dice 'entregado al piquete de ejecuci¨®n", cuenta Javier Jim¨¦nez mientras saca multitud de documentos de una voluminosa carpeta que parece un acorde¨®n. De uno de los pliegues, sale un dibujo. "Mi t¨ªa consigui¨® sacarlo de la c¨¢rcel despu¨¦s de que le asesinaran". Pedro Corcho ha dibujado cinco blocs de notas: en uno se leen los nombres de su mujer y sus hijas. En otros tres, la fecha de su nacimiento, detenci¨®n y juicio. En el quinto ha dibujado un signo de interrogaci¨®n. "Sab¨ªa que iba a morir, pero no qu¨¦ d¨ªa iban a fusilarle". En el margen, Corcho, de 29 a?os se despide de su mujer: "Fui feliz, mas el destino cruel me apart¨® de la cadena de tus brazos". Su nieto siente, 70 a?os despu¨¦s, "la obligaci¨®n" y el deseo de volver a juntarles.
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