Negros paraguas de intolerancia
Algunos vecinos de Hondarribia -la mayor¨ªa, se dicen- han a?adido un nuevo uso a los muchos que ya tienen los paraguas: el de met¨¢fora del desprecio y el ostracismo para otros de sus conciudadanos y conciudadanas -una minor¨ªa, dicen-. Su pecado, como en la vecina Ir¨²n, negarse a aceptar el papel que una tradici¨®n momificada ha asignado a la mujer en los alardes. No han querido ser s¨®lo cantineras, han pretendido ser tambi¨¦n tropa en el desfile, con escopeta y p¨ªfano, y su deseo se ha convertido desde hace tiempo en motivo de grave querella vecinal.
Han quedado atr¨¢s, por fortuna, los a?os de las agresiones e insultos a las sacr¨ªlegas y sus secuaces de las compa?¨ªas mixtas. El reproche se ha sofisticado. A los zarandeos le ha sustituido en Hondarribia otras formas m¨¢s modernas de desprecio. El I+D aplicado al escarnio: volver la cara a los herejes cuando desfilan, crear a su paso un muro de pl¨¢stico negro que remarque su segregaci¨®n del pueblo aut¨¦ntico, colocarse caretas de personajes de Disney para no verles y, la ¨²ltima innovaci¨®n, un desfiladero de paraguas de rechazo; negros, por supuesto.
Hay un ostentoso lavado de manos de las autoridades concernidas
Les recomiendo que vean las fotos publicadas esta semana y traten de imaginarse c¨®mo son las personas que han desplegado a su espalda los paraguas como si quisieran poner un burka a quienes han osado salirse de las normas establecidas. La mayor parte son mujeres, seguramente buenas personas, amables y educadas el resto del a?o. Pero sus sentimientos se nublan el d¨ªa del Alarde ante la visi¨®n de otros vecinos que se han salido del carril para ejercer su derecho a participar en la fiesta mayor del pueblo fuera del papel prefijado por la santa tradici¨®n.
La imagen de las mujeres y hombres de las compa?¨ªas mixtas de Hondarribia e Ir¨²n desfilando precedidas por agentes antidisturbios de la Ertzaintza es m¨¢s que una an¨¦cdota anual. Invita a preguntarse por las ra¨ªces intolerantes de unos comportamientos sociales que desbordan el marco de las celebraciones festivas en que se manifiestan; por esa dicotom¨ªa no superada de modernidad y atavismo que desazonaba a Julio Caro Baroja y que recorre tantos aspectos de la vida de nuestro pa¨ªs; por la naturalidad con que se asume, en nombre de costumbres m¨¢s o menos ancestrales, comportamientos que repugnan a esas mismas personas cuando se sit¨²an en otro contexto diferente.
El virus de la tradici¨®n, de la consideraci¨®n de lo conocido en la corta experiencia de una vida como herencia inviolable de los ancestros, no distingue ideol¨®gicos; afecta casi por igual a gente de derecha e izquierda, a constitucionalistas y abertzales en sus diferentes gradaciones, y a ap¨®stoles de la libertad de decisi¨®n en otros ¨¢mbitos. Personas de indudable talante progresista de Ir¨²n y Hondarribia se han lamentado en p¨²blico por la mala imagen que se habr¨ªa proyectado de los alardes tradicionales, achac¨¢ndola a que no se entiende desde fuera la esencia de la celebraci¨®n, porque "hay que vivirla para entenderla". Sin embargo, se resisten a admitir que si cuesta tanto explicar una actitud, a lo mejor se debe a que es poco explicable.
Hay un aspecto del asunto que llama todav¨ªa m¨¢s la atenci¨®n: el ostentoso lavado de manos de las autoridades concernidas. Los dos ayuntamientos, uno gobernado por el PNV y otro por el PSE, se han sacudido el problema desvincul¨¢ndose de la organizaci¨®n de los alardes y privatizando en la pr¨¢ctica la fiesta mayor de la localidad, pese a que discurra por los espacios p¨²blicos de ambas localidades e involucre a todos los servicios municipales. As¨ª se evitan responsabilidades ante la justicia. Pero los alcaldes y los equipos de gobierno se cuidan mucho de que se vea que su predilecci¨®n es por el Alarde tradicional, el que respalda la mayor¨ªa. Donde hay votos en juego, que se aparten los derechos.
Tampoco ha sido mucho m¨¢s lucida la actuaci¨®n en el debate de las otras instituciones y dirigentes del pa¨ªs, que deber¨ªan velar porque puedan ejercerse en todos los ¨¢mbitos derechos reconocidos por la Constituci¨®n y por leyes espec¨ªficas del Parlamento vasco. ?O no fuimos campeones de la igualdad aprobando una ley que sorprendi¨® al mundo por su progresismo? Pero su inhibici¨®n desde que se plante¨® el problema en los noventa ha sido escandalosa. Que acudan el Ararteko y la directora de Emakunde en nombre de todos a respaldar testimonialmente a las d¨ªscolas y d¨ªscolos de Hondarribia e Ir¨²n y nos eviten comprometernos en un asunto en el que no hay nada que ganar.
A lo mejor los alardes son s¨®lo un s¨ªntoma de que la Euskadi de los biogunes y los centros tecnol¨®gico no termina de ajustar cuentas con un pasado resistente a la modernidad y que se refugia en tradiciones m¨¢s o menos populares. Tan populares como algunas sociedades gastron¨®micas y cofrad¨ªas que siguen vetando a las mujeres, sin que los pol¨ªticos de todos los colores que acuden a ellas se quieran dar por enterados de esa anti-igualitaria segregaci¨®n.
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