"Todos somos extranjeros"
[...] Los extranjeros tienen el deber de someterse a las leyes del pa¨ªs en el que viven, aunque no participen en la gesti¨®n del mismo. Las leyes, por otra parte, no lo dicen todo: en el marco que definen, caben los miles de actos y gestos cotidianos que determinan el sabor que va a tener la existencia. Los habitantes de un pa¨ªs siempre tratar¨¢n a sus allegados con m¨¢s atenci¨®n y amor que a los desconocidos. Sin embargo, estos no dejan de ser hombres y mujeres como los dem¨¢s. Les alientan las mismas ambiciones y padecen las mismas carencias; s¨®lo que, en mayor medida que los primeros, son presa del desamparo y nos lanzan llamadas de auxilio. Esto nos ata?e a todos, porque el extranjero no s¨®lo es el otro, nosotros mismos lo fuimos o lo seremos, ayer o ma?ana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia.
Por c¨®mo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilizaci¨®n. Los b¨¢rbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber le¨ªdo muchos libros, o poseer una gran sabidur¨ªa: todos sabemos que ciertos individuos de esas caracter¨ªsticas fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y h¨¢bitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera.
Extracto del discurso de Tzvetan Todorov, premio de Ciencias Sociales.
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