Mailer secreto
"S¨®lo voy a decir -y todav¨ªa no he escrito
sobre este tema- que, mientras los dem¨®cratas,
y en primer lugar Clinton, me repugnan
con lo que llamo su 'pol¨ªtica de boutique'
-un poco aqu¨ª, un poco all¨¢, y todo servido
con grandes dosis de gilipollez por encima-,
los republicanos son una monstruosidad
psic¨®tica. Por un lado, son Dios, bandera
y familia -aunque pocos de ellos reconocer¨ªan
a Jesucristo si estuviera haciendo pis en el retrete de al lado-, y un n¨²mero asombroso
no ha servido jam¨¢s en las fuerzas armadas
ni ha o¨ªdo una bala, y, como pol¨ªticos, enga?an como conejos a sus esposas y sus familias.
Pero da igual, ?de qu¨¦ sirve ser pol¨ªtico si uno
no puede ganarse la vida siendo un hip¨®crita?".
A Sal Cetrano
28 de marzo de 1999
El fantasma de Harvard, Norman Mailer y la CIA
Por Barbara Probst Solomon
Voy a intentar situar las cartas de contenido pol¨ªtico de Norman Mailer en el contexto de las fases fundamentales de su vida. Lo primero en lo que pens¨¦ fue en El fantasma de Harlot, sobre la CIA, que tal vez deber¨ªa haberse llamado El fantasma de Harvard. Hace varios a?os le pregunt¨¦ a Norman Mailer: "El fantasma de Harlot es una novela sobre Harvard, ?verdad? Harvard fue el primer sitio en el que viste un microcosmos en el que el poder, el Gobierno, los comunistas y la CIA se mezclaron y se unieron para siempre". Me dijo que s¨ª. En el libro, Mailer cuenta que llevaba 40 a?os pensando en escribir sobre la CIA. ?Qu¨¦ ocurri¨® hace 40 a?os, y por qu¨¦ una espera tan larga?
En 1950, el profesor estrella de Harvard F. O. Matthiessen, que estaba perseguido por el HUAC [las siglas en ingl¨¦s del Comit¨¦ de Antiamericanos de la C¨¢mara de Representantes] y Joseph McCarthy, alquil¨® una habitaci¨®n en el piso 12 del hotel Manger, en una zona poco recomendable de Boston, y se arroj¨® desde la ventana. Arist¨®crata y heredero de la fortuna de la familia Westclox, Matthiessen tuvo la precauci¨®n, antes de saltar, de colocar sus dos pertenencias m¨¢s preciadas en una mesa junto a una nota: su reloj de pulsera y su llave para entrar en la supersecreta Sociedad de la Calavera y los Huesos de Yale, cuyos miembros prestaban juramento de no traicionarse jam¨¢s unos a otros. Pese a ello, su ¨ªntimo amigo y camarada del club Henry Luce, propietario de Time / Life, hab¨ªa hecho mucho da?o a Matty, como le llamaban sus amigos y alumnos. En un art¨ªculo de la revista Life se le hab¨ªa calificado de criptocomunista. Matthiessen ten¨ªa tendencia a la depresi¨®n cr¨®nica, y la muerte de su pareja, el artista Russell Cheney, le hab¨ªa dejado emocionalmente exhausto, a lo que hab¨ªa que a?adir que el HUAC segu¨ªa acos¨¢ndole. En su nota de despedida, Matthiessen dec¨ªa: "Estoy deprimido por la situaci¨®n del mundo. Soy cristiano y soy socialista. Estoy en contra de cualquier orden que interfiera con ese objetivo...".
La primera vez que o¨ª hablar de Matthiessen fue cuando conoc¨ª a Norman, su esposa Bea, su hermana Barbara y Paco Benet, en Par¨ªs, en 1948. Mailer hab¨ªa publicado Los desnudos y los muertos, pero no sab¨ªa a¨²n que, a su regreso a Nueva York, iba a convertirse, a los 25 a?os, en una estrella literaria mundial. Los mejores amigos de Norman y Bea en Par¨ªs eran otra pareja de Harvard, el cr¨ªtico Mark Linenthal y la futura novelista Alice Adams. En las reuniones en el piso de Norman y Bea, en la Rue Madame, Mark hablaba del maravilloso verano que Alice y ¨¦l hab¨ªan pasado en la primera asamblea del Seminario de Estudios Americanos de Salzburgo, al que hab¨ªan ido intelectuales de toda Europa.
MIENTRAS HABL?BAMOS, sent¨ª la angustia de Norman sobre qu¨¦ escribir. ?C¨®mo pod¨ªa capturar el alma y el estado del Estados Unidos de posguerra? ?C¨®mo sintonizar con las nuevas generaciones m¨¢s j¨®venes? Norman, por un lado, necesitaba el est¨ªmulo de sus amigos intelectuales como Mark Linenthal y Jean Malaquais, a quien va dirigida una de las cartas reproducidas a continuaci¨®n. Por otro, quer¨ªa ser capaz de escribir sobre la parte m¨¢s siniestra de Estados Unidos. Y esa contradicci¨®n le persigui¨® toda su vida. Adem¨¢s tomaba prestados como personajes a sus amigos y familiares y les asignaba papeles m¨¢s dram¨¢ticos que en la vida real. Por ejemplo, azuzaba a Bea para que fuera su pareja osada y supersexy. La amorosa carta dirigida a ella representa muy bien la actitud que ten¨ªan en la ¨¦poca; yo estaba convencida de que el matrimonio durar¨ªa para siempre.
Jean Malaquais, que tanto fascin¨® a Norman en Par¨ªs, y que sigui¨® siendo ¨ªntimo amigo suyo durante toda su vida, era un escritor jud¨ªo polaco que emigr¨® a Par¨ªs en los a?os treinta, se hizo trotskista, se incorpor¨® al POUM en Espa?a en 1936 y escap¨® por los pelos de ser ejecutado all¨ª por los comunistas. La influencia de Malaquais le hizo flaco favor a Norman cuando le convenci¨® para que, en un Estados Unidos en plena caza de rojos, pronunciara en la Conferencia de Paz de 1949 un discurso en el que denunci¨® el estalinismo y el comunismo. Norman insisti¨® en que no era comunista y en que ya no ten¨ªa ninguna simpat¨ªa por ellos, afirmando que era trotskista (como Malaquais), aunque no era as¨ª.
Norman era el joven novelista deslumbrante, el trofeo que se disputaban las distintas izquierdas. En estas cartas que ahora ven la luz late el deseo de Mailer de no ser un pe¨®n en la guerra fr¨ªa de la izquierda, que pretend¨ªa reivindicarlo como su novelista. Es evidente, como se desprende del cuerpo de misivas del que procede esta selecci¨®n, que ten¨ªa reservas sobre Partisan Review, Diana Trilling, incluso Irving Howe, m¨¢s socialista, y que siempre tuvo el deseo, hasta la muerte de Lillian Hellman, de hacer de ¨¢rbitro entre ella -que no denunci¨® ning¨²n nombre al HUAC y cuya pareja, el escritor Dashiell Hammett, acab¨® en la c¨¢rcel- y Mary McCarthy, la sofisticada intelectual de la izquierda anticomunista. En cierto modo, la conferencia de 1949 y el posterior suicidio de Matthiessen debieron de atormentar a Norman, que quiz¨¢ tuvo la impresi¨®n de que, como suger¨ªa Hellman, su discurso fue la raz¨®n por la que el HUAC nunca le pidi¨® que testificara. Su novela sobre Hollywood, El parque de los ciervos, indica su preocupaci¨®n por los que prestaron testimonio, por los que dieron nombres y los que no.
Norman entr¨® en Harvard en 1939, al final de la Depresi¨®n; proced¨ªa de una familia jud¨ªa de Brooklyn que hab¨ªa tenido que hacer esfuerzos para pagarle la matr¨ªcula. En aquella ¨¦poca, Harvard mandaba en el mundo, ten¨ªa enorme influencia en Washington, produc¨ªa presidentes y magistrados del Tribunal Supremo. Casi no hab¨ªa alumnos negros y eran escasos los jud¨ªos. Harvard revel¨® a Mailer un mundo en el que los l¨ªderes del pa¨ªs, futuros agentes de la CIA, comunistas, esp¨ªas, estaban en el mismo entorno.
El fantasma de Harlot, la novela sobre la CIA que Mailer escribi¨®, termina en 1963, en el momento del asesinato de Kennedy. Sus protagonistas son Henry Hubbard, su amante ocasional, Kittredge, amante a su vez del jefe y manipulador de la CIA Hugh Tremont Montague, alias Harlot, al que Mailer conoci¨® cuando estaba en Radcliffe. Kittredge es adem¨¢s amante de Allen Dulles (Mailer salpic¨® su novela de nombres aut¨¦nticos). Una de las cartas m¨¢s inesperadas que aparecen en esta selecci¨®n es la que Mailer dirige a Mary Bancroft, hija del arist¨®crata de Boston Hugh Bancroft, propietario de The Wall Street Journal. Aunque Norman despliega en abundancia el encanto y el respeto que mostraba hacia las mujeres de la generaci¨®n de su madre, deja bien claro que no tiene nada que ver con las ideas pol¨ªticas de Bancroft. "Ford, Reagan, Dole y el resto de la nave pirata, Mary, son de v¨®mito".
COMO TODOS LOS BUENOS NOVELISTAS, Mailer daba nueva forma a los elementos que tomaba prestados. Al leer las primeras p¨¢ginas de El fantasma... en las que Hubbard, el protegido de Harlot, camina hacia la bruma en Maine mientras piensa en el intento de suicidio frustrado de Kittredge, me pas¨® por la cabeza un recuerdo fulminante de Matty. Harlot, el hombre de Harvard, me record¨® a Matthiessen, el profesor de Harvard. Matty y Kittredge / Bancroft ten¨ªan la misma edad, y es verdad que el suicidio de Matty fue pr¨¢cticamente lo opuesto a un suicidio / asesinato de la CIA, pero, con todo, hay ecos.
Y ten¨ªa otros motivos para pensar en Matty. Cuando volv¨ª de Europa en los a?os cincuenta, me cas¨¦ con Harold Solomon, profesor de derecho y amigo de mi hermano Mark. En 1967, Harold muri¨® de un repentino ataque al coraz¨®n. Yo estaba en estado de shock y lo ¨²nico que me preocupaba eran mis hijas peque?as, pero, d¨ªas despu¨¦s, mis amigos me preguntaron: "?Qui¨¦n era ese tal Matty?". En el funeral hab¨ªan hablado varios antiguos alumnos de Matthiessen, los "chicos de Matty", entre ellos Lewis Pollak, el decano de la Facultad de Derecho de Yale. Un amigo dijo: "Por fin est¨¢n intentando enterrar a Matty. Enterrarlo como es debido". Porque, en 1950, Harvard no hab¨ªa querido hacerlo.
Al a?o siguiente visit¨¦ Washington y, una noche, qued¨¦ a tomar una copa con Adam Yarmolinsky. Adam, Harold y Norman hab¨ªan estado en el mismo curso en Harvard. Adam, adem¨¢s de otras cosas en la Casa Blanca de Kennedy, hab¨ªa sido asesor del secretario de Defensa Robert McNamara en el Pent¨¢gono. Se quej¨® de que Norman era un escritor p¨¦simo y demasiado belicoso. Yo le respond¨ª: "Adam, por lo menos ¨¦l escribi¨® Las escaleras del Pent¨¢gono [la primera parte de Los ej¨¦rcitos de la noche] mientras vosotros estabais en el Pent¨¢gono apretando el bot¨®n de guerra".
A?os despu¨¦s, gracias a la Ley de Libertad de Informaci¨®n, se hicieron p¨²blicos los archivos del FBI y, en los a?os ochenta, a petici¨®n m¨ªa, me enviaron los expedientes de Matthiessen y mi marido. Hab¨ªa dos cartas que me llamaron la atenci¨®n. Una de J. Edgar Hoover, el director del FBI, enviada en 1943 a la oficina de Boston, para pedir que se quitara el nombre de Matthiessen de la lista de personajes clave, alegando que no era comunista y que sus actividades como tapadera de los comunistas parec¨ªan limitadas (la oficina de Boston no hizo caso a Hoover). ?Pens¨® Hoover que Matthiessen no ten¨ªa importancia? ?O, como hab¨ªa esperado Matty, alg¨²n camarada de la poderosa Sociedad de la Calavera y los Huesos hab¨ªa intervenido en su favor? ?O acaso Hoover no quer¨ªa meterse en l¨ªos con Harvard con unas pruebas endebles? Despu¨¦s del suicidio de Matthiessen, el abogado designado por el juez contact¨® con el FBI para preguntar si quer¨ªan ver los papeles del difunto (una cosa completamente ilegal) antes de que pasaran a manos de sus herederos. El FBI respondi¨® que no, puesto que, dada la relaci¨®n de Matthiessen con Harvard, pod¨ªa acabar siendo un motivo de bochorno para el departamento. El personaje hab¨ªa muerto y el expediente quedaba cerrado. The Boston Globe inform¨® sobre esa oferta. ?Qu¨¦ hizo Harvard al respecto? ?Por qu¨¦ no dijeron nada? En los a?os ochenta, creo recordar, la universidad cre¨® un aula oficial con el nombre de Matthiessen en Eliot House.
Sin embargo, curiosamente, la muerte de Matthiessen hizo un sutil favor a Harvard: despu¨¦s de su suicidio, Joe McCarthy dej¨® de perseguir a la universidad, en la que hab¨ªa profesores radicales y ex radicales, adem¨¢s del n¨²mero habitual de homosexuales en una ¨¦poca en la que la homosexualidad se manten¨ªa en secreto.
El informe del FBI sobre aquel periodo oscuro de la historia de Estados Unidos, la ¨¦poca en la que Norman se hizo adulto, presenta un mundo en torbellino, en el que los informadores estaban constantemente espiando a alumnos y profesores, en el que algunos sab¨ªan qui¨¦nes eran los esp¨ªas, en el que Harvard era el centro de una educaci¨®n gloriosa, mientras que en Boston, una mezcla de pol¨ªtica corrupta apoyada en el aparato irland¨¦s y en arist¨®cratas reaccionarios hac¨ªa que se pudieran pisotear los derechos de los muertos y que el joven Bobby Kennedy, hijo del viejo reaccionario Joseph Kennedy, pudiera verse obligado a trabajar para Joe McCarthy y, sin embargo, acabar muriendo asesinado como hombre de izquierdas.
COMO MUESTRAN ALGUNAS de las cartas de ¨¦pocas posteriores, con el tiempo, la vida de Norman se hizo menos tumultuosa. Sus 35 a?os de matrimonio con Norris Church fueron felices y duraron hasta su muerte, y Norman y Norris vivieron rodeados de sus nueve hijos y la familia de su hermana Barbara. Ahora bien, hasta el final, la musa de Norman fue Estados Unidos. Siempre sigui¨® tratando de capturarlo, retenerlo, poseerlo, interpretarlo, alcanzar su oscuridad y su luz de mil formas diferentes, como un ni?o que intentara correr sin parar para rodear con sus brazos una estrella fugaz.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
A Beatrice Mailer (*)
8 de agosto de 1945
Cari?ito:
La noticia de la bomba at¨®mica ha dado m¨¢s que hablar aqu¨ª que la de la victoria en Europa, y tanto como la muerte del presidente Roosevelt. Me siento muy confuso sobre el tema (escribo estas l¨ªneas justo despu¨¦s del primer comunicado escueto. No s¨¦ lo que han hecho). Ahora comprendo c¨®mo afectan los v¨ªnculos del inter¨¦s a las ideas. Una buena parte de m¨ª aprueba cualquier cosa que acorte la guerra y me devuelva antes a casa, y eso va muchas veces en contra de principios anteriores, m¨¢s esenciales. Por ejemplo, conf¨ªo en que se apruebe el llamamiento a filas en tiempo de paz, porque, si no, la desmovilizaci¨®n ser¨¢ angustiosamente lenta. Es en ese mismo sentido en el que apruebo un instrumento que mata en condiciones ¨®ptimas a mucha gente en un instante.
Pero, la verdad, qu¨¦ perspectiva tan aterradora es ¨¦sta. Siempre hemos hablado de que la humanidad se iba a destruir, pero ahora parece una cosa tan cercana, cuesti¨®n de d¨¦cadas, de un n¨²mero de bombas que pueden contarse f¨¢cilmente. Este asunto de la explosi¨®n del ¨¢tomo ser¨¢ el preludio de la victoria definitiva de la m¨¢quina. Nunca hab¨ªa sido m¨¢s que una serie de c¨¢lculos entretenidos en la f¨ªsica que estudi¨¦, un sue?o remotamente alcanzable y, aun as¨ª, terrible, porque la energ¨ªa at¨®mica en una masa del tama?o de un guisante basta para mover una locomotora un mont¨®n de veces alrededor de la Tierra. Creo que nuestra era representar¨¢ el final de conceptos como la voluntad del hombre y la determinaci¨®n del poder por parte de las masas. El mundo estar¨¢ controlado por unos cuantos hombres, pol¨ªticos y t¨¦cnicos, los hombres de Spengler en la tardocivilizaci¨®n occidental-europeo-norteamericana. Y, por m¨¢s que me estimule, no soy nada spengleriano. Ante la alternativa de hacer lo necesario o no hacer nada, prefiero nada, si lo necesario es desagradable.
Verdaderamente, querida, el panorama es espantoso. Habr¨¢ otra guerra, si no en veinte a?os, en cincuenta, y, si sobrevive la mitad de la humanidad, ?qu¨¦ pasar¨¢ con la siguiente guerra? Creo que, para sobrevivir, las ciudades del futuro se construir¨¢n a m¨¢s de un kil¨®metro bajo tierra. De esa forma, el hombre habr¨¢ escapado a su legado animal: los insectos ya no le molestar¨¢n y, como Scarr en b¨²squeda del cielo, habr¨¢ descendido mil brazas hacia el infierno.
Ya sabes que me estoy volviendo tan enfermizo respecto a las m¨¢quinas como mi madre lo es respecto a Jack Maher. (En mi vida exterior, eso se refleja en cosas como haber rechazado un trabajo de ch¨®fer de un jeep, uno de los veh¨ªculos de reconocimiento, para asombro e indignaci¨®n de todos).
Y siento desprecio hacia marineros y aviadores. ?Qu¨¦ saben verdaderamente de la guerra? En cierto modo, los marineros con los que habl¨¦ en el buque que nos trajo aqu¨ª parec¨ªan muy ingenuos. Les ca¨ªan mal los hombres hoscos, heridos y hura?os a los que transportaban. Cuando o¨ªan hablar del barro, las n¨¢useas y el horror, chasqueaban la lengua con simpat¨ªa, pero sin comprender nada. ?Qu¨¦ sab¨ªan ellos (en palabras de Gwaltney) del trabajo, la miseria y la muerte? La suya es una vida rutinaria y sin sorpresas, llena de la esclavitud y las ventajas de servir a una m¨¢quina. Cuando les llega la muerte es como un trueno repentino, por obra de la naturaleza. No tienen ninguna intimidad con ella y, por consiguiente, sus repercusiones supremas tienen un car¨¢cter de pesadilla y son tan irreales como los desastres en tiempo de paz. No pueden comprenderlo porque la m¨¢quina es algo tan enga?oso, tan benigno durante mucho tiempo, que se olvidan de que tiene un fusible. No han experimentado la muerte como suceso cotidiano, como constante emocional aproximadamente de la misma intensidad que abrir la lata de una raci¨®n fr¨ªa de carne grasienta cuando a uno le arde y le molesta el est¨®mago por haber recorrido demasiadas colinas bajo un sol h¨²medo y cruel. No conocen la fatiga que hace que uno pise un cad¨¢ver de tres semanas porque no tiene fuerzas para sortearlo. Y los aviadores son como los marineros. Ellos tambi¨¦n luchan de manera abstracta, en un fluido abstracto. Sus vidas tambi¨¦n son c¨®modas, solitarias y pendientes de un sexo que no tienen, y tambi¨¦n para ellos la muerte es un trueno devastador e incomprensible. Son vidas en las que el peor olor es el de la gasolina, el metal, el aceite lubricante. No saben que las letrinas, los cuerpos y los pantanos son dif¨ªciles de distinguir.
Y ver c¨®mo personifican sus m¨¢quinas me da n¨¢useas. Es el sustituto de la soledad y las ganas de sexo, pero tambi¨¦n es aterrador. Hemos llegado a un punto en el que amamos las m¨¢quinas y odiamos a las mujeres. El siguiente paso es la adoraci¨®n religiosa, y la bomba at¨®mica parece la deidad suprema, la l¨ªnea de entelequia definitiva.
Hay poco amor en ¨¦sta, pero esta noche tengo el alma un poco enferma. Cuanto m¨¢s pienso en estas cosas, m¨¢s aterradoras me parecen. Qu¨¦ combinaci¨®n puede derrotar a la aleaci¨®n de mecanismo y sentimentalismo.
Te necesito en mis brazos esta noche.
Te quiero,
Norman
A Lewis Allen (**)
30 de abril de 1954
Querido Lew:
Bueno, al final tengo pr¨¢cticamente acabada mi novela. He terminado de escribir y, despu¨¦s de una semana de comprimir frases y pulir un poco m¨¢s, estar¨¦ listo para pasarla a m¨¢quina. As¨ª que, de aqu¨ª a un mes, creo que podr¨¦ envi¨¢rsela a Rinehart y empezar a pensar en qu¨¦ demonios va a ser el tema de la siguiente novela. Por cierto, no le he dado el empuj¨®n extra con el que so?aba. [...]
Anoche hubo una fiesta en casa de Styron, y todos nos emborrachamos y decidimos enviar un telegrama a Joe McCarthy. Dec¨ªa as¨ª:
QUERIDO JOE. NOS CAES BIEN, PERO, POR FAVOR, ?DEJA DE HURGAR EN LA MIERDA!
VANCE BOURJAILY
JAMES JONES
NORMAN MAILER
JOHN PHILLIPS
WILLIAM STYRON.
A pesar de nuestra hilaridad y nuestra borrachera, creo que, en el fondo, nos quedamos un poco espantados. Es exactamente el tipo de cosa por el que uno acaba en un campo de concentraci¨®n tres a?os despu¨¦s. En fin, hay muchas otras razones que puedo utilizar para ir. Tuyo, Lew,
Norm
A Jean Malaquais (*)
13 de octubre de 1956
Querido Jean:
He tardado demasiado en contestar tu carta, teniendo en cuenta todo lo que disfrut¨¦ con ella, pero, querido amigo, he tenido excusas. Y lo mejor es que las presente cuanto antes. Para empezar, la b¨²squeda de vivienda en Nueva York se volvi¨® cada vez m¨¢s descorazonadora, precios altos, preocupaciones, etc¨¦tera, y por debajo de todo lo principal, el sentimiento creciente, tanto en Adele como en m¨ª, de que est¨¢bamos hartos de Nueva York. Es curioso, pero, despu¨¦s de tantos a?os aqu¨ª, tengo muy pocos amigos, en parte por mi culpa y en parte, de forma peculiar, por culpa de mi inconformismo. Lo digo de verdad. Es una peculiaridad de ser radical; pasan los a?os y, qui¨¦n lo iba a decir, llega un momento en el que ya no hay llamadas de tel¨¦fono de los amigos situados en las capas m¨¢s altas de la sociedad. Creo sencillamente que uno se convierte en un lujo como amigo y, si no te quieren verdaderamente mucho -que no es el caso con ninguna de mis amistades sociales-, poco a poco te apartan de sus ¨®rbitas de circulaci¨®n. Y luego, adem¨¢s, estaba harto de Nueva York propiamente dicha, esta ciudad desesperadamente competitiva e inhumana con su violencia, su frialdad, su agresi¨®n el¨¦ctrica a los nervios -tal vez me estoy volviendo mayor-; en cualquier caso, fuimos al campo, a Connecticut, a visitar a unos amigos, y encontramos una casa que nos gust¨® mucho, y ahora estamos compr¨¢ndola. Es una casa grande con 20 hect¨¢reas de tierra, un prado muy hermoso, un poco parecido a Vermont, pero suave y civilizado, un lugar apropiado para un viejo, pero hacia eso es hacia lo que se inclinan mis gustos. Desde luego, como todas las cosas bellas, era cara y, si llegara una depresi¨®n en los pr¨®ximos a?os, me encontrar¨¦ con un gran elefante blanco entre las manos.
En cualquier caso, eso fue hace un par de semanas y, poco despu¨¦s de hacer la oferta de compra, estaba paseando a los perros (nuestros dos grandes caniches) a ¨²ltima hora de una noche de s¨¢bado o, para ser m¨¢s t¨¦cnicos, a primera hora de la ma?ana del domingo -era la una-, cuando los perros se detuvieron a olisquear cerca de tres matones que merodeaban ante un portal. Uno de ellos hizo una broma de mal gusto, los otros se rieron, y yo, que debo de tener un ramalazo de locura, le pregunt¨¦ qu¨¦ hab¨ªa dicho. Entonces ¨¦l me insult¨®, comenzamos una discusi¨®n verbal, me dijo que me fuera, yo estaba asustado pero me negu¨¦, y, por fin, nos peleamos. Seguramente yo habr¨ªa ganado, porque, cr¨¦eme, era m¨¢s fuerte que el mat¨®n -que era alto, pero pesaba menos que yo, y ten¨ªa unos 21 a?os-, como digo, creo que habr¨ªa ganado, pero empez¨® a sacarme los ojos con los dedos, y de forma muy profesional, la verdad. Me lo quit¨¦ de encima lo mejor que pude, peleamos un poco m¨¢s, volvi¨® a agarrarme y volvi¨® a atacarme los ojos. En ese momento sali¨® una masa de gente -una banda- de una de las casas (est¨¢bamos peleando en la acera) y un personaje enorme y brutal me golpe¨® y me dijo: "?Tienes suficiente?".
Claro que ten¨ªa suficiente. Casi no pod¨ªa ver, los ojos me sangraban, y ya me ve¨ªa muriendo de una paliza. As¨ª que asent¨ª, impotente, y murmur¨¦ varias veces: "S¨ª, tengo suficiente, tengo suficiente, tengo suficiente", recuper¨¦ a los perros que otro mat¨®n, ir¨®nicamente, hab¨ªa estado guardando durante la pelea, y me fui arrastrando los pies. Lo que hace que la historia no sea completamente inhumana es que dos hombres de color, miembros de la banda, me siguieron. Me alcanzaron al llegar a la esquina. A esas alturas ya no me importaba nada, as¨ª que, seguramente por eso, no me dieron miedo. Sent¨ªa que, si iban a atacarme, pod¨ªa darme por muerto. Quiz¨¢ fue eso, no s¨¦, pero el caso es que uno de los tipos de color dijo: "No te han dado una pelea justa, t¨ªo". Y eso, en cierto modo, me anim¨® durante los d¨ªas siguientes, cada vez que me acordaba.
Pero las consecuencias fueron malas. El ojo izquierdo me dol¨ªa bastante, y tuve un punto ciego en mitad de mi campo de visi¨®n durante varios d¨ªas, y hube de permanecer en una habitaci¨®n oscura durante casi una semana. Todav¨ªa ahora se me cansa la vista, y seguramente tardar¨¦ un mes en superar eso. Cu¨¢nto me alegro de haber comprado la casa antes de que sucediera esto, porque, si no, siempre habr¨ªa tenido la sensaci¨®n de que estaba huyendo de Nueva York en un ataque de p¨¢nico.
En cualquier caso, he estado demasiado deprimido para escribirte durante una temporada, y esto es lo que ha pasado. No lo cuentes mucho por ah¨ª, porque a mis padres les dije que ten¨ªa una infecci¨®n en los ojos, y no me gustar¨ªa que llegase alg¨²n rumor a los peri¨®dicos. Lo que est¨¢ claro es que la experiencia confirm¨® el sentimiento cada vez m¨¢s intenso que tengo de que hay una barbarie que est¨¢ muy cerca de la superficie en Estados Unidos -no tienes ni idea de lo horrible que est¨¢ volvi¨¦ndose este pa¨ªs-, es intangible, pero tengo el fuerte sentimiento de que casi ninguna de las personas a las que conozco desde hace a?os est¨¢ madurando, sino deterior¨¢ndose y cayendo en el odio, el odio a s¨ª misma y una especie de vida constante con la conciencia de la muerte. Para que luego hablen de nuestra bombita at¨®mica. [...]
En otro orden de cosas, Adele est¨¢ deslumbrante. Nunca la he visto m¨¢s bella, y tiene cada vez m¨¢s aplomo. Es algo encantador para m¨ª, porque siento que he sido positivo para una persona en este mundo, y eso me alegra.
En cuanto a la casa, tienes un lugar en el que dormir mientras sea nuestra, y me gustar¨ªa que estuvieras aqu¨ª, porque os echamos de menos a Galy y a ti. Sobre la c¨¢mara, tendr¨¢s que esperar a mi pr¨®xima carta. He sido poco aplicado en ese aspecto. Perd¨®name.
Con cari?o de un guerrero a otro,
Norman
A la Sra. de John F. Kennedy (*)
3 de noviembre de 1960
Querida Sra. Kennedy:
Fue muy amable por su parte enviarme la carta, y le doy las gracias por ella. De vez en cuando, cuando pienso en la posibilidad de viajar a otro siglo, me inclino por el XVIII, en Francia, las tres ¨²ltimas d¨¦cadas, y la primera del XIX, supongo. Pero no s¨¦ si me ir¨ªan muy bien las cosas all¨ª. Si, por casualidad, nos vemos en Hyannisport el pr¨®ximo a?o, podr¨ªamos hablar de ello. Sospecho que usted sabe del tema m¨¢s que yo. Mi competencia se vuelve inexperiencia en cuanto paso de las obras del Marqu¨¦s de Sade. He ah¨ª un hombre del que me gustar¨ªa escribir una biograf¨ªa cuando yo est¨¦ muerto sin remedio. Quiz¨¢ podr¨ªa dar una o dos pistas sobre el peculiar pero s¨®lido sentido del honor del personaje.
Mientras tanto, perm¨ªtame expresar mi deseo de estar equivocado en mi miedo a la noche del 7 de noviembre. No estoy de acuerdo con su marido respecto a Cuba, creo que se dispone a cometer un grave error, pero votar¨¦ por ¨¦l, de todas formas. Creo que es m¨¢s importante que nunca que gane ¨¦l. Es s¨®lo que he perdido ya gran parte del placer de emitir el voto...
Atentamente, querida se?ora,
Norman Mailer
A Mickey Knox (**)
17 de diciembre de 1963
Querido Mickey:
La cosa de Kennedy afect¨® mucho aqu¨ª. Las mujeres lloraban por la calle (sobre todo, mujeres atractivas), muchos negros de mediana edad ten¨ªan aspecto triste y preocupado, y todos nos sentamos en medio de una atm¨®sfera de pesimismo a ver la televisi¨®n durante las setenta y dos horas siguientes. En conjunto, tuvo mucho en com¨²n con otros dos acontecimientos: el d¨ªa de Pearl Harbor y la muerte de Roosevelt. Y lo de Ruby y Oswald fue el remate. No me he sentido con ganas de escribir ni una sola palabra sobre todo esto, he estado demasiado jodido y deprimido. En mi opini¨®n, la mayor p¨¦rdida ha sido una p¨¦rdida cultural. Quisiera o no, Kennedy estaba dando gran impulso a las artes, no porque Jackie Kennedy invitase a Richard Wilbur a la Casa Blanca, sino porque, de alg¨²n modo, la tapa se hab¨ªa abierto, y ahora temo que vuelva a cerrarse de golpe.
En cuanto a Oswald y Ruby, no s¨¦ qu¨¦ pas¨®, pero no tengo ninguna seguridad de que lo sepamos alguna vez. Me gustar¨ªa creer que el FBI tuvo una mano siniestra en todo esto, pero, no s¨¦ por qu¨¦, lo dudo. Sospecho que la verdad es que dos tipos solitarios, por su cuenta y riesgo, pusieron palos en las ruedas hasta un punto como no hab¨ªa hecho nadie antes, y lo que nos ha quedado ahora es un l¨ªo, un l¨ªo miserable.
El libro [Un sue?o americano], por supuesto, ha quedado apartado en medio de todo esto, una m¨¢s del mill¨®n de v¨ªctimas secundarias. Cuando Kennedy estaba vivo era un buen libro, pero, con ¨¦l muerto, no es m¨¢s que una curiosidad, y su tono resulta algo irritante. Ni siquiera lo echo en falta, curiosamente.
Respecto a la pel¨ªcula, ha habido una sorprendente falta de inter¨¦s, y no ha picado nadie. Creo que, si alguien tuviera cinco o diez millones de d¨®lares, podr¨ªa ser un gran filme. Pero me da la impresi¨®n de que nadie va a comprarla hasta que lleven al cine alguna otra cosa que escriba y ¨¦sa gane mucho dinero. Lo malo es que no es el tipo de historia que puede rodar un productor independiente con poco presupuesto, porque, para que tenga ¨¦xito, necesitar¨ªa un tratamiento ¨¦pico.
Lo cual trae a colaci¨®n, en cierto modo, tu comentario de "aventurero intelectual". Se me hab¨ªa olvidado que lo hab¨ªas dicho, pero tu menci¨®n me lo ha recordado, salvo que t¨² lo citas de forma completamente distinta, con un tono aprobador. El personaje del entorno de Kennedy que lo dijo, desde luego, emple¨® el t¨¦rmino con desprecio. [...]
Las cosas aqu¨ª est¨¢n tranquilas. Mucho trabajo para m¨ª, y despu¨¦s m¨¢s trabajo. Sigo d¨¢ndole duro a la serie por entregas y ya he terminado la tercera. Es un libro bastante bueno hasta ahora, pero espero y ruego poder mantener el nivel, porque la tensi¨®n es tremenda. Es como ser un viejo profesional y disputar un combate en ocho asaltos cuando uno no est¨¢ en su mejor forma. En cualquier caso, si puedo conseguirlo, el a?o que viene deber¨ªa ser m¨¢s relajado.
Siento much¨ªsimo que te fueras cuando te fuiste. Siempre nos cuesta un par de semanas encontrarnos a gusto uno con otro y esta vez fue una verdadera l¨¢stima, porque creo que estamos llegando a un punto en nuestras vidas en el que nuestros respectivos o¨ªdos son cada vez mejores y podemos escuchar con m¨¢s atenci¨®n lo que dice el otro. Lo que me has dejado entrever de Yugoslavia es fascinante y, si tienes ocasi¨®n, hazme saber algo de tus impresiones.
Con cari?o,
Norman
A Marvin Gorson (***)
11 de abril de 1968
Querido Marvin:
He tardado mucho en contestar, pero estaba trabajando en mi segunda pel¨ªcula, Bust 80, cuando lleg¨® tu carta, y desde entonces he estado haciendo todo lo posible para ganar algo de dinero porque me he arruinado haciendo estas dos pel¨ªculas. En cualquier caso, no creo que vaya a aceptar tu amable invitaci¨®n a convertirme en el fil¨®sofo residente del Partido por la Paz y la Libertad, por dos de las mejores razones posibles. No acabo de tener las ideas claras sobre una postura pol¨ªtica coherente. Como quiz¨¢ sepas o no, soy un conservador de izquierdas, que implica contradicciones como estar en contra de la renovaci¨®n urbana, pero, por otra parte, no estar necesariamente a favor de la legalizaci¨®n de la marihuana. Puede que acabe teniendo que defender la legalizaci¨®n de la marihuana. Puede que acabe teniendo que defenderla si la polic¨ªa contin¨²a acosando a la gente y haciendo detenciones innecesarias, pero, pese a todo, prefiero que sea ilegal, porque le da algo de picante al hecho de fumarla y nos evita que las empresas puedan meter vitaminas en una marihuana h¨ªbrida, de cultivo hidrop¨®nico y con filtro. Para no hablar de todos los anuncios psicod¨¦licos que nos ahorramos. Adem¨¢s, no estoy tan seguro de que McCarthy y Kennedy sean indistintos de Humphrey, que, por lo menos, deber¨ªa pagar el precio de su compromiso total con la guerra en Vietnam. Est¨¢ muy bien decir que no hay diferencias entre Kennedy y Johnson, pero no estoy nada seguro de estar de acuerdo. No se trata tanto de lo que le pase por la cabeza a Kennedy como de que tendremos un pa¨ªs completamente distinto si se convierte en presidente un hombre que lleva el pelo como lo lleva ¨¦l. En cualquier caso, esta carta llega despu¨¦s de una conversaci¨®n que tuve ayer con Barbara en la que se mostr¨® naturalmente disgustada a prop¨®sito de Eldridge Cleaver. De modo que adjunto una declaraci¨®n que puedes utilizar en defensa de Cleaver, aunque es posible que, si salta la noticia, llame a Barbara y le dicte el contenido a ella. En cualquier caso, por ahora, te deseo lo mejor y te doy muchas gracias por el placer de leer tu magn¨ªfica cr¨ªtica de ?Por qu¨¦ estamos en Vietnam?
Atentamente,
Norman
A Mary Bancroft (*)
18 de octubre de 1976
Querida Mary:
... Me resulta dif¨ªcil sentir la misma pasi¨®n que t¨² a prop¨®sito de Carter, porque no tengo m¨¢s que pensar en Ford o, que Dios me perdone, Reagan, para preguntarme c¨®mo es posible que una conservadora que se precie como t¨² pueda volver a pensar una vez m¨¢s en meter la cuchara en esa olla repugnante. S¨ª, creo que Carter es incre¨ªblemente ambiguo y que podr¨ªa ser el diablo y que, desde luego, podr¨ªa haberme enga?ado, y que no hay duda de que los dem¨®cratas nos llevar¨¢n a la guerra antes que los republicanos, y s¨ª, que podr¨ªa estar cometiendo el mayor error de mi vida, pero lo ¨²nico que podr¨ªa decirte es que, con los a?os, he aprendido a ser cada vez m¨¢s simple. He decidido que, despu¨¦s de todo, no es casualidad que, despu¨¦s de conocer a alguien, me guste o no. Todo lo que me ha ocurrido desde mi perspectiva de los cincuenta y tres a?os ha dependido de mi juicio. Y cuando conoc¨ª a Carter, me gust¨® de verdad, me dej¨® una buena sensaci¨®n. No hay muchas personas que me la den.
Como esa parte, para m¨ª, es indiscutible, tengo que reconocer que, si es el diablo, yo tambi¨¦n, y tuve esa buena sensaci¨®n de camarader¨ªa que sienten los diablos cuando se encuentran en lugares elevados y secretos. Pero en cuanto a Ford, Reagan, Dole y el resto de la nave pirata, Mary, son de v¨®mito. Son horribles. ?No ves lo que le han hecho a este pa¨ªs? Johnson fue una tr¨¢gica monstruosidad que nos meti¨® en Vietnam diez veces m¨¢s que Kennedy, estoy de acuerdo. Pero lo que hizo Nixon al no sacarnos durante cuatro largos a?os es incalificable, y lo que hacen Ford y Reagan respecto a la econom¨ªa, que est¨¢ dirigida por los tipos que se pasean en carritos de golf, oh, cu¨¢nta corrupci¨®n; oh, cu¨¢nto lodo; oh, te echo de menos. Dios m¨ªo, c¨®mo te echo de menos. Mary, ?por qu¨¦ no voy nunca a verte?...
Te quiere,
Norman
A Sal Cetrano (**)
28 de enero de 1985
Querido Sal:
Con el trabajo a?adido, no, con la carga del Congreso del PEN, que ha supuesto una nueva avalancha de correo, llevo como un mes de retraso, y ahora veo tu carta del 24 de diciembre, que me es imposible responder como es debido, primero, porque tu prosa es tan rica que tendr¨ªa que sentarme a tratar de averiguar exactamente lo que quieres decir, y segundo, porque no tengo tiempo. Pero, si puedo adivinar lo que indicas, creo que est¨¢s cayendo en la trampa que nos tienden con la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Es un sitio horroroso; es como Estados Unidos tras 50 a?os de depresi¨®n econ¨®mica, gobernado por una mezcla de exaltados de West Point y g¨¢nsteres de la Mafia. La verdad es que, incluso en un mundo tan horrible, siempre habr¨¢ camarillas y facciones, y unas ser¨¢n mejores que otras. Creo que fueron los guardianes y los escritorzuelos de pacotilla los que generaron toda la reacci¨®n negativa sobre Bonner y Sajarov, y tipos como t¨² y como yo dentro del aparato sovi¨¦tico se quejaron y gru?eron del mismo modo que yo gru?o y me quejo cuando Reagan empieza a hablar del gran tanto en favor de la libertad que obtuvo cuando invadi¨® Granada. El error que no hay que cometer jam¨¢s es pensar que Rusia es monol¨ªtica. No lo es. Es un lugar deprimido, triste, opresivo, pero est¨¢ desgarrado por las distintas facciones, y todav¨ªa queda alguna esperanza. Si la guerra fr¨ªa pudiera acabar, su situaci¨®n econ¨®mica podr¨ªa empezar a mejorar, porque, por el momento, todos los buenos ingenieros est¨¢n dedicados a los cohetes. Cuando empiece a mejorar su nivel de vida, aunque s¨®lo sea un poco comparado con el nuestro, seguro que se arma la de Dios. Pero no caigas en la trampa de creerte una informaci¨®n de prensa a pies juntillas. Eso es lo que quieren que hagamos.
Me encant¨® verte en Strawhead, y me alegro de que la obra m¨¢s o menos te gustara. Estamos como un equipo de baloncesto en la primera semana de partidos de exhibici¨®n. Es m¨¢s, la semejanza entre los actores y los deportistas no deja nunca de asombrarme. Si son buenos, cuanto mejores son, m¨¢s se esfuerzan. Resulta bastante tranquilizador.
Por ahora, saludos,
Norman
P. S. Escribes prosa como un buen poeta. A los buenos poetas normalmente es dif¨ªcil seguirles su prosa.
A Richard Stratton (***)
principios de enero de 1987
Querido Rick:
Norris y yo fuimos a Mosc¨² invitados a esa conferencia que convoc¨® Gorbachov. Rick, te lo aseguro, es incre¨ªble: all¨ª est¨¢ pasando algo. Es como un oso, viejo, maloliente, herido, obeso, enredado en sus propias corrupciones, y que tiene una mirada concreta: quiere volver al circo, quiere ser un oso entrenado y recibir aplausos, y que todos los dem¨¢s animales le rindan homenaje. Es una forma demasiado fantasiosa de decirlo, pero la verdad es que supongo que llevo d¨¢ndole vueltas a Rusia desde que se public¨® Los desnudos y los muertos, porque viv¨ª la misma experiencia que tantos de mi generaci¨®n, de pensar que los rusos eran estupendos durante la guerra mundial y respetar a su ej¨¦rcito y su infanter¨ªa como s¨®lo pod¨ªa hacerlo alguien de infanter¨ªa de Estados Unidos, y sus sacrificios de guerra, y luego sumergirme de cabeza en la guerra fr¨ªa con un vuelco total de todas las se?ales. A partir de ah¨ª no volv¨ª a confiar en nadie, ni siquiera en los rusos, cuando llegu¨¦ a Lenin sobre el estalinismo y los verdaderos horrores que hay all¨ª. Hay una diferencia entre los rusos y los americanos, y es crucial: en Estados Unidos vamos siempre por delante de nuestra culpa. Nos mantenemos por delante gracias a la t¨¦cnica, a todo lo que se pone de moda. Nos analizamos, nos tranquilizamos y robotizamos, nos llenamos de nouvelle cuisine, nos volvemos yuppies, nos mantenemos por delante de nuestra ansiedad y nuestro gran sentimiento de culpa, y as¨ª somos capaces de eludir la cuesti¨®n. Los rusos, no. Est¨¢n enfangados en su culpa, y hay muy pocos rusos que no tengan mala conciencia porque la historia de aquel pa¨ªs, durante 30 a?os, exigi¨® que cada uno traicionara a sus amigos, no abiertamente, quiz¨¢, pero s¨ª mediante actos de omisi¨®n, no ayudando a amigos que estaban perseguidos por las autoridades. Y la propia autoridad manten¨ªa las cosas paralizadas por su enorme mala conciencia. Los rusos, en mi opini¨®n, viven m¨¢s pr¨®ximos a su alma que nosotros, porque son culpables, y no puedo decirte cu¨¢nto me conmueve que desde las altas instancias de la burocracia haya surgido este reconocimiento de que tienen que cambiar y tener un gobierno m¨¢s humano. Te lo aseguro, Rick, si yo fuera de los que rezan, incluso pedir¨ªa que baje desde arriba la buena voluntad necesaria para ayudar a esa cosa incre¨ªble que est¨¢ intentando Gorbachov en Rusia, y, hermano, c¨®mo me compenetro con ¨¦l. Podr¨ªa salir todo mal con tanta facilidad, pero, si sale bien, este pa¨ªs, nuestro pa¨ªs, Estados Unidos, tendr¨¢ que renunciar a gran parte de sus tonter¨ªas y, si el comunismo se vuelve democracia, hacerse a la idea de que nuestros propios establos est¨¢n desbordados. Y de que la mierda de caballo nos llega ya a la nariz. En fin, ya veremos.
Tres saludos,
Norman
A Don DeLillo (*)
25 de agosto de 1988
Querido Don:
Qu¨¦ libro tan magn¨ªfico. Tengo que decirte que lo he le¨ªdo contra corriente. Estoy con una novela espantosamente larga sobre la CIA y, por supuesto, se solapa lo suficiente como para decir: "Este hijo de puta est¨¢ tocando la misma m¨²sica que yo", pero me impresion¨®, me impresion¨® mucho, algo que pocas cosas consiguen. Creo que seguimos escribiendo gracias a que nunca dejamos que nos toquen el centro de nuestra vanidad si podemos evitarlo, pero esta vez no lo consegu¨ª. Una actuaci¨®n de virtuoso, todo el libro, y, lo que es m¨¢s, creo que est¨¢s llevando a cabo una tarea de la que todos nos hemos olvidado, que es la de transformar las obsesiones de Estados Unidos -esos agujeros negros en el espacio- en mantras con los que podamos vivir. Lo que nos has dado [es] una visi¨®n comprensible y cre¨ªble de c¨®mo era Oswald y c¨®mo era Ruby, lo que podr¨ªa haber sucedido. Que luego la historia te quite o no la raz¨®n es casi lo de menos: lo que cuenta es que has devuelto a la vida un lugar en nuestra imaginaci¨®n que ha sobrevivido todos estos a?os como tierra quemada, es decir, a duras penas. Qu¨¦ poco frecuente es que una novela nos ofrezca un prop¨®sito tan profundo, y te juro, Don, que te aplaudo por ello.
Saludos,
Norman
A Sal Cetrano (*)
28 de marzo de 1999
Querido Sal:
Nunca hemos hablado sobre el hecho de que eres republicano, porque las pocas veces que hemos tenido la suerte de compartir mesa, ?qui¨¦n va a querer sacar eso a colaci¨®n? S¨®lo voy a decir -y todav¨ªa no he escrito sobre este tema- que, mientras los dem¨®cratas, y en primer lugar Clinton, me repugnan con lo que llamo su "pol¨ªtica de boutique" -un poco aqu¨ª, un poco all¨¢, y todo servido con grandes dosis de gilipollez por encima-, los republicanos son una monstruosidad psic¨®tica. Por un lado, son Dios, bandera y familia -aunque pocos de ellos reconocer¨ªan a Jesucristo si estuviera haciendo pis en el retrete de al lado-, y un n¨²mero asombroso no ha servido jam¨¢s en las fuerzas armadas ni ha o¨ªdo una bala, y, como pol¨ªticos, enga?an como conejos a sus esposas y sus familias. Pero da igual, ?de qu¨¦ sirve ser pol¨ªtico si uno no puede ganarse la vida siendo un hip¨®crita?
Lo que quiero decir es esto: el Partido Republicano es esquizofr¨¦nico; por un lado, son, como digo, Dios, bandera y familia, pero, por otro, est¨¢n a favor de la expansi¨®n descontrolada del capitalismo y, por tanto, se olvidan de algo que tal vez es importante a¨²n para ti, que es que Jes¨²s, como Karl Marx, pensaba que el dinero impide que pasen todos los dem¨¢s valores. Y es verdad. Si el pa¨ªs est¨¢ vini¨¦ndose abajo, y lo est¨¢, creo que podr¨ªa trazarse un gr¨¢fico del declive en paralelo al ascenso del Dow Jones: cuanto m¨¢s alto el Dow, m¨¢s bajos los dem¨¢s criterios. El dinero destruye todos los dem¨¢s valores. Puedo incluso respetar a los republicanos de derechas por tener sus criterios, como los tienen, pero nunca atacan el capitalismo, que, descontrolado, es el peor azote de los valores humanos que tenemos hoy.
Quiz¨¢ hubo una ¨¦poca en la que el comunismo era un azote peor, pero ahora llevamos nosotros la delantera, y te sugiero que trates de vivir sabiendo que tu partido preferido est¨¢ paralizado en sus centros morales. Si es as¨ª, ?por qu¨¦ esperar m¨¢s de tus chicos negros? Quiz¨¢ nunca sepan de qu¨¦ hablas.
En cuanto a Clinton, que se ocupe de ¨¦l el cielo. Su delito no es que tuvo un l¨ªo en la Casa Blanca -al fin y al cabo, uno llega a tener ¨¦xito como pol¨ªtico a base de dar satisfacci¨®n a la carne y, al cabo de un tiempo, es como una comida para un hambriento, y no veo a Hillary sirviendo comida a nadie salvo en un comedor de beneficencia-, sino que termin¨® con el sistema de prestaciones sociales "que conocemos" sin poner fin al sistema de prestaciones sociales que no conocemos, es decir, movido por empresas. En mi opini¨®n, es una monstruosidad ahorrar dinero a base de sermonear a los pobres y lamer el culo a los ricos. Como dice la vieja canci¨®n, "eso no es saludable". Perdona por esta diatriba que no tiene la elocuencia de tu espl¨¦ndida carta, pero me pillas en uno de esos d¨ªas en los que estoy intentando contestar 50 cartas desde mediod¨ªa hasta el atardecer.
Saludos, viejo amigo,
Norman
A Emmerich Kusztrich (*)
26 de enero de 2005
Querido Imre:
Qu¨¦ atento fuiste al mandarme el art¨ªculo sobre la artritis de las rodillas. Veo que, a medida que pasa el tiempo, puedo vivir cada vez m¨¢s c¨®modo con la enfermedad. Andar con dos bastones -y no lo digo como gracia- es hasta divertido una vez que has aprendido sus dimensiones. Su mayor placer es que puedes hacerte la ilusi¨®n de que est¨¢s haciendo esqu¨ª de fondo, y eso es muy divertido. Adem¨¢s, nunca tienes que permanecer de pie mucho rato; siempre hay alguien que te ofrece el asiento.
Sans fa?ons, conf¨ªo en volver a Alemania en alg¨²n momento del a?o que viene y estoy deseando veros otra vez a Gertrud y a ti; entonces podremos hablar sobre la operaci¨®n. No siento gran necesidad de ello en estos momentos, pero estas cosas cambian con el tiempo. Ser¨¢ una de las cien cosas sobre las que podemos hablar. Le¨ª el recorte que me enviaste del Financial Times y es desalentador. No s¨¦ hacia d¨®nde nos encaminamos. En el siglo XX era el terror de que una guerra nuclear fuera a hacernos volar a todos. Pero parece surrealista. Ahora, en el XXI, est¨¢ presente en muchos la sombr¨ªa idea de que no se sabe si llegaremos o no al final de este siglo en nuestra condici¨®n actual. A mi edad no importa mucho, pero tengo nueve hijos y unos cuantos nietos, y la perspectiva no es precisamente prometedora para ellos.
Perd¨®name por esta visita al catastrofismo. Me temo que me he dejado llevar. Pero tambi¨¦n quiero decir lo que ya he dicho otras veces: nos conocemos muy poco y, sin embargo, somos buenos amigos. Es una cosa muy agradable. Saludos a ti y a Gertrude... y, ?me atrever¨¦ a decirlo?, un poco de cari?o.
Norman
? 2008, The Norman Mailer Estate Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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