Este saquito salva vidas
Existe una siniestra correlaci¨®n entre la circunferencia del brazo de un ni?o y su riesgo de morir por malnutrici¨®n. Se busca el punto medio entre el codo y el hombro, y si la circunferencia en ese punto es menor o igual a once cent¨ªmetros, el ni?o padece malnutrici¨®n severa aguda. O, lo que es lo mismo, tiene un riesgo alto de morir de hambre. Hay otros m¨¦todos: se puede, por ejemplo, estudiar la relaci¨®n entre el peso, la edad y la altura del ni?o. Pero ¨¦ste es m¨¢s sencillo y parece que m¨¢s preciso: once cent¨ªmetros de brazo significa malnutrici¨®n severa aguda. Lo m¨¢s sorprendente es que la medida vale para ni?os y ni?as de entre seis meses y cinco a?os.
Once cent¨ªmetros, como la circunferencia de un pl¨¢tano. Eso es lo que mide el brazo de Senara Dana, una ni?a de tres a?os y 8,1 kilos de peso. Ha venido en el regazo de su madre desde su aldea hasta este rudimentario centro de salud. Una hora de paseo por caminos de tierra del sur de Etiop¨ªa. Es una ni?a preciosa, no llora, no tiene mala cara. Pero un experto advertir¨ªa que su piel, debajo del vestidillo rojo, est¨¢ algo despigmentada y apergaminada, menos el¨¢stica de lo habitual; que despu¨¦s de pellizcarla tarda unos segundos en volver a su estado normal. Observar¨ªa que apenas logra seguir con la mirada el movimiento de un objeto a un palmo de su cara, que responde algo peor a los est¨ªmulos que la media. Lo observar¨ªa si Senara se desenganchara del pez¨®n de su madre, del que intenta extraer una leche casi agotada por sus dos hermanos peque?os.
Antes de entrar en esta caseta de planta circular, Senara ha estado en otra donde la han pesado, la han medido, le han presionado con los pulgares en los empeines para detectar edemas -s¨ªntomas del tipo de malnutrici¨®n conocido como Kwashiorkor- y le han colocado alrededor del brazo una cinta m¨¦trica de tres colores. Al apretar la cinta, ¨¦sta se ha deslizado pasando del verde al amarillo, hasta detenerse en la frontera con el color rojo que empieza en los once cent¨ªmetros. El color que indica malnutrici¨®n severa aguda.
Dentro de la sala, Senara y su madre han esperado su turno. La madre se ha sacado de la axila una ficha de cart¨®n llena de unas palabras que no comprende y se la ha entregado a la joven sentada en la mesa del centro de la sala. Han charlado en su idioma y la joven ha ido rellenando una de las p¨¢ginas cuadriculadas de un grueso libro con los datos de la ni?a. Senara Dara. Ref.: 351 055. Una columna para cada semana; una fila para cada uno de los posibles s¨ªntomas (diarrea, v¨®mitos, tos, apetito, temperatura, vista, o¨ªdo, n¨®dulos linf¨¢ticos, piel...).
La joven mete la mano en una caja y entrega a la madre un pu?ado de saquitos de papel metalizado rellenos de una sustancia llamada Plumpy'Nut. La madre rompe con los dedos una esquinita de uno de los envases y Senara succiona con ansia el interior, una pasta con sabor a mantequilla de cacahuete, pero m¨¢s suave y m¨¢s dulce. La ni?a volver¨¢ a casa con su madre y, a raz¨®n de dos saquitos por d¨ªa, recuperar¨¢ en dos o tres semanas el peso normal. Dicen que no falla. Si Senara hubiera nacido hace diez a?os, probablemente habr¨ªa muerto. Pero correr¨¢ mejor suerte gracias a este alimento terap¨¦utico que los expertos califican de revolucionario a la hora de combatir crisis alimentarias como la que vive estos d¨ªas el cuerno de ?frica.
Esto es Fulasa, un peque?o pueblo en SNNPR. Las siglas dan nombre a una regi¨®n del sur de Etiop¨ªa con 77 distritos habitados por 45 grupos ¨¦tnicos que hablan, cada uno, al menos un idioma diferente y que profesan, casi al 50%, el islamismo o el cristianismo ortodoxo. La regi¨®n m¨¢s rural (91% de sus habitantes) de un pa¨ªs eminentemente rural.
Aqu¨ª todo es verde, f¨¦rtil, colorido, es lo primero que sorprende al visitante. Lo llaman la green famine (la hambruna verde). No es f¨¢cil comprender que en un sitio as¨ª s¨®lo el 45% de los hogares consuma la raci¨®n diaria m¨ªnima de comida (2.200 kilocalor¨ªas) que establece la Organizaci¨®n Mundial de la Salud; que el 42% de los ni?os est¨¦ por debajo de su peso. Pero sucede. Las razones hay que buscarlas en la primitiva organizaci¨®n de la agricultura, en a?os de mala gesti¨®n pol¨ªtica, en la natalidad descontrolada de uno de los pa¨ªses m¨¢s poblados de ?frica (m¨¢s de 75 millones de habitantes). La familia media en las zonas rurales tiene seis o siete miembros que habitan una casa de 30 metros cuadrados y cultivan a mano, sin tecnolog¨ªa, menos de una hect¨¢rea. "Los llaman las granjas del hambre", explica Marc Rubin, jefe de operaciones sobre el terreno y emergencias de Unicef en Etiop¨ªa. "Hogares con demasiada gente que dependen de tierras demasiado peque?as".
En condiciones normales, la cosa se sostiene. Lo de que se sostiene, en realidad, tiene sus matices: el Programa Mundial de Alimentos de la ONU provee comida suplementaria a m¨¢s de siete millones de personas regularmente en Etiop¨ªa. ?sa es la situaci¨®n normal, una situaci¨®n que no impidi¨® un esperanzador desarrollo econ¨®mico del pa¨ªs en los ¨²ltimos cinco a?os a ritmos de crecimiento del 10% anual. Pero el equilibrio es fr¨¢gil y la cosa se complica cuando suceden imprevistos. Tal es el caso ahora.
Dos de las tres temporadas de lluvias han fallado este a?o y se han perdido las cosechas. Para una familia de seis miembros que depende de una agricultura de subsistencia sin apenas m¨¢rgenes y sin capacidad para guardar excedentes, la p¨¦rdida de una cosecha puede ser letal. Y eso, unido al aumento global del precio de la gasolina y de los alimentos, que hace que llegue a triplicarse en el mercado el precio de algunos productos tra¨ªdos de fuera, confluye en la actual situaci¨®n de alarma. El Gobierno et¨ªope anunci¨® el pasado 14 de octubre que 6,4 millones de personas en el pa¨ªs (1,8 millones m¨¢s que en junio de este mismo a?o) necesitan ayuda de emergencia. "El cuerno de ?frica se enfrenta a la peor crisis humanitaria desde 1984", dijo en septiembre la directora del Programa Mundial de Alimentos, Josette Sheeran, "y Etiop¨ªa est¨¢ atrapada en el medio".
No es f¨¢cil cuantificar las crisis alimentarias. Pero la gran diferencia entre aquella emergencia de 1984, la otra gran crisis de 2003 y la de ahora es que hoy se est¨¢ respondiendo mucho m¨¢s eficazmente. "En 1984 hab¨ªa menos gente en peligro, entre seis y siete millones de personas necesitadas de ayuda alimentaria, aunque la poblaci¨®n total tambi¨¦n era menor", explica Viviane van Steirteghem, representante de Unicef en el pa¨ªs. "Pero la capacidad de respuesta era casi inexistente. En cuanto a la crisis de 2003, se habla de 13,2 millones de afectados. Lo que ocurre es que en esa ¨¦poca a¨²n no exist¨ªa el programa de Productive Safety Net, que en la actualidad proporciona ayuda alimentaria regular a 7,2 millones de personas. De modo que si sumamos a esos 7,2 millones los 6,4 millones que hoy necesitan ayuda de emergencia, llegamos a un nivel superior al de la crisis de 2003. Lo que ocurre es que la eficacia de la respuesta hoy es mucho mayor, gracias, en parte, a Plumpy'Nut".
Una de las virtudes de Plumpy'Nut es que saca el tratamiento contra la malnutrici¨®n severa de los hospitales y lo lleva a las casas. Antes se utilizaban productos l¨¢cteos en polvo que deb¨ªan mezclarse con agua. Se necesitaba agua potable, energ¨ªa para calentarla, utensilios limpios y una elevada precisi¨®n en la mezcla, que, una vez realizada, s¨®lo manten¨ªa sus propiedades durante unas horas. Por eso la malnutrici¨®n severa se ten¨ªa que tratar en centros de salud: recuerden aquellos grandes campamentos sanitarios donde se hacinaban los ni?os enfermos, multiplic¨¢ndose el riesgo de epidemias. Adem¨¢s, durante el tratamiento la madre deb¨ªa permanecer en el hospital con el hijo malnutrido, de manera que no pod¨ªa cuidar del resto de sus hijos en casa.
Plumpy'Nut no necesita mezclarse con agua, pertenece a los productos llamados RUTF (siglas en ingl¨¦s para "alimento terap¨¦utico listo para usar"). S¨®lo hay que abrir una esquinita del paquete y esperar a que el ni?o se lo coma. Es m¨¢s barato que las antiguas f¨®rmulas l¨¢cteas (el tratamiento completo en ?frica de un ni?o durante dos semanas cuesta unos 12 euros) y puede almacenarse durante dos a?os sin que pierda sus propiedades. La madre s¨®lo tiene que ir una vez por semana a recoger sus saquitos, controlar en casa que el hijo coma dos al d¨ªa (lo har¨¢ con sumo gusto) y verlo engordar. El tratamiento se realiza en casa, permitiendo que la madre contin¨²e con sus labores habituales y liberando recursos en los hospitales para ocuparse de los ni?os m¨¢s enfermos. Es b¨¢sicamente una dulce crema de cacahuetes (un alimento aut¨®ctono muy bien tolerado cuyo sabor les gusta a los ni?os), mezclada con un sofisticado complejo vitam¨ªnico, que aporta 500 kilocalor¨ªas por cada saquito.
La idea del Plumpy'Nut naci¨® en la mesa de desayuno del cient¨ªfico franc¨¦s Andr¨¦ Briend en 1999. Mientras untaba Nutella en su tostada se le encendi¨® una bombilla que provoc¨® un giro en su l¨ªnea de investigaci¨®n. Llevaba a?os intentando desarrollar un complemento alimenticio listo para usar. Lo hab¨ªa intentado con barritas de chocolate, pero no se conservaban bien, se derret¨ªan con el calor y al a?adir las vitaminas y prote¨ªnas, el sabor empeoraba. Aquel desayuno con Nutella le hizo pensar que una pasta funcionar¨ªa mejor.
La f¨®rmula se fue perfeccionando, y Nutriset (www.nutriset.fr), una empresa francesa especializada en alimentos terap¨¦uticos, empez¨® a comercializar el producto bajo el nombre de Plumpy'Nut, que es la uni¨®n de las palabras en ingl¨¦s para gordito y cacahuete. Se utiliz¨® en el terreno por primera vez en la crisis humanitaria de Darfur (Sud¨¢n) y en N¨ªger en 2005. Desde entonces, el ¨¦xito ha sido tal que el debate ahora, como recog¨ªa la revista Science el mes pasado, est¨¢ en si ser¨ªa interesante utilizarlo, no ya para curar, sino para prevenir la malnutrici¨®n.
La demanda ha ido creciendo exponencialmente, tanto que, con la situaci¨®n de emergencia actual en el cuerno de ?frica, la producci¨®n en la f¨¢brica francesa no da abasto. Por eso, desde hace unos a?os se ha empezado un programa de franquicias que permite producir Plumpy'Nut en empresas locales con las garant¨ªas de calidad que asegura la patente francesa.
Estamos en la sede de Hilina Enriched Food Processing Center Plc., en Legetafo, a unos pocos kil¨®metros al norte de la capital et¨ªope, una de las plantas africanas donde se produce Plumpy'Nut sobre el terreno (hay otras en N¨ªger y en Malawi). Belete Beyene muestra orgulloso la f¨¢brica que cre¨® desde la nada, y que el a?o que viene habr¨¢ duplicado su capacidad con una nueva planta de 1.500 metros cuadrados que se est¨¢ construyendo al lado. Aqu¨ª se trabaja 24 horas al d¨ªa, en turnos de ocho horas. Un total de 104 trabajadores, todos et¨ªopes, j¨®venes, mujeres en un 60%, cobrando 55 d¨®lares al mes (20 m¨¢s que el salario m¨ªnimo). Empezaron en 2007 fabricando 100 toneladas de Plumpy'Nut al mes. Ahora casi han triplicado su producci¨®n. Y para 2010, con la nueva planta a pleno rendimiento, esperan estar produciendo 600 toneladas al mes, la mitad de lo que produce en la actualidad la f¨¢brica francesa.
Belete, un hombre corpulento, afable, encorbatado, se sienta en el escritorio de su solemne despacho, presidido por las fotos de sus cuatro hijos (una hija suya da nombre a la f¨¢brica), y explica c¨®mo se embarc¨® en esta aventura. "Debido al r¨¢pido crecimiento de la demanda", cuenta, "Unicef se plante¨® la posibilidad de promover que se trajera parte de la producci¨®n aqu¨ª, que es donde se necesita el producto. Se pusieron en contacto conmigo, que ten¨ªa una peque?a f¨¢?brica donde produc¨ªa otro tipo de alimentos terap¨¦uticos, y yo les dije que podr¨ªa hacerlo, pero que necesitaba dinero. Ellos buscaron una patrocinadora, la estadounidense Amy Robbins, que don¨® a Unicef 300.000 d¨®lares. En Etiop¨ªa tenemos buenos cacahuetes, aceite de soja y az¨²car de ca?a. Tenemos el 80% de los materiales necesarios. S¨®lo necesitamos importar la leche en polvo de India, y la mezcla de vitaminas y minerales, que compramos de Nutriset, que audita tambi¨¦n la calidad del proceso".
Ahora venden el total de su producci¨®n. El principal cliente es Unicef, que compra el 50%, y el otro 50% se lo reparten una serie de ONG, entre ellas M¨¦dicos Sin Fronteras (10%) o la fundaci¨®n de Bill Clinton (10%). Ahora Hilina es socio de Nutriset. Pero Belete defiende el m¨¦todo de la franquicia y el hecho de que exista una patente porque, dice, garantiza un control de lo que se hace. "Se necesitan muchos controles de calidad", asegura. "No estamos ante una producci¨®n industrial cualquiera. Si no tienes cuidado, puedes matar a un ni?o". Para Unicef, el hecho de que exista una patente no es, de momento, un freno para la expansi¨®n de Plumpy'Nut. "Nuestra visi¨®n en este asunto", cuenta Van Steirteghem, "es que todo ha ido extremadamente r¨¢pido. Nadie estaba siquiera interesado en producir Plumpy'Nut hace un a?o. No hab¨ªa mercado para ello. Ahora, en los pr¨®ximos seis meses, se disparar¨¢. Y entonces esta discusi¨®n sobre la patente y c¨®mo asegurar el control de calidad tendr¨¢ sentido".
?sta es una poblaci¨®n mayoritariamente rural, dispersa geogr¨¢ficamente por un pa¨ªs muy extenso, con malas infraestructuras, nulo control de la natalidad... Por eso la invenci¨®n de Plumpy'Nut por s¨ª sola no habr¨ªa sido suficiente para combatir una emergencia como la actual. No basta con tener el producto, hay que lograr que llegue a los que lo necesitan. Y para ello el Gobierno ha creado, con la asesor¨ªa de Unicef, una red sanitaria ambulatoria que permite que Plumpy'Nut est¨¦ all¨ª donde hace falta. "En Etiop¨ªa ha coincidido la primera demanda masiva del producto con el programa de extensi¨®n de la sanidad que empez¨® en 2004", explica Van Steirteghem. "Es decir, tienes el producto y tienes un mecanismo para que la atenci¨®n alcance al nivel de las aldeas. No funcionar¨ªa el uno sin el otro. El programa de extensi¨®n de la sanidad tampoco servir¨ªa con los productos de leche anteriores. Pero con la convergencia de los dos factores estamos logrando responder mejor a esta crisis".
La piedra angular de ese programa son los llamados health extension workers, algo as¨ª como trabajadores de extensi¨®n de la sanidad. Son unos 24.000 j¨®venes de zonas rurales, mujeres casi en su totalidad, a los que se forma y se emplea para visitar a las familias de su comunidad, detectar los ni?os enfermos o malnutridos y atraerlos hacia los hospitales o los programas de Plumpy'Nut.
Bedria Tadele es una de esas trabajadoras. Tiene 22 a?os y tres hijos. Empez¨® a trabajar en esto hace dos a?os, despu¨¦s de un proceso de selecci¨®n. "Hay que competir por el puesto", asegura orgullosa. Se fue a la ciudad, donde recibi¨® una formaci¨®n de un a?o. Ahora cobra un salario del Gobierno y es responsable, con otras dos compa?eras, de una comunidad con 3.188 personas repartidas en 708 hogares, la misma comunidad donde creci¨® la propia Bedria. Camina unas decenas de kil¨®metros para visitar entre seis y diez hogares cada d¨ªa. A la pregunta de qu¨¦ necesitar¨ªa para hacer mejor su trabajo, responde sin dudarlo, con sonrisa t¨ªmida: "Una moto".
En las visitas a las casas, Bedria habla con las madres, observa a los hijos, les mide la circunferencia del brazo y busca s¨ªntomas de enfermedad. Cuando detecta malnutrici¨®n, se lo explica a la madre y le da una cita para acercarse al puesto de salud m¨¢s pr¨®ximo. Estos precarios centros ambulatorios, que no necesitan m¨¢s equipamiento que una balanza para pesar a los ni?os, una tabla para medirlos, stock de Plumpy'Nut y algunas medicinas, han ido extendi¨¦ndose hasta lograr que en regiones como ¨¦sta casi toda la poblaci¨®n pueda llegar andando hasta el puesto m¨¢s pr¨®ximo. Si el ni?o que llega necesita tratamiento m¨¢s sofisticado, se le traslada a un hospital m¨¢s dotado.
Se trata de una eficaz red sanitaria que empieza en hogares como ¨¦ste, el del peque?o Israel, un ni?o de nueve meses que combate la malnutrici¨®n y la enfermedad desde hace una semana con Plumpy'Nut, leche materna y antibi¨®ticos. A su casa se accede por un angosto camino de barro, invadido por la frondosa vegetaci¨®n que brota salvaje de un costado. Por el otro se abre camino un riachuelo que baja con fuerza, causando alg¨²n desprendimiento de tierra, debido a las intensas lluvias de esta temporada, la primera desde hace meses que parece estar cumpli¨¦ndose, aunque algo m¨¢s salvajemente de lo deseable. El sendero desemboca en una extensi¨®n de hierba rodeada de ¨¢rboles y presidida por la casa circular de barro, de unos 30 metros cuadrados, donde vive Israel con sus padres y sus tres hermanos mayores, Sim¨®n, Mateo y Johanes.
El suelo de la casa es de tierra. No hay electricidad, la ¨²nica luz la aporta un par de l¨¢mparas de nafta. Hay dos peque?os catres hechos de ramas. En uno duerme el padre y en el otro la madre, cada uno con dos hijos. Comparten techo con una vaca, un toro y un joven ternero. Algo contra lo que Bedria, su health extension worker, ya les ha advertido: vivir en la misma habitaci¨®n que el ganado constituye una amenaza para enfermedades como el t¨¦tanos. Ya les est¨¢n construyendo una caba?a en el exterior, asegura la madre, con el peque?o Israel en brazos.
Parece que Israel est¨¢ mejorando con el tratamiento. Ha ganado peso, dicen, y se le ve m¨¢s despierto. Como ¨¦l, un total de 135.000 ni?os se han beneficiado hasta ahora de esta masiva respuesta a la crisis de malnutrici¨®n que atraviesa Etiop¨ªa, una de las mayores acciones acometidas globalmente hasta la fecha. Pero la emergencia no ha desaparecido: el Gobierno et¨ªope estima que 84.200 ni?os requerir¨¢n cada mes alimentaci¨®n terap¨¦utica hasta el final de este a?o.
Alrededor de la casa, el ma¨ªz y el falso banano que cultiva el padre de Israel a¨²n est¨¢n verdes. Si las lluvias contin¨²an, puede que esta cosecha no se pierda. Quiz¨¢ en unos meses haya comida para Israel y, al menos durante un tiempo, no tenga que volver al Plumpy'Nut.
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