Torturada al pie de los turistas
Una joven marroqu¨ª narra desde la c¨¢rcel el suplicio que le infligi¨® la polic¨ªa por encabezar una revuelta estudiantil
Arriba los turistas recorren maravillados la c¨¦lebre plaza de Jamaa el Fnaa en Marraquech. Abajo, en el s¨®tano de la comisar¨ªa que da a la explanada, Zahra Boudkour, de 21 a?os, permanece atada y desnuda durante largas horas. Tiene la regla, el suelo del calabozo est¨¢ salpicado de sangre y as¨ª la contemplan los polic¨ªas que la interrogan y sus 17 compa?eros, todos varones, detenidos con ella el 15 mayo.
Zahra Boudkour era la ¨²nica mujer protagonista de la revuelta estudiantil de la primavera en Marraquech. Es militante de la Uni¨®n Nacional de Estudiantes Marroqu¨ªes, el sindicato estudiantil controlado ahora por los islamistas, pero "yo soy comunista", se apresura en precisar desde la c¨¢rcel de mujeres donde lleva cerca de un semestre.
"Nos enclaustraron en una mazmorra oscura y f¨¦tida", afirma por tel¨¦fono
"Cr¨¦anme, en Marruecos nada ha cambiado desde los 'a?os de plomo"
Encerrada "con m¨¢s de 30 reclusas en una celda prevista para 12", Boudkour est¨¢ ahora pendiente de juicio junto con otros 10 camaradas. Un primer grupo de siete estudiantes fue condenado en junio a un a?o de prisi¨®n. Gracias a la corrupci¨®n que impera en las c¨¢rceles marroqu¨ªes, Boudkour obtiene, a ratos, un m¨®vil con el que habla con este corresponsal.
Pese a declararse comunista no quer¨ªa hacer la revoluci¨®n ni acabar con la monarqu¨ªa. Tras una intoxicaci¨®n colectiva, en mayo, en la cantina de la Universidad Cadi Ayad, Boudkour y sus compa?eros organizaron sentadas y marchas, a las que se sumaron hasta 2.000 estudiantes, para exigir algunas modestas mejoras. Revindicaban, por ejemplo, que la beca mensual aumentase a 1.500 dirhams (unos 137 euros).
La protesta del 14 de mayo acab¨® en batalla campal con las fuerzas de seguridad. Las pedradas y c¨®cteles molotov lanzados sobre los antidisturbios "pusieron en peligro la vida de los agentes", seg¨²n la Wilaya (gobierno civil). ?stos se ensa?aron con los estudiantes. Abdelkebir Bahi resbal¨® en la azotea de un colegio mayor al esquivar el golpe de una porra, seg¨²n relat¨® al semanario Tel Quel. Cay¨® al vac¨ªo, logr¨® agarrarse al murete, pero aporrearon sus dedos hasta que lo solt¨®. Tiene la columna rota y est¨¢ en silla de ruedas.
La joven sindicalista fue detenida el 15 de mayo a las nueve de la ma?ana a mitad de camino entre la Facultad de Derecho -estaba en tercero- y la de Letras. "All¨ª mismo empezaron a golpearme, a insultarme y a amenazar con violarme", recuerda. "M¨¢s tarde, en comisar¨ªa, me pegaron con una barra de hierro y uno me asfixi¨® hasta que perd¨ª el conocimiento".
"Durante cinco d¨ªas nos torturaron a todos casi interrumpidamente", prosigue. "Nos enclaustraron en una mazmorra oscura y f¨¦tida y s¨®lo los ruidos que nos llegaban de la plaza Jamaa el Fnaa nos permit¨ªan deducir si era de d¨ªa no de noche". "Hasta en la misma c¨¢rcel me maltrataron los primeros d¨ªas". "Cr¨¦ame, en Marruecos nada cambi¨® desde los a?os de plomo", la peor etapa de la represi¨®n en tiempos de Hassan II. A mediados del mes de abril, Boudkour tom¨® la decisi¨®n, coordin¨¢ndose con sus compa?eros, de iniciar una huelga de hambre.
"Reivindicaba el derecho a recibir visitas, seguir estudiando y salir al patio todos los d¨ªas", recuerda. "Al cabo de 46 d¨ªas la direcci¨®n de la prisi¨®n prometi¨® acceder a todas las peticiones, pero no ha cumplido", se lamenta.
La sindicalista es originaria de Zagora, una peque?a ciudad en puertas del S¨¢hara Occidental. Tiene tres hermanos y es Ghalia, estudiante en Marraquech, la que distribuye una fotograf¨ªa de la reclusa en la que aparece con hijab. ?Una comunista con pa?uelo isl¨¢mico? "Es una casualidad, me lo puse un d¨ªa en que no tuve tiempo de peinarme", responde. "Lo importante no es el aspecto externo, sino las convicciones". Las suyas son firmes. ?Sab¨ªa a lo que se arriesgaba manifest¨¢ndose? "S¨ª, es el precio a pagar por la militancia pol¨ªtica".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.