El Atl¨¦tico se asoma al vac¨ªo

All¨¢ por el minuto 92 a Brenes le dio por lanzar con todo desde fuera del ¨¢rea, con la consecuencia de que el bal¨®n golpe¨® en un defensa y sali¨® escupido hacia la porter¨ªa del Atl¨¦tico. Iba dentro el disparo, rotundo, veloz, al palo derecho de Coupet. Hacia all¨ª se estir¨® el franc¨¦s, que sac¨® una mano prodigiosa para evitar el gol, la pr¨®rroga, un escarnio a¨²n mayor para un Atl¨¦tico que jug¨® con fuego, que no se quem¨® de milagro pero que achicharr¨® el ¨¢nimo de quienes se asomaron al Calder¨®n. Y que despidieron la jugada, y el partido, con una pa?olada.

Que el Atl¨¦tico no est¨¢ para grandes empresas era archiconocido. Lo que se ignoraba era que tampoco estuviera para tr¨¢mites. Un tr¨¢mite, y por lo visto un engorro, era la visita del Orihuela, un segunda b al que ya hab¨ªa derrotado en la ida (0-1). Se supon¨ªa que pod¨ªa vivir el Atl¨¦tico una noche pl¨¢cida, casi un entrenamiento, una de esas contadas ocasiones en las que los menos habituales pod¨ªan ense?ar sus virtudes. En suposici¨®n se qued¨® todo ello. Lejos de variar su ideario, Aguirre sigui¨® a lo suyo (que innoven otros, debi¨® pensar) y no vari¨® un ¨¢pice su sistema t¨¢ctico, colocando a Sinama con Forl¨¢n en el ataque dado que, como es bien sabido, alguna ley impide de un tiempo ac¨¢ que en el equipo titular coincidan Forl¨¢n y Ag¨¹ero. Pero no dejaba de tener su l¨®gica que el entrenador mexicano no alineara juntos a sus dos mejores jugadores. Al fin y al cabo se trataba de una empresa sencilla, un partido casi de relleno. Otra suposici¨®n. Aterrorizados salieron los cerca de 10.000 valientes que hasta el Manzanares se acercaron.

Y eso que el Atl¨¦tico quiso marcar el territorio desde el inicio. Incluso amenaz¨® con dejar resuelto el embrollo en un suspiro. Acumul¨® varias ocasiones, casi todas con Sinama de protagonista, que se fueron al limbo sin hacer da?o ni ruido. As¨ª las cosas, el Orihuela se sinti¨® legitimado para crecer. Porque el Atl¨¦tico dominaba con una timidez sangrante. Un suspiro le duraba el bal¨®n en los pies, por mucho que Banega se inventara unas cuantas correr¨ªas que murieron en la orilla. Coupet comenz¨® a dejarse ver. Se lanz¨® a los pies de Tevenet evitando un regate mortal y sac¨® un remate tras un c¨®rner que s¨®lo pod¨ªa ser gol. Y la gente, que ha perdido la paciencia, comenz¨® a hacerse o¨ªr. Los silbidos ahogaban el juego, es un decir, del Atl¨¦tico, que se fue apagando mientras comenzaba a temblar. Y el Orihuela se vio, de golpe, ante la oportunidad de su vida. Pero Coupet sac¨® aquella mano y derrumb¨® sus esperanzas poco antes de que el p¨²blico despidiera a los suyos, con Aguirre al frente, con una pa?olada que a m¨¢s de uno le levantar¨¢ dolor de cabeza. Como el partido.