La furia de John Le Carr¨¦
PREGUNTA. ?En qu¨¦ se asemeja este libro a su obra anterior? ?Lo considera un regreso a su estilo cl¨¢sico o m¨¢s bien algo innovador?
RESPUESTA. Eso es algo que deben decidir los cr¨ªticos. Yo no formo parte del proceso cr¨ªtico. Lo que s¨¦ es que este libro me encanta, y funcion¨® desde el mismo inicio de la obra. Tan pronto como puse en movimiento a los personajes, me llevaron donde quer¨ªa estar. Dot¨¦ al argumento de un toque de ira, y mis personajes han sabido expresarla. Pretend¨ªa escribir una novela de suspense y, a medida que avanzaba en su redacci¨®n, empec¨¦ a experimentar tanto miedo como espero que sienta el lector. La econom¨ªa del proceso me sorprendi¨®. Por lo general no soy tan meticuloso. He buscado en mi pasado, y por instinto o por suerte he pescado a los personajes y el trasfondo que quer¨ªa.
"Todo el mundo tiene padres en este libro. Todo el mundo se bate en conflictos personales que ha heredado por nacimiento y por las circunstancias"
P. ?Quiere decir con esto que ya hab¨ªa confeccionado los personajes antes de empezar la obra?
R. En concreto, ten¨ªa dos personajes que vagaban por mi memoria de escritor, pidiendo a gritos que los usara. Algunos personajes son as¨ª. Maduran en una botella, a veces durante d¨¦cadas. Por ejemplo, uno de ellos era un se?or mayor que conoc¨ª en Saint John's Wood. Estaba sentado en un banco con las compras de la semana a los pies, llorando. Cuando le pregunt¨¦ por qu¨¦ lloraba, me respondi¨® que las reprimendas de su mujer se hab¨ªan vuelto insoportables, y que le faltaba valor para regresar a casa. Otro era el ni?o de 12 a?os ingresado en un hospital palestino que hab¨ªa perdido las dos piernas por culpa de una bomba de racimo, y a todo aquel que pasaba junto a su cama en el hospital le mostraba el pu?o con el pulgar hacia arriba. A¨²n no he utilizado a ninguno de los dos. Trat¨¦ de incorporar al se?or mayor en La canci¨®n de los misioneros, pero no encajaba. Y no creo que jam¨¢s sea capaz de escribir acerca del ni?o palestino. En mi memoria no es s¨®lo un personaje, sino un s¨ªmbolo irreprimible del coraje del ser humano.
Pero s¨ª pod¨ªa escribir sobre un chico llamado Issa, un checheno de 21 a?os que conoc¨ª en Mosc¨² en 1992, cuando me estaba documentando para la novela titulada Nuestro juego. Era mitad checheno y mitad ruso, abandon¨® los estudios, y viv¨ªa en un gueto musulm¨¢n en las afueras de la ciudad. En los sitios cerrados llevaba una pistola encajada en el cintur¨®n. Hab¨ªa hecho suya la causa chechena para fastidiar a su padre, que hab¨ªa servido como coronel en el ej¨¦rcito de ocupaci¨®n ruso en la zona. Su madre era una pueblerina criada en el monte, castigada por su propia gente porque supuestamente se hab¨ªa dejado violar: los patriarcas de su comunidad enviaron a los miembros varones de su familia para que la mataran, como una cuesti¨®n de honor, nada m¨¢s nacer Issa. Cuando su padre fue destinado nuevamente a Mosc¨², se llev¨® a Issa con ¨¦l y trat¨® de convertirle en un buen chico ruso. Los mejores colegios y todo eso. La respuesta de Issa tan pronto como pudo fue defender la causa del separatismo checheno. Y por amor hacia su madre, a quien nunca conoci¨®, se convirti¨® al islam. En el libro que entonces estaba a punto de escribir, por fin ten¨ªa el papel perfecto para Issa, e incluso mantuve su nombre de pila, que es Jes¨²s en checheno. Pero est¨¢ claro que el Issa de mi novela ya no es el Issa que conoc¨ª fugazmente en Mosc¨². Para convertir a la gente de carne y hueso en personajes ficticios, tenemos que complementar nuestro limitado conocimiento de ellos injertando pedacitos de nosotros mismos.
P. Y si no me equivoco, el otro personaje a la espera de entrar en escena era su inconformista alem¨¢n, el maestro del espionaje, Herr Bachmann.
R. No. Bachmann se limit¨® a meterse en el libro a codazos, surgiendo de la nada o de cualquier rinc¨®n. A lo largo de mi vida he conocido a varios Bachmann, fantasmas quemados de mediana edad como Alec Leamas en El esp¨ªa que surgi¨® del fr¨ªo. Bachmann es de la misma cala?a. No, el personaje sentado en mi sala de espera imaginaria era Tommy Brue, un escoc¨¦s de 60 a?os heredero de un banco que est¨¢ y¨¦ndose a pique, que se ve arrastrado a la vida de Issa. Al igual que Issa, Brue tuvo un padre turbulento. Todo el mundo tiene padres en este libro. Todo el mundo se bate en conflictos personales que ha heredado por nacimiento y por las circunstancias. Me figuro que es mi propia manera de lidiar con la compleja relaci¨®n con mi padre, sobre la cual escrib¨ª en Un esp¨ªa perfecto. Tiempo atr¨¢s viv¨ª en Viena, y ya hace 40 a?os de esto, pero a¨²n conservo grabado en la memoria a aquel beodo banquero escoc¨¦s que siempre andaba anim¨¢ndome a abrir una cuenta numerada en su banco. No estaba detr¨¢s de mi dinero, sino de mi compa?¨ªa. Cuando me dispon¨ªa a abandonar Viena, result¨® estar implicado en un esc¨¢ndalo desagradable. Y todo por culpa de lo que hab¨ªa hecho su padre antes que ¨¦l.
P. Entonces, ?ten¨ªa en mente estos dos personajes a medida que se adentraba en el argumento?
R. Hab¨ªa un tercer personaje, y muy importante: la ciudad de Hamburgo. Alemania tiraba de m¨ª, como suele hacer cuando escribo, del mismo modo que atrajo a George Smiley una y otra vez; Alemania, el motor de Europa, ese elefante d¨ªscolo de la historia del siglo XX, cuna de gran parte de nuestra cultura europea. Pero en esta ocasi¨®n ten¨ªa que ser Hamburgo, s¨®lo val¨ªa Hamburgo. Y Hamburgo es en muchos sentidos el personaje m¨¢s ex¨®tico del libro. Hoy en d¨ªa es una ciudad vibrante y pr¨®spera, bella y segura de s¨ª misma; no una gran estrella de la cultura, pero s¨ª la ciudad m¨¢s rica de Europa, aunque arrastra un pasado turbulento: ocupada por Napole¨®n, arrebatada por los comunistas en 1918, y m¨¢s tarde por los nazis en 1933. En 1933 hab¨ªa en Hamburgo 20.000 jud¨ªos, y para el a?o 1945 quedaba apenas un millar. Su renacimiento y reconstrucci¨®n despu¨¦s de la guerra fueron pr¨¢cticamente milagrosos. Tolerancia y liberalismo eran el nuevo santo y se?a. A lo mejor por eso la ciudad fue a su pesar anfitriona de Ulrike Meinhoff y de la banda de Baader Meinhoff. Y a?os m¨¢s tarde, de Mohammed Atta y media docena de los secuestradores predestinados para ir al cielo que se estrellaron contra las Torres Gemelas, o que ayudaron a planear esta atrocidad.
Ten¨ªa otro motivo para elegir Hamburgo, un motivo personal. Yo era un hijo pr¨®digo. A principios de los a?os sesenta trabaj¨¦ all¨ª como c¨®nsul del Reino Unido, adscrito al ya desaparecido Consulado General. Fui destinado all¨ª apresuradamente por la Embajada brit¨¢nica en Bonn despu¨¦s de que hubiera salido a la luz que yo era el autor de El esp¨ªa que surgi¨® del fr¨ªo. Mis superiores no pusieron objeciones al libro, pero no se esperaban el esc¨¢ndalo que se mont¨® cuando me identificaron como su autor. Hamburgo parec¨ªa un buen sitio para alejarme del primer plano. De manera que me qued¨¦ en Hamburgo dudando entre proseguir con mi carrera diplom¨¢tica o dedicarme de lleno a la escritura. Cuando opt¨¦ por esto ¨²ltimo, mi salida de Hamburgo fue pr¨¢cticamente furtiva. No recuerdo ninguna despedida. Fue como si me hubiera embarcado en una aventura amorosa con la ciudad y luego me hubiera escabullido por la noche sin tan siquiera dejar mi nueva direcci¨®n. Qued¨® en m¨ª una enorme necesidad de retomar la relaci¨®n en el punto en el que la hab¨ªa abandonado de manera tan brusca.
P. ?Despu¨¦s de 40 a?os?
R. Bueno, he vuelto unas cuantas veces, pero nunca el tiempo suficiente. Supongo que fue una casualidad que me encontrara en Hamburgo el 11 de septiembre de 2001, pero el resto no parece que sea fruto del azar. Me estaba documentando para un libro bastante diferente, Amigos absolutos, que tambi¨¦n trata sobre Alemania, y me hab¨ªa pasado la ma?ana entera encerrado en el archivo de un canal de televisi¨®n alem¨¢n, viendo secuencias de Rudi Dutschke, el l¨ªder estudiantil anarquista de los a?os sesenta y setenta, enardeciendo a sus fieles y clamando contra Estados Unidos. Al regresar al hotel a la hora de la comida, ten¨ªa un mensaje telef¨®nico que hab¨ªa dejado mi secretaria desde Cornwall: "Pon la televisi¨®n ahora mismo". As¨ª hice y llegu¨¦ a tiempo para ver c¨®mo se estrellaba el segundo avi¨®n contra las Torres Gemelas. Hab¨ªa pasado la ma?ana con Rudi Dutschke, y la tarde con Osama Bin Laden, ambos enemigos declarados del colonialismo estadounidense, de la globalizaci¨®n y de lo que llamamos progreso. Me qued¨¦ en Alemania durante una semana m¨¢s aproximadamente y escuch¨¦ las reacciones de mis amigos. En apariencia, se observaba un gran despliegue de simpat¨ªa hacia Estados Unidos. De puertas para adentro, buena parte de los comentarios eran menos agradables. Un sacerdote protestante de 60 a?os me dijo que los estadounidenses ten¨ªan lo que se merec¨ªan. Para los de su generaci¨®n al menos, el eco de la voz de Rudi Dutschke no hab¨ªa desaparecido del todo.
P. Y Annabel, su abogada alemana especializada en derechos civiles que acude en ayuda de Issa, ?de d¨®nde surge?
R. Ten¨ªa la idea de que quer¨ªa incluir en el reparto a una mujer de Alemania Oriental que insinuara alguna clase de marginaci¨®n respecto al bullicioso materialismo de Hamburgo, pero eso era pedir demasiado. De manera que opt¨¦ en su lugar por una mujer altruista de las acomodadas clases profesionales de Alemania, una abogada de derechos humanos, pero que adopta una postura rebelde. Puritana, pero librepensadora, contra las clases establecidas, pero parte de ellas, y decorosa hasta decir basta, en especial en el trato con Issa. Y atractiva. Buscaba esa tensi¨®n sexual propia de una relaci¨®n entre un musulm¨¢n de veintitantos a?os que no ha estado con una mujer desde hace a?os y una mujer joven e idealista conmovida por su delicada situaci¨®n. Issa la conoce despu¨¦s de haber sido encarcelado y torturado. Las v¨ªctimas de torturas pertenecen a una aristocracia atroz. Los que no hemos sufrido torturas no nos podemos comparar con ellos, gracias a Dios. Nos sentimos culpables por ellos, y profundamente protectores, y creemos que estamos en eterna deuda con ellos. De ah¨ª proceden los sentimientos de Annabel. Si a esta mezcla le a?adimos mi banquero, Brue, ya tenemos un c¨ªrculo de amor frustrado. Para m¨ª esta qu¨ªmica funcionaba. Como he dicho al comienzo, me encanta este libro.
P. Dice que ha dotado al argumento de un toque de ira. ?A qu¨¦ se debe esa ira?
R. Estoy furioso en parte porque hay muy poca ira a mi alrededor al ver lo que se est¨¢ haciendo a nuestra sociedad, supuestamente para protegerla. Nos han llevado a una guerra de manera fraudulenta, y nos han despojado de nuestras libertades civiles en medio de un ambiente de p¨¢nico. Nuestros abogados no se echan a las calles como ocurre en Pakist¨¢n. Nuestros parlamentarios se dejan enga?ar por sus propios expertos de la manipulaci¨®n y terminan crey¨¦ndose su propia propaganda. Traemos a rastras a nuestro ministro de Asuntos Exteriores que se encuentra en una misi¨®n en Oriente Pr¨®ximo para que pueda votar a favor de la ley que ampl¨ªa la detenci¨®n preventiva a 42 d¨ªas. La gente me dice que soy un viejo furioso. Que se vayan a hacer pu?etas. No hace falta ser viejo para que esas cosas te pongan furioso. Hemos sacrificado nuestra soberan¨ªa en favor de una supuesta "Relaci¨®n Especial" que no tiene nada de especial salvo para nosotros mismos, y por eso precisamente quer¨ªa explorar la cuesti¨®n de lo lejos que est¨¢ dispuesta a ir Alemania a la hora de imitar nuestros errores.
Pero eso no deja de ser palabrer¨ªa, a menos que el argumento y los personajes cojan al toro por los cuernos, que es lo que hacen en este libro. Y me encanta justo por eso.
Traducci¨®n de News Clips. Reproducci¨®n con autorizaci¨®n de Curtis Brown Ltd. ? David Cornwell. Texto originalmente publicado en Waterstones Quarterly Magazine, UK (2008). El hombre m¨¢s buscado. John Le Carr¨¦. Traducci¨®n de Carlos Milla Soler. Plaza & Jan¨¦s. Barcelona, 2009. 416 p¨¢ginas. 22,90 euros. Se publicar¨¢ en Espa?a en febrero. www.johnlecarre.com/
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