La lecci¨®n de Tolcachir (y familia)
He visto tres espect¨¢culos en Madrid. Ya he olvidado el primero, Warum Warum, de Peter Brook, en la Abad¨ªa. Empec¨¦ a olvidarlo mientras lo ve¨ªa: una colecci¨®n de lugares comunes sobre el mundo del teatro, con una actriz, Miriam Goldschmidt, incurriendo en la misma grandilocuencia que pretende criticar. Un trabajo muy menor del maestro; casi un "detente mientras cobro", a a?os luz de la intensidad de El gran inquisidor, su entrega del a?o pasado. El domingo me zamp¨¦ las ocho horas de Factory 2, la zambullida de Krystian Lupa y sus monstruos del Stary Teatr en el universo de Warhol. Espect¨¢culo excesivo por definici¨®n, con dos partes extraordinarias y una tercera un tanto prescindible, pero que arroja una suma de alt¨ªsimo teatro: les hablar¨¦ en breve. El s¨¢bado, el d¨ªa de Warum, salv¨¦ la velada gracias a Claudio Tolcachir y La omisi¨®n de la familia Coleman. Me la hab¨ªa perdido dos veces, en Temporada Alta y en el anterior Festival de Oto?o, y felizmente he podido pillarla en la sala peque?a del Espa?ol, porque es una aut¨¦ntica fiesta teatral y una lecci¨®n para estos tiempos de crisis. Tolcachir tiene treinta y pocos a?os. Es, por as¨ª decirlo, el benjam¨ªn de la formidable generaci¨®n de Daulte, Spregelburd y Tantanian. En Argentina, el teatro siempre es "el magn¨ªfico enfermo", como dec¨ªa George Kauffmann: nunca hay dinero, pero las ganas no faltan. Harto de llamar a las puertas de siempre, Tolcachir convirti¨® su casa en escenario. Y en escuela. Una escuela de actores, cuentan, sin horarios, sin apertura ni cierre: se estudiaba por la noche o de madrugada, cuando todos se hab¨ªan liberado de sus quehaceres alimenticios. As¨ª naci¨® Timbre 4, en Boedo 640, en un piso grande y destartalado, al final del pasillo de una casa de vecindad. Durante meses, Tolcachir y sus alumnos se impusieron la dura pero gozosa tarea de construir el retorcido ¨¢rbol geneal¨®gico de la familia Coleman y de ese modo brot¨® su primera obra dram¨¢tica, una pieza de una apabullante madurez. Crearon la familia y vivieron como familia, y en aquel piso se estren¨®, en agosto de 2005, para convertirse en un fen¨®meno teatral: cincuenta personas por sesi¨®n, api?adas en el comedor, durante cuatro a?os. La omisi¨®n de la familia Coleman se llev¨® todos los premios de Buenos Aires, y gir¨® por media Suram¨¦rica, y fue a Nueva York, y a Miami, y recal¨® en C¨¢diz, en Almagro, en Girona, en Madrid, siempre con cr¨ªticas ditir¨¢mbicas.
La carcajada da paso al calambrazo amargo y viceversa, y a cada giro de la trama, los protagonistas ganan en complejidad
Todos los apriorismos saltan por los aires ante el extraordinario personaje de Marito, el que m¨¢s ve a trav¨¦s de su locura
Comienza la comedia y durante los diez primeros minutos creemos pisar un territorio demasiado conocido: el grotesco porte?o, primo hermano de nuestro esperpento. Personajes al l¨ªmite, situaciones absurdas, di¨¢logos delirantes. Otra familia desorbitada, pensamos, como en La nona, o Esperando la carroza, o Postales argentinas, o La escala humana, o Mujeres so?aron caballos. Tambi¨¦n cuesta un poco rastrear las reglas del juego de los Coleman, definir sus v¨ªnculos. En la primera parte, el juego consiste en atrapar las esquivas pistas de una historia pasada y secreta. Una vez recompuesta la foto familiar con todas sus zonas de sombra, veremos c¨®mo se desintegra de nuevo ante nuestras narices. En la foto hay una abuela, una hija y cuatro nietos, pero el suelo de la casa se ha movido. La abuela (Araceli Dvoskin) ocupa el lugar de la madre. La madre, Mem¨¦ (Miram Odorico), es una ni?a absoluta, que parece vivir en su propia fantas¨ªa. Hay dos mellizos, Damian y Gabi. Damian (Diego Faturos) calza en el hueco oscuro del padre ausente: violento, alcoh¨®lico, ladr¨®n. A Gabi (Tamara Kiper) le ha tocado el rol de la madre ideal: es la ¨²nica que trabaja y trae dinero a una casa que se hunde. Los dos hermanos mayores se encuentran en los polos opuestos del arco. Vero (Inda Lavalle) vive una vida aparte: escap¨® de la telara?a; se cas¨®, prosper¨®. Y Marito (Lautaro Perotti) encarna, nunca mejor dicho, todo el dolor de lo no dicho: su trastorno mental es hijo directo de la omisi¨®n titular, de la decisi¨®n fatal que dividi¨® a la familia. Contado as¨ª parece un furibundo melodrama de Torre Nilsson, entre g¨®tico y freudiano. Nada m¨¢s lejos de la realidad. Macarena Trigo, que firma el pr¨®logo del texto, clava la mariposa: "En la funci¨®n no hay espacio para la melancol¨ªa. Un perfecto equilibrio entre drama y humor negro, que persigue la veracidad sentimental, revelar¨¢ lo mejor y lo peor de cada personaje". La carcajada da paso al calambrazo amargo y viceversa, y a cada nuevo dato, a cada giro de la trama, los protagonistas ganan en complejidad: nuestra simpat¨ªa pasa de uno a otro y hemos de reevaluar cualquier conclusi¨®n provisional. Tolcachir muestra, no juzga. Mem¨¦ puede ser encantadora y un monstruo de ego¨ªsmo e irresponsabilidad, casi la versi¨®n desglamourizada de Blanca, la madre de Nunca estuviste tan adorable, de Daulte. La todopoderosa abuela, aparentemente hosca y sarc¨¢stica, es la que m¨¢s sabe, la que m¨¢s comprende, la que m¨¢s ama: el verdadero cemento del grupo. Tampoco Vero es la pija fr¨ªa y calculadora que parece ser, ni est¨¢n pintados de un plumazo los "externos", el doctor (Jorge Casta?o) y Hern¨¢n (Gonzalo Ruiz), ese visitante-observador, presunto bobalic¨®n (muy jardielesco, como la funci¨®n misma) que aterriza en el epicentro del conflicto. Y todos los c¨®digos, todos los apriorismos saltan por los aires ante el extraordinario personaje de Marito, el que m¨¢s sufre y el que m¨¢s ve a trav¨¦s de su locura, cumpliendo una funci¨®n similar a la de Leopoldo Mar¨ªa Panero en El desencanto (y en la vida). El tapiz argumental es muy denso, pero en ning¨²n momento da la impresi¨®n de recargamiento, ni siquiera cuando recurre a las duplicidades simb¨®licas (los dos padres ausentes, los dos mellizos, los dos amantes, los dos hijos peque?os de Vero), gracias a unos di¨¢logos el¨ªpticos pero en constante efervescencia, y, desde luego, a un equipo de int¨¦rpretes que cortan el hipo, maravillosamente dirigidos por el propio autor. Por cierto: Tolcachir acaba de estrenar en Buenos Aires su nueva obra, Tercer cuerpo. Ya estamos tardando en verla, se?ores.
La omisi¨®n de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir. Hasta ma?ana en el Teatro Espa?ol de Madrid. www.teatroespanol.es/
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