Un librero muy especial
Si tuviera que escribir una gu¨ªa literaria de Par¨ªs empezar¨ªa por la rue de Seine. Y no precisamente porque all¨ª hubiera vivido George Sand, sino porque la antigua calle de Saint Germain se halla vinculada a dos importantes hitos de mi educaci¨®n sentimental inextricablemente unidos en el recuerdo. En el n¨²mero 72, y haciendo esquina con la diminuta rue Cl¨¦ment, se encontraba la Librairie Espagnole, fundada por los exilados Antonio Soriano y su mujer, Dulcinea Domenech. Fue en ella donde, a finales de los sesenta, adquir¨ª Rayuela, la novela de Cort¨¢zar en la que constat¨¦ que exist¨ªa un modo diferente de contar historias en mi lengua, un primer descubrimiento de aquella estimulante literatura procedente de Am¨¦rica Latina que mi generaci¨®n devor¨® con el mismo apetito de quien se ha visto obligado a seguir una estricta dieta durante demasiado tiempo. Que la primera calle que se menciona en la novela sea precisamente la rue de Seine -aquella en la que Oliveira espera encontrar a la Maga- forma parte, casi como letra peque?a, de esos felices encuentros -magia cotidiana- que tanto estimularon la imaginaci¨®n de los surrealistas.
En la parisiense Librairie Espagnole pod¨ªa imaginarse la atm¨®sfera cultural que se respirar¨ªa en una Espa?a democr¨¢tica
Sin embargo, lo habitual no era que los espa?olitos de entonces, exiliados o visitantes, acudieran al humilde santuario de Antonio Soriano para enterarse de las novedades literarias. La Librairie Espagnole era, antes que nada, uno de los escasos lugares en los que pod¨ªa imaginarse la atm¨®sfera cultural que se respirar¨ªa en una Espa?a democr¨¢tica que la gente de mi edad no hab¨ªa conocido. Para empezar, era un lugar de encuentro abierto a todos nuestros exilios posibles: tanto de los de 1939, como de los que se hab¨ªan visto obligados a marcharse en el masivo ¨¦xodo de los cincuenta y sesenta, o de quienes se sent¨ªan expatriados en su propio pa¨ªs y aprovechaban el privilegio del viaje para "tocar" un poco de libertad ilusoria en cualquiera de las lenguas que (aunque fuera en voz baja) todav¨ªa se hablaban en el pa¨ªs usurpado y con mordaza.
Antonio Soriano Mor (1913-2005), segorbino, antiguo miembro de las juventudes socialistas, combatiente en el frente de Arag¨®n, fue uno de tantos emigrantes forzosos que se lo tuvieron que montar en un exilio en el que la segunda frontera era la de la lengua. A diferencia de los "transterrados" en Am¨¦rica, los que se exiliaron en el Hex¨¢gono tuvieron que fabricarse sus propios aglutinantes, tanto m¨¢s fuertes cuanto que la derrota hab¨ªa recrudecido sus discrepancias pol¨ªticas. Antonio Soriano fue un aglutinador que logr¨® convertir su librer¨ªa en un c¨¢lido refugio (y a la vez foro de discusi¨®n pol¨ªtica y dazibao viviente de noticias procedentes "del interior") en ¨¦l pod¨ªan hallarse libros de autores que hablaban de nosotros -de Espriu a Tu?¨®n de Lara, de Vallejo a Goytisolo o Zambrano, de Max Aub a Neruda o Aza?a- y que estaban prohibidos en Espa?a. Libros que publicaban (en Am¨¦rica o en Francia) sellos editoriales que dirig¨ªan o en los que trabajaban otros espa?oles de aquella inmensa di¨¢spora forzada de talentos: Grijalbo, Era, Losada, Joaqu¨ªn Mortiz, Fondo de Cultura, Sudamericana, Emec¨¦, Biblioteca Catalana, Ruedo Ib¨¦rico o la propia editorial de la Librer¨ªa Espa?ola, cuyo logotipo, por cierto, era la cabeza de un toro que hac¨ªa un gui?o a la cabra austral de la c¨¦lebre colecci¨®n de Espasa Calpe.
Sin nostalgia, pero con agradecimiento, y a iniciativa de la Oficina Cultural de la Embajada de Espa?a en Par¨ªs, ma?ana se colocar¨¢ una placa de homenaje a Antonio Soriano en el lugar donde estuvo su legendaria librer¨ªa, hoy todav¨ªa activa en la rue Littr¨¦ (en Montparnasse) gracias a los desvelos de Sonia y J¨¦r?me, hija y colaborador de los fundadores. Quedar¨¢ as¨ª memoria p¨²blica de un importante monumento cultural de aquella peregrina Espa?a que nunca debi¨® ser. Pero que no por ello hay que olvidar. Nunca.
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