El espectador sin cabeza
Desde su debut en el a?o 2001 con la excelente La ci¨¦naga, Lucrecia Martel se ha hecho con una aureola de cineasta arriesgada, combativa e innovadora que le ha llevado a formar parte por dos veces de la muy selecta secci¨®n oficial del Festival de Cannes, tras participar en el de Berl¨ªn con su ¨®pera prima. El retrato de la decadencia ¨¦tica de una cierta burgues¨ªa argentina, el reflejo de los misterios del alma en unos personajes que nunca se comportan conforme a su pensamiento interior y la desolaci¨®n de una sociedad depauperada por la impostura son algunas de las marcas de f¨¢brica tem¨¢ticas de una autora que, sin embargo, con cada pel¨ªcula, se ha ido haciendo cada vez m¨¢s opaca. Hasta llegar a ¨¦ste su tercer trabajo (tras la irregular La ni?a santa), La mujer rubia, compleja disecci¨®n mental de una madura mujer que, despu¨¦s de sufrir un accidente automovil¨ªstico sin consecuencias f¨ªsicas aparentes, queda tan removida en lo m¨¢s ¨ªntimo, que su cabeza parece ir a un ritmo bien distinto del resto del cuerpo.
LA MUJER RUBIA
Direcci¨®n: Lucrecia Martel.
Int¨¦rpretes: Mar¨ªa Onetto, Claudia Cantero, In¨¦s Efron, Daniel Genoud.
G¨¦nero: drama. Argentina / Espa?a / Francia, 2008.
Duraci¨®n: 87 minutos.
Los primeros minutos de La mujer rubia son portentosos. Pocas veces la ausencia de visualizaci¨®n de un accidente resulta tan atroz. Pocas veces la aceleraci¨®n hacia el drama ha resultado tan provocadora. Sin palabras. Sin espect¨¢culo. Sin golpes de efecto. S¨®lo encuadres, montaje en paralelo, puesta en escena. Gran cine. En la estela de los hermanos Dardenne, Martel acude a la utilizaci¨®n del sonido como elemento de distorsi¨®n para el espectador, lo que unido a sus t¨ªpicos primer¨ªsimos planos filmados con c¨¢mara al hombro lleva a la pel¨ªcula hacia un asfixiante terreno que quiz¨¢ necesite algo m¨¢s de claridad narrativa. Sin embargo, con el transcurso del metraje, el discurso social y moral de Martel se va haciendo m¨¢s brumoso. El hecho de que sea complicado armar el puzzle de las diferentes personalidades que conforman la historia no deber¨ªa ser un problema mayor si el relato viniera acompa?ado de un enganche visual con el suficiente poder¨ªo como para olvidar el esqueleto sentimental. Pero, poco a poco, los vaivenes de la mujer tienden hacia lo incomprensible. Y la platea se queda fuera.
El ideario de Martel pasa de desconcertante a cansino, de provocador a un tanto vac¨ªo, de trascendente a m¨¢s bien extravagante. La lucha de clases queda levemente apuntada, pero el desarrollo no va m¨¢s all¨¢ de una pesadilla personal que no cruza la l¨ªnea hacia la pesadilla colectiva. Y la descripci¨®n del universo de falsedad en el que se mueve la protagonista, tan cambiante como el te?ido de su propio peinado, pocas veces adquiere la potencia deseada. As¨ª que el, en principio, interesante ejercicio de estilo de una directora evidentemente dotada para su oficio acaba agot¨¢ndose cuando pasa a ser el p¨²blico, y no la mujer, el que pierde la cabeza.
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