?Se puede dar por cerrada la Guerra Civil?
Todas las guerras son crueles, y las guerras civiles parecen especialmente crueles porque dividen familias, clases sociales y hermandades profesionales dentro de un mismo pa¨ªs. Pero la forma de terminarlas puede influir de manera considerable en las actitudes de los supervivientes y de generaciones posteriores. En el caso de la guerra civil de Estados Unidos, la guerra de secesi¨®n, la victoria del norte hizo que Estados Unidos siguiera siendo una sola naci¨®n y que se aboliera la esclavitud en toda esa naci¨®n, incluida la zona de la derrotada Confederaci¨®n sudista. Inmediatamente despu¨¦s de la rendici¨®n del general Robert E. Lee, el presidente Abraham Lincoln y el general en jefe Ulysses Grant ordenaron a los l¨ªderes sudistas que disolvieran sus tropas, regresaran a sus casas y reanudaran sus ocupaciones en la vida civil. Como en todas las guerras, se hab¨ªan producido asesinatos y crueldades innecesarias, pero no hab¨ªa habido campos de concentraci¨®n para los vencidos ni una pol¨ªtica de encarcelamiento prolongado ni ejecuciones sin fin por parte del gobierno victorioso.
La sociedad espa?ola en su conjunto no ha juzgado la dictadura de Franco como un r¨¦gimen criminal
El norte victorioso en EE UU no castig¨® con sa?a al sur como hizo Franco con los 'rojos'
A largo plazo, el fin de la guerra de secesi¨®n y la restauraci¨®n de la democracia constitucional en los antiguos Estados confederados significaron tambi¨¦n que, como la clase dirigente blanca volvi¨® a sus posiciones de poder, los antiguos esclavos y sus hijos se vieron legalmente privados de los derechos que ten¨ªan los ciudadanos blancos. Hubo que esperar a la d¨¦cada de 1960, un siglo despu¨¦s de la guerra, tras la plena participaci¨®n de soldados negros en la defensa de la democracia occidental en dos guerras mundiales y despu¨¦s de decenios de lucha de un movimiento de derechos civiles, para que un presidente blanco y originario del Sur, Lyndon Johnson, firmara las leyes de derechos civiles que, por fin, permitieron que los negros estadounidenses fueran ciudadanos de pleno derecho, hasta desembocar en el hecho de que acabemos de elegir a un presidente negro. Y, a lo largo del siglo XX, cuando personas del norte como el que esto escribe viaj¨¢bamos por diversos Estados del sur, ve¨ªamos con frecuencia estatuas de Robert E. Lee y otros h¨¦roes pol¨ªticos y militares de la Confederaci¨®n derrotada, pero nunca se nos ocurri¨® exigir que quitaran esas estatuas.
?Qu¨¦ distintos fueron el desarrollo y las consecuencias de la Guerra Civil en Espa?a! El prop¨®sito del alzamiento militar de julio no fue liberar a esclavos ni defender un Gobierno democr¨¢tico leg¨ªtimo, sino destruir el primer -y muy imperfecto- experimento de democracia pol¨ªtica en Espa?a y eliminar f¨ªsicamente, dentro o fuera del campo de batalla, a todos aquellos a quienes se consideraba comunistas, ateos, anarquistas, masones, etc¨¦tera. Despu¨¦s lleg¨® una dictadura de 36 a?os que incluy¨® miles de ejecuciones pol¨ªticas -m¨¢s en el primer de-
cenio- y la continuaci¨®n de sentencias de c¨¢rcel por motivos pol¨ªticos y de espor¨¢dicas condenas a muerte hasta al final.
Sin embargo, para inmensa fortuna del sufrido pueblo espa?ol, el joven rey designado por Franco como sucesor y una parte importante de los hijos de la clase media y alta que hab¨ªa apoyado a Franco se hab¨ªan convencido poco a poco de que a Espa?a le era mucho m¨¢s beneficiosa una democracia constitucional que la continuaci¨®n del Movimiento. Esta actitud y la sed de libertad de los vencidos y sus descendientes hicieron posible la transici¨®n de una dictadura militar de derechas a una monarqu¨ªa democr¨¢tica constitucional.
?Por qu¨¦, entonces, han vuelto a convertirse la Guerra Civil y la dictadura posterior en objeto de enconadas disputas en la conciencia p¨²blica espa?ola? El principal factor, en estos momentos, es la enorme diferencia de trato recibido por el recuerdo p¨²blico de los muchos miles de v¨ªctimas de asesinatos seg¨²n fueran personas partidarias del alzamiento militar o de la defensa de la rep¨²blica. Las v¨ªctimas de los paseos llevados a cabo por incontrolados anarquistas o agentes estalinistas recibieron honras f¨²nebres siempre que fue posible recuperar sus cuerpos y, en cualquier caso, durante toda la Guerra Civil y la dictadura de Franco, fueron objeto colectivo del homenaje de la Iglesia y el Estado. Las v¨ªctimas, mucho m¨¢s numerosas, de las incursiones falangistas en las prisiones y los juicios en tribunales de guerra sin un m¨ªnimo de defensa legal, seguidos de enterramientos de masas en tumbas an¨®nimas, s¨®lo pod¨ªan ser recordadas en asustado silencio por sus familiares y amigos. Mientras Franco viv¨ªa, cualquier homenaje a su memoria era imposible; en los primeros 20 o 30 a?os de la Monarqu¨ªa constitucional, la mayor¨ªa de la gente permaneci¨® callada porque no hab¨ªa seguridad de cu¨¢nto iba a durar la libertad reci¨¦n adquirida o porque aceptaba de mejor o peor grado la idea de que era mejor olvidarse del pasado, no "remover las brasas" de una guerra que, al fin y al cabo, hab¨ªa terminado hac¨ªa m¨¢s de 50 a?os.
En mi opini¨®n, si la reconciliaci¨®n general de los dos bandos de la Guerra Civil dependiera s¨®lo de restaurar la dignidad de los asesinados por la derecha y por la izquierda, ser¨ªa posible dar por zanjada la cuesti¨®n en el contexto de la actual Ley de Memoria Hist¨®rica. Por comparar, si la gran mayor¨ªa de los alemanes ha reconocido los cr¨ªmenes del r¨¦gimen nazi; si la gran mayor¨ªa de los estadounidenses ha reconocido los cr¨ªmenes colectivos de la esclavitud y posteriormente la segregaci¨®n; y si la mayor¨ªa de los surafricanos ha aprobado el final del apartheid, no cabe duda de que la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles podr¨ªa reconocer el car¨¢cter criminal de una represi¨®n que dur¨® d¨¦cadas y ejecut¨® a m¨¢s de 100.000 no combatientes.
Sin embargo, lo que ocurre en Espa?a, una parte importante del problema, es que la sociedad espa?ola en su conjunto no ha juzgado la dictadura de Franco como r¨¦gimen criminal, en el mismo sentido en el que Alemania conden¨® el r¨¦gimen nazi, Sur¨¢frica conden¨® el apartheid y Estados Unidos conden¨® la esclavitud y el siglo de segregaci¨®n que sigui¨® al fin de la esclavitud. Existe una parte peque?a pero sustancial de la poblaci¨®n espa?ola que opina que la palabra Rep¨²blica no fue m¨¢s que un sin¨®nimo de incompetencia y desorden, que recuerda la violencia laboral, las amenazas contra la Iglesia y la burgues¨ªa y las promesas de uno u otro tipo de revoluci¨®n colectivista en la primavera de 1936. Para esa minor¨ªa sustancial, el alzamiento militar fue un esfuerzo justificado, un pronunciamiento tradicional espa?ol como m¨¦todo para restablecer el orden p¨²blico. Esas personas, aunque reconocen la extrema crueldad del r¨¦gimen de Franco, consideran que la izquierda revolucionaria fue m¨¢s responsable de la Guerra Civil y sus terribles consecuencias que el alzamiento del 18 de julio.
En estas circunstancias, con la opini¨®n nacional fuertemente dividida, la Ley de Memoria Hist¨®rica cumple el prop¨®sito justo de permitir que las familias que perdieron a miembros en la salvaje represi¨®n franquista descubran todo lo posible, entre 30 y 70 a?os despu¨¦s, de los restos f¨ªsicos de sus seres queridos, y que vean sus nombres limpios de acusaciones penales injustas. El Gobierno actual tambi¨¦n ha actuado de manera honorable al conceder la ciudadan¨ªa a los exiliados republicanos y sus hijos, as¨ª como a los miembros de las Brigadas Internacionales que lucharon en defensa de la Rep¨²blica. Y, desde luego, deber¨ªa ser posible, aunque sin duda controvertido, anular por completo las condenas de prisi¨®n y muerte dictadas por los tribunales sin que se permitiera ninguna defensa ni se mostrara ninguna preocupaci¨®n profesional por la veracidad de las acusaciones. Sin embargo, el trato reciente dado al esfuerzo del juez Garz¨®n para documentar en la mayor medida posible las purgas mortales realizadas por los generales rebeldes y sus seguidores deja bien claro que muchos ciudadanos conservadores no creen que dichas purgas constituyeran cr¨ªmenes contra la humanidad.
Existe un viejo dicho que siempre ha tenido un gran significado para m¨ª como historiador: la verdad os har¨¢ libres. En realidad, me parece una frase demasiado categ¨®rica. Pero s¨ª estoy convencido de que la voluntad de reconocer la verdad, por desagradable que sea, es un requisito indispensable para superar los recuerdos amargos que pueden transmitirse mientras no haya un relato claro, cualitativo y cuantitativo, de los cr¨ªmenes cometidos por los militares rebeldes, la Falange, los "incontrolados", los agentes estalinistas y la escoria criminal que, en cualquier sociedad, se aprovecha de los odios de clase y la desintegraci¨®n del orden p¨²blico.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Gabriel Jackson es historiador estadounidense.
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