M¨¦xico DF en vivo
En enero de 2006 recib¨ª una llamada telef¨®nica de la Embajada de M¨¦xico en Rabat. El entonces presidente de la Rep¨²blica, Vicente Fox, ven¨ªa en visita oficial a Marruecos para entrevistarse con el rey Mohamed VI y en el programa de su breve estancia en Marraquech figuraba una charla conmigo en el Caf¨¦ de France de la Plaza de Xema¨¢ el Fn¨¢.
Unas horas despu¨¦s del inesperado anuncio, el gobernador de la ciudad me pregunt¨® por qu¨¦ hab¨ªa citado al presidente en un sitio tan popular en vez de hacerlo en alg¨²n lugar de mayor elegancia y cach¨¦. Le repuse que el programa hab¨ªa sido elaborado en M¨¦xico y yo no ten¨ªa nada que ver en ello.
A la hora y el d¨ªa fijados, Vicente Fox y su s¨¦quito se detuvieron ante el caf¨¦, en cuya entrada hab¨ªan tendido apresuradamente una alfombra, y el presidente subi¨® conmigo a la terraza desde la que se abarca el bullicio y fluidez de la plaza.
Se dan extraordinarias similitudes entre M¨¦xico y Marruecos
Como M¨¦xico y Marruecos son los dos pa¨ªses en donde me siento m¨¢s a mis anchas, trat¨¦ de explicarle las razones de esta querencia y apunt¨¦ a un conjunto de hechos y situaciones que la justificaban.
"M¨¦xico y Marruecos", dije en s¨ªntesis, "son dos pa¨ªses de frontera. Ustedes tienen el sue?o americano, en Marruecos el de la Uni¨®n Europea. Sus Tijuana y Ciudad Ju¨¢rez son ac¨¢ Ceuta y Melilla. El r¨ªo Grande, el estrecho de Gibraltar. En el norte de M¨¦xico se agolpan los candidatos de todo Centroam¨¦rica a dar el salto al para¨ªso so?ado; aqu¨ª, los del ?frica subsahariana. A sus wet backs se les llama ac¨¢ jarragas. Mexicanos y marroqu¨ªes comparten una igual capacidad de trabajo y el af¨¢n de una vida mejor para s¨ª y sus familias. El primer pa¨ªs receptor de remesas de sus emigrantes es M¨¦xico; el tercero, Marruecos. La diversidad ¨¦tnica, ling¨¹¨ªstica y cultural son las mismas. Sus tradiciones religiosas y artesanales tienen un extraordinario parecido. La incompetencia y corrupci¨®n administrativas son id¨¦nticas. Lo que ustedes llaman mordida, aqu¨ª le dicen bakchich o rechu¨¢. Los manteros de la plaza extienden y ocultan sus mercanc¨ªas exactamente como en el Z¨®calo. En corto, se?or presidente, est¨¢ usted en su casa".
Habituado al protocolo y la lanque de bois, la franqueza poco diplom¨¢tica de mis palabras agrad¨® a Vicente Fox, seg¨²n me confi¨® luego el embajador Juan Antonio Mateos.
M¨¢s tarde, pens¨¦ que la lista de paralelos improvisada en el Caf¨¦ de France se hab¨ªa quedado corta y hubiese podido alargarla. Un minucioso recorrido por los aleda?os del Z¨®calo durante mi reciente estancia en M¨¦xico con motivo de la celebraci¨®n de la vida y la obra de Carlos Fuentes, confirm¨® la justeza de mis comparaciones. La similitud de ambiente, agitaci¨®n callejera y mescolanza fecunda existente en los dos lugares se imponen al observador curioso con la misma creatividad y energ¨ªa genialmente captadas por Wordsworth en The Prelude y su retrato incentivo del Londres de la ¨¦poca.
Los atabales de los bailarines nahuatles retumban como los de los tambores gnaua. Las adivinas, cartom¨¢nticas y lectoras de las l¨ªneas de la mano acomodadas a la vera de la catedral evocan las de la plaza. Los vendedores callejeros, exiliados del Z¨®calo por orden de la alcald¨ªa, ocupan las aceras de la Moneda, Soledad y sus hormigueantes traves¨ªas. La estereofon¨ªa de quienes pregonan a grito herido su mercanc¨ªa acompa?an al viandante a lo largo de alcaicer¨ªas y bazares. La extraordinaria inventiva popular de los reclamos seduce a quien pisa por vez primera el ¨¢mbito. El peat¨®n biso?o descubre, maravillado, una Farmacia de Dios (aquejado sin duda de infinidad de dolencias a causa de su edad provecta), un tenducho especializado en la venta de zapatitos y calcetines para las estatuillas del Ni?o Jes¨²s, la reflexi¨®n desenga?ada de un fil¨®sofo: "Con todo d¨ªa que amanece, el n¨²mero de idiotas crece". Productos y juguetes chinos arrasan como en toda ?frica. Im¨¢genes de V¨ªrgenes y santos, con sus correspondientes cepillos petitorios, reciben la ofrenda de besos y limosnas.
El rompesuelas urbano puede comprar por unos pesos las instrucciones necesarias para alcanzar la protecci¨®n eficaz del nagual o ¨¢ngel de la guarda. La aglomeraci¨®n del gent¨ªo que invade la calzada y corta el paso a los incautos conductores que se aventuran en el reino de la plebe le compensan los horrores del tr¨¢fico y los interminables atascos en los pasos elevados.
Y, como en otros lugares de Hispanoam¨¦rica y del mundo ¨¢rabe, acude a su memoria la frase del gran ensayista y cr¨ªtico de arte ?lie Faure: lo que entendemos por cultura "no brota de los sistemas ni de los concilios ni de los dogmas, sino de las entra?as de la vida en creaci¨®n y movimiento".
?Qu¨¦ mejor ejemplo de ello que el Z¨®calo, en el centro hist¨®rico de M¨¦xico!
Juan Goytisolo es escritor.
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