Elogio de las listas
Estamos en plena ¨¦poca de listas y mi mesa rebosa de recortes de prensa (dom¨¦stica y for¨¢nea) con las que me han resultado m¨¢s entretenidas. Junto con los consabidos prop¨®sitos para el nuevo a?o de famosos y famosillos, los men¨²s de Navidad (convenientemente multiculturales y creativos) y las sugerencias de regalos (esta vez m¨¢s modestos e imaginativos: ?es la crisis!), las listas son, cada mes de diciembre, un cl¨¢sico casi imprescindible de la prensa escrita -y especialmente de sus p¨¢ginas y suplementos culturales-. La idea de realizar un balance de lo que ha dado de s¨ª el a?o que termina es una tentaci¨®n tan grande como la de establecer, a principios del nuevo, la relaci¨®n de centenarios y aniversarios que las mismas p¨¢ginas ir¨¢n conmemorando aplicadamente a lo largo del calendario. Los peri¨®dicos tambi¨¦n cumplen sus ritos.
Establecen, en efecto, un repaso de lo que el a?o ofreci¨®, recuerdan (parte) de lo que hubo, seleccionan y se?alan, valoran y descartan
Me considero un obstinado defensor de las listas, lo que me ha costado no pocas acusaciones de frivolidad a lo largo de los a?os. De todas las listas: desde el c¨¦lebre cuestionario Proust -mediante el que personajes notables expon¨ªan lo que dec¨ªan amar o detestar acerca de s¨ª mismos o del mundo, aun a costa de reelaborar su imagen y modificar su pasado- hasta esas abigarradas n¨®minas, tan t¨ªpicas de la tradici¨®n period¨ªstica anglosajona, en la que se invita a cr¨ªticos habituales de cada medio -o a "estrellas invitadas" para la ocasi¨®n- a establecer su personal balance acerca de lo mejor (y, a veces -pero son las menos-, lo peor) que leyeron, escucharon, admiraron, visionaron, comieron, vistieron o visitaron en el a?o que se extingue.
?Son fiables las listas? Claro que no. O, al menos, no ofrecen la fiabilidad que se atribuye generalmente a los experimentos cient¨ªficos realizados bajo condiciones controladas y reproducibles, ni siquiera la de los problem¨¢ticos sondeos electorales realizados a pie de urna. Y mucho menos la de las confesiones in articulo mortis. Las listas que se publican en esta ¨¦poca son poco m¨¢s que un entretenido juego en el que, en el mejor de los casos, se reflejan los gustos y opiniones -cambiantes, interesados, precarios- de quienes las elaboran. Nadie se moja nunca del todo en una lista en la que no hay espacio para argumentos o matices que justifiquen la elecci¨®n o la ausencia. Y, aunque en ellas se pueda mentir, favorecer al amigo o no citar al rival, devolver favores y ajustar cuentas, su inter¨¦s radica en que aun as¨ª ofrecen una especie de ef¨ªmera radiograf¨ªa intelectual de quien las contesta (alguien a quien se le supone autoridad moral en su campo) y, en cierto modo, del medio que las publica. Cumplen la funci¨®n de un canon inestable, aunque revelador: el de cada cual en un momento dado. Lo que no quiere decir que el resultado no coincida con el de otros, sobre todo en lo que se refiere a la "excelencia" (que, por cierto, tampoco es un criterio constante: Shakespeare no habr¨ªa estado en muchas de las imaginarias listas elaboradas por cr¨ªticos y lectores del siglo XVIII).
Las listas ostentan otras funciones, de ah¨ª que proliferen en esta ¨¦poca. Establecen, en efecto, un repaso de lo que el a?o ofreci¨®, recuerdan (parte) de lo que hubo, seleccionan y se?alan, valoran y descartan. Y, en ese sentido, pueden orientar el consumo, formular sugerencias, dar ideas. A veces por afinidad y confianza hacia quien las establece, y, otras, por discrepancia o antipat¨ªa: en el primer caso rellenamos lagunas o nos alegramos de las coincidencias, en el segundo, confirmamos aborrecimientos y aversiones, o nos sentimos desaconsejados por la recomendaci¨®n de quien no nos gusta. Y es que las listas no s¨®lo son curiosas: a menudo cumplen una leve funci¨®n terap¨¦utica. Luego se olvidan, afortunadamente. O no, y entonces sirven tambi¨¦n para pasar factura.
Babelia
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