La estela de un aviador brit¨¢nico
Un cuento de hoguera en el enigm¨¢tico despoblado de Pe?a, donde cay¨® un esp¨ªa aliado en 1943
Conviene visitar Pe?a con alma de zoom y no quedarse s¨®lo con la lejana postal que muestra un espectacular basti¨®n despoblado y colgado de una colina. Si s¨®lo con eso volvi¨¦ramos a casa, nos llevar¨ªamos una buena foto pero sin duda nos faltar¨ªa su reverso, es decir, la intrahistoria. Aunque la subida demore algo m¨¢s, conviene aproximarse a Pe?a hasta poder aplicar la lupa y descubrir que la magia del lugar nos espera en los detalles: un aviador ca¨ªdo, una tumba fortuita. ?Suena a relato de hoguera? Lo es.
El paseo comienza a 11 kil¨®metros al sur de Sang¨¹esa. En la carretera que atraviesa Gabarderal hallaremos despu¨¦s Torre de Pe?a, con sus cuatro casas y una explotaci¨®n de frisonas donde hay que dejar el coche. Desde aqu¨ª la subida a pie comienza umbr¨ªa y retorcida, como una sierpe que va mordiendo el sotobosque, para abrirse despu¨¦s entre bojes y acebos. En una hora, la senda nos alza a 872 metros, hasta un p¨®dium de piedra llamado Pe?a a secas. Antigua atalaya defensiva, hoy muestra su fort¨ªn vac¨ªo, sus murallas fantasmas. S¨®lo el viento ta?e las campanas.
Hasta 1950 hubo aqu¨ª vida, el ¨²ltimo censo hablaba de 50 pobladores. El primero data de 1366, de cuando los habitantes se contaban por fuegos y sumaban un total de 7. Hoy, no hay ni un alma. Pe?a es un c¨²mulo de ventanas aireadas, puertas ca¨ªdas, mamposter¨ªas en abandono y cimientos solitarios que muestran en sus fachadas la caries de los d¨ªas. Su paseo intramuros es un paseo por un castillo desvencijado. Y sobre todo ello, la hiedra, ¨²nica se?al de vida entre tanta ruina, junto a las plumas y desechos de lechuzas y autillos, esos otros grandes amigos de anidar el abandono.
Pe?a fue uno de los primeros castillos mandados derribar en la conquista de Navarra por Fernando el Cat¨®lico. En un extremo, se levanta todav¨ªa la mitad de lo que fue la torre del homenaje, pura arcilla expuesta hoy al implacable torno de los vientos. Y tambi¨¦n en pie queda parte de la ¨²nica muralla necesaria en este baluarte donde el principal cerco lo formaba la propia ca¨ªda de la monta?a. Aqu¨ª la naturaleza fue generosa en u?as y dientes, la defensa quedaba regalada: las rocas hac¨ªan de ricino, el farall¨®n de foso.
S¨®lo dos edificios se yerguen restaurados. Una casa vivienda de los ¨²ltimos pe?uscos y la iglesia casi intacta con sus matacanes defensivos y un interesante cristo en su interior. Ladeado en su cruz y lleno de lamparones de sangre, data de principios del XIII, con detalles todav¨ªa rom¨¢nicos como la corona real, mezclados con g¨®ticos como los tres clavos y el rictus ya post m¨®rtem. Conviene contemplarlo con ojos de forense y mantenerlos para lo que sigue.
Yacer en el aire
La historia contin¨²a. No hay que volverse sin visitar el cementerio del lugar, oculto en un arbolado extramuros, cerca de la cima. All¨ª se esconde la otra mitad de la postal. Entre un pu?ado de estelas discoidales, crucifijos oxidados y apellidos como Landa y Alzueta, encontraremos la tumba de D. C. B. Walker.
Alguien debi¨® de morir sin transmitir su historia. Aquella que dec¨ªa que un d¨ªa del a?o 1943 el capit¨¢n Walker y su copiloto, A. M. Crow, fueron tocados en su Mosquito de reconocimiento por las bater¨ªas nazis del suroeste franc¨¦s y se estrellaron a este lado de la frontera, tras un largo y humeante vuelo de agon¨ªa, en el cercano monte Verduces. El copiloto pudo saltar en paraca¨ªdas y salv¨® su vida al caer en el vecino Sos, para iron¨ªas de la toponimia. Con peor suerte, Walker muri¨® en su aparato.
Los pe?uscos, que celebraban a su patr¨®n san Mart¨ªn ese mismo d¨ªa, vieron todo al salir de la iglesia. La procesi¨®n se nubl¨® con un ca¨ªdo del cielo pero, hospitalarios hasta con las visitas p¨®stumas, cumplieron con el forastero y le abrieron un hueco en su peque?o camposanto, a mil metros de altura, muy cerca del aire. Bajo un peque?o arbolado, enterraron al ingl¨¦s del que nada sab¨ªan, con una cruz de madera, sin leyenda, como siguiendo aquellos versos de Jaime Gil de Biedma: "All¨ª, bajo los nobles eucaliptos / ?ya casi piel, de tierna, la corteza? / descansa en paz el extranjero muerto".
Es un relato de hoguera. Sin final feliz. O s¨ª, porque aunque alguien debi¨® de morir sin transmitir esta historia, los alumnos de un instituto de Bara?ain movidos por su profesor de ingl¨¦s se encargaron de recuperarla como trabajo de fin de curso. Todos desear¨ªamos tener un maestro as¨ª, alguien que nos ense?ara los phrasal verbs con cierta trama. Por medio de cartas al consulado brit¨¢nico y a la RAF, los alumnos certificaron que D. C. B. Walker se llamaba Donald Cecil Broadbent y que hab¨ªa partido de Inglaterra para fotografiar puestos alemanes en la costa vascofrancesa. Supieron tambi¨¦n que volaba con tan s¨®lo 28 primaveras, soltero, y que un hermano suyo vino hasta Pe?a en 1956 para poner la actual l¨¢pida. La investigaci¨®n no acab¨® ah¨ª. Los alumnos conocieron tambi¨¦n que el copiloto salvado muri¨® al tiempo en un bombardeo sobre Berl¨ªn. Bad news. Y supieron adem¨¢s que el malogrado d¨ªa en el que un avi¨®n cay¨® del cielo en Pe?a fue nada menos que un 11 de noviembre, exactamente el Remembrance Day, cuando todo el Reino Unido recuerda a sus ca¨ªdos en el extranjero con una flor llamada poppy (amapola) en la solapa.
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GU?A
Informaci¨®n
? La web tur¨ªstica de la comarca de Sang¨¹esa (www.bajamontana.com y www.comarcasanguesa.es) contiene fichas informativas de todos los n¨²cleos de la zona, propone diversos recorridos y paseos, enumera restaurantes y hoteles, y ofrece mapas y consejos para moverse en coche o en transporte p¨²blico.
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