Ignorancia debida
Existe en Andaluc¨ªa un Observatorio de la Delincuencia, instituci¨®n con un nombre que parece sacado de una f¨¢bula filos¨®fica de Chesterton y sugiere que el delito es algo tan f¨ªsico, inevitable y observable como un fen¨®meno astron¨®mico. El Observatorio ha descubierto que ocho de cada diez habitantes de las capitales de provincia saben poco o nada sobre c¨®mo funciona la Justicia, informaba ayer en estas p¨¢ginas Juana Vi¨²dez. Yo no creo que el 20% restante sepa mucho sobre el aparato judicial, a no ser que abunden tanto los funcionarios, abogados, delincuentes y litigantes empedernidos. La gente conoce poco el aparato judicial, pero lo aprecia menos todav¨ªa. No tiene confianza en los jueces. Valora m¨¢s a la polic¨ªa. Qui¨¦n no ha o¨ªdo ese t¨®pico de que "la polic¨ªa coge al ladr¨®n, pero el juez lo pone en libertad".
La polic¨ªa es algo pr¨®ximo, una posibilidad de trabajo, porque siempre puede uno meterse en alguno de los cuerpos armados, como hacen vecinos y conocidos. Pero los jueces son distantes, la representaci¨®n de la brecha entre el Poder y los ciudadanos, con sus togas, pu?etas de raso o encaje, insignias, altos estrados, sillones frente a sillas y banquetas. Tenemos la sospecha supersticiosa de que el poder est¨¢ al servicio de los poderosos, y a su representaci¨®n, el juez, se le suponen todos los delitos y faltas en que puede incurrir una autoridad: arbitrariedad, abuso de funciones, atentado contra la integridad moral de quien se pone a su alcance, soborno, prevaricaci¨®n y tr¨¢fico de influencias.
El albergue de los tribunales en M¨¢laga es un edificio claro y lleno de caladuras. El arquitecto quiz¨¢ quer¨ªa sugerir transparencia, la necesaria transparencia de la ley, pero el que se acerca al edificio piensa en una gran jaula blanca. Se llama la Ciudad de la Justicia, nombre que parece un homenaje a la Ciudad de Dios de san Agust¨ªn, pero que, por casualidad o broma municipal, est¨¢ en la desembocadura de la calle Franz Kafka, el autor de El proceso, esa novela en la que al acusado nadie sabe darle raz¨®n exacta de c¨®mo funciona el aparato judicial, probablemente porque nadie lo sepa. El desconocimiento suele coincidir con el prejuicio de creer maligno aquello que se desconoce.
La Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa deber¨ªa limitarse a ense?ar en las escuelas la Constituci¨®n, el C¨®digo Penal y el Civil. As¨ª los alumnos aprender¨ªan que no s¨®lo son principios morales, sino imperativos legales, la igualdad de hombres y mujeres, el respeto a quienes nos rodean. Sabr¨ªan que puede ser merecedor de c¨¢rcel meterse con alguien por razones ideol¨®gicas, religiosas, nacionales o raciales, sexuales y m¨¦dicas. Los colegiales deber¨ªan estudiar lo m¨¢s b¨¢sico de la organizaci¨®n y el funcionamiento de la Justicia. Es "una organizaci¨®n muy complicada", como dice la novela de Kafka, pero no lo es m¨¢s que las jerarqu¨ªas de electr¨®nicos guerreros intergal¨¢cticos y divinidades ancestrales a las que debe enfrentarse un jugador de videojuegos.
No creo, sin embargo, que en plena guerra entre jueces y gobiernos haya demasiado deseo de informaci¨®n real sobre el estado de la Justicia. El votante ideal quiere saber lo menos posible, conf¨ªa en sus autoridades. Su v¨ªa de conocimiento son los programas de sensacionalismo rosa, con sus pleitos callejeros disfrazados de jerga jur¨ªdica, y las informaciones de sucesos, m¨¢s emocionantes cuanta m¨¢s sangre haya y m¨¢s indefensa sea la v¨ªctima. La justicia popular es inmediata, caliente, lo que antiguamente se llamaba venganza, y un tribunal es una instancia fr¨ªa, y presta o¨ªdos a los acusados, de quienes nunca deber¨ªa presumirse la inocencia, sino la culpabilidad absoluta. Hay gobernantes que no disimulan su satisfacci¨®n ante el descr¨¦dito de la Justicia. No se dan cuenta de que se alegran del descr¨¦dito de la democracia: si el Poder Judicial no funciona, los ciudadanos est¨¢n indefensos ante el Poder Ejecutivo.
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