El desv¨¢n de la historia espera a Bush
El mandatario que inici¨® dos guerras deja el cargo con la popularidad por los suelos
Asumamos que los prop¨®sitos de George W. Bush eran laudables. "Mi objetivo es un mundo libre de la tiran¨ªa", dijo, hace ahora cuatro a?os, en el discurso de inauguraci¨®n de su segunda presidencia. Asumamos que sus principios son s¨®lidos -"siempre segu¨ª a mi conciencia y actu¨¦ por el bien de mi pa¨ªs", asegur¨® en su discurso de despedida a la naci¨®n- y que su obsesi¨®n por la libertad, una palabra que mencion¨® 25 veces en su ¨²ltima conferencia de prensa, es sincera. Asumamos incluso que algunos de los errores de su gesti¨®n son improvisaciones justificadas por el ardor del 11-S. Asumamos, por ¨²ltimo, que una presidencia no puede ser juzgada por los detalles del gobierno cotidiano sino por la huella que deja en las siguientes generaciones.
Una presidencia debe ser juzgada por la huella que deja en el futuro
Aun as¨ª, la de Bush es una presidencia fam¨¦lica en resultados e ignominiosa en los m¨¦todos, que dif¨ªcilmente encontrar¨¢ la absoluci¨®n de la historia. Ni ¨¦l fue capaz de desmentir nunca la imagen pedestre que sus enemigos le crearon ni su obra se impuso por s¨ª misma -como fue el caso de Ronald Reagan- a la incredulidad y el desprecio de sus cr¨ªticos.
Aunque es posible que cuente con el perd¨®n de Barack Obama, que ha respondido a las peticiones de investigar a Bush diciendo que su instinto le aconseja "mirar hacia adelante y no hacia atr¨¢s", W. parece un personaje condenado para siempre al desv¨¢n de la historia estadounidense. Puesto que su rechazo es tan un¨¢nime en el mundo -quiz¨¢ se pueden excluir algunos pa¨ªses asi¨¢ticos y otros africanos, favorecidos por la ayuda norteamericana a la lucha contra el sida- y en su propio pa¨ªs, donde concluye su gesti¨®n con un ¨ªndice de popularidad del 27%, a la hora de hacer balance de su labor puede ser aconsejable el ejercicio dial¨¦ctico de descubrir primero qu¨¦ ha hecho bien.
El terrible peso de dos guerras inacabadas, si no perdidas, y la peor crisis econ¨®mica que ha conocido el mundo caen sobre su gesti¨®n de una manera tan demoledora que es dif¨ªcil rebuscar en otros ¨¢mbitos de su presidencia los logros que, al menos, aten¨²en el calificativo de peor presidente de la historia. La p¨¢gina web de la Casa Blanca ha hecho un resumen de los ocho a?os de Bush en el que intenta, como es l¨®gico, destacar lo positivo. Se menciona lo del sida, una reforma educativa conocida como No child left behind que recibi¨® algunos aplausos en su primer a?o de mandato, peque?os avances en el seguro p¨²blico de salud y ret¨®rica sobre la expansi¨®n de la libertad en Irak y Afganist¨¢n.
Ese resumen incluye, sin embargo, un ¨¦xito -quiz¨¢ ¨¦ste no sea el t¨¦rmino adecuado- que Bush ha exhibido con orgullo en los ¨²ltimos d¨ªas: el territorio de EE UU no ha vuelto a ser atacado desde septiembre de 2001. "Esto no se debe a la suerte ni a que los terroristas no lo hayan intentado", asegura la informaci¨®n oficial. Probablemente hay que atribuirle a algunas medidas de la Administraci¨®n de Bush, como la reorganizaci¨®n de los servicios de espionaje o la creaci¨®n del Departamento de Seguridad Nacional, cierto m¨¦rito en la consecuci¨®n de este largo periodo sin atentados. Pero, como el propio Bush ha reconocido, ese tiempo transcurrido no es la prueba de que el terrorismo haya sido derrotado o la amenaza terrorista haya decrecido. Al contrario. El ¨²ltimo informe del Pent¨¢gono sobre este asunto, del mes de diciembre, alertaba sobre el crecimiento de Al Qaeda y su red de organizaciones hermanas en varias partes del mundo, particularmente en el norte de ?frica, as¨ª como del desarrollo de m¨¢s intensa actividad terrorista en Afganist¨¢n, Pakist¨¢n y en la frontera entre esos dos pa¨ªses.
La guerra contra el terrorismo ha marcado como ninguna otra circunstancia la gesti¨®n del 43? presidente de Estados Unidos. En nombre de esa guerra, para la que, en un principio, cont¨® con un enorme apoyo dentro y fuera del pa¨ªs, esta Administraci¨®n quebrant¨® los principios de la Constituci¨®n de tal manera que todav¨ªa hace sonrojar a sus propios compatriotas. Los episodios de la prisi¨®n de Abu Ghraib, Guant¨¢namo, las c¨¢rceles secretas de la CIA, las escuchas sin protecci¨®n judicial, las torturas... ponen tr¨¢gicamente el sello sobre esta presidencia.
Todo eso, con toda la degradaci¨®n ¨¦tica que representa, hubiera tenido, sin embargo, alg¨²n sentido en el fr¨ªo c¨¢lculo de la pol¨ªtica si hubiera conducido hacia alg¨²n logro que sirviera para argumentar hoy que el mundo es m¨¢s seguro, m¨¢s estable o m¨¢s pr¨®spero. Nada de eso puede decirse al despedir a Bush, que ha conseguido sumarle al deshonor la incompetencia.
Incompetencia o negligencia son t¨¦rminos que nos remiten inmediatamente al manejo de la tragedia del Katrina, donde el cr¨¦dito que le quedaba al presidente se hundi¨® junto a los casi 2.000 norteamericanos muertos.
Pero su m¨¢s importante y pol¨¦mica decisi¨®n como gobernante, la guerra de Irak, es el mejor y m¨¢s completo ejemplo de la gesti¨®n de Bush. Al error inicial sobre la inexistencia de armas de destrucci¨®n masiva (aceptando la palabra de Bush de que todas las agencias de espionaje del mundo cre¨ªan, como ¨¦l, que Sadam Husein las escond¨ªa), se sum¨® una calamitosa cadena de decisiones t¨¢cticas equivocadas, desde la disoluci¨®n del Ej¨¦rcito iraqu¨ª hasta el c¨¢lculo sobre el n¨²mero de tropas, que convirtieron Irak en un infierno en el que murieron decenas de miles de civiles iraqu¨ªes y m¨¢s de 4.200 soldados norteamericanos.
El desastre militar de Irak no era m¨¢s que la consecuencia de la divisi¨®n y la falta de liderazgo dentro de la propia Administraci¨®n en Washington. Superado por una situaci¨®n a la que intent¨® ponerle ¨¦nfasis patri¨®tico pero que nunca supo gobernar, Bush cedi¨® de hecho el poder a Dick Cheney, quien se convirti¨® en el vicepresidente m¨¢s influyente de la historia, y fue incapaz de imponer su autoridad en los enfrentamientos continuos entre las principales figuras del Gabinete. "Su Gobierno nunca fue un equipo, siempre fueron rivales", ha asegurado el periodista Bob Woodward, que ha escrito cuatro libros sobre el periodo de Bush.
Donald Rumsfeld, secretario de Defensa durante seis a?os, siempre ignor¨® a Colin Powell y Condoleezza Rice, los dos secretarios de Estado, y construy¨® por su cuenta un centro de poder ideol¨®gico en el Pent¨¢gono con Douglas Feith y Paul Wolfowitz, que irrit¨® y margin¨® a los militares. Mientras, el principal asesor de Bush, Karl Rove, aumentaba su poder en la sombra y convert¨ªa la presidencia en una fortaleza ante el acoso del Congreso y de los medios de comunicaci¨®n.
Muchas de las figuras neocon de las que Bush se rode¨® le dieron a su Administraci¨®n un tono doctrinario y extremadamente ideol¨®gico, pero ¨¦l nunca fue un pol¨ªtico de profunda ideolog¨ªa. Ni siquiera de inquebrantable firmeza. Para ser el mat¨®n que a veces dec¨ªan, acept¨® con mucha diplomacia las exigencias de China y de Rusia en numerosas circunstancias. Y para ser el basti¨®n antiterrorista de que presume, se ha ido dejando a Ir¨¢n m¨¢s cerca de poseer capacidad nuclear. Sus principios liberales no fueron impedimento tampoco para utilizar los recursos del Estado en el rescate del sistema financiero, a fin de contener una crisis econ¨®mica que acab¨® por arruinar del todo su legado.
Dicen sus ¨ªntimos que no hemos conocido al verdadero George Bush. Ciertamente, se trata de una persona que nunca estuvo a gusto en el ambiente de esta ciudad y que nunca se manifest¨® con espontaneidad. No era el escogido por su padre para extender la saga familiar de presidentes ni renunci¨® a la vida fr¨ªvola de un ni?o rico hasta que se le encendieron las luces de alarma por el exceso de alcohol. Despu¨¦s consigui¨® ser en Tejas un pol¨ªtico c¨¢lido y cercano que despertaba simpat¨ªas entre el ciudadano com¨²n. Esa imagen qued¨® r¨¢pidamente borrada en la Casa Blanca, a la que lleg¨® con mal pie gracias a una decisi¨®n del Supremo para desempatar unas elecciones en las que Al Gore se impuso en el c¨®mputo global de votos, aunque perdi¨® por unos pocos el decisivo Estado de Florida.
Bush galvaniz¨® brevemente al pa¨ªs despu¨¦s del 11-S, pero su gesti¨®n consigui¨® dividirlo como no lo hab¨ªa estado en mucho tiempo. Cuando el martes aborde el Marine One para emprender rumbo a Crawford, la imagen m¨¢s cercana ser¨¢ la de Richard Nixon agitando la mano en aquel famoso adi¨®s en medio del bochorno general. Nixon pod¨ªa apuntarse, al menos, el m¨¦rito de la creaci¨®n de una nueva relaci¨®n con China. Varios pensadores conservadores insisten en que Bush merecer¨¢ alg¨²n d¨ªa el reconocimiento por su dedicaci¨®n a este pa¨ªs. Es posible. De momento, el ¨²nico reconocimiento es el de irse en silencio, discretamente, cediendo m¨¢s que cort¨¦smente el espacio a su sucesor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.