Joaquim Mir, pintor de genio y locura
Caixaf¨°rum presenta una desigual retrospectiva del pintor catal¨¢n
Dentro de la llamada "pintura catalana" hay pocos artistas que resistan una revisi¨®n completa; casi nadie mantiene un pulso de originalidad y excelencia hasta el final. Joaquim Mir (1873-1940) no es ninguna excepci¨®n, tal como puede comprobarse en la retrospectiva que hasta el 26 de diciembre le dedica Caixaf¨°rum, de la que es comisario Francesc Miralles, autor de los imprescindibles vol¨²menes del siglo XX de la Hist¨°ria de l'Art Catal¨¤ (Edicions 62).
A pesar de haber localizado 12 piezas in¨¦ditas y de que se expongan por primera vez en Barcelona otras 46, la antol¨®gica, presentada como "la muestra m¨¢s rigurosa que se ha organizado nunca de la obra del artista barcelon¨¦s", no acaba de adquirir el alardeado nivel de excelencia que promete su marketing. La iniciativa, parecida a la que ya se hizo de Anglada Camarasa, plantea la eterna duda de si hay que presentar un artista a plena luz, con todas sus contradicciones, o bien cribar tan s¨®lo lo mejor.
El artista realiz¨® sus mejores obras durante su tr¨¢gica crisis mental
Mir es un gran hito del arte catal¨¢n, pero su genialidad est¨¢ tr¨¢gicamente ligada a la locura en el periodo comprendido entre 1902 y 1910, coincidiendo con sus estancias en Mallorca y Tarragona. Antes de su enfermedad, fue un pintor de garra, bien orientado y correcto, y luego, superada su crisis mental, fue un artista lleno de jovialidad y simpat¨ªa, pero con una producci¨®n cada vez m¨¢s convencional, un hecho que coincidir¨ªa con la ascendente aceptaci¨®n de su pintura por parte de p¨²blico y coleccionistas hasta llegar a ser, en la d¨¦cada de 1930, el artista catal¨¢n vivo m¨¢s cotizado.
La exposici¨®n arranca con obras impactantes y poco conocidas, como El venedor de taronges junto a L'hort de rector y L'hort de l'ermita. La fant¨¢stica etapa mallorquina -claramente influida por el pintor simbolista belga Degouve de Nuncques- est¨¢ presidida por el espl¨¦ndido L'abim y una de las magn¨ªficas versiones de La cala encantada, adem¨¢s de alguna concesi¨®n como el prescindible S¨®ller. Contin¨²a con parte de la decoraci¨®n de la Casa Trinxet, de Puig i Cadafalch, cuyo derribo a manos de N¨²?ez y Navarro marca uno de los episodios m¨¢s siniestros del porciolismo. Los fragmentos de tela arrancada y troceada no tienen la categor¨ªa de un cuadro, aunque se hayan pagado a precio de oro. Son simples retales de un proyecto decorativo que, descontextualizados, apenas tienen sentido; uno de ellos incluso lleva una firma ap¨®crifa realizada por un restaurador desaprensivo y mercenario.
La brillante etapa de Tarragona tambi¨¦n cuenta con piezas espectaculares, como Primavera a l'Aleixar y Vista de l'Aleixar, acompa?adas por una serie de pasteles memorables y de las inquietantes figuras de Els cantaires y Les velles. A partir de ah¨ª, la selecci¨®n decae, paralela a la producci¨®n del artista, con subidas y bajadas, atisbos de genialidad, junto a paisajes anodinos que culminan en las vistas de Andorra. Quiz¨¢ como una intencionada met¨¢fora, la antol¨®gica termina con La desferra (1935), una barca abandonada en la playa que a su vez est¨¢ sola y sin ¨¢ngel en la ¨²ltima sala, enfrente de la mesa de interpretaci¨®n. Por suerte, como sucede en L'abim, una de las paredes deja abierto un agujero, estrecho y vertical, y nos brinda la posibilidad de evadir la salida y penetrar en las salas de Tarragona y Mallorca para terminar la exposici¨®n en sentido inverso y salir airosos del evento.
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