Joven hasta la muerte
Me gusta el fr¨ªo. Me gusta el fr¨ªo en la calle y me horroriza en el interior de las casas. El amor por el fr¨ªo callejero se lo debo a Nueva York. El primer invierno que viv¨ª la mordedura de los 20 grados bajo cero (algo as¨ª como meter la cabeza dentro del congelador) llegu¨¦ a casa con ganas de llorar y con saba?ones. ?Saba?ones! Pero la experiencia me ense?¨® el secreto de ir bien abrigado: camiseta interior, botas de borrego australiano, un plumas, guantes y, sobre todo, un gorro. Hay que tener la cabeza caliente. Y a pesar de caminar como dentro de un traje de astronauta, es posible mantener la coqueter¨ªa, pues si bien el cuerpo se oculta, la calle se convierte en un desfile alegre de gorros y boquitas pintadas que asoman sobre la bufanda. El fr¨ªo ilumina la cara y los ojos se llenan de un brillo juvenil. Hay una alegr¨ªa del fr¨ªo. Yo la sent¨ª la otra tarde, caminando por el West Village, pero acab¨¦ meti¨¦ndome en una de las pocas peque?as librer¨ªas que aguantan el tir¨®n de la crisis, Biography, porque el fr¨ªo estaba empezando a quemarme las mejillas. Me puse a curiosear entre el mont¨®n de libros viejos que se vend¨ªan a precio de Crisis. Por siete d¨®lares me compr¨¦ uno de fotograf¨ªa llamado El mundo privado de Katharine Hepburn. Me llev¨¦ una deliciosa sorpresa. El libro era peculiar por varias razones. La primera, no eran fotos posadas, sino escenas de vida cotidiana, tanto en los rodajes como en sus casas, la de campo en Connecticut y la de Nueva York; segunda, el fot¨®grafo que las hizo, John Bryson, la conoci¨® cuando ya era mayor, hizo amistad con ella y la sigui¨® durante toda su vejez; es decir, que el libro documenta la personalidad de una bell¨ªsima anciana que fue intr¨¦pida hasta la muerte: jugaba al tenis, hac¨ªa gimnasia y, lo m¨¢s extraordinario, se ba?aba en ese Atl¨¢ntico que ten¨ªa a las puertas de casa todos los d¨ªas, todos. Hay una foto impresionante de esa mujer de setenta y tantos saliendo del agua y rodeada de un paisaje blanqueado por la nieve: "No todo el mundo es lo suficiente afortunado como para entender lo delicioso que es sufrir". Las fotos muestran a una mujer fuerte, atl¨¦tica a pesar de la edad, amante de la naturaleza, tan natural como original, un esp¨ªritu heredero de la mentalidad de esa gente progresista de Nueva Inglaterra. Dejando a un lado las pel¨ªculas que la convirtieron en estrella, La fiera de mi ni?a, por ejemplo, en la que, seg¨²n mi amigo el hispanista neoyorquino Bill Sherzer, hac¨ªa gala del ingl¨¦s mejor articulado y m¨¢s bello jam¨¢s interpretado, para m¨ª, el rostro huesudo de Hepburn estar¨¢ siempre ligado a ese personaje que tan fundamental ha sido para cierto tipo de ni?as desde que fuera escrito, a mediados del XIX. Me refiero a Jo, Josephine, la hermana intr¨¦pida de Mujercitas, la que no se ajustaba a la feminidad de la ¨¦poca, quer¨ªa ser escritora y antepon¨ªa su libertad a la cursiler¨ªa en la que se supon¨ªa que ten¨ªa que educarse una se?orita. La novela de Louise May Alcott, a pesar de su envoltura cursi y moralizante, a pesar de que los ojos masculinos la despreciaran porque era cosa de chicas, fue tremendamente inspiradora para quienes ¨¦ramos ni?as pero no nos comport¨¢bamos al uso; las que, a pesar de ser consideradas chicazos, no por ello ¨¦ramos menos femeninas. Tuvo un gran ojo George Cukor cuando eligi¨® a esa muchacha desgarbada, en desacuerdo absoluto con la Metro Goldwyn Mayer, para que interpretara a Jo, porque Louise May Alcott ten¨ªan much¨ªsimo que ver, ambas proced¨ªan de esa zona americana en la que brill¨® un progresismo luminoso y saludable: Louise, hija de un padre abolicionista; Kate, hija de madre sufragista, de la que hered¨® su coraje. Cuando Kate lleg¨® a ser la vieja de estas im¨¢genes, su excentricidad se hab¨ªa convertido en elegancia. El magazine del NYTimes le dedic¨® un reportaje a su estilo, lo defin¨ªa como "un cl¨¢sico". Ella lo explicaba m¨¢s llanamente: "Tengo espaldas anchas, brazos gorilescos, as¨ª que opto por la ropa c¨®moda y amplia". Sin embargo, a pesar de que nunca fue amiga de destacar las curvas con la ropa, qu¨¦ femenina era y qu¨¦ rara esa feminidad en los a?os treinta, cuando protagoniz¨® a la peque?a gran Jo. "A George Cukor, dec¨ªa ella, le debo el que convirtiera mi excentricidad en virtud". Me gusta mirar las fotos y detenerme en cada detalle de sus casas, tan singulares como ella, llenas de p¨¢jaros de madera del arte folcl¨®rico americano, y de paisajes muy expresivos pintados por ella misma, de sombreros (uno por cada rodaje) y de zapatillas de deporte. Son casas llenas de experiencia y de tiempo, cocinas usadas para compartir veladas con amigos, cuartos c¨®modos y desordenados con un gran ventanal desde donde la actriz se sentaba a ver amanecer despu¨¦s de darse su g¨¦lido ba?o. Otro gran actor, John Wayne, con el que hizo una de sus ¨²ltimos trabajos, aparece con ella durante el rodaje. No se hab¨ªan conocido hasta la vejez y todo el equipo disfrutaba de la qu¨ªmica que hab¨ªa surgido entre la brava Kate y ese duque del conversadurismo que era Wayne. Por la noche, cuando ella se hab¨ªa retirado a dormir, el viejo vaquero le dijo al fot¨®grafo: "Es tan femenina. C¨®mo debe haber sido a los 30 a?os y qu¨¦ afortunado el hombre que la hubiera encontrado". -
El rostro huesudo de Katharine Hepburn estar¨¢ siempre ligado a su personaje de Jo, la intr¨¦pida de 'Mujercitas'
Tuvo un gran ojo George Cukor cuando eligi¨® a esa muchacha desgarbada, en desacuerdo con la Metro
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