El contentamiento descontento
La peripat¨¦tica noticia que m¨¢s ha sobresalido de la campa?a electoral gallega ha sido la de los excursionistas de la Tercera Edad desviados a un mitin. Un atajo carnavalesco que ha da?ado seriamente la imagen del candidato del principal partido nacionalista y actual vicepresidente de la Xunta. Quintana se ha disculpado por el episodio. Seg¨²n su explicaci¨®n, era un invitado de la asociaci¨®n de jubilados que flet¨® los autobuses y no un organizador. Pero adem¨¢s de lamentarse, la penitencia m¨¢s cre¨ªble ser¨ªa el cese inmediato de los responsables de la campa?a que tuviesen que ver con este patinazo on the road.
A lo largo de generaciones, los grandes referentes culturales de Galicia lo han sido tambi¨¦n de un radical compromiso democr¨¢tico y anti-caciquil. Eso explica que m¨¢s que historia pret¨¦rita, figuras como Rosal¨ªa de Castro, Curros Enr¨ªquez o Castelao formen parte de un presente recordado. Galleguismos puede haber muchos, pero la tradici¨®n que m¨¢s enraiz¨® fue precisamente la revolucionaria, en el sentido m¨¢s humanista, al modo que hablamos de los padres fundadores como Abraham Lincoln. Una tradici¨®n republicana, federalista y laica.
El desaf¨ªo del bipartito es lograr un nuevo contrato por el cambio
?Por qu¨¦ no se establece por ley la obligaci¨®n de los debates?
Esta memoria hist¨®rica viene a cuento porque creo que el mitin peripat¨¦tico, y en general, cualquier tipo de pr¨¢ctica poco escrupulosa, encuentra su principal repudio en ese espacio sociol¨®gico de coordenadas progresistas y galleguistas. Por decirlo de una forma muy gr¨¢fica: el problema del Bloque Nacionalista Galego, y tambi¨¦n el del Partido Socialista de Galicia, no es precisamente convertir a los mayores sino volver a convencer y movilizar a los sectores m¨¢s cr¨ªticos y desencantados de quienes protagonizaron el cambio, con voto c¨¢lido, hace cuatro a?os. Esa melancol¨ªa democr¨¢tica, ese peligro abstencionista, es la prueba m¨¢s contundente de que en Galicia se ha terminado el tiempo hist¨®rico de las adhesiones incondicionales.
El principal desaf¨ªo de los socios que formaron el Gobierno bipartito es conseguir un nuevo contrato por el cambio con la sociedad que los apoy¨®. Es posible renovar ese contrato, y as¨ª lo dicen todas las encuestas, con una leve mayor¨ªa. Podr¨ªa ser algo mayor que la que se vaticina, de no ser por las v¨ªsperas raras, cuando la pareja gubernamental exhibi¨® sus diferencias despu¨¦s de cuatro a?os de matrimonio poco convencional y despu¨¦s de que los augures m¨¢s resabiados no les diesen ni un a?o de vida. La mayor¨ªa en el Parlamento era de un solo diputado. Hab¨ªa memoria del tamayazo y la substracci¨®n de la voluntad popular en Madrid. El virus del transfuguismo, con su naturaleza de mosquito, se extend¨ªa por el aire acondicionado de las instituciones. Pero el Gobierno gallego resisti¨® y gan¨® todas las votaciones en el Parlamento. Por eso, esas v¨ªsperas raras, la exhibici¨®n imp¨²dica de las desavenencias cuando la pareja, como la que interpretan Di Caprio y Kate Winslet en Revolutionary Road, estaba a punto de llegar a Par¨ªs, ahondaron en el estado de contentamiento descontento de esa parte m¨¢s din¨¢mica de la sociedad que acaricia la utop¨ªa razonable de una Galicia como comunidad modelo.
As¨ª define Luis de Cam?es el amor inestable: "? un contentamento descontente". La del Gobierno de coalici¨®n no ha sido, globalmente, una mal gesti¨®n. Si as¨ª fuese, no estar¨ªamos hablando de una m¨¢s que hipot¨¦tica reedici¨®n. La caballer¨ªa del Partido Popular estar¨ªa campando de nuevo en el territorio y los fracasados Irmandi?os estar¨ªan de retirada. Ha habido medidas importantes para frenar la especulaci¨®n urban¨ªstica, el llamado fe¨ªsmo y la destrucci¨®n patrimonial. Se ha cultivado un pacto social entre patronal y sindicatos, con el resultado hist¨®rico de que por vez primera Galicia es la comunidad con menos porcentaje de paro en Espa?a. Se han quitado peajes abusivos en los accesos a las grandes ciudades. Se han creado m¨¢s plazas de escuelas infantiles y de residencias de la tercera edad que en ning¨²n otro per¨ªodo anterior. Se ha plantado cara a la Apocalipsis incendiaria del comienzo de legislatura. Pese a incumplirse la promesa de reforma de los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos, hay detalles que marcan la diferencia, como los programas de debate en TVG, antes inexistentes, y en los que tom¨® parte muy activa la oposici¨®n. Esto que cito, en un balance r¨¢pido, ha ido a favor del contentamiento. Pero ha sido un cambio muy demediado. Y donde se ha echado de menos un cambio de estilo en el ejercicio del poder. Un marco de informaci¨®n y transparencia p¨²blica. Un c¨®digo ¨¦tico estricto en todos los ¨¢mbitos de contrataci¨®n y de obras. Congelaci¨®n salarial y una austeridad ejemplar en la Administraci¨®n. Al contrario, se aprob¨® un plus econ¨®mico para los altos cargos que ha sido un factor terrible en el descontentamiento.
Un candidato de la derecha ha aprovechado el esc¨¢ndalo para proclamar: "?Estos son m¨¢s caciques que nosotros!". El esp¨ªritu carnavalesco es transversal y as¨ª hay que tomarlo. La frase contiene una burla, pero tambi¨¦n una autoconfesi¨®n, una especie de saudade de los tiempos de la mansedumbre. Puede haber restos del pasado, y tentaciones futuristas, pero es muy poco riguroso hablar hoy de un caciquismo o neo-caciquismo en Galicia. Tambi¨¦n en este aspecto, la sociedad ha entonado un nunca m¨¢is seguramente irreversible. Y la mejor prueba est¨¢ en la interiorizaci¨®n de la derecha gallega de que su retorno al poder s¨®lo es posible si definitivamente se desembaraza de sus resabios de facci¨®n. En algunos aspectos, N¨²?ez Feij¨®o lo intenta. Para empezar, el pasado no existe. De los pol¨ªticos for¨¢neos, s¨®lo se ha dejado ver con Gallard¨®n. Por problemas fiscales, se ha desprendido de un candidato que era su mirlo blanco para la econom¨ªa. Pero su renuncia a debatir a tres en televisi¨®n coloca a los comicios en un per¨ªodo decimon¨®nico, con candidatos que s¨®lo se dirigen a los convencidos. Ese es un test decisivo para gobernar. No tendr¨ªa que haber uno, sino muchos debates, ¨¢rea por ¨¢rea. No habr¨¢ ninguno, por el c¨¢lculo oportunista de desactivar la campa?a. Asistimos a la rid¨ªcula paradoja del culto a las nuevas tecnolog¨ªas, pero se desaprovechan en su mejor potencialidad: desarrollar la democracia participativa. Mientras se despilfarran recursos en campa?as publicitarias nocivas para el medio ambiente, ?por qu¨¦ no se establece por ley la obligaci¨®n de los debates?
Tal vez se diviertan, los chistes de gallegos son un g¨¦nero desde el siglo XVI, pero yerran los que se empe?en en presentar la Galicia de hoy como un yacimiento caciquil, en el que tanto importe a la gente que mande un Xan como un Perill¨¢n. La pasada campa?a electoral comenz¨® con una declaraci¨®n del entonces presidente de la Xunta llamando en p¨²blico "morralla" a escritores y cineastas que realizaron una serie de v¨ªdeos cr¨ªticos con su gesti¨®n. Y fue jaleado. Ese lenguaje ha desaparecido. A quien se le escape, tendr¨¢ que disculparse o dimitir. Ha cambiado el Gobierno, pero m¨¢s ha cambiado la sociedad gallega. Si hay el peligro de una fuerte abstenci¨®n, no ser¨¢ por desinter¨¦s. Al contrario. Ser¨¢, como dec¨ªa del coraz¨®n el mexicano Velarde, porque "el voto se amerita en la sombra". Porque le son leales. Lo quieren de verdad.
Para ganarlo no se ve otro atajo que un nuevo, y verdadero, contrato de cambio.
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