El barrio que dej¨® Franco
La vida pasa lentamente en El Pardo, una zona ajena a la fiebre constructora
En El Pardo, m¨¢s verde que otra cosa, la soledad atrapa cuando le da la gana. Ahora no es el momento. Rosario, de 71 a?os y una energ¨ªa descorchada, vende dulces en La Marquesita. Sabe que se enreda, pero no puede parar:
-F¨ªjate, esto es lo m¨¢s bonito que hay. Soy de aqu¨ª de toda la vida. Viv¨ª una ni?ez muy feliz. No ahora, con todos esos secuestros que hay... Bueno, que tenemos el r¨ªo, de donde antes beb¨ªamos y ten¨ªamos una cara m¨¢s saludable que todas las cosas.
En El Pardo existe otra l¨®gica del tiempo y el espacio. Uno sale de la pasteler¨ªa y de repente hay gente. Se va a los jardines del palacio, que fue hogar de Francisco Franco desde 1939 a 1975, y est¨¢n vac¨ªos. Nadie. A pesar de que en estas calles vivan 3.657 personas que, cuando aparecen, se mezclan con turistas. Alg¨²n querub¨ªn de piedra y 32 buhardillas que levantan el cuello. El palacio se construy¨® en el siglo XVI, aunque su aspecto actual se debe a las reformas emprendidas en el XVIII por Carlos III. Cierra de vez en cuando porque es la residencia oficial de jefes de Estado extranjeros cuando vienen a Espa?a. Tambi¨¦n se utiliza para actos a petici¨®n del Gobierno y la Casa del Rey. Por eso, apuntan desde Patrimonio Nacional, del que depende, s¨®lo recibi¨® el a?o pasado 41.229 visitas. Poco, si se compara con el palacio de La Granja (Segovia) y sus m¨¢s de 240.000 turistas. Esto es el arte.
El resto tiene pinta de pueblo. Aunque hace 59 a?os que Madrid, el monstruo de asfalto y ladrillo, se lo merend¨® y pas¨® a formar parte del distrito de Fuencarral-El Pardo. Miren: la soledad. La bandera de Espa?a y el guarda de la garita ("no te digo el nombre, que me meten en la c¨¢rcel"), que explica que hay siempre mucha seguridad. Eso se ve. En un banco est¨¢ Rosa, de 40 a?os, y su hijo:
-Oye, que no te subas ah¨ª.
Ah¨ª es un mont¨ªculo. "Siempre hay que tener cuidado, pero aqu¨ª los cr¨ªos est¨¢n m¨¢s tranquilos. Tienen m¨¢s libertad que en Madrid". El esp¨ªritu de pueblo, lo que hace que uno se tope una y otra vez con las mismas caras: el se?or de Madrid que viene a pasear por el r¨ªo Manzanares; Rosario la de la confiter¨ªa y su traj¨ªn; el se?or de 81 a?os que lleva aqu¨ª desde 1947 porque aprob¨® unas oposiciones... Hay muchos ancianos. De cero a 14 a?os s¨®lo hay 312 ni?os y el 47,7% de la poblaci¨®n tiene m¨¢s de 50 a?os, seg¨²n las cifras municipales. Y baja en picado: en 2004 hab¨ªa 4.030 habitantes.
Parad¨®jico lo peque?o que es El Pardo y la importancia que ha tenido en la historia de Espa?a. Franco fue el vecino m¨¢s ilustre. "No se dejaba ver; hab¨ªa mucha austeridad", replica Rosario. A¨²n le recuerda la plaza del Caudillo. La mayor¨ªa de las casas (algunas forman parte de Patrimonio Nacional) fueron ocupadas a partir de los a?os cuarenta por funcionarios del r¨¦gimen y militares. Donde antes mandaba Franco, ahora pisa el Rey, que aparece a trav¨¦s de cristales tintados. A¨²n est¨¢ el cuartel de la Guardia Civil, hoy m¨¢s solitario.
Uno de sus miembros de uniforme pasa por delante de Patricia, treinta?era que vive de alquiler con su marido y su hijo, Daniel, que no para de trastear. "Hacemos vida en el pueblo, pero compramos en el Mercadona del barrio del Pilar. M¨¢s barato que lo de aqu¨ª... ?Dani, hijo, que te vas a hacer da?o! Eso. Si no tienes a nadie que cuide a tus hijos, se los llevas a las monjas".
Colegio s¨ª hay. No hay m¨¢s que escuchar los balonazos en el patio, repleto de ni?os que huelen el fin de semana. Colegio y poco m¨¢s. El monte de El Pardo, en torno al barrio, pertenece a Patrimonio Nacional y tiene la m¨¢xima protecci¨®n medioambiental. De ah¨ª que no se pueda construir. "Menos mal, porque si no, esto ser¨ªa un M¨®stoles", celebra Rosario, con una puntilla para todo. Nada de franquicias, sino la vecina de siempre que se sabe qui¨¦n es qui¨¦n. El BBVA, la farmacia, Caja Madrid, el bar Adri¨¢n, la pescader¨ªa Los Kikes, la peluquer¨ªa Boni, el estanco, la ferreter¨ªa sin nombre... Lo b¨¢sico para sobrevivir.
La salvaci¨®n est¨¢ en el parque de la Mar Oc¨¦ana y en la carne de caza (la tradici¨®n del monte tira). Hay tanto trabajo que las preguntas estorban el paso de los camareros. Responden los comensales: "Esto est¨¢ de vicio. La especialidad, el gamo. ?Qu¨¦ carne, Dios m¨ªo!". A Rafael y su familia les falta chupar el plato. Son de Fuencarral. Entre los de fuera y los de aqu¨ª llenan los restaurantes El Gamo y Men¨¦ndez, el mes¨®n Charro, el asador La Monta?a, la taberna y sidrer¨ªa La Plaza... Y luego vuelta, sol y caf¨¦. Asoma la primavera.
El calor es menos en la iglesia de la Inmaculada Concepci¨®n. La pila tiene agua y una pelusa. Hace un fresco que da gloria. Soledad. El nuevo sacerdote lleva cuatro meses y ya se conoce a los fieles. En la calle se hace referencia a la religi¨®n:
-Qu¨ªtate esas gafas, que pareces una monja.
-?Y tu hermana qu¨¦ parece?
-C¨¢llate.
La acera, donde el sol, es otro mundo. El grupo de chavales se sube al autob¨²s a las siete de la tarde. Dispuestos a quemar la noche. S¨®lo habla Arantxa, de 17 a?os: "Esto es superaburrido. No hay pubs, as¨ª que vamos de juerga a Madrid". El 601 arranca, hasta arriba, y El Pardo se queda un poco m¨¢s desolado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.