Grandes ¨¦xitos bajo tierra
M¨²sicos y cantantes se ganan la vida, moneda a moneda, en los pasillos del metro
El embrujo de la m¨²sica en directo tambi¨¦n se extiende por las entra?as de la metr¨®poli. Cada ma?ana, docenas de cantantes e instrumentistas montan guardia frente a las bocas principales para asegurarse los mejores sitios. Provienen del Este europeo o de Am¨¦rica y algunos podr¨ªan presumir de un curr¨ªculum musical escandaloso, pero la fortuna les ha sido poco propicia y hay que aguzar el ingenio para pagar la habitaci¨®n a fin de mes. Una jornada de faena les proporcionar¨¢, en el mejor de los casos, unos 40 euros.
La empresa carece de postura oficial al respecto. "El reglamento de viajeros no especifica nada", aclara un portavoz de Metro de Madrid, "as¨ª que no tenemos opini¨®n, ni positiva ni negativa". No siempre fue as¨ª. Durante la d¨¦cada pasada, los vigilantes desalojaban a los m¨²sicos por entender que practicaban una forma de mendicidad. Ante las protestas, el entonces consejero de Transportes, Luis Eduardo Cort¨¦s, promulg¨® una circular en diciembre de 1998 autorizando la m¨²sica bajo tierra. Desde entonces no se les molesta. "Salvo a los que tocan en los vagones, porque entorpecen la circulaci¨®n de los viajeros", puntualizan en Metro.
"?legr¨ªa', de El Circo del Sol, es la que m¨¢s recauda", cuenta Kamala
"Mucho tocar, dinero poquito", dice Miguel con su ¨ªnfimo castellano
"La gente te ve hablando y piensa que no trabajas", asegura Alina
"Muy pocos se paran a preguntarme qu¨¦ tal estoy", se lamenta Ghennadii
No existen estad¨ªsticas sobre esta red de escenarios improvisados. La audiencia potencial es extraordinaria (m¨¢s de dos millones de viajeros utilizan el metro en d¨ªas laborables), pero muy fugaz. Por eso todos recurren a piezas muy conocidas que el transe¨²nte reconozca. Lo que sigue es un repaso por las vidas de algunos de estos artistas.
- Kamala, cantante. En el acceso a la l¨ªnea 5 de La Latina se instala Kamala. Se acomoda ah¨ª desde hace cinco a?os. Peruana criada en Andaluc¨ªa, esta mujer de casi 34 a?os y dif¨ªcil infancia ha hecho mucho en la vida. "Sobre todo, acumular deudas", admite. Las va capeando con distintas ocupaciones: operaria del Parque de Atracciones, taquillera de cine o socorrista de piscina. Pero nada como cantar.
Muchos se quedan absortos con ella. Su voz tiene ese trasfondo dolorido de las grandes: Edith Piaf, Chavela Vargas. En el pasillo interpreta cl¨¢sicos como Baby can I hold you (Tracy Chapman) y Alegr¨ªa, la de El Circo del Sol. "?sa es la que m¨¢s recauda", desvela. Cuando llega al piso que comparte en Marqu¨¦s de Vadillo escribe sus propias composiciones. Alg¨²n d¨ªa ten¨ªa que suceder lo que Kamala, casi euf¨®rica, anuncia esta tarde: acaba de terminar la grabaci¨®n de su primer disco, Son¨¢mbula, que ver¨¢ la luz a la vuelta del verano.
"Rechac¨¦ una oferta para ir de gira con el musical de Queen. Luego me arrepent¨ª, porque era dinerito, pero no sent¨ªa que aquello fuera lo m¨ªo", admite. Su mal fario cambi¨® en El Plaza, un garito de cantautores junto a la plaza de Espa?a. Se arranc¨® a capella con un tema propio y a un cazatalentos de Warner Chappell a poco se le corta la respiraci¨®n. Aquel editor, Juan Ib¨¢?ez, pronostica que Kamala "terminar¨¢ enamorando hasta en Los 40 Principales".
- Roberto Mar¨ªn, violinista. Roberto se instala sobre los andenes de la l¨ªnea 7. Este ecuatoriano de 43 a?os remat¨® sus estudios de viol¨ªn en el Conservatorio de Loja, al sur de su pa¨ªs, pero desembarc¨® en la Espa?a de 1997 atra¨ªdo por el auge de la construcci¨®n. S¨®lo cuando perdi¨® el empleo, hace un par de temporadas, repar¨® en que ten¨ªa arrinconada su vocaci¨®n art¨ªstica. "Fue una suerte. Los compatriotas con los que comparto piso no encuentran trabajo. Desde que toco en el metro me salen clases particulares, cumplea?os, presentaciones. Hasta act¨²o en un restaurante franc¨¦s. L¨¢stima de crisis: quienes antes echaban un euro ahora no pasan de los 20 o 50 c¨¦ntimos". Apenas se le notan los a?os de inactividad. Mar¨ªn ha recuperado la buena mano con Bach o Vivaldi. Alterna Avenida de Am¨¦rica con Diego de Le¨®n, Goya, Pr¨ªncipe de Vergara o Plaza de Castilla. "Elijo las estaciones en funci¨®n de la ac¨²stica. En Sol no hay manera de que te escuchen bien. Y as¨ª no ves un c¨¦ntimo".
- Miguel, trompetista. Es dif¨ªcil entenderse con el castellano ¨ªnfimo de este rumano de 53 a?os que se instala en la conexi¨®n de las l¨ªneas 6 y 9 de Avenida de Am¨¦rica. Imposible no contagiarse con la alegr¨ªa que desprende mientras interpreta Hello, Dolly. Alterna trompeta y voz y lo borda con el Blues jazz de Duke Ellington. "La gente, 10 c¨¦ntimos para m¨²sico. Mucho tocar, dinero poquito", protesta. Pero s¨®lo por lo bajinis. "Yo muy gracias con la gente. Me da para comer y tratamiento de salud. Me duele mucho la cabeza". Miguel se se?ala el anillo para explicar que tambi¨¦n toca en bodas. Como buen m¨²sico del Este, le da a todo. "Jazz, country, sinfon¨ªas. Yo s¨¦ de todo. ?Gran capacit¨¦ de la capita!", presume. Pese a las migra?as. - Violinista armenio. Estremece escuchar el vibrato elegante de este hombre mientras se enfrenta al Ave Mar¨ªa de Schubert en la conexi¨®n de las l¨ªneas 2 y 6 de Manuel Becerra. Acongoja su rechazo frontal a identificarse, la perplejidad de su mirada trist¨ªsima. "No me interesa que me conozcan, soy muy t¨ªmido", se?ala. Debe de andar por la cincuentena y dedic¨® tres d¨¦cadas a la ense?anza del viol¨ªn en su pa¨ªs. No disimula su filiaci¨®n academicista. "Es muy importante la posici¨®n de las manos. Aqu¨ª nada de eso parece importar. Trabaj¨¦ en dos academias cobrando una miseria antes de bajar al metro. Sacas lo justo para comer y sobrevivir". No cree en la suerte. "Nadie me descubrir¨¢ aqu¨ª; los poderosos nunca viajan en metro". - Daniel Medrano, cantante. Su lugar est¨¢ en el acceso a la l¨ªnea 5 de Alonso Mart¨ªnez. El mayor tesoro de su cartera es un sobre en el que una muchacha le escribi¨®: "Gracias por sacarme todos los d¨ªas una sonrisa con tus canciones". Medrano -boliviano de Cochabamba, 50 a?os- presume de voz quebrada y de m¨¢s de 200 canciones en el repertorio. Cl¨¢sicos reconocibles siempre al instante: desde What a wonderful world de Louis Armstrong a In the Navy de Village People. "A m¨ª siempre me gust¨® mucho la discoteca y la joda", reconoce. No le va del todo mal. "Tengo una guitarra Alhambra en casa y pago mi cuarto y mi comida. Puede no parecer mucho, pero yo doy gracias a Dios y a Madrid". - Mario, guitarrista. Menudo, muy moreno, Mario puntea con gracia sobre el Let it be de los Beatles y a ratos se anima a canturrearlo en la bajada a la l¨ªnea 10 de Alonso Mart¨ªnez. No necesit¨® muchos maestros. "En Bucarest s¨®lo fui un a?o a la escuela de m¨²sica. Ya me ense?aban en casa mi padre, acordeonista, y mi hermano, que toca los teclados". Le acompa?a con la pandereta Flor¨ªn, que resulta ser su cu?ado. Ambos tienen 22 a?os y el escepticismo metido en el cuerpo: "Con la crisis esto no funciona. Acabaremos marchando a Alemania, a ver si por all¨ª hubiera m¨¢s suerte". - Alina, cantante. Apostada en el pasillo de la l¨ªnea 6 en Diego de Le¨®n, la historia de esta rumana de 38 a?os es amarga: cuatro hijos en Bucarest, un marido diab¨¦tico y una garganta maltrecha de tantas horas con el micr¨®fono entre las manos. Una rumana le desea una feliz ma?ana en su propia lengua, pero a ella se le intuye nerviosa. "Es que no tengo tiempo. La gente te ve hablando y piensa que no trabajas". Si al final de la ma?ana guarda 25 euros en el monedero se dar¨¢ por satisfecha. - Ghennadii Climov, violinista. En el acceso a las l¨ªneas 8 y 10 de Nuevos Ministerios se escuchan desde hace ocho a?os unas Cuatro estaciones primorosas, pero Ghennadii desconf¨ªa de los piropos. "Es una manera de darse a conocer. En el metro me salen bodas o conciertos, pero vengo porque lo necesito, no porque me guste". Es miembro de la Unesco, conoce mundo y ha trabajado en orquestas filarm¨®nicas que no detalla, porque Climov cultiva el enigma y la disciplina. "Me siento a¨²n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, conservo esa educaci¨®n. Y soy del sur, no muy lejos del mar Negro, pero no dir¨¦ m¨¢s". Tiene 37 a?os y una cr¨ªa de nueve que apenas recuerda a su madre, fallecida en 2002. La vida no es sencilla, ni siquiera para los talentosos. "Tengo una bolsa llena de cartas de agradecimiento, pero muy pocos son los que se paran a preguntarme qu¨¦ tal estoy"
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