23-F. El juicio de los hijos
Ese hombre solo, recostado con aparente tranquilidad en su esca?o, puede que contemple la escena consciente de su gesto y puede que no. Un pu?ado de guardias civiles, pistola en mano, con un personaje al frente llamado Tejero, ha entrado en el Congreso para secuestrar la democracia y, casi sin mediar palabra, ha comenzado a disparar. Quiz¨¢ ¨¦l no se ha tirado al suelo, como casi todos, porque no tiene nada que perder. Porque ha sido abandonado por todos. Desde varios de sus colaboradores hasta el Rey, que no se inmut¨® cuando le present¨® su dimisi¨®n. Quiz¨¢ no ha capitulado porque al defender la dignidad de su cargo de presidente del Gobierno, todo el pa¨ªs, a partir de ese instante y pese a que en los d¨ªas previos ha querido quemarlo en la hoguera, lo juzgar¨¢ como un h¨¦roe.
"Es cierto que el Rey par¨® el golpe. Y a ¨¦l debemos agradecerle su reacci¨®n esa noche. Pero es igual de cierto que sus indiscreciones y su deseo de acabar con Su¨¢rez lo facilitaron" , dice Cercas
"Esa noche coincidieron dos golpes. El de Armada y el de Tejero y su inspirador, Milans del Bosch, con intenciones m¨¢s cruentas"
Ese hombre, entre sombr¨ªo y decidido, desconcierta con la mirada, como en un duelo, la actitud de aquellos b¨¢rbaros uniformados que se han alzado en la tribuna de oradores con la dial¨¦ctica del ?Se sienten, co?o! y las ametralladoras. Pero no ha sido el ¨²nico que ha permanecido sentado mientras tronaban los disparos. Tambi¨¦n lo han hecho su vicepresidente, el general Guti¨¦rrez Mellado, y otro diputado, Santiago Carrillo, secretario general del PCE. Acaso las ¨²nicas dos personas que permanecieron junto a ¨¦l hasta el final. M¨¢s que nunca en ese momento, cuando faltaban minutos para que lo dejara todo -se votaba la investidura de su sustituto, Leopoldo Calvo Sotelo-, pero ¨¦l mismo no pod¨ªa humillar esa encarnaci¨®n de la soberan¨ªa popular meti¨¦ndose debajo de los bancos. Ya se hab¨ªan ocupado de abaratar sus logros todos los dem¨¢s conspirando en su contra. Desde el Ej¨¦rcito hasta la oposici¨®n, de la prensa a su propio partido, Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico (UCD), con varios de sus ministros incluidos. Por no hablar del mismo Rey, que durante meses hab¨ªa estado clamando a quien quisiera escucharle para que se lo quitaran de encima, seg¨²n se desprende del ¨²ltimo libro de Javier Cercas, Anatom¨ªa de un instante (Mondadori).
Pero ni aun as¨ª piensa tirarse al suelo. De esa forma, no. Bajo las amenazas del pistoletazo, no. Por la fuerza, no. "Porque no me daba la gana", dec¨ªa en una entrevista posterior. Para chulo ¨¦l, listillo de ?vila, arribista en las postrimer¨ªas del franquismo y encantador de serpientes; guapet¨®n, yerno perfecto para las suegras de toda Espa?a, tipo temerario y decidido. El mismo que hace d¨ªas ha soportado la humillaci¨®n de don Juan Carlos en La Zarzuela cuando acept¨® sin rechistar su dimisi¨®n; el mismo que ha debido pasar el trago de aguantar c¨®mo en su despacho, sin mirarle, sin pedirle que se lo pensara, sin hacer un gesto para frenar su decisi¨®n, el Monarca, sencillamente, ha llamado a su secretario y le ha dicho: Sabino, ¨¦ste se va. ?l, que hac¨ªa cinco a?os hab¨ªa confiado casi a ciegas en su instinto y su talento pol¨ªtico para aniquilar el r¨¦gimen y construir sobre sus ruinas una duradera monarqu¨ªa parlamentaria que consolidase de nuevo a su dinast¨ªa...
El significado de ese momento ha dado pie a Javier Cercas para revisar los acontecimeintos que rodearon el 23-F en su nuevo libro. Sabe que va a dar que hablar porque se trata de una relectura generacional, distante, cruda y desprejuiciada de los hechos. La visi¨®n de una din¨¢mica perversa y enloquecida que llev¨® al pa¨ªs hacia aquella tremenda equivocaci¨®n. Un error que a punto estuvo de tirar abajo la todav¨ªa balbuceante democracia.
Fue una noche tensa. Horas con l¨ªneas de tel¨¦fonos al rojo vivo. Se jugaba una partida de p¨®quer en los despachos, la calle y los cuarteles. Pero aquel precipicio estuvo en el ambiente durante meses. Era un clamor el descontento de los militares por la Espa?a de las autonom¨ªas, las cruentas campa?as de ETA, la situaci¨®n econ¨®mica, la legalizaci¨®n del PCE y las reformas del Ej¨¦rcito. "Aunque ¨¦ste no fue un golpe propiciado s¨®lo por el descontento de los militares", afirma mientras toma un caf¨¦ Javier Calder¨®n, que entonces era hombre fuerte del CESID y a?os despu¨¦s escribi¨® el libro Algo m¨¢s que el 23-F, con su compa?ero Florentino Ruiz Platero.
Contra todo eso, el propio Su¨¢rez se encontraba impotente, acorralado, inerme. No hac¨ªa nada. Su actitud de encierro y resquemor alentaba a conspirar contra ¨¦l a todos los niveles. La posibilidad de un Gobierno de concentraci¨®n presidido por un general como Alfonso Armada no era una quimera para algunos, sobre todo para el propio Armada, hombre de ambici¨®n desmedida que se mov¨ªa como una serpiente a todos los niveles. Ni siquiera era una locura para los propios socialistas que, en teor¨ªa, formar¨ªan parte de ¨¦l y del que estaban prevenidos en una reuni¨®n que mantuvieron Armada y Enrique M¨²gica, n¨²mero tres del PSOE, seg¨²n relata Cercas en el libro.
"Claro que se sab¨ªa aquello. A m¨ª me lo coment¨® el propio Rodr¨ªguez Sahag¨²n, entonces ministro de Defensa. Era su principal preocupaci¨®n", asegura Alberto Oliart, que despu¨¦s del golpe ocup¨® tambi¨¦n ese puesto y se encarg¨® del juicio a los conspiradores. "Pero", como comenta el propio Santiago Carrillo ahora, tranquilamente, fum¨¢ndose un cigarrillo a sus 94 a?os en su casa, "una vez trasladas el poder a un militar, sabes que no va a dejarlo nunca".
Aquello era una locura visto con distancia, pero no en mitad del meollo. La desgracia de Armada fue que esa noche coincidieron, por lo menos, dos golpes. El suyo, que le alzar¨ªa tras una incre¨ªble cadena de conspiraciones al poder m¨¢s o menos por las buenas, y el de Tejero y su inspirador, Jaime Milans del Bosch, que ten¨ªan intenciones m¨¢s cruentas. De hecho, el ¨²ltimo hab¨ªa sacado los tanques por las calles de Valencia mientras el resto de mandos dudaban qu¨¦ hacer, mostraban su lealtad a la Corona o esperaban ¨®rdenes no saben de qui¨¦n.
La incapacidad de Armada de convencer a Tejero aquella misma noche para que le diera el mando e implantara la soluci¨®n ansiada por ¨¦l con un Gobierno de concentraci¨®n lo ech¨® todo por la borda. Seg¨²n Carrillo, "Tejero mont¨® el golpe, y Tejero se lo carg¨®". Aquel hombre b¨¢sico no pod¨ªa consentir que despu¨¦s de hab¨¦rsela jugado, Armada le ofreciera una salida digna en Portugal para ¨¦l y para sus hombres y se diera entrada en ese futuro Gobierno a pol¨ªticos socialistas, incluso comunistas. Ni la conversaci¨®n telef¨®nica de Tejero con Milans del Bosch en presencia de Armada, como relata Cercas, consigui¨® que diera su brazo a torcer. Ah¨ª termin¨® todo.
?Improvisaci¨®n? ?Ninguna planificaci¨®n clara? Todo junto quiz¨¢. "Fracas¨® porque fue una aut¨¦ntica chapuza", comenta Calder¨®n. Una chapuza que, pese a todo, "estuvo a punto de salir; eso es lo preocupante", cree Cercas. Y una chapuza que precipit¨® la dimisi¨®n de Su¨¢rez...
De esa conversaci¨®n en el Congreso de los Diputados hay testigos, pero no queda rastro. Cercas ha estado buscando las grabaciones que existen por varios sitios. Para llegar hasta ese desenlace ocurren muchas cosas. Primero, lo que ¨¦l describe como la placenta del golpe.
La entrada de los guardias en el hemiciclo fue el resultado en parte de aquella confabulaci¨®n universal que se desarroll¨® contra Su¨¢rez a partir de 1980. "Las operaciones pol¨ªticas fueron el contexto que propici¨® la operaci¨®n militar. La placenta del golpe, pero no el golpe. El matiz es capital para entenderlo", escribe Cercas.
En ese estado de ¨¢nimo conspirativo se encontraban todos: los partidos pol¨ªticos, la prensa y el Ej¨¦rcito, que en aquella ¨¦poca era, asegura Alberto Oliart, "completamente franquista". Su¨¢rez era el gran Sat¨¢n. Para todos. Incluido el Rey, que le echaba la culpa de la situaci¨®n. ?ste es uno de los puntos m¨¢s pol¨¦micos del libro. "Como casi toda la clase pol¨ªtica, en los meses previos al 23 de febrero el rey se comport¨® de forma como m¨ªnimo imprudente y -porque para los militares ¨¦l no era s¨®lo el jefe del estado, sino tambi¨¦n el jefe del ej¨¦rcito y el heredero de Franco-, mucho m¨¢s que la de la clase pol¨ªtica su imprudencia dio alas a los partidarios del golpe. Pero el 23 de febrero fue el rey quien se las cort¨®". Eso escribe el autor. Y ahora puntualiza para El Pa¨ªs Semanal: "S¨ª, es cierto que el Rey par¨® el golpe. Y a ¨¦l, ante todo, debemos agradecerle su reacci¨®n aquella noche, pero es igual de cierto que sus indiscreciones y su deseo de acabar con Su¨¢rez tambi¨¦n lo facilitaron", sostiene Cercas. Una afirmaci¨®n que ti?e de luz y sombra el papel del Monarca. Una de las tesis fundamentales.
Esas supuestas indiscreciones, sin duda, empujaron a Armada a lanzarse hacia la aventura. El general hab¨ªa sido tutor de don Juan Carlos desde la adolescencia. Su relaci¨®n siempre fue especial. ?Debi¨® escoger el Rey otras personas con las que desfogarse por aquel entonces? Sin duda, s¨ª. M¨¢s, a juzgar por la manera de ser de un hombre como Armada. Sinuoso y "con una enorme ambici¨®n, seg¨²n me han contado quienes fueron compa?eros suyos y le conocieron a fondo", afirma Oliart. "Era una de esas personas que confunden su ideolog¨ªa con la verdad absoluta, como buen miembro del Opus", afirma Javier Calder¨®n. Para muestra, el teniente general hoy retirado recuerda una frase que le dijo Guti¨¦rrez Mellado a Armada con ocasi¨®n de alguna de esas apocal¨ªpticas conversaciones que mantuvieron en la transici¨®n: "Alfonso, t¨² eres uno de esos exaltados que, con tal de salvar al Rey, te cargas la monarqu¨ªa".
Su papel fue extra?o y huidizo, como el de una aut¨¦ntica culebra, en la gestaci¨®n del golpe. Pero hoy nadie duda de que el conocido como Elefante Blanco, aquella autoridad que iba a presentarse en el Congreso despu¨¦s del asalto, era ¨¦l. Lo supo Su¨¢rez, lo sostiene Cercas, lo contaron los periodistas Jos¨¦ Luis Barber¨ªa y Joaqu¨ªn Prieto en su larga investigaci¨®n titulada El enigma del elefante, todav¨ªa hoy de referencia. Lo afirma sin ning¨²n g¨¦nero de dudas Carrillo. "A Su¨¢rez nunca le gust¨® la idea de Rodr¨ªguez Sahag¨²n de nombrarle segundo jefe del Estado Mayor en los meses previos al golpe. Es m¨¢s, se lo reproch¨® delante de m¨ª y del Rey en una reuni¨®n posterior en La Zarzuela", comenta el ex l¨ªder comunista.
Durante meses, Armada fue inoculando en los cuarteles y en los cen¨¢culos la idea de que el Rey estaba en peligro y a continuaci¨®n se postulaba como presidente de un Gobierno de concentraci¨®n. Sus ambiciones confluyeron con las de otros. Las de Milans y Tejero, que ya hab¨ªa realizado sus ensayos en la Operaci¨®n Galaxia. Por eso utilizaron tambi¨¦n su nombre para justificar las acciones y provocaron una confusi¨®n monumental con ello entre los mandos de los cuarteles. Sobre todo en Madrid, donde el general Juste, entonces jefe de la Divisi¨®n Acorazada Brunete, esperaba noticias de La Zarzuela. M¨¢s cuando su colega Torres Rojas, encargado por los golpistas de tomar el mando de la Brunete, actuaba de manera extra?a.
Pero una de esas casualidades que unen el sexto sentido con la intuici¨®n y la habilidad detuvo lo que pod¨ªa haber cambiado todo. El cometido de Armada aquella noche consist¨ªa, a toda costa, en conseguir permiso para subir al palacio a detallarle la situaci¨®n al Rey. Una vez se supiera en algunos cuarteles que estaba all¨ª, no habr¨ªa hecho falta otra explicaci¨®n para decantarse a favor o en contra. Cuando Juste y Sabino Fern¨¢ndez Campo hablaron, el jefe de la Divisi¨®n Acorazada pregunt¨® si Armada estaba ya en La Zarzuela, a lo que Fern¨¢ndez Campo respondi¨®: "Ni est¨¢, ni se le espera". Una frase determinante para Juste.
Aquella pregunta encendi¨® las alarmas de Fern¨¢ndez Campo. Seg¨²n quienes le rodeaban, y como recordaron Prieto y Barber¨ªa, el secretario del Rey, al colgar, s¨®lo dijo: "Huy, huy, huy". Y se dirigi¨® al despacho donde se encontraba el Monarca. Justo al tiempo, Armada hab¨ªa conseguido hablar por tel¨¦fono con el Rey. Cuando Fern¨¢ndez Campo apareci¨® por la puerta le desaconsej¨® que le diera permiso a Armada para venir al palacio de la Zarzuela. "Es mejor que te quedes donde est¨¢s", le orden¨®.
Ese c¨²mulo de casualidades, que fueron recogidas primero por Prieto y Barber¨ªa y narradas en la serie que emiti¨® el pasado febrero Televisi¨®n Espa?ola, desmont¨® en buena parte el golpe. Pero s¨ª consigui¨® Armada permiso para acudir al Congreso a mediar, seg¨²n sosten¨ªa ¨¦l, para no delatarse como l¨ªder de la conspiraci¨®n, con Tejero. No estaba claro entonces qu¨¦ cartas jugaba el general. Fern¨¢ndez Campo le advirti¨® de que en ning¨²n caso utilizara el nombre de la Corona. "El Rey no tiene nada que ver con esto. ?Est¨¢ claro?", le orden¨® Sabino. Pero, ?era esa garant¨ªa suficiente para alguien que se hab¨ªa llenado la boca en su nombre? ?Qu¨¦ les hac¨ªa suponer en La Zarzuela que no lo har¨ªa? "Fue un error, a mi juicio", dice Calder¨®n. "Un error quiz¨¢ comprensible por la situaci¨®n, pero muy peligroso", cree Cercas.
Armada no logr¨® convencer a Tejero. Lo que ocurri¨® despu¨¦s tambi¨¦n lleva a Cercas a sacar una conclusi¨®n pol¨¦mica. Nada m¨¢s y nada menos que sobre el discurso que pronunci¨® el Rey aquella noche. Sirvi¨® para desmontar el golpe. El de Tejero. Pero ya que la soluci¨®n Armada tambi¨¦n se presentaba como una salida constitucional, pudiera haber explicado esa otra opci¨®n.
?stas fueron las palabras del Rey: "Cualquier medida de car¨¢cter militar que, en su caso, hubiera de tomarse, deber¨¢ contar con la aprobaci¨®n de la Junta de Jefes de Estado Mayor. La Corona, s¨ªmbolo de la permanencia y la unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democr¨¢tico que la Constituci¨®n votada por el pueblo espa?ol determin¨® en su d¨ªa a trav¨¦s de refer¨¦ndum".
La interpretaci¨®n del autor del libro es pol¨¦mica. "Las palabras tienen amo, y es evidente que si Armada hubiese conseguido pactar con los l¨ªderes pol¨ªticos el Gobierno previsto por los golpistas y presentar como soluci¨®n al golpe lo que en realidad era el triunfo del golpe, esas mismas palabras hubieran continuado significando desde luego una condena a los asaltantes, pero hubieran podido pasar a significar un espaldarazo", apunta Cercas. "Eran una condena al golpe de Tejero, pero no necesariamente al de Armada".
El caso es que no hubo manera de llegar a la siguiente fase. Armada abandon¨® la sala en la que discuti¨® con Tejero muy irritado: "?Este hombre est¨¢ loco!". La salida de los diputados fue tranquila. El cansancio les confund¨ªa. El propio Su¨¢rez, al ver all¨ª a Armada, crey¨® que hab¨ªa acudido a mediar realmente y que gracias a su intervenci¨®n se hab¨ªa reventado todo. El presidente del Gobierno, que siempre le consider¨® un conspirador, durante unas horas pens¨® que estaba equivocado con Armada. "Incluso se lo dijo al Rey. Y fue el propio don Juan Carlos quien le devolvi¨® a la realidad: 'No estabas equivocado. Ha sido ¨¦l quien lo ha montado', le dijo", recuerda hoy Carrillo.
El caso es que visto as¨ª, con distancia, el golpe del 23-F no pudo escapar de un complicado nudo parad¨®jico. Entre sus tensiones, bajo sus motivaciones y a juzgar por lo que ocurri¨® despu¨¦s, aquel acontecimiento despert¨® e hizo madurar al pa¨ªs. Lo que parece claro es que Espa?a andaba ya muy poco dispuesta a ser tutelada. Que la tradici¨®n de los salvapatrias parec¨ªa ya rid¨ªcula a los ojos de la mayor¨ªa. En los meses previos, que un militar volviera a poner orden, para muchos -clase pol¨ªtica incluida- se antojaba como la mejor opci¨®n.
?Y la calle? La calle no quer¨ªa tensiones. No quer¨ªa uniformes en los bancos del Gobierno. No quer¨ªa revivir el fantasma de la guerra. "Sentido com¨²n", dice Cercas. "Es a lo que aspiraban". Eso tan preciado que no le pod¨ªan ofrecer entonces dirigentes, peri¨®dicos exaltados, diplomacias vigilantes -como la de Estados Unidos-, militares que ve¨ªan esfumarse a base de reformas necesarias todo su peso, su poder.
"El golpe termin¨® con la Guerra Civil, con el franquismo y con la transici¨®n a la vez", concluye Cercas. Es algo que apoya Santiago Carrillo: "Muy posiblemente fue as¨ª", dice este personaje clave en la arquitectura que devolvi¨® la democracia a los espa?oles. Sin embargo, ese papel crucial de la izquierda en la transici¨®n corre peligro, seg¨²n ellos dos, de ser barrido de la memoria colectiva. "Existe un revisionismo de aquel periodo preocupante. La transici¨®n fue un logro sobre todo de la izquierda al que ¨²ltimamente parece que ha renunciado. No se puede colgar esa medalla la derecha", afirma Cercas. "Yo creo que es algo que deb¨ªa constar y reivindicarse entre los logros de la historia del Partido Comunista, principalmente, y me da la impresi¨®n de que se est¨¢ dejando pasar", asegura Carrillo. "Me empiezan a cansar ciertas cosas de lo que llaman la memoria hist¨®rica".
El viaje de Carrillo hacia la reconciliaci¨®n fue largo. Primero, en el exilio. Despu¨¦s, en la transici¨®n. Demasiado para pagar todo un sacrificio. Aquella noche, Carrillo pens¨® que le podr¨ªan matar cuando fue conducido a la Sala de los Relojes. "Al entrar vi que all¨ª estaban cara a la pared Felipe Gonz¨¢lez y Alfonso Guerra. En otra parte, Rodr¨ªguez Sahag¨²n, y junto a m¨ª, Guti¨¦rrez Mellado".
Iron¨ªas de la historia. Aquellos dos hombres enfrentados anta?o en la guerra cumpl¨ªan esa noche castigo hombro con hombro. Compartieron cigarrillos y meditaciones. Porque los guardias que los ten¨ªan vigilados con sus Cetme no les dejaban hablar. Javier Cercas ha reparado en esa casualidad. Durante la guerra, cuando Carrillo era uno de los responsables de la seguridad en Madrid, Guti¨¦rrez Mellado pas¨® una temporada en la prisi¨®n de San Ant¨®n, de donde sal¨ªan las sacas en camiones que llevaban a Paracuellos de Jarama. El que fuera vicepresidente suarista se salv¨® entonces. "Fuimos enemigos en la Guerra Civil y esa noche defend¨ªamos la misma causa", cuenta ahora Carrillo en la misma Sala de los Relojes.
De vez en cuando, Tejero se paseaba a ver a los prisioneros. Su¨¢rez estaba en otra sala. El golpista sol¨ªa desafiarles con la mirada. Algunos la evitaban. El presidente del Gobierno, no. Que no les faltaban ganas de ejecutarle, saltaba a la vista. De haber triunfado el golpe de Tejero y Milans, pocos dudan de que lo habr¨ªan pasado por las armas. Esa noche, el cabecilla sublevado le dio una pista. Le amenaz¨® con la pistola. Su¨¢rez le contest¨® con una orden: "?Cu¨¢drese!". Cercas lo recuerda. De todas las an¨¦cdotas del hero¨ªsmo suarista esparcidas por sus hagi¨®grafos, da cr¨¦dito a pocas. Una es ¨¦sta, que no es poca cosa.
La tensi¨®n se palpaba en el hemiciclo, en los pasillos y en los salones donde los cargos y los pol¨ªticos permanecieron apartados. A Antonio Chaves le toc¨® vivirlo todo muy de cerca. Entonces trabajaba como ujier; ahora sigue en el Congreso, pero le cuesta recordar aquel d¨ªa. C¨®mo entr¨® al hemiciclo avisando de que llegaban hombres armados, c¨®mo se tir¨® al suelo cuando escuch¨® los disparos, c¨®mo le ca¨ªan casquillos y cascotes encima de la cabeza. C¨®mo Tejero le pidi¨® que le buscara un sitio discreto para hablar con Su¨¢rez. "Les met¨ª en esta habitaci¨®n", comenta entrando en una peque?a sala que queda a la derecha de la tribuna de oradores cruzando una puerta.
?De qu¨¦ hablaron? "No pienso contarlo. S¨®lo dir¨¦ una cosa. Yo en esos a?os era de izquierda, casi revolucionario, pero me impresion¨® la dignidad con la que se mantuvo en su sitio; a partir de ese d¨ªa me hice incondicional suyo". En un momento determinado, le llev¨® un cigarrillo. "A?os despu¨¦s, iba paseando por la plaza de Oriente y un coche oficial se detuvo junto a m¨ª. Se baj¨® la ventanilla y era Su¨¢rez. ?Sabes qu¨¦ me dijo?: Antonio, te debo tabaco".
Cuando este empleado del Congreso abandon¨® el recinto, los guardias estaban acabando con las reservas del bar. "Beb¨ªan de todo. Unos iban de chulos y otros estaban por las esquinas llorando". Tampoco la actitud de los empleados del Congreso fue un¨¢nime. "Muchos se pusieron a las ¨®rdenes de Tejero. Estaban encantados".
La noche acab¨® con los golpistas abandonando el Congreso por la puerta y las ventanas. Lo dif¨ªcil era juzgarlos. Pero se hizo. Y en aquel ambiente. Estaba claro que el Ej¨¦rcito franquista se hab¨ªa aniquilado a s¨ª mismo. Alberto Oliart, que fue ministro de Defensa, lo recuerda. "Fue complicado, pero logramos lo que nos hab¨ªamos propuesto: que se celebrara y se dictara una sentencia con arreglo a la ley". Pero fue pol¨¦mico. Dos de los responsables principales, Tejero y Milans, fueron condenados a 30 a?os. Armada, al principio, s¨®lo a seis. El Tribunal Supremo quintuplic¨® la pena.
Aquel juicio cerr¨® un cap¨ªtulo ejemplarizante. Cercas ha llegado 28 a?os despu¨¦s para revisar muchos puntos oscuros. Hizo algo similar con la Guerra Civil en Soldados de Salamina. Fue el juicio de los nietos a esa parte de la historia. Ahora ha dictado la sentencia de los hijos de la transici¨®n.
'Anatom¨ªa de un instante' (Mondadori) est¨¢ a la venta en librer¨ªas de toda Espa?a.
ANTONIO CHAVES. Ujier en el Congreso de los Diputados
"Alguien m¨¢s entre los civiles deb¨ªa de estar al tanto de aquello; si no, no se entiende"
Vio c¨®mo entraban con sus armas y dio la voz de alerta. Despu¨¦s presenci¨® cosas de las que pocos han sido testigos. "Tejero pidi¨® que buscara una habitaci¨®n para hablar con Su¨¢rez. Les met¨ª en la sala de ujieres. Escuch¨¦ y vi cosas que no voy a contar", avisa. ?Insultos? ?Humillaciones hacia quien los golpistas consideraban el culpable de todos los males? "En todo momento, mientras yo estuve all¨ª, trataron a Su¨¢rez con respeto. Pero se respiraba la tensi¨®n". En aquel peque?o cuarto [en la foto] y en todo el recinto. No se qued¨® all¨ª toda la noche. "Nos obligaron a salir. Primero, de la habitaci¨®n donde les dejamos. Yo al principio me hice el loco, pero luego Tejero lo pidi¨® de peor manera y uno de los guardias me apunt¨® la salida con su arma". Despu¨¦s, ¨¦l mismo negoci¨® con los asaltantes que el personal del Congreso abandonara el lugar. "Nos fuimos al Palace y luego quisimos volver a entrar, pero no nos dejaron". Le queda una duda: "Entre los civiles, alguien m¨¢s deb¨ªa de estar al tanto".
JAVIER CALDER?N. Hombre fuerte del CESID en la noche del 23-F
"Tejero pensaba que los militares eran unos calzonazos, por eso provoca el golpe"
A Javier Calder¨®n, por haber formado parte de la c¨²pula del CESID mientras se coc¨ªa el 23-F, le han visto con resquemor en algunos sitios. La participaci¨®n de algunos miembros de los servicios de informaci¨®n siempre ha planeado por encima de su cabeza. Pero Javier Cercas cree que en el caso de Calder¨®n no hay asomo de duda. Este teniente general retirado pas¨® la noche protegiendo a los que estaban fuera del Congreso y tratando de enterarse de lo que ocurr¨ªa dentro. Siempre fue fiel a un amigo: el general Guti¨¦rrez Mellado. De quienes se descubrieron despu¨¦s como motores del golpe, sabe con certeza que uno de ellos, sobre todo, empuj¨® a los dem¨¢s. Cuando Adolfo Su¨¢rez dimiti¨® como presidente del Gobierno acab¨® con la raz¨®n principal del golpe: ser defenestrado. Pero ellos siguieron. Ahora o nunca, pensaron los m¨¢s duros. "Tejero cre¨ªa que los militares eran unos calzonazos, que si no los provocaba, no se sumaban". El guardia civil se li¨® la manta a la cabeza, apost¨® y perdi¨®.
SANTIAGO CARRILLO. Secretario general del PCE y diputado en 1981
"No me tir¨¦ al suelo porque pens¨¦: ?qu¨¦ dir¨¢n ma?ana mis hijos?"
Poco despu¨¦s de que los golpistas entraran en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, algunos l¨ªderes pol¨ªticos fueron apartados de sus esca?os. A Santiago Carrillo, l¨ªder del PCE, le condujeron a la Sala de los Relojes (en la imagen). "La recordaba m¨¢s grande. Ahora me parece peque?a. Estuvimos 10 personas aqu¨ª: Felipe Gonz¨¢lez, Alfonso Guerra, Rodr¨ªguez Sahag¨²n, Guti¨¦rrez Mellado, yo y los guardias que nos vigilaban", comenta al volver a entrar ahora. El dirigente comunista mantuvo en todo momento una actitud ejemplar. "Pens¨¦ que en cualquier momento podr¨ªan matarme", asegur¨®. Fue, junto a Adolfo Su¨¢rez y el general Guti¨¦rrez Mellado, entonces vicepresidente del Gobierno, el ¨²nico que permaneci¨® sentado mientras tronaban los tiros. "No me tir¨¦ al suelo porque, entre otras cosas, pens¨¦: ?qu¨¦ diran ma?ana mis hijos?".
MARIANO REVILLA Y RAFAEL LUIS D?AZ. El t¨¦cnico y el cronista de la cadena SER que relataron el asalto
"Sobre el golpe existe todav¨ªa un silencio pactado"
Mariano se las arregl¨® para dejar conectado todo el equipo, y Rafael, para contar lo que pudo. Su relato es a d¨ªa de hoy una pieza m¨ªtica en la historia de la radio. "Lo m¨¢s importante era que no cortaran la conexi¨®n", asegura Mariano Revilla. Al fin y al cabo, se trataba del ¨²nico sonido ambiente que llegaba al exterior. Sac¨® los equipos con disimulo, pero dej¨® un micr¨®fono tirado en el suelo para que captara el ambiente. Un micr¨®fono que Rafael fue escondiendo cuidadosamente con los pies para que nadie viera lo que ocultaba. "?se finalmente lo desconectaron. Pero la salida de los micr¨®fonos de la sala a la que ten¨ªamos acceso directo, no
", recuerda Revilla. "A las dos horas nos soltaron. Lo normal quiz¨¢ hubiera sido marcharnos a casa. Pero nadie se movi¨® de la zona. Estuvimos trabajando toda la noche hasta el final", afirma Rafael. Fue una noche para periodistas de raza. Pero un episodio del que a¨²n quedan dudas. "Creo que hay un silencio pactado. S¨®lo conocemos la punta del iceberg", asegura Rafael Luis D¨ªaz. Revilla, a su lado, sencillamente asiente.
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