?frica, el Far West chino
Dos periodistas franceses, Serge Michel y Michel Beuret, han recorrido el continente africano para contar la creciente presencia de empresas y pol¨ªticos chinos y las repercusiones globales de esa 'colonizaci¨®n'. El resultado se refleja en su libro 'China en ?frica'
Ni hao, ni hao. Llevamos diez minutos andando por esta calle de Brazzaville cuando una alegre pandilla de ni?os congole?os deja de correr detr¨¢s de una pelota para saludarnos. En ?frica, los blancos est¨¢n acostumbrados a o¨ªr ?hello mista!, ?salut tobab! o monsieur, monsieur. Pero estos ni?os sonrientes, colocados en fila al borde de la calle, han enriquecido el repertorio. Han gritado ni hao, ni hao, hola en chino, antes de volver a sus juegos. Para ellos, todos los extranjeros son chinos.
Unos cientos de metros m¨¢s all¨¢, una empresa china est¨¢ construyendo la nueva sede de la televisi¨®n nacional congole?a, un edificio de cristal y metal que parece haber ca¨ªdo del cielo en este barrio popular. Al principio de esta calle, la misma empresa levanta una casa suntuosa para un miembro del Gobierno, sin duda en agradecimiento por la concesi¨®n de las obras de la televisi¨®n. En la ciudad, otras compa?¨ªas chinas dan los ¨²ltimos retoques al nuevo Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Francofon¨ªa y tapan los agujeros de los obuses en los edificios da?ados durante la guerra civil.
La emigraci¨®n china reduce la presi¨®n demogr¨¢fica en su pa¨ªs al tiempo que le permite jugar un papel global
Pek¨ªn sustituye a Par¨ªs, Londres y Washington en los ministerios y, a veces, tambi¨¦n en los corazones africanos
A 2.250 kil¨®metros al noroeste de all¨ª, en el extrarradio de Lagos, en Nigeria, la f¨¢brica Newbisco se consideraba una maldici¨®n. Fundada antes de la independencia de 1960 por un ciudadano brit¨¢nico, la f¨¢brica de galletas ha cambiado varias veces de manos sin que ninguno de sus propietarios haya sido capaz de mantenerla a flote en un pa¨ªs en el que las exportaciones de petr¨®leo y la corrupci¨®n ahogan cualquier otra actividad econ¨®mica. En el a?o 2000 su pen¨²ltimo due?o, un ciudadano indio, revendi¨® una arruinada Newbisco a Y. T. Chu, un hombre de negocios chino. Un olor a harina y az¨²car flotaba en el ambiente cuando entramos en la f¨¢brica una ma?ana de abril de 2007. Las cintas transportadoras acarrean cada d¨ªa m¨¢s de dos toneladas de galletas que varias decenas de obreras embalan diligentemente. "Apenas cubrimos un 1% de las necesidades del mercado nigeriano", dice sonriendo Y. T. Chu.
(...) La presencia de chinos en ?frica ya no sorprende. En estos ¨²ltimos cuatro o cinco a?os los hemos visto avanzar por todas partes cuando hac¨ªamos reportajes en Angola, Senegal, Costa de Marfil o Sierra Leona. Pero el fen¨®meno ha cambiado de escala. Todo ha ocurrido como si hubieran aumentado de golpe sus esfuerzos hasta el punto de penetrar en el imaginario colectivo de todo un continente, desde el viejo presidente guineano, que ya s¨®lo viaja a Suiza para sus tratamientos m¨¦dicos, hasta los ni?os de Brazzaville, tan peque?os que no distinguen a un europeo de un asi¨¢tico.
China en ?frica se ha transformado s¨²bitamente de objeto de estudio de los especialistas en geopol¨ªtica a tema central en las relaciones internacionales y en la vida cotidiana del continente. Sin embargo, investigadores y periodistas contin¨²an manejando las mismas cifras macroecon¨®micas: el comercio bilateral entre las dos regiones se ha multiplicado por 50 entre 1980 y 2005 y se ha quintuplicado entre 2000 y 2006. (...) Ahora habr¨¢ ya unas 900 empresas chinas en suelo africano. En 2007, China ocup¨® el lugar de Francia como segundo socio comercial de ?frica.
?stas son las cifras oficiales, que no tienen en cuenta las inversiones de todos los emigrantes. Por cierto, ?cu¨¢ntos son? Un seminario universitario organizado a finales de 2006 en Sur¨¢frica, donde est¨¢ la comunidad china m¨¢s numerosa, calcul¨® la cifra de 750.000 en todo el continente. Los peri¨®dicos africanos se dejan llevar a veces y hablan de "millones" de chinos. Del lado chino, la estimaci¨®n m¨¢s alta procede del vicepresidente de la asociaci¨®n de amistad de los pueblos chino y africano, Huang Zequan, que ha recorrido 33 de los 53 pa¨ªses africanos. En una entrevista al Diario del Comercio chino, calculaba que 500.000 compatriotas viv¨ªan en ?frica (frente a 250.000 libaneses y menos de 110.000 franceses).
Todos esos emigrantes, como si se tratara de un ej¨¦rcito de hormigas, no tienen nombre ni rostro y est¨¢n mudos. Los periodistas se quejan con frecuencia de que no quieren hablar. El tono de los art¨ªculos para describirlos es de preocupaci¨®n, incluso alarmista, como si la llegada de otra potencia fuera una nueva calamidad para el continente, que ya padece sufrimientos infinitos.
(...) La entrada de China en la escena africana podr¨ªa representar, para Pek¨ªn, su coronaci¨®n como superpotencia mundial, capaz de hacer milagros tanto en casa como en las tierras m¨¢s ingratas del planeta. Para ?frica se trata sin duda del resurgimiento tan esperado desde la descolonizaci¨®n de los a?os sesenta, de que por fin llega su hora, de la ¨²ltima esperanza del presidente guineano pero tambi¨¦n de 900 millones de africanos, la se?al de que nada ser¨¢ como antes. Pasemos revista a los protagonistas.
En primer lugar, los chinos. La historia, tal como se cuenta en Occidente, dice que desde hace milenios viven una aventura tr¨¢gica, esencialmente colectiva y confinada al interior de sus inmensas fronteras. Un d¨ªa de diciembre de 1978, cuando el Imperio del Medio apenas se estaba reponiendo del tormento de la revoluci¨®n cultural, Deng Xiaoping lanz¨® una consigna revolucionaria: "Enriqueceos". Veinte a?os despu¨¦s, este eslogan se ha convertido en el credo de mil trescientos millones de chinos, y algunos lo han conseguido. Para otros, la poblaci¨®n rural sobre todo, la vida se ha vuelto imposible. Desde la noche de los tiempos, los campesinos chinos intentan dejar su tierra por un mundo mejor. Se dice que la di¨¢spora china es la m¨¢s numerosa del mundo, con cien millones de personas, y la m¨¢s rica. Sobre todo en el sureste asi¨¢tico est¨¢ formada por migraciones anteriores a nuestra era, pero se desarroll¨® considerablemente a finales del siglo XIX, cuando los europeos, que acababan de forzar la entrada a los puertos chinos, sustituyeron la trata de negros por la trata de coolies, los trabajadores chinos. La abolici¨®n de la esclavitud hizo entonces necesaria la contrataci¨®n de ocho millones de chinos para las grandes obras de la ¨¦poca: las minas de Australia, el canal de Panam¨¢ y las v¨ªas del ferrocarril del Congo Belga, Mozambique, del Transiberiano o del Central Pacific Railway en Estados Unidos. En 1870 ya hab¨ªa 50.000 chinos en San Francisco. Estas migraciones continuaron durante el periodo comunista, pero m¨¢s hacia los pa¨ªses desarrollados de Europa y Norteam¨¦rica, donde alcanzar¨¢n la cifra de diez millones.
Todav¨ªa en el a?o 2000 Pek¨ªn trataba de frenar este movimiento para no manchar la imagen del r¨¦gimen. Hoy en d¨ªa lo fomenta, especialmente para los valientes que quieren probar suerte en ?frica. Para los dirigentes chinos, y particularmente para su presidente -apodado en ocasiones Hu Jintao el Africano-, la inmigraci¨®n se ha convertido en una parte de la soluci¨®n para reducir la presi¨®n demogr¨¢fica, el sobrecalentamiento econ¨®mico y la contaminaci¨®n. "En China tenemos 600 r¨ªos, de los cuales 400 est¨¢n muertos por la contaminaci¨®n", declaraba, amparado en el anonimato, un cient¨ªfico a Le Figaro. "No saldremos adelante si no enviamos a 300 millones de personas a ?frica".
De momento son cientos de miles los que han dado el gran salto.
Y as¨ª es como acaba, en el m¨¢s absoluto silencio, una de las ¨²ltimas etapas de la globalizaci¨®n: el encuentro de dos culturas que no pueden estar m¨¢s alejadas. En ?frica, su nuevo Far West, los chinos descubren a tientas los grandes espacios, el exotismo, el rechazo, el racismo, la aventura individual e incluso interior. Descubren que el mundo es m¨¢s complejo de lo que cuenta el Diario del Pueblo. Estos emigrantes tan pronto son depredadores como h¨¦roes de su propia historia, conquistadores o samaritanos. Se relacionan entre ellos, comen como en su pa¨ªs de origen, no hacen ning¨²n esfuerzo por aprender las lenguas aut¨®ctonas, ni tan siquiera franc¨¦s o ingl¨¦s, y hacen un gesto de desagrado ante la idea de adoptar las costumbres locales, por no hablar de ?casarse con una mujer africana! A fuerza de haber estado encerrados entre sus grandes murallas durante milenios, los chinos habr¨ªan perdido el deseo de adaptarse a otras civilizaciones o de convivir con ellas. Pero ninguno regresar¨¢ indemne de ?frica. (...)
(...) Por otra parte, su Gobierno tambi¨¦n ha cambiado desde que ha intensificado su presencia en ?frica. Muy apegado a su lema de "no injerencia" en los asuntos internos, se va dando cuenta de que un apoyo demasiado evidente a algunos dictadores puede causarle un perjuicio considerable. Por ello Pek¨ªn, habiendo sido el principal aliado de Jartum o de Harare, trata ahora de apagar el ¨ªmpetu guerrero de Sud¨¢n en Darfur y s¨®lo ayuda con cuentagotas al dictador Robert Mugabe de Zimbabue.
A continuaci¨®n, ?frica. Las potencias coloniales la saquearon hasta 1960 antes de perpetuar sus intereses respaldando a los reg¨ªmenes m¨¢s brutales. La ayuda, estimada en 400.000 millones de d¨®lares durante el periodo comprendido entre 1960 y 2000 (400.000 millones equivale al producto interior bruto de Turqu¨ªa en 2007 o a los fondos que la ¨¦lite africana habr¨ªa ocultado en los bancos occidentales), no ha producido el efecto deseado y posiblemente, seg¨²n una teor¨ªa en boga, habr¨ªa empeorado las cosas.
En cualquier caso, ?frica ha sobrevivido gracias al sentimiento de culpabilidad de los occidentales, a los que ha acabado desanimando. Haciendo fracasar todos los programas de desarrollo, siendo la v¨ªctima eterna de las tinieblas, las dictaduras, los genocidios, las guerras, las epidemias y el avance del desierto, se muestra incapaz de participar alg¨²n d¨ªa en el fest¨ªn de la globalizaci¨®n. "Tras su independencia, ?frica trabaja en su recolonizaci¨®n. Al menos, si ¨¦se era el objetivo, no pod¨ªa haberlo hecho mejor", escribi¨® Stephen Smith en N¨¦grologie, antes de continuar con estas palabras terribles: "S¨®lo que, hasta en eso, el continente fracasa. Nadie volver¨¢ a arriesgarse".
Error: China lo ha hecho.
Para alimentar su crecimiento desmesurado, la Rep¨²blica Popular tiene una necesidad vital de las materias primas que abundan en el continente: petr¨®leo, minerales, pero tambi¨¦n madera, pescado y productos agr¨ªcolas. A China no le desanima ni la ausencia de democracia ni la corrupci¨®n. Su infanter¨ªa est¨¢ acostumbrada a dormir sobre una estera y a no comer carne todos los d¨ªas. Ellos encuentran oportunidades donde los dem¨¢s s¨®lo ven incomodidades o despilfarro. Los chinos perseveran donde los occidentales han tirado la toalla buscando un beneficio m¨¢s seguro. China mira m¨¢s lejos. Sus objetivos sobrepasan los antiguos cotos privados neocoloniales y despliegan una visi¨®n continental a largo plazo. Algunos tan s¨®lo ven en ello una estrategia, aprendida de Sun Tzu: "Para derrotar a tu enemigo primero hay que respaldarlo para que baje la guardia; para recibir primero hay que dar".
"(...) Otros creen sinceramente en las relaciones 'ganador-ganador", el lema de la propaganda de Pek¨ªn. De hecho, China no s¨®lo se apropia de materias primas africanas. Tambi¨¦n vende sus productos sencillos y baratos, arregla las carreteras, las v¨ªas f¨¦rreas, los edificios oficiales. ?Que falta energ¨ªa? Construye presas en Congo, Sud¨¢n y Etiop¨ªa y se prepara para ayudar a Egipto a relanzar su programa civil de energ¨ªa nuclear. ?Que se necesitan tel¨¦fonos? Equipa toda ?frica con redes inal¨¢mbricas y fibra ¨®ptica. ?Que las poblaciones locales se muestran reticentes? Abre un hospital, un dispensario o un orfanato. El blanco era paternalista y presumido. El chino es humilde y discreto. Los africanos est¨¢n impresionados. Actualmente varios miles hablan o aprenden chino. Otros muchos admiran su perseverancia, valent¨ªa y eficacia. Toda ?frica se alegra de esta competencia que rompe los monopolios de los comerciantes occidentales, libaneses e indios.
D¨ªa a d¨ªa, los pactos de amistad se transforman en acuerdos de cooperaci¨®n; los pr¨¦stamos sin intereses, en contratos de explotaci¨®n, Pek¨ªn sustituye a Par¨ªs, Londres y Washington en los ministerios africanos y a veces en los corazones. Tambi¨¦n excluye a su rival, Taiwan, implantada desde hace tiempo en el continente, imponiendo la regla "o ellos o nosotros". Las repetidas visitas del presidente Hu Jintao y de su ej¨¦rcito de diplom¨¢ticos hacen maravillas. Para abastecerse en ?frica como en un supermercado, en todas las secciones, evoca con habilidad el esp¨ªritu de los no alineados, ofreciendo el modelo chino de desarrollo, el "consenso de Pek¨ªn" en lugar de la p¨ªldora amarga del "consenso de Washington" preconizado por el Banco Mundial y el FMI: privatizaciones, descentralizaci¨®n, democratizaci¨®n y transparencia.
De esta forma Hu Jintao abre tambi¨¦n una brecha en los modelos heredados de la colonizaci¨®n como el de la Franc¨¢frica. Sin embargo, hab¨ªa algo chino en la manera en que el El¨ªseo respaldaba al mismo tiempo a los dictadores y a las grandes empresas francesas. Pero las redes tendidas por Jacques Foccard para prolongar la influencia de Francia en sus antiguas colonias se deshicieron en los a?os noventa, cuando Francia se distanci¨®, sermoneando de repente a los aut¨®cratas sin preocuparse de la suerte que corr¨ªa la gente.
Parece como si Par¨ªs, encerrado en su visi¨®n paternalista y condescendiente de antiguo colono, no hubiera sido capaz de ver que ?frica estaba cambiando, enriqueci¨¦ndose gracias al precio de las materias primas, y se retir¨® en el momento preciso en que Pek¨ªn entr¨®.
Por tanto, China en ?frica es algo m¨¢s que una par¨¢bola de la globalizaci¨®n: es su culminaci¨®n, un vaiv¨¦n de los equilibrios internacionales, un temblor de tierra geopol¨ªtico. ?Se ha instalado all¨ª en detrimento definitivo de Occidente? ?Ser¨¢ la luz providencial para el continente de las tinieblas? ?Le ayudar¨¢ a ser due?a de su propio destino?
China en ?frica. Pek¨ªn a la conquista del continente africano, de Serge Michel y Michel Beuret (Alianza Editorial). Precio: 22 euros.
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