Viajeros, solitarios, bebedores y noct¨¢mbulos
Nos hab¨ªamos escapado a Ciudad Real en compa?¨ªa del poeta Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald, ¨²ltimo testigo de la generaci¨®n del saber beber. Fueron divertidos, cultos, noct¨¢mbulos, comprometidos y conjurados en espantar asperezas. Se salvaron con la ayuda de sus poemas y sus noches de vino tinto. Rebeldes seguidores de Byron, de su consigna "Tengamos vino, mujeres, risa y alegr¨ªa... pues ya vendr¨¢n el sif¨®n y las homil¨ªas". La salvaci¨®n estaba en huir de predicadores, de abstemios y otros aciagos demiurgos. El Dios oficial podr¨ªa ser un buen fumador de Habanos, pero no soportaba el vino. Baco era un proscrito superviviente en las tabernas del exilio. Las barras eran refugio de obreros y de poetas. Faltaban muchos a?os de navegaci¨®n, de naufragios, para descubrir un pl¨¢cido puerto donde la bebida es la manzanilla de Sanl¨²car. B¨¢lsamo de Fierabr¨¢s para Caballero. Vino que ni se sube, ni produce resaca, ni da positivo en el control de alcoholemia. Verdad po¨¦tica de este reivindicador del prestigio de la duda. Poeta que sigue hablando desde sus insurgencias para llegar al coraz¨®n de ciudadanos que celebran la vida.
Baco era un proscrito superviviente en las tabernas del exilio. Las barras eran refugio de obreros y de poetas
Una vida al margen de los mentecatos. De esos "que beben a buchitos su triste taza de preservaci¨®n, detestan las amenas erratas de la vida, practican tenebrosas religiones... y hablan, hablan, hablan a todas horas de esa historia que desde siempre ocurre intramuros de la banalidad". Tuvimos suerte con los casuales encuentros en el AVE. Viaj¨¢bamos en un tren lleno de buena gente, amantes del vino y frecuentadores de las tabernas. La noche sigui¨® ardiendo en una de las ¨²ltimas tabernas fant¨¢sticas, ilustradas y madrile?as, Asturianos. Refugio de gozadores, escondite de solitarios, ?verdad, querido Manu Leguineche?
Querida tropa que viaja, bebe y trasnocha. No confundir con las huestes que otro d¨ªa, en otro tren, tuvimos la mala fortuna de tropezarnos en compa?¨ªa de Jos¨¦ Mar¨ªa Calleja. Parec¨ªan una de esas partidas de rancios patriotas que, repitiendo las arengas escuchadas en sus p¨²lpitos medi¨¢ticos, nos echaban la culpa de Paracuellos, de la crisis, de la desaparici¨®n de los cines, de la liviandad de las chicas en primavera, "de amordazar a Rouco" o de leer EL PA?S. Pecados que, si ellos tuvieran el poder, nos har¨ªan ser carne de presos en su reverenciado Valle de los Ca¨ªdos. Calleja, por la senda de Sueiro, ha vuelto a esos muros. Yo mantengo mis pasados temblores, lejanos recuerdos de banderas al viento, de correajes e himnos que no conseguimos olvidar. Los insultadores patrioteros tuvieron la osad¨ªa de reprocharnos no saber beber. Ser incapaces de parecernos a su h¨¦roe, casi un m¨¢rtir, el general juntacad¨¢veres del Yakolev. Me dio la risa. Una risa como la del admirado Juan Mu?oz, que supo vivir y morir riendo. Navegar es preciso. Estar viajando, estar solos. Re¨ªr y beber en compa?¨ªa.
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