400 golpes cercanos
Cannes ha nutrido, junto con Venecia, muchos de los sue?os de los aficionados al cine de medio mundo. Una buena parte de la magia se ha desvanecido, como el propio cine, pero la cita francesa de mayo sigue viva. En Cannes se present¨®, tal d¨ªa como hoy hace 30 a?os, Apocalypse Now; y en Cannes, hace mucho m¨¢s, se consagr¨® con una sola pel¨ªcula, Los cuatrocientos golpes, admitida in extremis a concurso para representar a Francia, una manera de hacer cine y vivirlo. Tan formidable el empuje de aquel modest¨ªsimo filme de Fran?ois Truffaut -su primer largometraje, apolillado blanco y negro, presupuesto espartano- que medio siglo despu¨¦s se conmemora el a?o de Los cuatrocientos golpes. ?Qui¨¦n se acuerda de que la Palma de Oro premiara entonces el Orfeo Negro, de Marcel Camus?
A alg¨²n resorte rec¨®ndito y valioso de la percepci¨®n general debe de tocar una pel¨ªcula que se sigue celebrando como leyenda en un mundo tan diferente. La conocida historia de Antoine Doinel, fronteriza con la propia biograf¨ªa del director -el adolescente sin amor, tentado por la delincuencia, en un viaje inici¨¢tico hacia su propia identidad y el mar, interpretado por un Jean Pierre Leaud con 14 a?os-, permanece instalada como un moj¨®n que separa un antes y un despu¨¦s. El 4 de mayo de 1959, no s¨®lo un cineasta irrepetible de 26 a?os era catapultado al mito hasta su muerte prematura. En la ciudad balnearia son¨® tambi¨¦n el clarinazo radical de la nouvelle vague, un movimiento colectivo atrapado en su leyenda, fervorosamente amado y denostado por su asalto frontal al orden cinematogr¨¢fico establecido: la calle contra el estudio, la improvisaci¨®n, en el rodaje, en la direcci¨®n de actores, contra lo calculado. Todav¨ªa constituye la aportaci¨®n m¨¢s decisiva de Francia a la libertad en el cine.
Los cuatrocientos golpes se nos hace m¨¢s pr¨®xima a medida que se aleja de nosotros en el tiempo. Si un travelling es una cuesti¨®n moral, como sigue sosteniendo Jean- Luc Godard, lo es tambi¨¦n un plano fijo. El cine ha aportado pocos juicios tan contundentes contra el desamparo afectivo como la infinita pureza del rostro de Doinel frente al mar, en el fotograma congelado que cierra la pel¨ªcula de hace ahora medio siglo.
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