Otros andenes
Por una maquinaci¨®n del destino, en un solo d¨ªa vi levantarse en torno a m¨ª paredes de otro tiempo, bosques de otro tiempo, voces de otro tiempo. No me atrevo a definirlo como mejor. Pero lo reivindico, pues lo amo, y esos ecos que ahora me llegaban despertaban en m¨ª un reconocimiento que incluye la doble acepci¨®n de identificar -f¨ªjate, ?te acuerdas?- y, simult¨¢neamente, agradecer.
Empez¨® Francino lanz¨¢ndome a la oreja Jarama Valley, una de las baladas que Pete Seeger cant¨® en homenaje a la Brigada Lincoln, que luch¨® en nuestra guerra contra el fascismo. Brome¨® Francino: los j¨®venes a quienes les hab¨ªa encargado buscarla no ten¨ªan idea de qui¨¦n era Seeger. Pero a m¨ª el dormitorio se me llen¨® de gente, de m¨²sicas. Gente contra el macartismo, contra la guerra de Vietnam, por el fin de la segregaci¨®n racial, por la libertad de los pueblos: ah¨ª estaba Pete, el padre de todos -con Woody Guthrie, otro gigante-, a quien llamaban ese d¨ªa abuelo porque cumpl¨ªa 90 a?os. Qu¨¦ suerte, el cabr¨®n: 90 a?os siendo buena persona y m¨¢s de medio siglo casado con la misma mujer. La m¨²sica de Jarama Valley, con letra adaptada para la ocasi¨®n -en catal¨¢n-, la cantamos en los numerosos funerales clandestinos que se hicieron por Salvador Puig-Antich con motivo de su ejecuci¨®n por el r¨¦gimen franquista.
"Me pregunto por qu¨¦ no aprovech¨¦ m¨¢s esas noches, y los otros d¨ªas"
S¨ª, me acuerdo. El padre de Bob Dylan y Joan B¨¢ez, el abuelo de Springsteen. Fue hermoso sentirlo coet¨¢neo, aunque no tuvi¨¦ramos la misma edad; compatriota, pese a no haber nacido en la misma tierra.
Poco despu¨¦s, en esa misma jornada destinada a la recuperaci¨®n de muros, le¨ª en un peri¨®dico que se celebraba otro aniversario: el de la nouvelle vague. Hace 50 a?os que se estren¨® Los 400 golpes, de Fran?ois Truffaut. 1959 fue el a?o en que este movimiento de cine desencorsetado y de pensamiento libre se revel¨® para el p¨²blico. Premios en festivales, irrupci¨®n de diferentes nombres, diferentes estilos: Alain Resnais, con Hiroshima, mon amour; Jean-Luc Godard, con Al final de la escapada. Otro de los j¨®venes maestros -quiz¨¢ el que resultar¨ªa m¨¢s longevo; pero el mejor fue Louis Malle- hab¨ªa empezado un a?o antes, con Le beau Serge. En las paredes que estos recuerdos erigen se distinguen rostros inolvidables, actores y actrices de quienes nada sab¨ªamos, que romp¨ªan con el r¨ªgido academicismo de los int¨¦rpretes franceses habituales. ?C¨®mo creen que fue contemplar por primera vez a Jean Seberg, a Jean-Paul Belmondo, a Catherine Deneuve y, sobre todo, a Jeanne Moreau? Aparte de Anna Karina, una de mis diosas, que a?os m¨¢s tarde tendr¨ªa la gentileza de ceder, para la portada de Un calor tan cercano, una imagen suya de un filme de Godard.
Ah, s¨ª. Me acuerdo. Corinne Marchand, G¨¦rard Blain, Jean-Claude Brialy, Fran?oise Dorl¨¦ac, Bernadette Laffont, Jean-Pierre L¨¦aud, Delphine Seyrig, Stephanie Audran, Oskar Werner, Maurice Ronet? Os recuerdo y os estoy reconocida.
Tercera parte de ese d¨ªa tan especial. Tropiezo en un pasillo del tren con el estupendo actor Miguel ?ngel Rell¨¢n. Nos abrazamos, charlamos. Durante la ¨²ltima media hora de viaje, es lo que nos queda, recordamos, reconocemos, a?oramos. "?Te acuerdas de aquel tri¨¢ngulo que hab¨ªa en Madrid todas las noches por Almirante? ?La pizzer¨ªa de Antonio Gades, Bocaccio, Oliver? Te sentabas y ten¨ªas delante a Fernando Savater, a Fern¨¢n-G¨®mez, a Rabal? ?C¨®mo es posible que lo tom¨¢ramos por normal, que no fu¨¦ramos m¨¢s a menudo, que no nos qued¨¢ramos todas las noches hasta el final, que no aprovech¨¢ramos todos los minutos?". Yo le sonre¨ª: "Bueno, no podemos quejarnos".
Pero despu¨¦s de intercambiar nuestros tel¨¦fonos y de despedirnos, perdida en el and¨¦n con mi maleta de hacer bolos librescos, yo tambi¨¦n me pregunt¨¦ por qu¨¦ no aprovech¨¦ m¨¢s esas noches, y los otros d¨ªas. Los de Seeger, los de la oleada de cine franc¨¦s que aliment¨® nuestros primeros cines de arte y ensayo, los de aquel Madrid cuajado de talentos que sab¨ªan darse sin taca?er¨ªa.
Uno siempre querr¨ªa haber tenido m¨¢s. Y sin embargo, fue suficiente. Lo bastante para recordar y reconstruir las paredes de anta?o. Lo bastante para sentir que una parte de m¨ª se amas¨® en aquellas tablas. Lo bastante como para que el reconocimiento de lo que tuve me haga tirar de la maleta y, and¨¦n hacia adelante, salir de la estaci¨®n, a por otra ciudad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.