La Espa?a real es plural
Los nacionalistas espa?olistas y los nacionalistas perif¨¦ricos pesan mucho m¨¢s en Espa?a que los escasos federalistas. No obstante, la visi¨®n de estos ¨²ltimos se corresponde mejor a la historia y la realidad
Por inter¨¦s o comodidad olvidamos nuestra historia reciente, cuando Euskadi y Catalu?a tuvieron un protagonismo como tales, como ciudadan¨ªas que exig¨ªan un reconocimiento nacional, en la lucha contra el R¨¦gimen. Debido a como salimos del franquismo, las fuerzas pol¨ªticas que pactaron la democracia no establecieron un continuo constitucional con la II Rep¨²blica, que hab¨ªa incorporado a su estructura pol¨ªtica y jur¨ªdica las autonom¨ªas de Catalu?a y Euskadi y, ya durante la guerra, la de Galicia, a cambio se reconocieron las "nacionalidades y regiones" como forma del Estado. Antes, Adolfo Su¨¢rez y el Rey reconocieron p¨²blicamente la existencia de un gobierno de los catalanes al recibir oficialmente al president de la Generalitat hasta entonces en el exilio. La vuelta de Tarradellas fue el restablecimiento de un continuo hist¨®rico. Del mismo modo que los vascos vivieron la recuperaci¨®n de su autogobierno cuando regres¨® del exilio el lehendakari Leizaola. Y los gallegos no pudieron vivirlo por la ruptura en los a?os cincuenta entre los galleguistas del interior y el exilio americano, donde residi¨® el Consello da Galiza.
El rechazo al 'plan Ibarretxe' y la aceptaci¨®n del 'Estatut', l¨ªmites de la pol¨ªtica de Zapatero
Madrid tiene hoy una mirada hostil hacia el resto. Se echa en falta que sea capital de todos
Los nacionalismos de las nacionalidades no son algo coyuntural, son estructura del sistema ideol¨®gico y pol¨ªtico espa?ol, son un continuo hist¨®rico tan largo como el del nacionalismo espa?ol. Resistieron bajo el franquismo, aquella utop¨ªa nacionalista realizada por militares y obispos, pactaron luego la Constituci¨®n para poder expresarse y, cambie o no la Constituci¨®n, der¨®guense las autonom¨ªas o modif¨ªquese la ley electoral para eliminar a las minor¨ªas, seguir¨¢n existiendo.
Las autonom¨ªas, pues, no fueron una chapuza de politicastros para destruir Espa?a, sino un logro pol¨ªtico democr¨¢tico y una necesidad para sectores de la ciudadan¨ªa que sent¨ªan formar parte de una comunidad pol¨ªtica propia, de forma exclusiva o no. Reflejan nuestra realidad demogr¨¢fica, cultural, econ¨®mica y pol¨ªtica, paliaron desigualdades y crearon una Espa?a m¨¢s din¨¢mica y con m¨¢s oportunidades.
Pero la dial¨¦ctica del Estado de las autonom¨ªas refleja tambi¨¦n una tensi¨®n interna realmente profunda. Es m¨¢s que un conflicto institucional, pol¨ªtico, de intereses, es un conflicto esencial, se trata de la misma idea de Espa?a. La idea de Espa?a existente es la del nacionalismo espa?ol y frente a ella est¨¢n los argumentos de los otros nacionalistas, que no proponen otra Espa?a porque precisamente la cuestionan. La Espa?a que integre su diversidad interna, el federalismo espa?ol, no tiene apenas soporte intelectual, social y pol¨ªtico. La historia oficial, como toda historiograf¨ªa nacionalista basada en invenciones ideol¨®gicas, impide que hablemos del mismo pa¨ªs. Paralelamente se construyen historiograf¨ªas alternativas que explican Catalu?a, Galicia o Euskadi como procesos hist¨®ricos autosuficientes. Sin una Historia que refleje la complejidad hist¨®rica de reinos que confluyeron en los dos Estados peninsulares, un argumento aceptado por unos y otros, nunca habr¨¢ una Espa?a de todos, y ese argumento no existe. Tampoco existe un espacio ideol¨®gico y cultural espa?ol.
La Espa?a real tiene dentro varios n¨²cleos fuertes econ¨®mica y pol¨ªticamente. En este periodo democr¨¢tico Espa?a se estructur¨® institucional y pol¨ªticamente sobre un eje complejo formado por partidos estatales. Y se construy¨® ideol¨®gicamente una nueva Espa?a que no fue integradora, sino una naci¨®n monoling¨¹e y homog¨¦nea; y a cambio, en las autonom¨ªas gobernadas por nacionalistas, una idea de naci¨®n que pretend¨ªa tambi¨¦n la propia homogeneidad. Espa?a como matrioskas o cajas chinas. Lo que crea artificialmente esas cajas son las ideolog¨ªas nacionalistas.
En esa lucha de nacionalismos, Madrid juega un papel fundamental, una vez conquistado pol¨ªticamente y transformado en una ciudadela, es utilizado como un instrumento contra esos otros nacionalismos y al servicio de otros intereses. En estos momentos Madrid no es la capital de todos. Aza?a, intelectual puro, odi¨® y am¨® la ciudad, su visi¨®n cr¨ªtica es la de quien la vive como un destino personal, pero adem¨¢s comprendi¨® que un pa¨ªs necesita una capital y por ello preconiz¨® un Madrid "capital federal". Nunca ha estado m¨¢s lejos de ello que hoy. Sus medios de comunicaci¨®n, los grupos de intereses, el desconocimiento y desd¨¦n hacia el conjunto de la realidad espa?ola, la mirada ensimismada u hostil hacia las otras lenguas y capitales hacen que muchos ciudadanos no podamos verla como nuestra capital.
Es imprescindible la apertura de la capital para que funcione el conjunto del sistema espa?ol.
Afortunadamente, esas cajas chinas no consiguen ser completamente herm¨¦ticas, tenemos que utilizar la matem¨¢tica de conjuntos para explicar nuestro complejo juego interno. En los a?os ochenta y noventa la vida social y pol¨ªtica espa?ola se bas¨® fundamentalmente en ese esquema de cajas chinas, unas veces hubo pactos de gobierno y otras veces no. La debilidad de ese juego pol¨ªtico se refleja en que nunca haya habido ministros catalanistas o vasquistas, por ejemplo.
Rodr¨ªguez Zapatero propuso un modo de entender Espa?a, "la Espa?a plural". Con eso hizo un reconocimiento cultural, socioecon¨®mico y pol¨ªtico, no una propuesta jur¨ªdica e institucional nueva porque part¨ªa de que, en principio, la Constituci¨®n vigente es un instrumento suficiente para que quepa y se exprese esa pluralidad. A partir de ah¨ª se pueden discutir sus pasos o sus decisiones, sometidas a condicionantes y circunstancias sucesivas.
?C¨®mo se fue concretando ese reconocimiento de nuestra pluralidad? Creo que los l¨ªmites de su pol¨ªtica est¨¢n entre el rechazo al llamado Plan Ibarretxe y el Estatut catal¨¢n. El rechazo al Plan Ibarretxe, aceptado a discusi¨®n en las Cortes, se debi¨® a que, a juicio del Gobierno, su propuesta de autogobierno romp¨ªa las reglas del juego com¨²n, la Constituci¨®n. En la redacci¨®n del Estatut catal¨¢n, en cambio, se tuvo en cuenta su encaje constitucional reconoci¨¦ndole a la ciudadan¨ªa catalana su voluntad pol¨ªtica nacional y la bilateralidad en las relaciones entre Generalitat y Gobierno, principio explicitado luego por otros Estatutos.
Se puede discutir por todo, depende del inter¨¦s que se tenga. Los nacionalistas necesitan discutir la palabra "naci¨®n", lo que ello significa y los s¨ªmbolos que le acompa?an. Del mismo modo, se puede discutir lo que se quiera sobre el concepto de bilateralidad, pero haberla la hay y adem¨¢s debe haberla. Las relaciones democr¨¢ticas son por asentimiento o por pacto expreso, pero siempre implican reconocimiento del otro.
En el caso del Estatut catal¨¢n no se ha valorado la importancia de que, con independencia de las declaraciones ariscas para contentar a la base militante, todos los nacionalistas catalanes pactaron ese Estatuto, un pacto que los integra en el juego compartido de la ciudadan¨ªa espa?ola. No es extra?o que el nacionalismo espa?olista haya denunciado el Estatuto, ese pacto, ante el Constitucional: necesita mantener vivo el conflicto nacional.
Pero lo que m¨¢s va a caracterizar esta ¨¦poca de Zapatero va a ser su cuestionamiento de la pol¨ªtica de cajas chinas. Eso es lo que significa que un socialista ocupe la Lehendakaritza, una instituci¨®n creada hist¨®ricamente por los nacionalistas y que sobrentend¨ªan que era suya de modo natural. Con ello y gobernando en Catalu?a, el Partido Socialista afirma que es una estructura transversal a todo el Estado y cuestiona los conjuntos cerrados, cambiando as¨ª la l¨®gica impl¨ªcita hasta hoy en la pol¨ªtica espa?ola. Es l¨®gico que ese cuestionamiento enfade tanto a tantos.
Lo que vive no quiere morir y los nacionalismos seguir¨¢n buscando existir, pero la Espa?a m¨¢s parecida a lo que somos tendr¨¢ que ser federal e integradora. Se critican las pol¨ªticas culturales de Euskadi, Galicia o Catalu?a pero la cultura espa?ola niega cada d¨ªa esas culturas. Se ha concedido un Premio Cervantes a un escritor barcelon¨¦s que escribe en castellano, extremo ¨¦ste remarcado una y otra vez, y su obra bien lo merece. ?Pero habr¨¢ alguna obra en catal¨¢n, por ejemplo, que tambi¨¦n lo merezca? Esa vieja idea de "la Hispanidad" que subyace en la cultura espa?ola niega a una parte de la ciudadan¨ªa espa?ola. En ese sentido, no se ha dado paso alguno.
Y uno echa en falta una intelectualidad abierta a la diversidad interna, la intelectualidad espa?ola es tremendamente nacionalista, no federalista. ?sa es su responsabilidad.
Suso de Toro es escritor.
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