Un guerrero masai entre ping¨¹inos
Vi¨¦ndolo rodeado de domingueros, ni?os que correteaban de aqu¨ª para all¨¢ y animalillos, William Kikanae parece un ser venido de otro planeta. Lo mismo podr¨ªa haber pensado ¨¦l de todos aquellos que le miraban con la boca abierta y preparaban sus c¨¢maras para fotografiarle dando de comer a un fais¨¢n o acariciando a un l¨¦mur, una peque?a criaturilla de ojos penetrantes y larga cola. Se trata del jefe masai de la tribu Manyatta Enkende, de Kenia, que ayer visit¨® el parque Faunia dentro de su periplo por Espa?a, donde pretende dar a conocer la cultura masai y obtener fondos para la construcci¨®n de escuelas y pozos de agua potable para su comunidad.
Vestido con el atuendo tradicional masai, compuesto por una t¨²nica roja salpicada de collares y accesorios de llamativos colores, William se top¨® con una novedad en su intensa vida: los ping¨¹inos. "Es la primera vez que tengo uno cerca", dec¨ªa mientras se calzaba unas botas de agua. Unos minutos m¨¢s tarde, la cara se le hab¨ªa desencajado. "?Qu¨¦ fr¨ªo!".Mientras camina a la sombra de un simulacro de selva, tintinean los adornos que lleva pegados a su capa. "Es el sonido de la muerte", explican los acompa?antes de William. "Cuando el resto de las tribus escuchan ese ruido es que los masai acechan. Y nadie puede con los masai", relatan con misterio.
Aunque el esp¨ªritu masai corre por sus venas, William Kikanae rechaza de plano el uso de la violencia. Lejos quedaron los tiempos guerreros de su tribu, asegura. Ahora impera el respeto. No s¨®lo al resto de tribus, sino a su propia cultura y tambi¨¦n a los animales. De joven aprendi¨® a cazar como parte de su ritual de madurez. Incluso mat¨® un le¨®n para defender a una de sus vacas, el bien m¨¢s preciado para un masai.
A sus 30 a?os, Kikanae no pierde en ning¨²n momento su amplia sonrisa. Tiene aspecto de fondista africano: espigado y de m¨²sculos alargados y el¨¢sticos. No pierde la ocasi¨®n para lanzar un mensaje de respeto a la vida. "El hombre puede elegir: respetar a la naturaleza o no hacerlo. Pero si no lo hace, no tendr¨¢ futuro", explica, pausado, en un ingl¨¦s mucho m¨¢s que aceptable.
Kikanae sabe que pocos occidentales son capaces de comprender su particular forma de vivir. Pero no pierde la esperanza: "Una cultura demuestra su desarrollo cuando es capaz de hacer el esfuerzo para entender a los dem¨¢s", reflexiona.
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