Gacetilleros, gansos y embaucadores
Juan Luis Cebri¨¢n publica 'El pianista en el burdel', una colecci¨®n de ensayos sobre periodismo en un momento crucial para este oficio. Reproducimos uno de los cap¨ªtulos
Rebuscando en mi biblioteca a ratos perdidos me encontr¨¦ con un curioso ejemplar sobre titulares y noticias disparatados, uno de esos libros que, de tanto en tanto, se publican para demostrar la ignorancia, la vulgaridad o, simplemente, la precipitaci¨®n con que act¨²an quienes fabrican los diarios. La portada del volumen reproduc¨ªa la primera p¨¢gina de un peri¨®dico de provincias espa?ol cuya noticia principal rezaba: "Muere aplastado por una piedra mientras hac¨ªa el amor con una gallina". Junto al titular, una fotograf¨ªa de mala calidad ofrec¨ªa la prueba fehaciente del suceso, en el que una roca de varias toneladas hab¨ªa machucado la existencia de un pobre campesino dedicado al refocilo con la ponedora. Puede pensarse que este argumento es una visi¨®n marginal o at¨ªpica de la funci¨®n del periodismo, pero en realidad entronca bastante bien con los or¨ªgenes del mismo. Las noticias raras y absurdas han gozado siempre de un protagonismo admirable desde que se instalaron los precedentes m¨¢s conocidos de la historia del periodismo moderno: los gazzettanti venecianos o los canard parisinos.
Reporteros y columnistas se reclaman del pueblo llano, pero luchan por los placeres y dignidades de la corte
El deporte, junto con la pornograf¨ªa, es ahora el m¨¢s formidable impulsor de las tecnolog¨ªas avanzadas
En Internet, las noticias se mezclan con rumores, enga?os y fantas¨ªas. Se ofrecen gratis; aspiran a tener un mecenazgo
Los peri¨®dicos, que presumen de sus habilidades cr¨ªticas, nadan demasiado en las babas de la adulaci¨®n
Una mayor abundancia de informaci¨®n no significa, necesariamente, una mejor informaci¨®n
?Qu¨¦ hacer como periodistas en este mundo inundado por la imagen y los tambores de la propaganda?
En el siglo XVII los gondoleros vend¨ªan por la m¨¢s peque?a de las monedas de la Rep¨²blica v¨¦neta, una gazzetta, hojillas manuscritas en las que se comunicaban con singular promiscuidad hechos verdaderos y falsos, pintorescos o importantes, calumnias y denuncias, maledicencias o informes que aportaban los comerciantes llegados a la ciudad y que se transmit¨ªan de boca en boca entre los mercaderes, navegantes y trabajadores de los muelles. La etimolog¨ªa del canard parisino tiene que ver, por su parte, con el argot que en las imprentas recib¨ªan los panfletos u hojas volanderas en los que los vendedores de rumores y chismes imprim¨ªan sus medias verdades o sus mentiras completas para hacerlas circular. Muchas de aquellas historias eran incre¨ªbles pero a la gente le gustaban y parec¨ªa dispuesta a admitirlas con naturalidad, de modo que pagaba por ellas lo mismo que por que le leyeran las l¨ªneas de la mano. Eso pone de relieve que los ciudadanos, entonces como ahora, prefieren la imaginaci¨®n a la verdad a fin de que ¨¦sta no les disturbe demasiado.
Enseguida los gobiernos descubrieron la utilidad propagand¨ªstica de las gacetas, de modo que reyes y validos se dedicaron a prestigiarlas, otorgando a determinados s¨²bditos el privilegio de su publicaci¨®n e institucionalizando su funci¨®n. La palabra ?gaceta? se santific¨® y universaliz¨®, dejando de denominar una moneda para dar nombre a los peri¨®dicos impresos, aunque el proceso no fue lo bastante intenso como para evitar que todav¨ªa llamemos gacetilleros a aquellos periodistas irrelevantes, superficiales o que realizan su trabajo sin rigor informativo.
En resumen, la profesi¨®n period¨ªstica tiene a la vez un origen canalla y un pedigr¨ª regio, caracter¨ªsticas que la han acompa?ado durante toda su historia. Reporteros y columnistas no cesan de reclamar su pertenencia al pueblo llano, pero al tiempo luchan denodadamente por participar de los placeres y dignidades de la corte. Habitantes permanentes de palacio, en sus corredores tendemos a ser considerados unos intrusos tan necesarios como inc¨®modos, sobre todo desde que los reyes y la nobleza se eligen mediante el sufragio. Basamos nuestra fuerza en un curioso y no reconocido ejercicio de populismo que nada tiene que aprender de las ma?as y trucos de los gazzettanti venecianos o de los criadores de aquellos canard parisinos, aut¨¦nticos gansos que inundaban con sus graznidos los arrabales del burgo.
Los bulos de los gondoleros interesaban lo mismo a los hombres de negocio que a los intelectuales, que ya hab¨ªan concedido a Her¨®doto el t¨ªtulo de historiador aunque se permitiera inventar la existencia de seres tan poco cre¨ªbles como los hombres sin cabeza. El esp¨ªritu de nuestra profesi¨®n vino a enlazar as¨ª, sin demasiado esfuerzo, nada menos que con la mitolog¨ªa romana, y enseguida hubo quien descubri¨® la conveniencia de llamar mercurios a los diarios. Mercurio, lo mismo que su antecesor griego Hermes, era el dios romano del comercio y consiguiente patr¨®n de mercaderes y ladrones, pero tambi¨¦n, sobre todo en su versi¨®n hel¨¦nica, era el mensajero de los otros dioses y el protector de la elocuencia, lo que le convirti¨® enseguida en padrino de los mentirosos y c¨®mplice de los estafadores.
Los primeros mercurios period¨ªsticos nacieron en B¨¦lgica y Francia a mediados del siglo XVII. En 1827 don Pedro F¨¦lix Vicu?a, junto con los tip¨®grafos Tom¨¢s G. Wells, norteamericano, e Ignacio Silva Medina, fund¨® El Mercurio de Valpara¨ªso, antecesor directo del actual Mercurio de Chile desde que don Agust¨ªn Edwards lo comprara en 1880. Este diario es hoy el peri¨®dico de habla hispana m¨¢s antiguo de cuantos se publican en el mundo, aunque la Gaceta de Madrid, t¨ªtulo que hasta hace poco ostent¨® el Bolet¨ªn Oficial del Estado espa?ol, se fund¨® ya en 1661 y jug¨® en el siglo XVII un importante papel en las conspiraciones pol¨ªticas de la ¨¦poca. Sin embargo, desde hace d¨¦cadas no es un diario al uso sino la revista donde se publican leyes, decretos y ordenanzas antes de que entren en vigor. Y en enero de 2009 el gobierno decidi¨® dejar de editarlo en papel, limit¨¢ndose a difundirlo a trav¨¦s de la Red.
Se lo mire por donde se lo mire, el periodismo moderno naci¨® ligado al dinero, bien o mal ganado, y al poder, mal o bien ejercido, pero tambi¨¦n a la literatura y, aunque es menos frecuente se?alarlo, al caf¨¦ y al tabaco, drogas sublimes canonizadas por nuestra civilizaci¨®n. Quiz¨¢ la cabecera m¨¢s biensonante de cuantas se publican en el enjundioso panorama period¨ªstico italiano sea Il Resto del Carlino de Bolonia. Como en el caso de las gacetas este t¨ªtulo hace alusi¨®n, aunque de manera sumamente sofisticada, a la moneda con que se adquir¨ªa el diario. El precio estaba relacionado con el de los populares puritos toscanos que se fumaban en los caf¨¦s y salones de la ¨¦poca. Un cigarro costaba ocho c¨¦ntimos y el comprador sol¨ªa pagar con una moneda de diez, conocida popularmente como ?carlino? en la zona bolo?esa, con lo que el estanquero le devolv¨ªa dos c¨¦ntimos. Un avispado editor de Florencia decidi¨® publicar un peri¨®dico bajo el t¨ªtulo Il Resto del Sigaro (literalmente, el vuelto o la devoluci¨®n de lo que se pagaba por un cigarro), estableciendo el precio en esos dos c¨¦ntimos que sobraban de los diez del carlino. Los impresores de Bolonia le imitaron pero decidieron llamar al peri¨®dico Il Resto del Carlino (la vuelta del carlino) para dar a su publicaci¨®n una identidad local. El resultado era que, por diez c¨¦ntimos, uno pod¨ªa fumarse un toscano y leer un diario de ocho p¨¢ginas c¨®modamente sentado en cualquiera de los cafetines de la ciudad en los que se comentaban las noticias, se discut¨ªan las opiniones y se fraguaban las conspiraciones pol¨ªticas o literarias. Suced¨ªa exactamente lo mismo en el caf¨¦ que Benjamin Harris instal¨® en 1686 en Boston. Este vendedor de libros ingl¨¦s hab¨ªa llegado a Massachusetts huyendo del rigorismo pol¨ªtico de la metr¨®polis, donde le condenaron a una multa de cinco mil libras por distribuir publicaciones sediciosas. En Am¨¦rica fund¨® una librer¨ªa, adem¨¢s del caf¨¦ de marras, y en su local comenz¨® a distribuir una publicaci¨®n peri¨®dica con noticias y comentarios de actualidad. Publick Occurrences, Both Foreign and Domestick fue el nombre que dio a su mercurio de tres p¨¢ginas editado sin permiso oficial, por lo que la autoridad competente clausur¨® de inmediato la publicaci¨®n, de la que s¨®lo vio la luz su primer n¨²mero. De todas formas el historiador del periodismo norteamericano Bernard A. Weisberger ve en Harris al creador de "un prototipo de periodista americano -activo, agresivo e independiente-" (1) al que contrapone el estilo del llamado periodismo de responsabilidad, encarnado por el funcionario de correos John Campbell, escoc¨¦s de nacimiento y fundador en 1704 del Boston News-Letter, que se edit¨® naturalmente con los debidos permisos oficiales. Ser responsable equivale desde entonces, muchas veces, a ser sumiso o a divulgar lo que la autoridad quiere que se difunda. Aunque en tiempos de Campbell no se hab¨ªa inventado todav¨ªa la correcci¨®n pol¨ªtica en el sentido actual, no cabe duda de que podemos hallar en las haza?as de este ambiguo cartero un precedente que la avala. La correcci¨®n pol¨ªtica equivale en demasiadas ocasiones al sometimiento al poder y ¨¦sta es una paradoja de la que no hemos podido prescindir en los doscientos ¨²ltimos a?os: los peri¨®dicos, que presumen de sus habilidades cr¨ªticas contra el que manda, nadan demasiadas veces en las babas de la adulaci¨®n.
Aquellos productos de la prehistoria del periodismo se esforzaban mucho m¨¢s en ser baratos que en ser cre¨ªbles y el respeto no les ven¨ªa necesariamente tanto del hecho de que dijeran la verdad de las cosas como de su relaci¨®n con el soberano. Ten¨ªan una gran vocaci¨®n de halagar y complacer a su p¨²blico con historias que le interesaran, truculentas o macabras unas, risue?as las menos, pero todas con hondo contenido humano o llenas de rabioso activismo pol¨ªtico. Y sab¨ªan mezclar, con singular maestr¨ªa, el ocio y la conspiraci¨®n, la defensa de valores sublimes, como la libertad o la rebeld¨ªa frente a los abusos, con la de las cuentas de resultados de unos negocios que resultaban verdaderamente op¨ªparos. Eso ha hecho, a lo largo de la historia, que los peri¨®dicos se conviertan en verdaderos microcosmos y que sus primeras p¨¢ginas sean como caleidoscopios de la vida, en los que se mezclan las m¨¢s variadas formas de noticias y opiniones, desde los golpes de Estado o los anuncios de grandes descubrimientos cient¨ªficos, hasta la admonici¨®n moralista de que no conviene hacer el amor con las gallinas, ni siquiera el sexo sin amor con ellas, so peligro de morir sepultado.
Un adagio ingl¨¦s asegura que periodista es todo aquel que va por la calle, se detiene, ve lo que sucede y se lo cuenta a los dem¨¢s, pero el refranero espa?ol se?ala que "nada es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con que se mira". De las formas de contar, del ¨¦nfasis, de los adjetivos, de la transparencia y de la objetividad depende en gran medida el aprecio que uno reciba por parte de los lectores. Creo que era Azor¨ªn -no me he preocupado de buscar la cita- el que contaba de un aspirante a reportero a quien, cuando acudi¨® a pedir trabajo, el redactor jefe le envi¨® a comprar tabaco y cerillas -siempre el tabaco aliado de la profesi¨®n- a un puesto cercano. Al regreso del recadero, el redactor arroj¨® a la papelera lo que ¨¦ste le hab¨ªa comprado y le orden¨®: "Dime ahora lo que has visto mientras hac¨ªas el encargo". Las dotes de observaci¨®n son fundamentales en la actividad del periodismo, pero tampoco son algo espec¨ªfico de ella. Los esp¨ªas, los polic¨ªas y los novelistas suelen prestar m¨¢s atenci¨®n que nosotros a las an¨¦cdotas, con lo que mejora su productividad y resultan m¨¢s capaces a la hora de indagar el fondo de las cosas. Sea por la incapacidad de los narradores o por su malevolencia, el periodismo naci¨® ligado a la ficci¨®n, a las deformaciones m¨¢s o menos interesadas de la realidad y a la interpretaci¨®n de los hechos de acuerdo con potencias que le trascend¨ªan. Eso le predispon¨ªa, ya en su primera infancia, a convivir con la civilizaci¨®n del ocio y con el mundo del espect¨¢culo, tanto como con los elementos del romanticismo y el patriotismo que ayudaron durante el siglo XIX a la creaci¨®n de conciencias colectivas e identidades nacionales. La implantaci¨®n de los peri¨®dicos de a centavo en Estados Unidos y la invenci¨®n de la rotativa impulsaron la popularidad de los diarios, que pasaron de vender ocho o diez mil ejemplares, en el mejor de los casos, a cifras muy superiores a los cien mil. Los patitos parisinos se convirtieron en aut¨¦nticas bandadas de ocas que despertaban la avidez de los pol¨ªticos y la pasi¨®n de las gentes. La ¨²ltima guerra colonial de la Espa?a del XIX, que se sald¨® con la p¨¦rdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, fue un conflicto fundamentalmente agitado por las columnas de los peri¨®dicos de Hearst, que no dudaban en manipular y mentir cuanto fuera preciso para exaltar el ¨¢nimo patri¨®tico de los norteamericanos en su solidaridad con los rebeldes de la perla del Caribe. Los m¨¦todos del ciudadano Kane, en su temprano ensayo de capitalismo salvaje aplicado a la prensa, no se diferenciaban mucho de los que, d¨¦cadas antes y en cuestiones completamente distintas, hab¨ªan sido administrados por Karl Marx como director de la Nueva Gaceta del Rin. "La constituci¨®n que reg¨ªa en la redacci¨®n del peri¨®dico -cuenta Friedrich Engels (2)- se reduc¨ªa simplemente a la dictadura de Marx. Un gran peri¨®dico diario, que ha de salir a una hora fija, no puede defender consecuentemente sus puntos de vista con otro r¨¦gimen que no sea ¨¦ste".
La verdad es que, ya entonces, la democracia interna ten¨ªa que ver con las redacciones de los peri¨®dicos todav¨ªa menos que con las direcciones de los partidos pol¨ªticos. Desde la Gaceta, Marx se dedic¨® a agitar las aguas de la revoluci¨®n alemana y a propiciar la guerra con Rusia. Como los de Hearst, sus periodistas eran redactores, pero tambi¨¦n combatientes. En la redacci¨®n del peri¨®dico hab¨ªa ocho fusiles con bayoneta y doscientos cincuenta cartuchos, am¨¦n de los gorros frigios de los cajistas. La diferencia notable entre ambas experiencias es que Hearst cre¨® un imperio period¨ªstico que todav¨ªa perdura y la Gaceta renana apenas dur¨® un a?o. Pero su lecci¨®n fue bien aprendida por Lenin, que desde la publicaci¨®n en el exilio de Iskra comprendi¨® que un peri¨®dico era el mejor agitador colectivo imaginable y el mejor organizador pol¨ªtico tambi¨¦n. La historia de la prensa se encuentra, as¨ª, ¨ªntimamente ligada a la de las guerras y las revoluciones, sin necesidad de ahondar mucho en lo que las motivaba. Los movimientos de masa eran lo suyo, pues era la masa a la que se dirig¨ªan los peri¨®dicos, y quienes los fabricaban comprendieron desde el principio que el amor y la muerte, el sexo y la sangre han sido siempre las grandes verdades que han conmovido a la humanidad, independientemente de razas, religiones o clases sociales. En su reciente y luminoso libro sobre Camus (3), Jean Daniel, fundador de Le Nouvel Observateur, cuenta que Sartre le dijo en el comienzo de aquella aventura: "No dud¨¦is en hablar de sangre y sexo. Es lo que les gusta a los burgueses y les provoca sentimientos de culpa".
Cuando Orson Welles estren¨® su Guerra de los Mundos en los estudios de la RKO-Radio de Nueva York, ya hab¨ªa bastante experiencia profesional como para construir los reportajes al modo de los grandes dramas shakesperianos o de los guiones de Holly-wood. Los diarios llevaban siglos imaginando m¨¦todos que conmovieran las conciencias de cientos de miles de lectores. Pero algunos de los que conectaron el aparato de radio, transcurrido un tiempo desde el inicio de la narraci¨®n de aquel famoso programa sobre la conflagraci¨®n entre planetas, pensaron que asist¨ªan a un reportaje acerca de un hecho cierto, con lo que no falt¨® quien se arrojara por la ventana, presa del terror. De todas formas aqu¨¦lla era una costumbre relativamente extendida entre los norteamericanos de la ¨¦poca que la practicaron con profusi¨®n, sobre todo, durante los a?os de la gran depresi¨®n econ¨®mica de 1929. Ocho d¨¦cadas despu¨¦s el mundo padece una crisis financiera y productiva singularmente peor, pero la pr¨¢ctica de despe?arse por el mirador de la propia casa ha desaparecido.
Welles demostr¨® lo f¨¢cil que era confundir realidad y ficci¨®n, verdad y mentira, en los llamados medios de comunicaci¨®n de masas y lo cerca que estaba ya la informaci¨®n del espect¨¢culo, aunque, seg¨²n hemos visto, siempre hab¨ªan sido elementos bien avenidos desde el comienzo de los tiempos. La aparici¨®n de los sistemas radiof¨®nicos, y de la televisi¨®n despu¨¦s, tuvo efectos pol¨ªticos insospechados. Los tronos y dominaciones de esta tierra descubrieron que, de nuevo, era necesaria su intervenci¨®n, en forma de permiso previo o de concesi¨®n administrativa, a la hora de ejercer los ciudadanos la libertad de expresarse. Con motivo, o bajo pretexto, de lo escaso del espectro radioel¨¦ctrico, determinaron un sistema de concesi¨®n de frecuencias y canales que limitaba el ejercicio de las operaciones en radio y televisi¨®n, pudiendo ser desempe?ado s¨®lo por quien obtuviera una licencia. Es como si los bur¨®cratas modernos hubieran resucitado la virtualidad de las c¨¦dulas reales que antes se conced¨ªan para el imprim¨¢tur de los peri¨®dicos. Muchos gobiernos, que se jactan de ser democr¨¢ticos, las administran de igual modo, premiando a sus amigos y castigando a los enemigos seg¨²n su antojo. Al margen de estas consideraciones, la irrupci¨®n de la televisi¨®n en la vida de los ciudadanos vino marcada por los mismos signos que el periodismo primitivo: sus contradictorias relaciones con el poder pol¨ªtico y econ¨®mico, de un lado, y su moderna tendencia a mezclarse con el culto al cuerpo en todas sus manifestaciones, del otro. La Feria Mundial de Nueva York de 1939 fue la ocasi¨®n elegida por la NBC para que el presidente Roosevelt saludara desde la pantalla a los neoyorquinos que pudieran verle en alguno de los ciento cincuenta receptores diseminados por la ciudad. En d¨ªas sucesivos, algunos partidos de b¨¦isbol y un combate de boxeo constituyeron las retransmisiones estrella del nuevo invento. Desde sus inicios, el deporte se defini¨® como uno de los poderosos motores capaces de desarrollar el mundo de la comunicaci¨®n. En la actualidad, junto con la pornograf¨ªa, es el m¨¢s formidable impulsor de las tecnolog¨ªas avanzadas.
La aparici¨®n de los medios electr¨®nicos y audiovisuales caus¨® en su d¨ªa considerable alarma entre los diaristas y sus empresarios, ante la eventualidad de que el favor del p¨²blico les abandonara. Los peri¨®dicos se esforzaron en buscar su nuevo papel al tiempo que conservaban un rol emblem¨¢tico. Convertidos en banderas de ideolog¨ªas, posiciones pol¨ªticas o reclamos populares, perfeccionaron sus sistemas de impresi¨®n y distribuci¨®n, incorporaron la fotograf¨ªa, primero, y el color despu¨¦s, mantuvieron precios relativamente moderados y descubrieron su misi¨®n explicadora de las noticias y difusora de las opiniones. Se proclamaron campeones del pluralismo, ante la poca variedad de la oferta televisiva que, en muchos pa¨ªses y durante mucho tiempo, se ejerci¨® de forma monopol¨ªstica -p¨²blica o privada- y se adentraron en las f¨®rmulas del nuevo periodismo, que produjo escritores tan espectaculares como Capote o Garc¨ªa M¨¢rquez, y del periodismo de investigaci¨®n, que provoc¨® la ira, el descr¨¦dito y la dimisi¨®n del presidente Nixon por el caso Watergate. Naturalmente, las tiradas y difusiones no crec¨ªan de acuerdo con el aumento de la poblaci¨®n, desaparecieron casi por completo los peri¨®dicos vespertinos, sustituidos por los nuevos medios, y la publicidad encontr¨® nuevas y m¨¢s poderosas formas de expresi¨®n que las de los diarios. Pero a pesar de las dificultades y de que, ya en los a?os sesenta, el ochenta por ciento de los ciudadanos de los pa¨ªses desarrollados se enteraba primordialmente de las noticias a trav¨¦s de su televisor, la prensa escrita descubri¨® que, en realidad, los medios, todos los medios, eran complementarios y no hab¨ªa lugar para el p¨¢nico. Todos ten¨ªan su sitio bajo el sol.
Con los nuevos sistemas, la profesi¨®n de periodista se hizo m¨¢s multidimensional que nunca. Continu¨® afincada en los terrenos de la pol¨ªtica, habida cuenta de que ¨¦sta ten¨ªa y tiene cada vez m¨¢s que ver con lo medi¨¢tico, pero potenci¨® sus aspectos de entretenimiento y aventura. Los diarios ingleses hab¨ªan financiado durante la ¨¦poca victoriana costosas expediciones al ?frica negra, normalmente en combinaci¨®n con las sociedades geogr¨¢ficas o los clubes de historiadores, y los corresponsales de guerra proliferaron desde mediados del XIX. La invenci¨®n de las modernas tecnolog¨ªas potenci¨® estos aspectos temerarios del oficio, al tiempo que generaba nuevas profesiones o subdivisiones dentro de la misma profesi¨®n de periodista. ?ste acab¨® siendo alguien que lo mismo pegaba telegramas o escrib¨ªa necrol¨®gicas en una redacci¨®n que se lanzaba en paraca¨ªdas sobre cualquier pa¨ªs en conflicto, armado s¨®lo con una c¨¢mara y un bol¨ªgrafo. Permanec¨ªa inmutable, eso s¨ª, un aspecto de la naturaleza profunda de nuestro trabajo, consistente en la dualidad de ser ejercitado por habitantes de palacio pero fuera de sus murallas, o quiz¨¢ debiera decir a la inversa: por plebeyos avispados, inmiscuidos en los pasillos de la corte.
A mediados de la d¨¦cada de los setenta y principios de los ochenta del pasado siglo, grandes novedades tecnol¨®gicas comenzaron a revolucionar las t¨¦cnicas de impresi¨®n y distribuci¨®n. Los diarios abandonaron paulatinamente los talleres del plomo e incorporaron la edici¨®n electr¨®nica. Inventos que hab¨ªan revolucionado la vida de la prensa como la linotipia o la estereotipia, y que hab¨ªan demostrado su utilidad durante m¨¢s de un siglo, quedaron obsoletos en menos de una d¨¦cada. Con la implantaci¨®n de estas maravillas, los grandes peri¨®dicos segu¨ªan siendo una parte del complejo industrial de los pa¨ªses, pero abandonaban sus caracter¨ªsticas de industria pesada, abarataban sus costos de producci¨®n y limitaban sus necesidades de personal. El desarrollo de los sat¨¦lites artificiales les permiti¨® adem¨¢s ampliar su campo de acci¨®n en el mercado. Por su propio origen la prensa hab¨ªa sido siempre un fen¨®meno local, o como mucho nacional en los Estados peque?os o medios. Dada su importancia en la configuraci¨®n de la opini¨®n p¨²blica y en la creaci¨®n y sostenimiento de identidades colectivas, la distribuci¨®n de diarios recib¨ªa numerosos apoyos p¨²blicos en la mayor¨ªa de los pa¨ªses. Tarifas subvencionadas en correos, y hasta trenes o aviones especiales, ayudaban a difundir un producto considerado por todos los reg¨ªmenes como de primera necesidad: en las democracias, porque se basan en la opini¨®n p¨²blica; en las dictaduras, porque lo hacen en su manipulaci¨®n y conversi¨®n en propaganda. Los sat¨¦lites demostraron que pod¨ªan ser ¨²tiles no s¨®lo para la difusi¨®n de la televisi¨®n a las cabeceras de cable o directamente a los hogares dotados de antenas parab¨®licas, sino para la dispersi¨®n de las facilidades de imprenta y la publicaci¨®n a distancia de los diarios. Eso permiti¨® que un peri¨®dico minoritario como el Wall Street Journal de Nueva York se convirtiera en el de m¨¢s tirada de Estados Unidos, con cobertura nacional, o que el International Herald Tribune de Par¨ªs presumiera de ser verdaderamente un diario global, con ediciones en los cinco continentes.
La televisi¨®n avanzaba por iguales derroteros y los Juegos Ol¨ªmpicos de Mosc¨², en el a?o 1980, fueron la gran oportunidad que la CNN utiliz¨® para convertirse en la primera cadena planetaria de noticias. Poco despu¨¦s, con ocasi¨®n de la guerra del Golfo, se puso de manifiesto su primac¨ªa mundial como fuente de informaci¨®n en las crisis mundiales. Y cuando los gobiernos de Washington y Londres -con el vergonzante apoyo del desgobierno instalado entonces en Madrid- decidieron ocupar Irak, comprobamos hasta qu¨¦ punto las guerras del futuro han de variar en estrategia y significado debido a su retransmisi¨®n en directo por las televisiones de todo el mundo. Nunca antes de esa fecha hab¨ªa sido narrado un conflicto b¨¦lico con el detalle y la crudeza que se vio en las im¨¢genes de la toma de Bagdad. Cientos de periodistas pudieron contarnos la tragedia tanto desde el punto de vista de los vencedores como del de sus v¨ªctimas. La actitud de rechazo de la opini¨®n p¨²blica europea a la pol¨ªtica yanqui se bas¨® en gran medida en el esforzado sacrificio profesional de los corresponsales desplazados al escenario de los hechos. M¨¢s de una veintena de ellos pagaron con su vida el servicio que rindieron a los ciudadanos. Ellos fueron quienes escribieron las mejores p¨¢ginas de hero¨ªsmo en un conflicto que nunca debi¨® estallar.
Pero lo m¨¢s notable estaba por venir. En 1993 el gobierno de Estados Unidos promovi¨® una pol¨ªtica de liberalizaci¨®n en las telecomunicaciones que sirvi¨® para propiciar la extensi¨®n de Internet, a partir de la apertura a todo el mundo de las antiguas redes de inteligencia, defensa e investigaci¨®n. Cuando Bill Clinton asumi¨® la presidencia apenas hab¨ªa unos cientos (quiz¨¢ menos) de p¨¢ginas web en la Red. Hoy se cuentan por miles de millones. Hasta 1989 no se cre¨® el lenguaje del hipertexto y los primeros navegadores no aparecieron en el mercado sino a principios de los a?os noventa. En menos de una d¨¦cada, el crecimiento del uso de Internet fue explosivo y el desarrollo de la Red se llev¨® a cabo a una velocidad incomparable respecto al tiempo de implantaci¨®n de precedentes novedades tecnol¨®gicas. Sorprendidos m¨¢s tarde por el pinchazo de la burbuja digital en los mercados de valores, algunos pensaron que se hab¨ªan exagerado las expectativas en torno al impacto que la red de redes hab¨ªa de suponer en el comportamiento de la econom¨ªa, la informaci¨®n y las comunicaciones mundiales. Pero el aventurerismo financiero de unos cuantos brokers, con deseos de enriquecerse r¨¢pidamente, no debi¨® confundirnos a la hora de hacer predicciones. El actual desastre financiero que padecemos, la primera crisis econ¨®mica global, seg¨²n se la ha definido, tiene que ver de nuevo con la implantaci¨®n de los sistemas digitales a escala mundial. La sociedad digital, cuyo paradigma m¨¢s evidente se desprende del modelo de Internet, est¨¢ revolucionando todos nuestros comportamientos, tanto individuales como sociales, y significa el comienzo de una verdadera nueva civilizaci¨®n. Como en los vuelos transatl¨¢nticos, la rapidez a la que se genera el proceso s¨®lo es perceptible cuando miramos hacia atr¨¢s y contemplamos el poco tiempo empleado en el trayecto.
La sociedad digital es conocida tambi¨¦n como sociedad de la informaci¨®n o del conocimiento, y est¨¢ influyendo poderosamente sobre el periodismo y sus diversas manifestaciones. Para comprender de inmediato lo que la Red significa basta con explicar que, hoy en d¨ªa, toda la informaci¨®n disponible en el mundo est¨¢ en ella, al alcance, en principio, de cualquier ciudadano conectado al sistema y que tenga las habilidades y capacidades necesarias para servirse de ¨¦l. El viejo sue?o de la biblioteca universal parece as¨ª cumplido: todo el saber coleccionado, archivado, ordenado, a disposici¨®n de los usuarios. Pero, adem¨¢s, se trata de un saber din¨¢mico, interactivo, dial¨¦ctico, en continua expansi¨®n gracias a la intervenci¨®n de esos mismos usuarios. Un hecho as¨ª convierte en anticuado el adagio de que quien tiene la informaci¨®n tiene el poder, porque la informaci¨®n se ha convertido casi en un bien mostrenco, o en un bien p¨²blico, al servicio y disposici¨®n del com¨²n de los mortales. Esta reflexi¨®n m¨ªa, hecha al hilo de una conversaci¨®n con Felipe Gonz¨¢lez que dio lugar a un libro de ¨¦xito, justifica otra m¨¢s seria del ex presidente del gobierno espa?ol: "No somos capaces de comprender -dice- que ya la informaci¨®n en s¨ª no es poder, sino la administraci¨®n y la coordinaci¨®n razonable de la informaci¨®n, para obtener resultados operativos. El liderazgo no se demuestra por disponer de informaci¨®n sino por la capacidad para producirla y utilizarla" (4).
Un entorno semejante tiene que afectar necesariamente a la funci¨®n y las condiciones del periodismo. Si la informaci¨®n no es poder se debe, entre otras cosas, a la pl¨¦tora inmensa de datos y noticias que existe en nuestra sociedad, al bombardeo incesante que sufren los ciudadanos desde los diarios, las emisoras de radio y televisi¨®n, e Internet, sobre hechos que apenas comprenden y cuya importancia para su vida cotidiana con frecuencia desconocen. Una mayor abundancia de informaci¨®n no significa, necesariamente, una mejor informaci¨®n, y quiz¨¢ por esa v¨ªa podamos descubrir algunas de las nuevas misiones mediadoras del periodismo entre la sociedad y los individuos: la del an¨¢lisis, explicaci¨®n y selecci¨®n de los hechos; la del descubrimiento de aquellos datos que existen y son p¨²blicos pero ninguno conoce, porque est¨¢n al alcance de todos pero nadie sabe c¨®mo llegar hasta ellos.
Las tecnolog¨ªas avanzadas nos devuelven, de alguna manera, a la prehistoria del periodismo. En la sociedad de la informaci¨®n los canard parisinos y los menanti o gazzettanti venecianos campaban por sus respetos. En la Red, las noticias se mezclan con los rumores, los enga?os y las fantas¨ªas, se venden por menos de una gazzetta, porque se ofrecen de forma gratuita y buscan su refugio econ¨®mico en las pr¨¢cticas de la antig¨¹edad cl¨¢sica. Como Horacio, aspiran al mecenazgo de alg¨²n emperador, aunque aparentemente tenga el aspecto de una botella de Coca-Cola. Descubrimos tambi¨¦n el retorno a los tiempos ¨¦picos del periodismo en los que un hombre s¨®lo con una pluma y una resma de cuartillas se dispon¨ªa a desafiar al mundo. As¨ª naci¨® el Herald en Nueva York, en la primera mitad del siglo XIX (1835), gracias a la voluntad de su fundador James Gordon Bennett que hac¨ªa las veces de reportero, director, cajista, impresor, distribuidor, agente de publicidad y experto en mercadotecnia. La Red permite la existencia del peri¨®dico hecho por un solo redactor y dirigido personal y espec¨ªficamente a un solo lector, porque propicia la personalizaci¨®n de la informaci¨®n, su especializaci¨®n al m¨¢ximo, la convergencia entre el productor de la informaci¨®n y el receptor de la misma.
Algunos se preguntan, con cierta angustia, sobre el futuro del soporte papel para libros y diarios, al que Bill Gates ya ha vaticinado una supervivencia de muy pocos a?os. Es todav¨ªa pronto para establecer predicciones de este tipo que tienen que ver no s¨®lo con los avances de la tecnolog¨ªa y las demandas de racionalidad econ¨®mica o ambiental sino, sobre todo, con los h¨¢bitos de los consumidores y las infraestructuras sociales. Pero no debe haber sitio ni para el temor ni para la desesperanza. Al cabo, ?no ser¨¢ mejor leer en una pantalla de cristal l¨ªquido, flexible, bien iluminada, con grandes letras y capacidad de enlaces a otros temas a trav¨¦s del hipertexto, que hacerlo en un papel con cara de a?oso, mal impreso y lleno de imperfecciones? La cuesti¨®n fundamental no reside en el soporte de la informaci¨®n -contra lo que McLuhan predicaba- sino en la informaci¨®n misma. A partir del hecho de que un peri¨®dico en la Red no es un peri¨®dico, porque no sale peri¨®dicamente, sino que se renueva de continuo; a partir del fen¨®meno imparable de la convergencia entre textos, v¨ªdeo y audio, que las nuevas tecnolog¨ªas favorecen; a partir de que el mercado se ha hecho global, planetario, y la realidad tan parad¨®jica que nos permite dirigirnos individualizadamente, pero a la vez, a millones de personas, sin fronteras geogr¨¢ficas ni temporales que lo impidan, el ejercicio de nuestra profesi¨®n va a cambiar de forma sustancial; lo est¨¢ haciendo ya. En el regreso al primitivismo de nuestra especie podemos descubrir quiz¨¢ los signos del porvenir que nos aguarda, inspir¨¢ndonos en lo que el futuro fue o pudo ser en la antig¨¹edad; pero podemos sospechar tambi¨¦n, usando el verbo de Paul Val¨¦ry, que el futuro no es ya lo que era y que la humanidad se adentra cada d¨ªa en un mundo desconocido y sorprendente para ella, en el que es necesario comenzar a construir casi desde los cimientos.
?sta es la sensaci¨®n, al cabo, que nos produjo a tantos el ataque terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York. Un hecho que cientos de millones de personas de todo el mundo contemplaron en directo a trav¨¦s de las pantallas de sus televisores. Un drama inigualable que adquir¨ªa, por momentos, tonos y representaciones del mejor y m¨¢s incre¨ªble de los guiones de Holly- wood, s¨®lo que en este caso los millares de v¨ªctimas eran reales, como reales son las vidas segadas por las bombas en Afganist¨¢n, en Irak o en las estaciones de Madrid y Londres. ?Cabe mayor met¨¢fora de la globalizaci¨®n de la informaci¨®n, de la globalizaci¨®n de la econom¨ªa, de la globalizaci¨®n del poder, de la guerra y la paz, del terrorismo y el miedo, que los sucesos del 11 de septiembre en Nueva York y Washington y las horribles secuelas desatadas por ellos? Pero ?qu¨¦ hacer como periodistas en este mundo inundado por el reinado de la imagen y los tambores de la propaganda? Algunos se preocupan, no sin raz¨®n, por las tendencias autoritarias que en las democracias m¨¢s antiguas se aprecian hoy, constre?idos y aterrorizados sus ciudadanos por la l¨¢bil e insidiosa amenaza del terrorismo. No se dejan de o¨ªr voces que protestan por el aumento de la autocensura, cuando no de la censura a secas, en los medios de comunicaci¨®n occidentales. Nos hallamos ante una opci¨®n dif¨ªcil entre los elementos de seguridad y libertad que las poblaciones demandan, un equilibrio siempre inestable en cualquier democracia, que en un momento dado inclin¨® su balanza a favor de la seguridad porque los ciudadanos del mayor imperio de la historia hab¨ªan sufrido un ataque indiscriminado y letal. Llama la atenci¨®n la diferente utilizaci¨®n de las im¨¢genes de las v¨ªctimas por las televisiones americanas y por la ¨¢rabe Al Jazira, la gran revelaci¨®n del periodismo global en las crisis recientes. Las primeras tuvieron exquisito cuidado en no utilizar para galvanizar las conciencias ciudadanas el dolor ajeno, los cuerpos sin vida y destrozados de quienes se hallaban en las Torres Gemelas en el momento del ataque. La televisi¨®n de Qatar, durante las guerras de Afganist¨¢n e Irak, como durante la crisis de Gaza en las navidades de 2008, no dej¨® de emitir documentos que pon¨ªan de relieve el sufrimiento de ni?os y ancianos. Cuerpos mutilados, yacentes en medio de una extrema pobreza, golpearon a diario la conciencia de los telespectadores. ?D¨®nde est¨¢ la l¨ªnea sutil que separa la propaganda del deber de informar; la sumisi¨®n al poder leg¨ªtimo en tiempos de crisis, del derecho a la libre expresi¨®n? Por m¨¢s que puedan y deban hacerse cr¨ªticas a los excesos cometidos en Estados Unidos, yo no puedo dejar de elogiar el sentido de la responsabilidad que sus medios de comunicaci¨®n exhibieron en ocasi¨®n del 11-S, lo mismo que protest¨¦ y protesto por las burdas manipulaciones a las que las grandes cadenas de televisi¨®n han sometido a los espectadores durante la guerra de Irak. En Espa?a el dolor de las v¨ªctimas del terrorismo ha sido y es constantemente utilizado por los medios de comunicaci¨®n con objeto de sensibilizar a la opini¨®n p¨²blica respecto a pol¨ªticas determinadas, del todo discutibles. S¨¦ cu¨¢n delicada es esta cuesti¨®n y cu¨¢n dif¨ªcil generalizar. ?sta es una buena ocasi¨®n, en cualquier caso, para reflexionar, para la autocr¨ªtica, m¨¢s que para la acusaci¨®n al otro. Y una oportunidad para repasar los or¨ªgenes de nuestra profesi¨®n, en los que est¨¢ tambi¨¦n inscrito su destino. Quiz¨¢s as¨ª podamos comenzar a descubrir c¨®mo ha de ser el periodismo que nos aguarda en el futuro; c¨®mo ha de ser el periodismo en los nuevos tiempos del c¨®lera.
(1) Bernard A. Weisberger, The American Newspaper Man, University of Chicago Press, 1961 [Evoluci¨®n del periodismo, M¨¦xico, Letras, 1966, pgs 2 y ss]. (2) Friedrich Engels, Marx y la Nueva Gaceta del Rin, en Socialdemocrat, 13 de marzo de 1884. (3) Jean Daniel, Camus. A contracorriente, Barcelona, Galaxia Gutenberg/C¨ªrculo de Lectores, 2008. (4) Felipe Gonz¨¢lez y Juan Luis Cebri¨¢n, El futuro no es lo que era, Madrid, Aguilar, 2002, pg. 205. - El pianista en el burdel, de Juan Luis Cebri¨¢n. Galaxia Gutenberg/C¨ªrculo de Lectores. Se publica el 1 de junio. Precio: 21 euros.
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