Nadie lo quiere ni muerto
Iba por una calle y luego por otra, que ahora encog¨ªan para caber en su recuerdo, hasta el punto de que era capaz de ver cada tienda, cada restaurante o cada oficina, y tambi¨¦n a la gente que entraba y sal¨ªa de esos sitios, con todo detalle. Al primero que par¨® para ofrec¨¦rselo fue a un hombre con aspecto de optimista, que caminaba por la calle de Francisco Silvela con paso tan decidido que el malet¨ªn que llevaba en su mano derecha sub¨ªa y bajaba al ritmo de sus pasos con la energ¨ªa de un barco rompehielos. El hombre del malet¨ªn lo escuch¨® y, antes de que terminara, se ech¨® a re¨ªr, neg¨® con la cabeza, le dio la espalda sin el m¨¢s m¨ªnimo pudor y sigui¨® su camino. Juan Urbano se qued¨® en mitad de la calle, viendo tristemente c¨®mo se alejaba.
Si alguien le ofreciese a ¨¦l ser candidato, tambi¨¦n habr¨ªa salido corriendo
La segunda, a la que abord¨® en la avenida Complutense, bajo unos ¨¢rboles y al lado de una parada de autob¨²s, fue una mujer bastante joven, que le dijo que ten¨ªa prisa por llegar a la Facultad de Filosof¨ªa y Letras, donde es profesora de literatura y lengua inglesas. A Juan le encant¨®, porque saltaba a la vista que era culta, brillante en su manera de exponer las cosas... Pero a ella tampoco le interes¨®, y cuando llevaba un par de minutos intentando que se lo quedara, hizo un gesto de rechazo con la mano y volvi¨® a sus asuntos como un pez que vuelve a su elemento dej¨¢ndose caer en el agua despu¨¦s de dar un salto y estar unos instantes en el aire.
Juan Urbano cogi¨® autobuses y metros, cambi¨® de zona de la ciudad, estuvo por los lugares que suele frecuentar porque en ellos hay librer¨ªas que le gustan, subi¨® por la Gran V¨ªa, luego fue a la calle de Salustiano Ol¨®zaga, a la de Tutor, a la de Donoso Cortes, a la de Fernando VII, y en todas ellas intent¨® que alguien se lo quedara, se lo quiso dar a mujeres y hombres, individuos de cara seria y chicas de sonrisa abierta, ciudadanos de mediana edad o reci¨¦n metidos en la juventud, personas de todos los oficios y condiciones, pero ninguno lo quiso y, lo que es peor, la mayor¨ªa repitieron el gesto del primero, aquel que se re¨ªa y mov¨ªa la cabeza de un lado a otro mientras ¨¦l le hablaba, como diciendo: pero qu¨¦ dice este t¨ªo, qui¨¦n se ha cre¨ªdo que es ¨¦l y qui¨¦n se cree que soy yo. Juan empezaba a pensar que no iba a haber nadie dispuesto a hacerse cargo de ello.
Se acerc¨® a la calle de Vel¨¢zquez, baj¨® por Ayala, subi¨® por Serrano, y nada. Estuvo dando vueltas de nuevo por el barrio de Arg¨¹elles y por Moncloa, pas¨® por Altamirano, por Gaztambide, por Hilari¨®n Eslava y otras de la zona, sin ning¨²n resultado: nadie lo quiso.
Entr¨® por cuarta o quinta vez en el metro, fue hasta la plaza de Tirso de Molina, anduvo parando a los visitantes del Mercado de las Flores e intent¨® que se lo quedaran, se lo ofreci¨® con las mejores palabras, quiso tentarlos con promesas de mil clases distintas, pero las respuestas que obten¨ªa estaban calcadas unas de las otras: no, ni loco, no me interesa.
No parec¨ªa haber nadie en toda la ciudad con ganas de hacerse cargo de ello, daba igual si se trataba de personas de una clase o de otra, con un car¨¢cter o con el contrario, en cuanto empezabas a contarles cu¨¢l era tu oferta y a pretender que se quedaran con lo que les pon¨ªas en la mano, se les pon¨ªa aspecto de querer echar a correr y se les empezaba a borrar de la cara el gesto de preocupaci¨®n natural en cualquiera a quien se para en plena calle, que r¨¢pidamente era sustituido por una expresi¨®n primero de incredulidad y a continuaci¨®n de burla. Era como pretender que te guardasen una bomba mientras ibas a comprar el pan. Algunos incluso miraban hacia atr¨¢s y alrededor, tal vez pensando que se trataba de uno de esos progamas de bromas y que las c¨¢maras de la televisi¨®n deb¨ªan de estar escondidas detr¨¢s de algun coche, o en un portal cercano.
El d¨ªa se acab¨®, la tarde fue la posguerra de la luz y la noche cay¨® sobre la ciudad, y a eso de las doce de la noche, despu¨¦s de intentar que se lo quedaran otras personas que sal¨ªan a pasear a sus perros o a dar un paseo despu¨¦s de la cena, Juan Urbano tuvo que rendirse a la evidencia y regresar a casa. Hab¨ªa fracasado: nadie quer¨ªa ser candidato del PSOE a la Comunidad de Madrid, ni a su alcald¨ªa. La verdad es que tuvo que reconocer que si alguien se lo ofreciese a ¨¦l, tambi¨¦n habr¨ªa salido corriendo.
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