El cine gratuito
Estoy pensando comprarme un coche, yo que no tengo carn¨¦ de conducir. Lo har¨ªa, en primer lugar, por avaricia: esos 2.000 euros del Plan 2000E que nos regalan a partes desiguales los fabricantes (1.000 euros por barba), el Gobierno central (500 euros) y las comunidades menos irredentas (otros 500). Pero tambi¨¦n pesa, a la hora de albergar en mi cabeza esa idea descabellada, el deseo de servir a la patria en un momento de carencia social, ya que, como es sabido, la iniciativa trata de estimular al menos durante un a?o la producci¨®n y venta de autom¨®viles, que, nos dicen las estad¨ªsticas, suponen "315.000 empleos directos e inducidos" (este ¨²ltimo adjetivo no lo acabo de entender, y lo que entiendo de ¨¦l me resulta sospechoso).
El injustamente vapuleado sector f¨ªlmico espa?ol da empleo a 60.000 trabajadores
El deporte de meterse con el cine espa?ol es muy f¨¢cil y socorrido
Ya que hablamos de sospecha, hablemos de los sospechosos m¨¢s habituales. Hablemos del cine espa?ol, ese mu?eco con pies de barro al que tanto gusta emplear como pim pam pum en los medios impresos y radiof¨®nicos de la caverna y (a veces) tambi¨¦n, ay, en este mismo peri¨®dico. ?Cu¨¢ntos empleos directos genera el cine espa?ol? (en los inducidos prefiero no meterme, por si me pierdo). Las cifras son inferiores a las del autom¨®vil y a las del sector textil, otro mundo laboral en crisis que, leo con estupor, tambi¨¦n pide una operaci¨®n de salvamento. Si no lo he entendido mal, tanto las grandes firmas de confecci¨®n y venta de ropa (Inditex, Cortefiel, Mango, etc¨¦tera) como los fabricantes m¨¢s modestos est¨¢n siendo v¨ªctimas de una ca¨ªda de ventas portentosa, que s¨®lo en los pasados marzo y abril oscil¨® entre el 20% y el 30%. ?Y qu¨¦ piden ¨¦stos? Pues unas urgentes medidas para dar liquidez al sector mientras dure la tormenta financiera. Tormenta, sea dicho de paso, que tambi¨¦n afecta, y son las ¨²ltimas noticias, a la venta de motocicletas, con lo que la ayuda estatal al coche deber¨ªa con toda justicia extenderse a ese art¨ªculo de primera necesidad que es la moto.
Las cifras y las crisis del cine espa?ol. Aunque el blanco principal del fuego enemigo sean las vedettes, los directores y los actores, que, adem¨¢s de chupar el plano y las subvenciones, son encima muy quejicas y de un progresismo izquierdista vociferante y sectario, no estar¨ªa de m¨¢s recordar que el cine tambi¨¦n tiene su, por as¨ª decirlo, personal manufacturero: los ayudantes de c¨¢mara, los el¨¦ctricos, los sonidistas, los maquilladores y peluqueros, los actores de reparto, los m¨²sicos, los guionistas, los t¨¦cnicos de laboratorio y post-producci¨®n, el personal de taquilla y sala, en un largo etc¨¦tera que alcanza una cifra en torno a los 60.000 trabajadores; la cifra, consultados la FAPAE (federaci¨®n de productores), la TACE (sindicato de t¨¦cnicos de cine) y otros organismos pertinentes, es aproximada, por lo bajo, y muy vol¨¢til, precisamente porque muchos han de salir pe-
ri¨®dicamente del cine para hacer (con suerte) televisi¨®n, teatro, anuncios o simples chapuzas. Todos ellos, hombres y mujeres del vapuleado sector f¨ªlmico, tambi¨¦n cargados de una familia a la que tienen la pretensi¨®n diaria de dar de comer, exactamente igual que los montadores de las plantas de Opel y los patronistas de Zara.
Ahora bien, podr¨¢n decir los enemigos del cine espa?ol, la locomoci¨®n es un bien de utilidad general, como lo es el vestirse, y al ayudar a estas industrias en estado ag¨®nico el Gobierno (al frente de todos nosotros, que subvencionaremos con nuestros forzosos impuestos los 1.000 euros de la subvenci¨®n al coche) est¨¢ haciendo pa¨ªs. El cine no es un utensilio p¨²blico ni nos protege del fr¨ªo, al menos no de un modo f¨ªsico; las met¨¢foras est¨¢n fuera de lugar mientras dure la crisis. Y est¨¢ adem¨¢s ese escaso 13.3% de cuota de pantalla de las producciones nacionales; una miseria, en efecto. Vi¨¦ndolo estrictamente desde tal punto de vista, los acusadores de la sopa boba en la que pretender¨ªa vivir nuestra gente del cine tienen una sesgada parte de raz¨®n (ya que no entraremos ahora, por econom¨ªa narrativa, en el asunto de las descargas ilegales y dem¨¢s formas de pirater¨ªa que tan duramente golpean a la industria cinematogr¨¢fica).
Pero el deporte de meterse con el cine espa?ol es tan f¨¢cil, tan socorrido, que no s¨®lo lo practican los hinchas del grader¨ªo ultra, sino tambi¨¦n personas inteligentes y ol¨ªmpicas como Juan Mars¨¦, quien, en los d¨ªas en que era justamente galardonado con el Premio Cervantes, hizo unas curiosas declaraciones contra los guionistas espa?oles. La autoridad literaria de Mars¨¦ es indiscutible, y muy respetable su aversi¨®n a las adaptaciones f¨ªlmicas de varias de sus novelas, punto en el que yo, como mero espectador de esas pel¨ªculas, discrepo al menos en tres casos. Pero hay algo m¨¢s. Mars¨¦ fue guionista de cine, breve episodio de su vida no evocado en esa ocasi¨®n y tal vez poco conocido. En 1964, cuando ya hab¨ªa publicado sus dos primeras novelas, el futuro autor de ?ltimas tardes con Teresa colabor¨® junto a su gran amigo Juan Garc¨ªa Hortelano y otros en el gui¨®n de un horroroso melodrama playero situado en Torremolinos y titulado Donde t¨² est¨¦s. Nadie en su sano juicio juzgar¨ªa hoy a Mars¨¦ por aquella co-autor¨ªa sin duda hecha por motivos de subsistencia en tiempos de necesidad, evocados con mucha gracia por el estupendo novelista Hortelano en un libro de conversaciones con Augusto M. Torres, Cineastas ins¨®litos. Penuria, oportunismo moment¨¢neo, "guiones realmente tremendos", necesaria "prostituci¨®n" (las palabras entrecomilladas son de Garc¨ªa Hortelano, que lleg¨® a hacer tres).
Los guionistas y otros asalariados actuales del denostado cine espa?ol firman a menudo t¨ªtulos tan deplorables como aquellos agraciados con el nombre de Hortelano y Mars¨¦, por razones lamentablemente parecidas y -esto conviene subrayarlo- en proporciones similares a las que se dan en la novela espa?ola contempor¨¢nea, donde ni much¨ªsimo menos todos los libros publicados tienen la calidad de, por ejemplo, los de Mars¨¦.
Hay otro punto que generalmente se ignora y los escritores, los dramaturgos, los compositores y cantantes, los escen¨®grafos y directores de escena conocen bien. Que yo sepa, entre las ayudas oficiales al cine a¨²n no se ha llegado a ofrecer al espectador la posibilidad de costearle la tercera parte de la entrada que compra en taquilla, como ahora se hace con el autom¨®vil y otros bienes de consumo que bien pueden juzgarse (es mi opini¨®n de usuario exclusivo de transportes p¨²blicos) de lujo. Ni las pel¨ªculas espa?olas ni el cine de autor mundial gozan de una entrada a precio reducido, es decir, subvencionado respecto al del mercado comercial, en las salas cinematogr¨¢ficas. Algo que es, sin embargo, una pr¨¢ctica extendida desde hace d¨¦cadas en el teatro institucional, cuya producci¨®n -como la de la ¨®pera, las exposiciones de arte y una parte no desde?able de la edici¨®n de poes¨ªa, ensayo y narrativa- sale directamente de las arcas municipales, auton¨®micas y estatales. No hace falta decir que, al igual que las pel¨ªculas espa?olas, hay obras de teatro, conciertos, exposiciones maravillosas y libros de m¨¦rito que no llegan ni siquiera al 13,3% de asistencia o lectura en nuestro pa¨ªs. Pero nadie se queja de esto.
Al cine, por el contrario, se le exige no s¨®lo altura est¨¦tica, sino ¨¦xito en taquilla, dos finalidades sin duda deseables para quienes realizan ese trabajo. El cine, para una parte importante de la poblaci¨®n y los medios, tendr¨ªa que ser un mecanismo industrial de s¨®lido funcionamiento y autosuficiencia financiera. Como lo fue antes, en efecto. Antes de que los tiempos y los h¨¢bitos cambiaran y el Estado protector se dedicase a financiar las cazadoras de punto y los fines de semana en la parcela.
Vicente Molina Foix es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.