Las l¨¢grimas del (t)error
El polic¨ªa Eduardo Puelles, seg¨²n los asesinos y seg¨²n algunos medios, era simplemente "el jefe del Grupo de Vigilancias Especiales de la polic¨ªa espa?ola en Bilbao", es decir, alguien sin nombre y apellidos, si carne ni hueso, sin mujer ni hijos, ni hermanos, sin amigos, sin quiosquero, sin panadero ni camarero. Seg¨²n ellos, ETA mat¨® a un tipo, no a una persona, siguiendo el manual de c¨®mo atrapar el cerebro en una madeja indescriptible, de forma que el terrorista nunca piense que ha matado a alguien, sino que ha matado algo.
En el momento que piense en el dolor, en la inutilidad de su bala o de su bomba, en que no puede comprar el peri¨®dico porque igual se derrumba, ni puede poner la radio, porque igual no se levanta, ni puede ver la tele porque igual dan un documental de animales y se enternece, entonces igual cambia, es decir, duda, y entonces igual piensa y si piensa deduce, y si deduce llega a conclusiones propias. Y eso es la muerte, donde todo empez¨®.
Antes de que alguien asesinara a Eduardo Puelles, ve¨ªa yo las im¨¢genes de la detenci¨®n de una terrorista o colaboradora de terroristas (escrito lo cual, no s¨¦ cu¨¢l es la diferencia) en Getxo. Llegaba llorando al furg¨®n policial mientras cuatro talibanes de la patria vasca le jaleaban. La chica, joven, con toda la vida por delante, quiz¨¢s con unos estudios que le permitieran ayudar a sus semejantes, lloraba. Y no era de alegr¨ªa por el jaleo de sus encendidos pero olvidadizos compa?eros. Ni siquiera pens¨¦ en el ritual de las l¨¢grimas de cocodrilo. De verdad, me parecieron que ten¨ªan m¨¢s que ver con la constataci¨®n del error que siempre sucede a la falta de pensamiento. Cuando deja de trabajar el cerebelo y se anula la pulsi¨®n del coraz¨®n, se llega a territorios inh¨®spitos de los que s¨®lo te rescata la realidad cotidiana. Aquella chica lloraba por miedo a lo desconocido, por miedo a la Audiencia Nacional, a lo que nunca pens¨®. Nuca pens¨® en las v¨ªctimas que sufr¨ªan el dolor de un asesinato, de una amenaza, de una extorsi¨®n. Quiz¨¢s, como aquel iluminado de Arrigorriaga, s¨®lo pens¨® que "estaba haciendo algunas cosas por Euskadi".
Quiz¨¢s eran las l¨¢grimas del error, del sometimiento a la realidad, con una gran diferencia. Porque las suyas no eran las l¨¢grimas de la viuda, ni de los padres, ni de los hijos, ni de sus vecinos, ni de sus conciudadanos, ni del panadero de la esquina. Las suyas eran las l¨¢grimas del error. Las de Paqui Hern¨¢ndez eran las l¨¢grimas ocultas del terror. Hay una sensible diferencia entre aquella chica que escenificaba el error inconmensurable de su vida y la continencia emocional del vac¨ªo absoluto de la habitaci¨®n vac¨ªa. Lo primero, lo de la pobre chica que arruin¨® su vida me dej¨® insensible, y me di miedo. Lo segundo me hizo llorar, pero no temblar. Entre las l¨¢grimas del error y las del terror hay una sensible diferencia. La que define a los ciudadanos con alma.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.