Final de ¨¦poca
La sentencia contra Bernard Madoff cierra la era de la desregulaci¨®n neoconservadora
Un juez federal impuso ayer al financiero Bernard Madoff la m¨¢xima sentencia solicitada por el fiscal: 150 a?os de c¨¢rcel, que garantizan su estancia entre rejas a perpetuidad. Esta resoluci¨®n judicial marca un hito. Rubrica el fin de la ¨¦poca de la desregulaci¨®n financiera neo-conservadora, causante de una inmensa burbuja financiera, y se erige en baremo ejemplificador para el mundo de las finanzas. No s¨®lo porque responde con contundencia a la evaporaci¨®n de la escalofriante cifra (m¨ªnima) de 50.000 millones de d¨®lares (la segunda mayor estafa mundial, tras la de Enron), sino porque se dicta contra una persona que fue el presidente de la Bolsa de valores tecnol¨®gicos (el Nasdaq), un gur¨² prestigioso e incontestado de Wall Street, el hombre en el que confiaron entidades de prestigio y personajes de relumbre.
La sentencia considera probado que Madoff realiz¨® una estafa piramidal, un tipo de fraude de lo m¨¢s primitivo, que consiste en pagar los intereses de los inversores iniciales con el capital aportado por los llegados en el ¨²ltimo minuto. Para describir la zafiedad del procedimiento baste recordar algunas de las miniestafas postales m¨¢s obtusas descubiertas en los ¨²ltimos tiempos, o las que arruinaron a un pa¨ªs como Albania en los a?os noventa. El exquisito Madoff usaba como arma de mercadotecnia un gancho secretista, selectivo y glamuroso (la dificultad de acceso a su propio circuito); garantizaba rentabilidades m¨ªnimas sostenidas en el entorno del 12% (un anzuelo de por s¨ª sospechoso, pero que logr¨® engatusar a m¨¢s de 1.300 clientes de alto nivel, entre ellos prestigiosos bancos europeos y alguno espa?ol) y al fin, no los invert¨ªa en nada, o casi. Constituye un misterio de novela psicol¨®gica la pregunta de si pensaba que este sistema podr¨ªa resultar eterno. Bast¨® que el rev¨¦s de la crisis incitase a algunos de sus selectos clientes a intentar recuperar su capital para que se descubriese la monumental chapuza.
El responsable penal de un delito es siempre una persona individual, nunca un contexto ni una circunstancia. Pero es cierto que determinados contextos favorecen las pr¨¢cticas delictivas. De forma que las responsabilidades jur¨ªdicas y penales del financiero derrumbado, que confes¨® su crimen desde casi el inicio de ser descubierto, no se agotan en su caso judicial: se extienden a responsabilidades pol¨ªticas y morales de cuantos abonaron el capitalismo de casino, sin ley ni l¨ªmite regulador, de la era iniciada bajo los mandatos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y felizmente concluida con George W. Bush.
Bajo los auspicios del G-20 de la era Obama, todas las compa?¨ªas financieras, todos los pa¨ªses y todos los activos requerir¨¢n de una supervisi¨®n adecuada. Si este objetivo acaba cumpli¨¦ndose, quiz¨¢ el esc¨¢ndalo Madoff haya servido finalmente para algo, aparte de arruinar a unas centenas de ricos incautos. De lo contrario, ser¨¢ s¨®lo un nuevo y lamentable precedente.
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