Contador dibuja su territorio
El chico de Pinto, segundo tras Cancellara, y primero de entre los favoritos, saca 22s a Armstrong
Una contrarreloj de primer d¨ªa de Tour es como el sorteo de loter¨ªa de Navidad, un ejercicio de paciencia, una representaci¨®n teatral larga, tan larga, y sin estructura dram¨¢tica, sin un autor en la sombra que regule los cl¨ªmax, los anticl¨ªmax, la catarsis, los momentos de suspense, el desenlace final. Lo mismo puede caer el gordo en Albacete a las 9.30 de la ma?ana, cuando I?aki Gabilondo no ha calentado la garganta, encima, convirtiendo el resto de la ma?ana en un responso sin crescendos ni tensi¨®n, que puede esperar, para desesperaci¨®n de los impacientes, a las 12.30, y caer en Madrid. Lo que no quita importancia al premio, claro.
Ayer, en M¨®naco, calima y sudores, el glamour concentrado en los hermosos ojos claros de Rama Yade, la estrella creciente del sarkozysmo, la nueva secretaria de Estado de Deportes, que oscureci¨® casi hasta la invisibilidad al pr¨ªncipe de los Grimaldi, Fernando Alonso. El hombre que mide la vida en mil¨¦simas de segundo, que la vive en olor de gasolina, en estruendo de motores, dedic¨® la tarde al siseo de las lenticulares pintadas en hipn¨®ticos dise?os estrobosc¨®picos, al susurro de los engranajes suaves, al ardor de las pedaladas. Dio la salida a Armstrong a las cuatro como ni?o de San Ildefonso que canta el gordo de un n¨²mero que no juega, aunque sabe que juega una mayor¨ªa ilusa, se pas¨® tres horas sudando la inclemente humedad monegasca mientras el speaker repet¨ªa la cantinela de tiempos intermedios de decenas de corredores que poco importaban, aprendi¨® que hasta en ciclismo la aerodin¨¢mica importa cuando el mec¨¢nico de Contador le ense?¨® unos pedales que valen su peso en vatios -medido en vel¨®dromo: cuesti¨®n de eliminar turbulencias, h¨¢bleme usted de los difusores de Brawn-. Esper¨® y esper¨®, constat¨® c¨®mo el gordo de Armstrong -saltar¨ªn como una pulga, inc¨®modo, ambicioso- dur¨® lo que dura un cubito al sol mediterr¨¢neo, lo que tard¨® su mejor amigo en el pelot¨®n, Levi Leipheimer, en terminar; constat¨® c¨®mo lo que parecen gordos seg¨²n pasa el tiempo se convierten en retah¨ªla de segundos, terceros, cuartos, quintos y hasta pedreas, hasta que Johan Bruyneel le abri¨® la puerta de copiloto de su coche y le invit¨® a seguir la contrarreloj de Alberto Contador. "?ste es mi favorito", dijo el piloto asturiano. "Alberto, Contador, claro, es el m¨¢s fuerte".
Qu¨¦ forma de trepar la del suizo, que acaba de ganar la Vuelta de su pa¨ªs
Era su gordo.
Llegaba el momento en el que el ca¨®tico c¨¢ntico cobrara sentido. Finalmente un dise?o l¨®gico parec¨ªa imponerse en forma de traca final, ruido y olor a p¨®lvora, humo, todo tan mediterr¨¢neo. Pas¨® el fino Roman Kreuziger, un checo con futuro y con un padre joven, 44 a?os, que fue profesional en el 92, cuando Armstrong empez¨® a ganar dinero dando pedales; pas¨® el escu¨¢lido Andy Schleck, su pedalada de pajarito, ¨¢gil ligera; pas¨® Nibali, el escualo del estrecho, oro de la camada liviana; pas¨® Wiggins, un especialista de vel¨®dromo, y, cuando dieron las siete, cuando levant¨® el bochorno y la brisa del mar empez¨® a sentirse, salieron los pretendientes. Sali¨® el gordo definitivo, uno de los dos gordos, que fue Cancellara. Gordo en todos los sentidos y, por lo tanto, m¨¢s impresionante -la pintura de la barra de su bicicleta desgastada por el roce de sus muslos, pero, aun as¨ª, qu¨¦ forma de trepar la del suizo que acaba de ganar la Vuelta de su pa¨ªs tras un a?o penoso echando vapor, derrochando potencia, por las cuestas de la cornisa, unos repechos que ni Alonso, ciclista tambi¨¦n en sus tiempos libres, ni se atreve a sudar-, una estampa que, subiendo, recordaba tiempos pasados, pisados, que bajando, impasible, un torpedo, asustaba. Dobl¨® a Menchov, el ganador del Giro, que hab¨ªa salido minuto y medio antes; achant¨® a los dem¨¢s. A su lado Evans, que tambi¨¦n impresiona por su determinaci¨®n parec¨ªa tan poca cosa como nada; a su lado Carlos Sastre, el dorsal n¨²mero uno, el vencedor saliente, se qued¨® en alma en pena. Vivi¨® una pesadilla llamada rebeli¨®n de los objetos. Quer¨ªa salir de amarillo, sentirse Piol¨ªn, en apariencia indefenso ante el hambriento gato, en realidad torturador de Silvestre, pero el Tour no le dej¨® -"despu¨¦s de lo de Landis hemos puesto los contadores a cero", dijo el director de la carrera, Jean Fran?ois Pescheux. "Lo del maillot amarillo del ¨²ltimo ganador era una regla no escrita, adem¨¢s, que con las mismas se pod¨ªa dejar de aplicar"-, un casco roto ajustado se lo impidi¨®.
A su lado se engrandeci¨® la figura de Contador, con el maillot de lunares de la monta?a. Que marc¨® el mejor tiempo en la subida, marc¨® su territorio, dibuj¨® su mapa, y se dej¨® ir en el descenso. Que sac¨® 22s a Armstrong. Los suficientes para afirmarse pero sin apabullar. El tejano fue d¨¦cimo, las ocho cronos iniciales de sus ¨²ltimos Tours las termin¨® en el top ten, con lo que no pudo considerarse derrotado, lo que convertir¨¢ el objetivo oculto de su regreso -alcanzar la estatura de h¨¦roe que s¨®lo la derrota confiere- en un af¨¢n lento y doloroso.
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